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lunes, 11 de agosto de 2014

REFLEXIONES EN TORNO A LA LITERATURA (1)


         Hace un par de horas que he terminado de leer la novela El verano de los juguetes muertos, de Tony Hill, publicada por Random House en 2011. Teniendo en cuenta que la tomé ayer prestada de la biblioteca antes del mediodía, puedo decir con total propiedad que la novela de marras me ha durado un día. Y no es para menos. La obra es entretenida y el argumento está muy bien desarrollado, de modo que te mantiene en vilo constantemente. Salvo el final, que me recuerda demasiado a los “Continuará…” televisivos, por lo demás me parece una novela conseguida… Si es que lo que pretendía Tony Hill era entretener. Porque no hay más. Si el objetivo era conseguir una obra literaria entretenida, el autor lo ha cumplido sobradamente.
           La novela se desarrolla en tres planos argumentales. Primero, el inspector Héctor Salgado, de la policía barcelonesa, está metido hasta las cejas en un caso de abuso policial que se complica cuando tiene todas las papeletas para ser acusado de asesinato. Segundo, los suicidios (o asesinatos camuflados de suicidios) de dos jóvenes —primero un chico, luego su amiga— de la alta burguesía barcelonesa sirve para poner al descubierto toda la basura de un grupo de gente (tres o cuatro familias) que parecen una cosa, pero que resultan ser la contraria: perversas, hipócritas, embusteras y otros muchos adjetivos negativos. Tercero, estas extrañas muertes despiertan un suicidio “dormido” ocurrido quince años antes y que sirve para clarificar y resolver los misterios del presente.
           Todo ello está muy bien servido mediante una escritura funcional y ágil, muy inclinada hacia el diálogo, con escasas digresiones y descripciones, con pocas metáforas; donde todo está masticadito… tan masticadito que por un momento recuerda a la literatura juvenil (nada que objetar, si es lo que pretendía el autor, claro). Además, los tres argumentos “misteriosos” se ven salpicados por las vidas cotidianas de los policías encargados de resolverlos: Salgado, su ex mujer y su hijo, al que hace más de un mes que no ve; la agente Leire Castro y su embarazo no deseado…
          La novela me ha gustado: he disfrutado leyéndola, he pasado las páginas ansioso por desvelar el arcano del argumento… En pocas palabras: me lo he pasado “pipa”. Desde el punto de vista del entretenimiento es una obra notable… ¿pero es una buena novela “a secas”, una buena obra literaria? Y aquí empiezan las reflexiones que, como tales, no tienen que tener un hilo conductor férreo e inamovible y, así, cual mariposas, van brincando de flor en flor y de tema en tema.
            Estas reflexiones que realizo en voz alta nacen del recuerdo de dos citas.
         La primera: entre las páginas de Jorge Luis Borges, quien, por cierto, fue un gran defensor de la novela policial, se lee esta verdad como un templo: «Es absurdo pretender alargar una adivinanza durante trescientas páginas». Creo que no hay mejor definición de la novela policiaca: algo absurdo por inverosímil; pero el lector que abre uno de estos libros firma un contrato invisible con la ficción y con la verosimilitud, sabe a qué se expone, sabe qué busca. Borges escribió esa oración con el propósito de defender el relato policial, por cuya brevedad y concisión lo veía más cercano a la esencia de lo policíaco. El verano de los juguetes muertos tiene 360 páginas. Si hemos dicho que son tres los enigmas que hay que solventar: ¿es de recibo alargar una adivinanza durante 120 páginas? Alguien dirá que hay algo más que una mera adivinanza, que un enigma; que nos habla de los sentimientos de los personajes, de una sociedad caduca y decadente; que la novela expone temas candentes como el problema de la droga, el abuso de menores… Me parecen pamplinas. La esencia de una novela de misterio está en un enigma (crimen, robo, secuestro…) que ha de quedar resuelto al finalizar la obra; todo lo demás me parece a mí que es superfluo y en muchos casos solo sirve de relleno para dotar de más enjundia al relato, para justificar los 15 euros que te ha costado el libro y que, si tuviera únicamente 5 o 10 páginas, nos parecería una tomadura de pelo.
        Alguien puede pensar que no me gusta la novela policiaca. Craso error. Además, ya he dicho al inicio (para que no hubiera ningún malentendido) que El verano de los juguetes muertos me ha gustado… Lo que no me atrevo a decir es si es una buena novela “a secas”. Siempre he pensado que uno de los objetivos de la literatura era describir y, en cierto modo, fijar el mundo que nos rodea. A veces, lo entendemos más a través de una obra literaria que mediante la inmediatez de nuestros ojos y nuestro entendimiento. El otro objetivo de la literatura consiste en crear cosas “hermosas” (a veces horriblemente hermosas) mediante el uso del lenguaje… Si una novela no se preocupa mucho en el lenguaje que utiliza, no intenta “crear” con él sino únicamente “describir”... ¿Es una buena novela?
           De las últimas diez obras que leído cinco eran piezas teatrales —por motivos académicos y porque, no voy a negarlo, me gustaban—; una era un ensayo sobre el director Brian de Palma; otra, una novela “a secas” (Las intermitencias de la muerte, de Saramago; que, pese al título, no es una novela policiaca); las otras tres eran novelas policiacas (Abril rojo, de Roncagliolo —que me gustó—; El asesino hipocondríaco, de Muñoz Rengel —que terminó aburriéndome por lo reiterativo—; y El verano de los juguetes rotos). Además, comencé dos novelas policiacas que no terminé (antes no me había pasado nunca… Debe de ser cosa de la edad, no sé): Enemigo innúmero, de Carlos Soto, que terminé cerrando definitivamente cuando llevaba más de 200 páginas: encuentro un afán de estilo digo de elogio, un tratamiento original de un tema muy sobado (el psicópata criminal)… pero me pudieron las repeticiones, la lentitud de la historia que no parecía moverse nunca, lo confuso y reiterado de algunas descripciones. Consideré que no era yo el lector modelo de esa novela y la abandoné. No hay que confundir la prisa con el ritmo: le faltaba ritmo a la historia y terminó por aburrirme, porque no me interesaba lo que pudiera pasarle a tan excepcionales personajes. La otra, La ira del Fénix, de Rafa Melero, me pudo mucho antes, a la treintena de páginas: me pareció que estaba muy mal escrita, con un estilo soso y anodino que me recordaba a las redacciones escolares que en ocasiones mando a mis alumnos. No llegué a saber si era entretenida; me pudo comprobar que no era buena literatura, al menos tal y como yo la entiendo. Fue por ese motivo que la abandoné… Sin duda gustará a muchos lectores (me alegraré por ellos y por el autor de la novela), pero no a mí.
           Si el segmento se amplía hasta los 20 últimos títulos leídos habría que incluir seis novelas policiacas más. Es decir, nuevo títulos de veinte. No es exagerado afirmar que el 45% de las obras literarias que leo a lo largo del año (de todos los años de mi vida) pertenecen al género policiaco. Así que, perdonad que no sea humilde, pero de novela policiaca algo sé… y también de literatura.
         ¿Cuántas de estas obras policiacas que leo anualmente pueden ser consideradas buenas novelas? No únicamente buenas novelas policiacas, sino buenas novelas “a secas”: que tengan un afán de estilo, que creen un mundo mediante el lenguaje, que vayan más allá del mero misterio a resolver… que sean inolvidables. Porque lo sé: dentro de varias semanas no quedará en mi cabeza nada del argumento de El verano de los juguetes muertos; como me ha pasado con decenas de novelas policiacas “funcionales” (cfr. Christie, Dickson Carr, Ellery Queen, Sjowall, Fred Vargas, los cuarenta mil escandinavos, Donna Leon...). Es también una suerte: puedo leerlas dentro de un par de años como si fueran la primera vez. Quien no se consuela es porque no quiere.
       ¿Y a qué todo esto? Bueno, ya lo dice el título: reflexiones. Mis reflexiones y mis pensamientos. Que no todos compartirán, claro, y que quizás a algunos les molesten; y que también puedo modificar dentro de un tiempo porque en cuestiones artísticas prefiero no tener unas ideas fijas.
         He citado a Borges y sus palabras. La otra cita que me ha venido a la memoria tras leer El verano de los juguetes muertos es más reciente. Con motivo de la publicación de la nueva novela de Carlos Zanón (de quien no he leído ninguna; pero no ha de ser mal escritor cuando tiene varias publicadas en RBA y, además, es poeta. De esa faceta sí conozco su poesía completa publicada por Playa de Ákaba, Yo vivía aquí; que me parece interesante) fue entrevistado por Revista L y más (junio 2014).
              Pregunta: La mitad de los escritores andan (literariamente) en el mundo criminal: las librería ya                     parecen  el Chicago de hace un siglo. ¿Es moda, cuestión editorial o un delito?
              Respuesta: Es aburrido. Los géneros florecen cuando faltan grandes escritores.

