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lunes, 5 de mayo de 2014

EL VIOLÍN NEGRO: el material del que se hacen los sueños.



     Aunque los modernistas españoles adoraban París, muchos de ellos nunca llegaron a pisarlo. Cuentan que el poeta Villaespesa había deseado siempre conocer la capital francesa. Y cuentan que, en cierta ocasión, tuvo la oportunidad de entrar en sus calles, admirar su río, sentir el sonido de su música... pero, a las puertas de la gran ciudad, ordenó al chófer del automóvil que lo transportaba que diera media vuelta y regresara a España: prefería soñar París antes que arriesgarse a un desengaño.
       
La novela de Maxence Fermine (Albertville, 1968) no habla de Villaespesa ni del Modernismo; y aunque no podemos dejar de admitir que París aparece en sus bellas páginas, podemos asegurar que no es el tema predominante. El violín negro habla de deseos y obsesiones... y de cómo, a veces, es preferible seguir soñando y anhelando.
     El violín negro es una novela tan breve como inclasificable: moldeada mediante breves pinceladas tiene mucho de los cuadros de Seurat y del puntillismo. Componen la obra 45 escuetos capítulos, agrupados en tres partes, donde se conjuga la fantasía y la inmediatez de la Historia. Hay momentos donde la estética naif lo cubre todo: el autor se entretiene infantil y absurdamente en redundancias y aposiciones manidas y evidentes; pero hay otros momentos donde el libro se eleva sobre la pobre realidad que circunda al lector. Absorbido y vencido por el relato ¾a veces, contado por un autor omnisciente; otras, a través de la voz de uno de sus protagonistas¾, el lector apenas necesita realizar esfuerzo alguno para aprehender: pues la prosa que lo forma es tan formalmente ligera como exacta.
     En 1795 las tropas napoleónicas entran en Venecia. Entre sus filas se encuentra el violinista Johannes Karelsky, herido y convaleciente. El azar o el destino lo lleva a ocupar la vivienda del segundo protagonista de nuestra historia: Erasmus, un anciano luthier, que fuera alumno del gran Stradivarius. El gusto por el aguardiente y el ajedrez, pero sobre todo el amor por la música va a unir a estos dos hombres. Karelsky vive obsesionado por la composición de una ópera sublime; Erasmus se oculta del mundo porque tiempo atrás, como un nuevo Prometeo, arrebató a Dios el secreto de la creación. Entre ellos, sobre ellos, uniéndolos para siempre se alza el contorno femenino de un violín negro, la obra maestra de Erasmus y también su pecado y su penitencia. El extraño comportamiento de Erasmus provoca en Karelsky la curiosidad inmediata. El anciano, poco antes de morir, cofiará su secreto al joven violinista.
      Lo que sorprende de esta novela es la delicadeza de sus líneas: discurre la historia con la cadencia del trabajo bien hecho. Quizás otro autor hubiera realizado una obra monumental y voluminosa; Fermine ha preferido la exactitud de hechos y pensamientos al barroquismo de los detalles. Nada en la novela es baladí. Como en un rompecabezas, cada gesto o palabra de sus personajes va a servir para completar un mosaico tan delicado como sabio donde se expone, bajo el aspecto de una historia ciertamente fabulosa y fantástica, una seria reflexión sobre la creación artística.
     El final de la novela, como no podría ser de otro modo, no puede responder a tal cuestión: ¿de qué están hechos los sueños? ¿es capaz el arte de aprehender el mundo, de dar forma a nuestros deseos? No se trata de la realidad enfrentándose al deseo y las ansias; se trata de hallar el material que nos permita forjar y conseguir nuestros sueños. Los personajes de El violín negro encuentran ese material, pero su actitud y comportamiento nos confirman que, a la postre, tal vez sea mejor desear algo que obtenerlo.

Maxence Fermine.
Ed. Anagrama, 2002.
133 páginas.

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