portada

portada

domingo, 20 de septiembre de 2015

LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS: un clásico de la novela popular


     Que yo sepa únicamente G. K. Chesterton (¿quién sino?) alabó la denominada “novela de quiosco”, a la que adjetivó de “simplemente humana”. Entre el resto de críticos (entonces y ahora), la denostadamente llamada “infraliteratura” fue (y es) un mal al que debemos resignarnos como a un molesto catarro invernal. Que la editorial Valdemar edite una obra que es poco menos que la quintaesencia de este tipo de literatura es, cuanto menos, digno de elogio; que además aparezca en una cuidada edición con un sabroso prólogo de Jesús Palacio es, ahora sí, para rendirle honores.
    Emilio Carrere fue tan marrullero y prolífico como todos los bohemios con los que cohabitó. No pasará, desde luego, a los manuales de literatura a no ser porque es uno de los pocos casos en los que él mismo se dedicó a plagiar, cuando no a falsificar, sus propias obras. Como se explica en el prólogo, El misterio de los siete jorobados (1924) es el autoplagio de un cuento anterior que Carrere no quiso convertir en novela y que terminó en manos de otro autor tan marginal como él, Jesús de Aragón, quien concluyó la obra.
    El lector nunca se aburre: lo cual, en los tiempos que corren, no es poco. Para los degustadores de este tipo de ficción bastará recordar a Stephen Keeler (Las gafas del señor Cagliostro, cuya primera lectura debo a mi amigo Julio Sanchis, me hicieron comprender que hay una diferencia entre la buena literatura y la literatura que preferimos). Para aquellos que quieran (y yo les aconsejo que lo hagan) introducirse en la novela de Carrere sólo habrá que señalar que el protagonista se ve envuelto en las más dispares y disparatadas aventuras: las visitas del espectro tuerto y gafe del señor Catafalco; el misterioso asesinato del doctor Robinsón de Mantua; las añagazas del falsificador Bellini; las joyas robadas de la cupletista Bella Medusa; el mensaje cifrado que resolverá el arqueólogo Sindulfo de Arco; las correrías por los subterráneos y las cloacas de Madrid; la enigmática liga de los Jorobados y su ciudad subterránea; y así más y más.
    Siempre habrá quien dictamine con la voz engolada: ¡Un gran despropósito! Pues, si, la verdad, por qué habría que negar lo evidente. Si embargo, un gran disfrute si se devora con la ansiedad de quien, por primera vez, descubre la magia de la lectura. Hubo quien dijo que para leer el Werther de Goethe había que estar enamorado; para leer La torre de los siete jorobados hay que volver a ser niño. Sólo así se disfrutará plenamente de una novela inmensa: sin complejos y con la aceptación de que, en la ficción —y más en la ficción divertida— todo es válido si está escrito con gracia y estilo.

Emilio Carrere,

La torre de los siete jorobados,  Ed. Valdemar,. 286 páginas.


sábado, 12 de septiembre de 2015

EL VIENTRE DE LAS IGUANAS: un dulce bestiario.


    La capacidad cromática del hacedor revela, en su idiosincrasia, un profundo conocimiento de la inclinación en busca de la plenitud de la… ¡Milongas! Como decía mi abuelo: hay música que se te pega a los riñones, y música que no.
    La música que transmite Mª Paz Moreno en su poemario es de las que te llega directamente a los riñones. Que la autora no es nueva en esta plaza uno lo advierte con la lectura de los primeros versos (“Mi abuela Isabel / oía en sueños rebaños de ovejas / pasando junto a la ventana”). El convencimiento de que la autora es una poeta de fuste y temple uno lo adquiere tras la lectura y el disfrute de estas veintisiete propuestas líricas agrupadas en cuatro partes: «Sansueña» —centrada en el recuerdo de la familia ausente, del tiempo irrecuperable; con resonancias a Baudelaire y a Joyce, a Cernuda sobre todo—, «Selvática» —poesía testimonial del paso de la autora por Costa Rica, Perú, México, Ecuador y el oeste de los Estados Unidos de América. Es aquí Pablo Neruda quien aparece entre líneas, y su proverbial capacidad para aprehender la realidad y transformarla en sentimiento poético; aunque al final la poesía se diluya ante la vida—, «Desértica» —el afán por arraigar en un lugar que necesariamente no es físico: “El silencio es una forma de meditación”, escribe— y, finalmente, «Entomología poética» —con resonancias al Guillermo Carnero de «Elogio de Linneo», el poeta como un investigador, la literatura como ciencia… imperfecta.
    La obra poética de Mª Paz Moreno es una continua búsqueda de la palabra exacta, del envoltorio perfecto que contenga la capacidad de expresar lo que nace en el fondo de la inteligencia y del corazón, conjugando ambos (razón y corazón) en unos versos que invitan a la evocación y el vuelo imaginativo, pero siempre partiendo desde el sólido suelo.
      Desde 1994 (La semilla bajo el asfalto) hasta El vientre de las iguanas la autora alicantina ha ido jalonando de hitos un camino siempre ascendente. Misión de todo creador es procurar que su nueva obra supere a la anterior; y Mª Paz Moreno lo ha conseguido: Mudanza en su costumbre (1996), Correspondencia atrasada (1999), Geografía enemiga y los dones perversos (2005) e Invernadero (2007) han sido los peldaños de esta ascensión imparable que muestra a una artista empecinada en la perfección. Cuando reseñamos este último poemario, destacábamos un verso como compendio de una poética, a un tiempo declaración de intenciones: «Cualquier árbol nos supera en sabiduría». De este verso parece surgir el nuevo poemario: la constatación de que el arte nunca superará a la vida, pero, no obstante, es aquel quien dota de sentido a esta.
     La obra se abre y se cierra con la evocación de la familia: la ausente (su abuela Isabel) y la presente (su padre Fernando). Pero también con la referencia a dos animales relacionados con el mundo del textil: las ovejas (la lana) y los gusanos (de seda); ambos productores de un hilo que rodea y vertebra el poemario. El vientre de las iguanas (¡qué hermoso título!) habla, como las grandes obras, de la difícil existencia, de los sueños rotos, del anhelo colmado de ilusiones y proyectos por cumplir, en suma, de la VIDA.