        Estoy de acuerdo. Un somero vistazo a los escaparates de las librerías o a las listas de novedades editoriales lanza un saldo muy positivo favorable a la novela policiaca. Pero hablamos de cantidad, claro… ¿Y de calidad?
        Lo que más me jode es que, también yo, para no ser menos, me he sumado a esta “moda” negra o policiaca. Las cuatro últimas novelas que he escrito pertenecen al género de misterio, con más o menos negritud: la más negra se publica este otoño, Puzle de sangre; otra, más cercana a novela policiaca clásica, lo hará en el invierno de 2015, La última semana del inspector Duarte; las otras dos están escritas pero aún andan batiéndose por algunos premios literarios (por eso prefiero no mencionar sus títulos) y por algunas editoriales. Así que, en cierta medida, también he ayudado a esta moda que, como todas las modas es pasajera y a la postre negativa… pues no existe por naturaleza, sino para combatir a una anterior (en este caso la histórica) y será desplazada por otra que llegue o que ya está aquí (la erótica u otra cuya denominación todavía no se conoce).
        ¿Y todo esto por qué, se preguntará el lector? Por nada en concreto. Ya dije que todo esto me había asaltado al cerrar El verano de los juguetes muertos, una buena novela policiaca pero no una buena novela. Lo malo de las modas que están tan arraigadas es que, con el paso del tiempo, terminan por estragar los paladares de los lectores. Así, alguien que únicamente consuma novela de género puede decir que memeces como La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker, es buena literatura. Será un buen entretenimiento (aunque yo me aburrí como una ostra, puedo admitir que alguien se divirtiera), pero no buena literatura.
        No quiero decir que entretenimiento y calidad estén reñidos. Solo hay que pensar en El mapa del cielo, de Félix J. Palma, por ejemplo, para advertir que la buena literatura también puede ser entretenida.
        Pero en fin, otro día seguiremos reflexionando.