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sábado, 30 de mayo de 2015

SEFARAD: homine homini lupus.

   La sentencia amarga y cierta de Hobbes recorre Sefarad, la décima novela de Antonio Muñoz Molina. La obra no admite el calificativo genérico sin una aclaración: no se trata de una novela al uso (ni al clásico ni al vanguardista). El subtítulo de la obra Una novela de novelas, nos da la pista para su clasificación. La obra es un mosaico denso y complejo donde se suceden casi dos decenas de historias: algunas independientes, otras entrelazadas a través de personajes, espacios o tiempos.
     Compuesta por 17 relatos o fragmentos, la obra no avanza ¾no existe ni introducción, ni nudo, ni desenlace¾, sino que deviene en un torbellino, en una vorágine que absorbe al lector y también al narrador. Son 17 historias las presentadas, no todas entrelazadas, no todas independientes: una columna vertebral las recorre todas ¾como la silueta del tren o la presencia de Kafka que recorren las líneas de la obra¾; una idea que se convierte en el centro de ese torbellino, en el vórtice que lo absorbe todo: la denuncia del ser humano y de su crueldad innata, representada sobradamente en este siglo XX cuya sombra todavía nos cubre. Todos los personajes de esta obra son apátridas y/o fugitivos: desde el gris oficinista atrapado en una ciudad que odia y en un despacho que aborrece; desde el padre de familia que sueña con una vida alejada de la rutina; desde la monja algo alocada que calma su hambre de horizontes con aventuras sexuales a medianoche; desde el enfermo que ve delimitado su mundo a un balcón... hasta el inválido que encuentra la frontera de las muletas; hasta el judío delatado por sus vecinos; hasta el servicial camarada que, sin razón, deviene en el enemigo al que hay que eliminar; hasta la esposa cuyo marido figura en una lista de desaparecidos y en una de las pancartas que se muestran cada domingo en la Plaza de Mayo.... Son tantas los retazos de historias y tantos los entrecruzamientos que llega un momento en que el lector se convierte en investigador, porque aparecen datos, nombres, escenas y personajes que recuerdas (o crees recordar) haber leído unas páginas antes, pero no consigues saber exactamente dónde. Nos podrá gustar o no (incluso habrá quien no la termine de leer); pero no nos dejará indiferentes. Y esa es su principal intención: remover nuestra conciencia.
    Que Sefarad es una obra grandiosa y compleja uno la advierte al comprobar la larga serie de situaciones y personajes que la siembran; y sobre todo al admirarse de la prosa fértil y desbordada de Muñoz Molina. Mezclando documentos históricos y literarios con otros claramente autobiográfico, haciendo uso de la primera, la tercera e incluso la segunda persona verbal, la obra se convierte en ensayo filosófico, social y político. A veces es Proust quien aflora por entre las líneas, otras es Thomas Mann; pero siempre es el inconfundible estilo de Muñoz Molina el que te atrapa y te arrastra, con consecuencias ¾como en el relato titulado “Ademuz”¾ liberadoramente catárticas.
    Es evidente que ante tal caudal de datos y páginas el pulso del autor se resiente en algunos momentos, y entonces aparece el lastre molesto de la documentación minuciosa, de las nombres y datos que llegan a la mente, pero no al corazón. No es una queja: sé que una novela semeja una carrera de larga distancia donde el autor ¾y también el lector¾ necesitan tomar aliento.

     Sefarad es un desahogo, pero también una denuncia y una llamada de atención. Muñoz Molina nos realiza un mosaico del siglo XX y el resultado es argumentalmente negro. Sólo nos cabe una esperanza: el hecho de que todavía haya alguien que pueda y quiera mostrar la crueldad de nuestra especie, que pueda reflexionar sobre nuestra sociedad. La intolerancia y el fanatismo pueden acabar con el ser humano: y muchas de las vidas aquí relatadas son una prueba irrefutable. Pero la novela no es maniquea en el trato de los personajes. Lo trágico y triste no es que cualquiera de nosotros pueda ser hoy o mañana un ser perseguido... lo peor de todo es que también puede convertirse en un delator.

Antonio Muñoz Molina,

SefaradAlfaguara, Madrid, 2001. 599 páginas.

sábado, 23 de mayo de 2015

LA LISTA DE LOS CATORCE: una nueva mirada a la postguerra española


LA SANGRE DE LOS DERROTADOS

    Aunque lleva algunos años (demasiados) sin asomarse a las librerías, siempre he pensado que Nacho Guirado era (y es) un autor de altos vuelos. Tras regalarnos notables novelas negras (tres títulos en tres años: No siempre ganan los buenos, Muérete en mis ojos y No llegaré vivo al viernes, todas en Ediciones B), el escritor asturiano se embarcó en la aventura de la novela histórica.
     La lista de los catorce es una extensa novela que se lee de un tirón. Tomando como base la vida del abuelo del narrador, la obra no se detiene en analizar la vergonzosa herida de la Guerra Civil (aunque la fotografía de la portada y el título —demasiado cercano al de Las trece rosas— podrían erróneamente sugerir), sino que va un paso más allá y nos habla de la postguerra de los derrotados, de los años colmados de sufrimiento e impotencia, del abuso de los vencedores… de la sinrazón del odio y la venganza. ¿Recuerdan en Las bicicletas son para el verano las palabras de don Luis a su hijo? “Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la  victoria”; pues eso.
    Los lectores —conducidos por un ritmo endiablado y por una prosa funcional y directa que no se regodea en florituras porque el tema no lo permite— asisten a las amarguras de Ignacio Blas, un militante socialista que, tras la guerra, sufre las penurias de las cárceles franquistas, los terrores de las condenas a muerte perdonadas in extremis y, finalmente, el castigo de veinte años de trabajos forzados en las minas asturianas, bajo la mirada acerada e hiriente del jefe local de la Falange, quien no dudará lo más mínimo en imponer sus ambiciones y sus ansias de poder a cualquier precio.
     Ante algunos “nuevos historiadores” empeñados en magnificar o disminuir a conveniencia nuestra guerra y sus consecuencias, me atrevo a afirmar que La lista de los catorce es una novela necesaria, imprescindible para reflexionar sobre lo que hicieron (o padecieron) nuestros abuelos. Nacho Guirado combina con maestría las vicisitudes históricas (merced a una labor de documentación encomiable) con las peripecias más íntimas de los personajes principales. Conocedor del terreno en el que mueve sus creaciones, el autor convierte en fácil lo difícil y es capaz de crear unos caracteres inolvidables y unos momentos que cualquier lector de más de sesenta años recordará perfecta y amargamente.

