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martes, 14 de julio de 2015

MOJADOS DE AZUL, relatos de Javier Carro.


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    Hace algunos veranos me engañaron. Yo fui uno de tantos miles (o quizás millones, porque la estafa fue de órdago) que picó, compró y comenzó a leer una novela que cierta editorial de prestigio (Alfaguara, ¿por qué ir con contemplaciones?) había anunciado como una genialidad. Un fiasco y una auténtica tomadura de pelo y de cuartos: la terminé a salto de mata y la metí en una caja que precinté. Desde entonces decidí, tácitamente, no fiarme de los genios que salen a espuertas, casi cada mes, y que tienen menos de treinta años. ¿A qué viene todo esto?, se habrá preguntado el improbable lector de este artículo. Es simplemente para recordar que la edad de los escritores es una cualidad a tener en cuenta y que, por muy bueno que pueda ser un autor de menos de treinta años, tengo mis dudas de que pueda ser mejor que uno de cincuenta o sesenta o, como sucede con Javier Carro, setenta años. Entre otras razones porque para escribir bien, para hacerlo  notablemente—no basta con tener en el caletre una buena historia: lo importante es saber plasmarla tal y como esa historia requiere y exige—, para escribir de un modo excelente hay que haber leído mucho. Y Javier Carro ha leído mucho.
    Lo primero que llama la atención ya desde la primera página es que estamos no ante una obra menor —como cualquier despistado puede pensar tratándose de una colección de cuentos—, sino ante un volumen meditado, trabajado y escrito con un gusto excelente y una riqueza de vocabulario y un dominio de la técnica literaria que únicamente se puede conseguir tras muchas y muy intensas lecturas. Porque, al fin y al cabo, el buen escritor solo lo es en la medida en que también es buen lector. Cada página escrita exige un millar de páginas leídas.
    Los catorce relatos que propone Javier Carro (gallego afincado en Alicante desde tiempo ha) se leen con el placer y con el gusto del que saborea un vino añejo y asentado, o degusta bocados de platos bien condimentados. De las páginas del libro se desprende la sensación de paciencia y reposo (uno de los relatos, por cierto, está fechado en 1973; y suponemos que habrá sido corregido un sinnúmero de veces), del trabajo realizado con el esmero con que el artesano prudente y meticuloso pule y lima cada detalle por pequeño que este pueda parecer. Hay historias para todos los gustos: vidas que discurren apaciblemente, sorpresas finales, crímenes que nunca serán resueltos, fragmentos de existencia que nos dejan con ganas de saber más, iniciaciones a la madurez, algo de mala lecha y mucho de sensibilidad, fallecimientos anunciados. El “azul” del título es el del cielo de los relatos, el del mar que discurre por una prosa excelsa y magistral, el del color de los ojos de algunas protagonistas femeninas que son heroínas accidentales. «La cripta» —con un final que nos deja en suspenso y nos dibuja una sonrisa en el rostro—, «El suspenso» —en el que asistimos a la iniciación sexual de un adolescente—, «Contornos» —donde el viaje de una pareja es la metafóra de su relación tortuosa— o el delicado (y nuestro favorito) «Una rama florida de manzano» —con el que se inicia el volumen y marca la tónica cadenciosa, rica en matices, en que va a discurrir el resto del libro, sin los exabruptos de la juventud ni la precipitación que encontramos en la literatura que se vende, pero que no convence—; estos son algunos de los títulos del volumen que Javier Carro nos ofrece.
    Si consideran que la lectura no solo debe divertir —que también—, sino enriquecer, Mojados de azul es el volumen que andaban buscando y que la editorial alicantina Agua Clara nos pone ante los ojos para nuestro placer y para hacer más llevaderos los calores estivales.

Javier Carro,

Mojados de azul, Ed. Agua Clara, Alicante, 170 páginas.