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sábado, 27 de septiembre de 2014

LA MANCHA HUMANA: la Inquisición políticamente correcta.



     Podría empezar esta reseña literaria recordando que el continente americano fue descubierto hace algo más de 500 años. O podría comenzar recordando que los EE.UU. apenas tienen 250 años de historia. Otro modo de comenzar esta reseña hubiera sido recordando cómo en 1692, en Salem (Massachusette), fueron acusadas de brujería ¾y torturadas¾ más de cincuenta personas; de las cuales veinte fueron ajusticiadas. Un modo de comenzar este artículo hubiera sido recordando la novela de Nathaniel Hawthorne La letra escarlata (1850). O, quizás, otro modo de comenzar este artículo hubiera sido recordando otra “caza de brujas”, esta vez en 1946, cuando el congresista McCarthy, el (por entonces) senador Richard Nixon y el resto de los inmaculados miembros del Comité de Actividades Antiamericanas iniciaban una cruzada contra el comunismo y sus simpatizantes. Podría haber comenzado recordando cómo en EE.UU. niegan un último cigarrillo al condenado a muerte antes de introducirlo en la cámara de gas. En fin, podría haber empezado este artículo recordando a Umberto Eco quien, en muchas de sus intervenciones, ha recalcado ciertos aspectos medievales que se muestran en nuestra época.
      Pero desde luego no comenzaré esta reseña de ninguno de estos modos. Este artículo no es un manual de historia.
      La mancha humana, de Philip Roth (1933), no es una obra perfecta; hay pasajes ¾descripciones, reflexiones de los personajes o el narrador¾ que el lector está tentado ha pasar por alto, a leer rápidamente; adolece, en ocasiones, de un ritmo demasiado lento, un tanto parsimonioso, repetitivo, como si el autor se hubiera dejado atrapar por la facilidad de tecleo que da el ordenador. A pesar de todo, La mancha humana es una gran novela; una de esas obras con pretensiones de testimonio, de retrato de una época. La obra se enclava dentro de la serie de novelas interpretadas (o al menos relatadas) por el alter ego del autor: Nathan Zuckerman. Una serie que comenzó en 1974 con  Mi vida como hombre, y que va ya por la sexta entrega.
     ¿Pueden dos palabras cambiar la vida de una persona? Según Roth, todo depende del lugar donde esas dos palabras se pronuncien. Durante la época del escándalo Clinton-Lewinsky, el protagonista de la novela ¾el prestigioso profesor Coleman Silk¾, durante el transcurso de una de sus clases en la Universidad de Athena, pronuncia dos palabras aparentemente inofensivas: “negro humo”. A partir de entonces, la maquinaria inquisitorial norteamericana comienza a funcionar implacablemente: tachado de racista, el profesor se ve envuelto en una vorágine que le llevará al más trágico de los dramas: el rechazo de sus colegas, el abandono de la docencia, la muerte de la sufriente esposa. La obra, pues, describe a una sociedad histérica y fanática, sostenida por una hipocresía que ¾queriendo huir de la etiqueta discriminatoria¾ cae en la discriminación positiva; la mojigatería y el profundo puritanismo sobre el que se apoya ¾desde siempre, ¿hasta cuándo?¾ la “moderna” sociedad norteamericana. En semejante país ¾ahogado por las convenciones, por el miedo¾ es imposible comportarse con naturalidad, ni siquiera es imposible SER.
     Construida mediante un atractivo juego de voces y puntos de vista, donde destaca la voz en primera persona del escritor Nathan Zuckerman (cf. Nathaniel Hawthorne), la novela no se detiene en la Inquisición (políticamente correcta, ¡por supuesto) de los EE.UU.: aparecen las secuelas de la guerra de Vietnam; se cuestiona el sistema educativo; se reflexiona sobre las raíces más profundas de Norteamérica (cf. Dos cabalgan juntos la estupenda película que John Ford rodada en 1961); o sobre la dificultad de buscar el propio carácter, la propia personalidad en un medio hostil.
      Hay momentos en los que, como ya he dicho anteriormente, la novela tiende a caerse de las manos: es entonces cuando la maestría de Philip Roth se hace evidente con el uso de las anticipaciones, moviéndonos a continuar con esa indagación que siempre es toda lectura. Porque entonces la novela se convierte en un auténtica obra de suspense, con unos personajes que ocultan un misterio inconfesable.
       La mancha humana es, además de todo lo dicho, una gran novela de amor. Un amor otoñal y crepuscular, quizás, pero completo y “desnudo”. Philip Roth ya no es aquel desvergonzado y pornográfico autor que escribiera El lamento de Portnoy (1969). Roth ha madurado ¾el sexo ya no forma un elemento vertebral de sus obras¾. En este sentido, su trayectoria es totalmente opuesta a la de John Irving, quien parece decantarse más por las temáticas sexuales conforme envejece.
      He dudado mucho para comenzar este artículo. No tengo ninguna duda sobre cómo debo terminarlo: léanla... no les decepcionará.