María Paz Moreno

El vientre de las iguanas,  Editorial Renacimiento, Sevilla, 2012, 71 páginas.

"Lamento del Ángel Caído" (fragmento)

Como un animal que se revuelve
herido de lanza,
como el ángel que escogió caer,
como esas hormigas que perseveran
trepando cada noche por mi cuerpo
hasta que son descubiertas
y aplastadas en su osadía,
así me hiere este viento
que arrecia con descaro
allá afuera, en la terraza....



lunes, 7 de septiembre de 2015

84, CHARING CROSS ROAD: el amor a los libros


     La novela me la recomendó, hace tiempo, mi amigo Emilio Soler. Y yo, que soy más joven y menos inteligente, le hice caso. Lo malo es que no recordaba el título ni al autor (que luego resultó ser autora). Pensé en acudir a alguno de los grandes almacenes que pueblan vuestra (nuestra) ciudad pero, ¿cómo buscar algo que carecía de nombre? Recordé que siendo universitario pregunté a una joven y simpática dependienta de un almacén con reminiscencias británicas si tenían El banquete de Platón, puesto que lo había buscado en Alianza (donde sabía que había sido publicado) con escaso éxito. La muchacha respiró reflexivamente, miró al cielo en busca de inspiración y dijo que probase en la sección de libros de gastronomía. Yo arqueé la ceja izquierda (que empleo para la sorpresa y el sarcasmo): “Me parece que ahí no va a estar”, dije (o algo parecido). La muchacha sonrió y muy resueltamente concluyó: “Entonces es que se ha agotado, pero seguro que mañana lo han repuesto. Es un libro que se vende mucho”.¡Cómo no! El Banquete de Platón, ¡un best-seller que te cagas! (con perdón) ¡Ni Arguiñano, tú!
      En fin, mejor buscar en una librería “de verdad” y no en un parking de libros. Entré en 80 Mundos y pregunté a la dependienta (menos atractiva que la anterior, pero no menos simpática) si tenían un libro del que no sabía su título, ni su autor, pero sí su argumento. La mujer no pareció sorprenderse. Yo le referí el argumento (que sólo conocía por lo que de él me había dicho mi amigo Emilio). La mujer sonrió, rogó que esperase y llamó al dueño. Fernando Linde acudió solícito al quite y al reto. Yo volví a referir todo lo anterior. Él me ayudó: ¿está en Anagrama? Recordé que sí, que allí estaba. Volvió a su mesa, se sentó en el ordenador, se levantó y acudió a los estantes, buscó, buscamos los dos, me vinieron a la mente las palabras “Charing Street” y las pronuncié; de nuevo él volvió al ordenador. Me dijo: sí, también hay una obra de teatro y una película. Yo asentí, pero no estaba seguro. (Él sí había acertado). Tengo el título: 84, Charing Cross Road en Anagrama —me dijo. Y rápidamente dejó su mesa, buscó en varios anaqueles y finalmente me dio el libro que, hace no menos de dos horas, he concluido.

    Imagino que el lector de esta reseña se estará preguntando a qué viene todo esto. Pues resulta que el citado 84, Charing Cross Road de Helene Hanff versa precisamente sobre el amor a los libros de una pobre escritora neoyorquina, y de su relación con los empleados de una librería londinense que conocen, aman y se vuelcan en su trabajo. El libro ha sido reseñado cientos de veces; sin embargo yo no quería dejar de constatar mi cariño a la novela y mi homenaje a los verdaderos libreros. He dicho.

Helene Hanff,

84, Charing Cross Road,  Anagrama, 126 páginas.