     Hay que lamentar que en las novelas los monstruos, cuya sombra oscureció y oprimió a la sociedad española de aquellos años, posean nombre y rasgos cuando, a la luz de sus repugnantes actos, no merezcan otra cosa que el silencio y el olvido.

Nacho Guirado

La lista de los catorce,

Ed. Martínez Roca Ediciones, 2009. 443 páginas.

sábado, 16 de mayo de 2015

SIGFRIDO: las razones del mal

     En el año 1970 se conmemoró el 25 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez por esa razón durante aquella década proliferaron novelas que intentaban dar una nueva vuelta de tuerca al “problema nazi”: no sólo recordaban el holocausto judío (como hizo una popular serie televisiva), sino que intentaban mostrar las diabólicas peripecias de aquellos nazis que habían podido escapar y ocultarse. En un primer momento fueron novelas como Odessa de Frederic Forsyth, Los niños del Brasil de Ira Levin o Marathon Man de William Goldman; más tarde, a partir de la segunda mitad de la década, se sucedieron las correspondientes adaptaciones cinematográficas: de Ronald Neame, de Franklin J. Schaffner y de John Schlesinger, respectivamente.
      Sigfrido, novela de Harry Mulisch (1927) publicada en Holanda en 2001, es heredera de esta moda, pero en calidad e intención sobrepasa a sus antecesoras: lejos de quedarse en un argumento original, Mulisch intenta dar una razón filosófica a la persona y la actitud de Hitler; y, por ende, a la razón de todo acto monstruoso, deleznable, ...¿inhumano?
      El protagonista de la novela es Rudolf Herter, un famoso escritor holandés, ya septuagenario que representa un alter ego irónico y, a veces, cínico del propio Harry Mulisch. En Viena, donde ha acudido a presentar su último libro, conoce al matrimonio Falk, dueños y guardianes de un secreto que precisan transmitir antes de que sea demasiado tarde. La pareja, en su juventud, formó parte del servicio personal de Hitler y Eva Braun, en su residencia alpina. Allí, en noviembre de 1938, justo durante la trágicamente famosa “Noche de los critales rotos”, Eva Braun, embarazada del Führer, alumbró un niño: Sigfrido. Por órdenes del dictador alemán, el pequeño hubo de ser considerado como el hijo del matrimonio Falk, quienes debían cuidarlo y guardar el más absoluto silencio.
      Dividida en 19 capítulos y escrita casi íntegramente en tercera persona, la novela se mueve entre la crónica diaria y rutinaria del escritor Herter —conferencias, entrevistas, firmas de libros, cenas de compromiso; relaciones familiares con su ex mujer y su nueva compañera, a la que dobla en edad— y la promesa de una revelación, la de los Falk, que al final se hace evidente. De ese modo es fácil agrupar los capítulos en varias partes implícitas: una primera parte que muestra al escritor en su hábitat, donde es el protagonista; una segunda parte donde es un mero oyente, pues el protagonismo recae en el octogenario matrimonio Falk, quienes desvelan a Herter su secreto; y una tercera parte, increíble (pues no se da ninguna justificación al respecto. ¿La conocen el resto de personajes o sólo el lector?), como caída del cielo, donde se nos muestra el diario íntimo de Eva Braun, amante y finalmente esposa del Führer.
     Lo que sorprende de la novela, al margen de tan sabroso argumento, es el virtuosismo de Mulisch en el manejo de la técnica novelesca. Diálogos, descripciones, párrafos en estilo indirecto, alternancias de tiempos verbales, acciones, pensamientos y reflexiones filosóficas, descripciones históricas... decenas de recursos y modos de escritura que son utilizados magistralmente por el autor holandés. Tanto es así que el lector apenas percibe el artificio, la tramoya de la novela. Una prosa directa y certera no admite sino pleitesía y admiración. Confieso que es la primera novela de Mulisch que leo; sé que no será la última.

     Más allá del horror que pueda transmitir un personaje tan monstruoso como Adolf Hitler, Mulisch —a través de la obsesión de su protagonista— profundiza en la razón última y primigenia de esa maldad, intenta apartar el embozo para encontrarse y enfrentarse a la más absoluta, estéril e indescifrable Nada. Wagner, Schopenhauer y, como no, Nietzsche aparecen frecuentemente mencionados a lo largo de la narración; son excusas, salientes a los que los protagonistas deben asirse para intentar descifrar lo indescifrable. Herter, incluso, intenta buscar relaciones que van más allá de la mera casualidad y parecen adentrarse en el Destino, en el Fatum... en la Fatalidad. Si el mundo es una moneda con dos caras, si Bien y Mal son recíprocamente necesarios, si la Bondad de Dios es infinita... ¿cómo hemos de suponer que será el poder del Mal?

Harry Mulisch,

Sigfrido, Tusquets Editores, 2004. 198 págs.