Philip Roth
La mancha humana, 2001. 438 págs.

sábado, 20 de septiembre de 2014

UN REPARTO DE ASESINOS: asesinato en el plató.

     
      En 1988 la editorial barcelonesa Seix Barral publicaba Un elenco de asesinos: la novela pasó sin pena ni gloria por las librerías españolas. Quince años después de aquel primer intento, Seix Barral volvió a reeditarla con distinto título: Un reparto de asesinos. Lamentablemente, no tuvo mejor suerte.
    Siguiendo la brillante estela inaugurada por A sangre fría (1966) de Truman Capote, la obra se concibe (y se lee) como una “novela documento”, no-ficticia: pretende ser la reconstrucción fiel de unos hechos reales, no verosímiles y sí verdaderos. Lo cierto es que el lector se encontrará ante una agradable sorpresa: una novela casi excelente en su construcción (tal vez se acumulan demasiados personajes, algunos de ellos poco o escasamente moldeados), que contentará por igual a los amantes de la literatura de misterio y a los cinéfilos.
     El director de cine King Vidor (1894-1982) —autor de obras como Guerra y paz, Duelo al sol y ¡Aleluya!— rodó su última película en 1959, Salomón y la reina de Saba. Desde entonces hasta su muerte inició (o imaginó, al menos) una multitud de proyectos que no pudo llevar a buen término. En 1967 el azar le llevó a interesarse por un hecho criminal acaecido en el primitivo Hollywood de 1922: el asesinato del actor y director William Desmond Taylor, que quedó sin resolver. Durante casi un año, Vidor indagó en hemerotecas y archivos, entrevistó incluso a viejos actores, actrices y empresarios cinematográficos que habían conocido al fallecido. De súbito las pesquisas de Vidor cesaron y el material recopilado fue ocultado. Tras su muerte, el periodista Sydney Kirkpatrick inició una biografía del director. Tuvo, entonces, en sus manos todo el material sobre el caso Taylor reunido por Vidor; descubrió por qué el director había mantenido en silencio dicho archivo: en 1967 algunos de los implicados directamente con el caso todavía estaban vivos y podían ver dañada su reputación y su carrera. Pero en 1986 ya no, y por ello Kirkpatrick, basándose en esos datos, reconstruyó tan increíble investigación, sazonándola con aspectos personales e íntimos (matrimoniales) del fallecido director.
     El cinéfilo disfrutará al reconocer a los seres reales que pululan por la novela: la gran Gloria Swanson, Cecil B. De Mille, el productor Sennet, el incombustible Allan Dwan, los pioneros Thomas Harper Ince y Griffith, Mary Pickford, Chaplin, Lilian Gish.... y muchos más. Y aunque cada escena es real tampoco podemos sustraernos al recuerdo de películas como El crepúsculo de los dioses, Grandes esperanzas de David Lean o la más reciente L.A. Confidential. Los últimos capítulos, por ejemplo, parecen extraídos del guion de la magistral e inquietante ¿Qué fue de Baby Jean? de Robert Aldrich.
        Lo cierto es que la investigación de Vidor nos lleva a contemplar una época cinematográfica inaugural que se sustentó sobre los escándalos sexuales, las falsas identidades, los ídolos con pies de barro proclives al alcoholismo y las drogas. Desde el este de Estados Unidos los pioneros cinematográficos se vieron obligados a trasladarse al luminoso y cálido oeste: en 1911 se instalaba el primer estudio en un pueblecito californiano, Hollywood. Comenzaba así la creación de un mundo de magia y leyenda, de sueños dorados... de un mundo con una fachada inmaculada y espectacular que escondía, entre bambalinas, una legión de arpías y monstruos dispuestos a arrasar con todo (y todos) con tal de alcanzar el éxito y la fama. Con la proclamación de la Ley Seca en 1920 (duraría nada menos que 12 años) los vicios «tolerados» se convertían en prohibiciones. «Cuanto mayor es el desenfreno de las costumbres, es mayor la rigidez de la moral», escribió Azorín. El Hollywood de la década de 1920 es el ejemplo más evidente de una sociedad turbulenta y corrupta pero con un aspecto envidiable. El escándalo de Fatty Arbunckle es la punta más visible de ese iceberg maloliente; el caso Taylor no le va a la zaga, el lector del siglo XXI puede comprobarlo por sí mismo.

Sydney D. Kirkpatrick,
Un reparto de asesinos,
Ed. Seix Barral, 2003. 317 páginas.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

PUZLE DE SANGRE

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sábado, 13 de septiembre de 2014

EL INFIERNO EN EL PARAÍSO: otro Dürrenmatt


      La Historia de la Literatura es un largo camino construido por innumerables baldosas. Las hay, evidentemente, de todo tipo: las que resaltan sobre el resto (son los escritores sagrados); las diminutas, las anónimas (aquellos ignorados). Entre estos dos extremos cabe destacar a algunas que, inexplicablemente, son desconocidas por el gran público ¾quizás por su carácter marginal; tal vez por su proximidad a aquellas enormes y acaparadoras¾. Son escritores de culto, especimenes conocidos por unos pocos. No obstante, sus seguidores, a pesar de no ser legión, son insobornables, fieles hasta las últimas consecuencias. El suizo Friedrich Dürrenmatt pertenece a este grupo (donde incluiríamos, por citar a algunos, a Sciascia, a Simenon, a Cheever). Pese a su grandeza, pese a su trabajo tan arduo y concienzudo, la obra de Dürrenmatt es apenas conocida por el gran público.
     Sucede, a veces, que amas tanto un libro que deseas que nadie más tenga acceso a él: su lectura, piensas, podría corromper el libro, prostituir el significado que tú le has dado y que crees exacto. Esa sensación es la que tengo ante los libros de Dürrenmatt: oculto bajo la aparente sencillez estilística ¾como anguis in herba¾ uno puede descubrir un mundo de sutilezas y recovecos, la defensa de un modelo de vida donde la Justicia prima sobre cualquier otro valor.
     La sospecha escrita en 1953 es rescatada por Tusquets para goce de los amantes de la buena literatura. Forma este libro, junto al anterior El juez y su verdugo (1948) ¾también publicado por Tusquests y reseñado anteriormente¾, un díptico en el que el escritor suizo reflexiona sobre los valores que sostienen nuestra sociedad, en el que se expone una filosofía vital que confía en la humanidad a pesar de sus defectos, que cree en la justicia y la moral como únicos valores válidos para crear una civilización. Todo ello bajo el formato de una novela de intriga protagoniza por un enfermo y viejo comisario Bärlach, recluido en la cama de un hospital, convaleciente e indefenso. Un personaje que recuerda, por su aislamiento, al Isidro Parodi de Borges y Bioy Casares, o al Nero Wolfe de Rex Stout.
       En su lecho hospitalario, accidentalmente, Bärlach halla, en una revista, la fotografía de un célebre doctor nazi, famoso por realizar operaciones sin anestesia en un campo de concentración. El parecido con un acaudalado médico suizo, quien posee una clínica privada muy afamada entre la clase pudiente del país, creará en Bärlach una sospecha que deberá confirmar: ¿son ambas la misma persona?. Disquisiciones detectivescas y filosóficas se entremezclan en la investigación que el viejo comisario emprende por su cuenta y riesgo. Es su amor por la Justicia, su fe ciega en que existen unos valores morales y cívicos que deben cumplirse, la que le llevará a conocer una serie de personajes tan entrañables como monstruosos y terroríficos: el extravagante Gulliver; el enano asesino; la fanática e ingenua enfermera Klari, el pobre y lunático Forstchig... la perversa doctora Marlok. En fin, un viaje al miedo más primitivo: el del hombre solo e impotente, atado a un lecho y a una enfermedad que limitan sus actos, pero no sus pensamientos ni sus sentidos.
     Junto a la lograda recreación de la clínica y a la descripción impecable de los momentos más tensos; Dürrenmatt, solapadamente, realiza una crítica ácida y directa a una sociedad como la suiza. En ese aspecto se asemeja a su compatriota y compañero generacional Max Frisch. Nuestro autor se enfrenta a las bases sociales de un país, Suiza, modelo de convivencia y civilidad, pero que es capaz de olvidarlo todo cuando suena el sonido del dinero o cuando se ciega ante la falsa respetabilidad. La hipocresía suiza ¾su neutralidad no le impide acoger el dinero de criminales o terroristas declarados¾ es la que permite y sustenta la existencia de seres como el doctor Emmenberger, el antagonista de la obra, el criminal nazi que no duda en crear un infierno en el paraíso suizo.

       Termina uno la lectura y sabe que la fe de Bärlach (como la de su autor) aparece únicamente en el mundo novelesco... lamentablemente.

Friedrich Dürrenmatt,
La sospecha, 
Ed. Tusquets. 181 págs.

jueves, 11 de septiembre de 2014

¡YA ESTÁ AQUÍ!

Amigas y amigos:

Me dice el editor de Agua Clara que a partir del próximo lunes 15 de septiembre, PUZLE DE SANGRE ya estará a la venta, al módico precio de 12 euros.

Si no pudisteis acceder a la versión digital, ¡ahora es el momento!

Así que ya podéis salir escopeteados hacia la librería más próxima.

Mario (El Libros) y un servidor (El Socio) os prometen diversión segura. Y si no conseguís reíros, el espléndido Mario dice que os devuelve el dinero... Dice...

Un abrazo a todas y todos, y que lo disfrutéis,

Pepe Payá

sábado, 6 de septiembre de 2014

LA SOLEDAD DE LOS PIRÓMANOS: revisitando a Javier Tomeo


        Que Javier Tomeo (1932-2013) es un autor difícil es algo que no debe sorprender a aquellos que hayan accedido a la extensa obra del autor aragonés. La dificultad de Tomeo no descansa en el argumento de sus novelas, sino en la arquitectura, en el armazón sobre el que el autor las ha edificado. Hay obras donde el andamiaje ¾complejo, milimétrico¾ destaca sobremanera (como en El castillo de la carta cifrada o en El discutido testamento de Gastón de Puyparlier); y otras donde sólo la mirada certera y crítica, la lectura atenta y profunda puede desvelar el artilugio que sustenta la obra (como en El crimen del Cine Oriente). La soledad de los pirómanos pertenece al segundo grupo: todo parece anodino, trivial, rozando la monotonía. No en vano la obra habla sobre el aburrimiento de la cotidianidad, sobre la paradójica soledad en una mundo superpoblado. Únicamente una lectura detenida y atenta nos permite descubrir la arquitectura que descansa y sostiene el edificio argumental.
Quizás homenajeando o quizás parodiando al Ulises de Joyce, la novela transcurre en un único día: un sábado de noviembre, en una ciudad portuaria cuyo nombre se omite (aunque ciertos datos nos remiten a Barcelona). Tomeo utiliza el recurso de la primera persona para contar la historia, que se desarrolla en tiempo presente. Los hechos narrados no han pasado, sino que pasan en el momento en que son relatados. Aunque la verosimilitud se resiente, los lectores ganamos en inmediatez.
      La vida anodina de un soltero, Rafael, el narrador, aparece tiznada de personajes tan hundidos en la soledad como el propio protagonista: su amigo Ramón (especie de alter ego del propio autor), su gata Julieta... Y ante la escasez de hechos y acontecimientos relevantes, el narrador debe sumergirnos en las descripciones detalladas y puntillosas de todas las cosas que le rodean. Ahora se homenajea o parodia la noveau roman francesa. Quizás la soledad agudice los sentidos: todo se ralentiza, todo parece cobrar una importancia que no creíamos existiera. Pero al mismo tiempo la soledad nos vuelve egoístas: nuestra mente, ociosa, decide convertir nuestras debilidades en grandezas, tergiversándolo todo. Rafael es un maniático que, a pesar de la socarronería de sus opiniones, no nos puede resultar simpático; nos decantamos por el torpe y tímido Ramón, con sus intentos por enamorarse, con su afán por desasirse de la influencia de Rafael, de salir de la monotonía mecánica, de la vida aburrida que soporta y a la que intenta no resignarse.
       En esa vida gris y aburrida, donde la televisión ha sustituido al Otro, donde el diálogo no existe, donde los fines de semana son una carga y no un premio; en la monotonía de la existencia de Rafael y Ramón, los misteriosos incendios que se declaran en la ciudad devienen un soplo de aire fresco, de renovación. Hay un resquicio por donde poder introducir su imaginación, por donde destilar la sensación de inutilidad y agobio que desprende la vida de los dos solteros.
      La presencia de una niña pelirroja en las cercanías de los incendios se convierte, en la mente inestable del narrador, en una elemento vital: es una grieta en el muro de su existencia gris, es un acicate que remueve su imaginación, su capacidad para fantasear... aunque el precio sea la muerte... La obsesión del narrador hacia la niña pelirroja contagia al lector quien, asombrado, se deja llevar por el monólogo retorcido de Rafael: miramos por la ventana y sentimos alivio al comprobar que ninguna niña pelirroja acecha nuestra casa.

       Termina la novela con una nota de suspense que nos deja en vilo, al pie de un precipicio. Advertimos entonces que la soledad ha sido la verdadera protagonista y que la tristeza que desprenden las páginas tardará todavía un tiempo en borrarse de nuestra alma. Hace un siglo los escritores románticos exaltaban la soledad; en el siglo XXI la soledad ha dejado de ser “un precioso bálsamo” para convertirse en un cáncer.

Javier Tomeo,
La soledad de los pirómanos,
Ed. Espasa Calpe, 2001. 183 págs.