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sábado, 23 de septiembre de 2017

EL SECRETO DE ORCELIS, de Manuel Mira Candel


Resultado de imagen de el secreto de Orcelis     Dándole la vuelta al conocido adagio, podemos asegurar que no hay novela buena que no contenga algo malo. El secreto de Orcelis (Premio Azorín de Novela 2004) de Manuel Mira (Orihuela, 1945) es un ejemplo paradigmático de ello: si en conjunto podemos considerarla como una novela aceptable y bien escrita, no por ello debemos dejar de señalar ciertos altibajos en su desarrollo, sobre todo en las primeras páginas, las cuales se nos presentan demasiado farragosas, repetitivas.
     

        En Apostillas a El nombre de la rosa Umberto Eco argumentaba que cada autor debe elegir y seleccionar a su lector modelo: una complicación o un desarrollo lento en las páginas iniciales supone una criba que delimita el número de lectores que se verán agraciados con el regalo posterior. Algo similar parece desprenderse de la novela de Manuel Mira: el primer capítulo se muestra repetitivo, exigente en demasía (sobre todo en las escenas que tienen lugar en el avión); situación que se relaja un poco en el segundo capítulo, pero que aún así presenta una acción demasiado diluida, rebajando la tensión que debería transmitir al lector.
Pero una vez superado este escollo hemos de admitir que la novela no defrauda.
        
       La obra, compuesta de seis extensos capítulos, está narrada en primera persona. No obstante el narrador y protagonista, Teodomiro Arango, recupera testimonios (mediante cartas, diálogos y grabaciones) de otros personajes; de tal modo que la novela contiene múltiples perspectivas: la focalización se rompe y se convierte en un mosaico. Cada personaje pone su pequeña piedrecita; el narrador será quien en última instancia —como un artesano— las una todas para confeccionar la obra de arte. Antes de entrar en el quirófano, donde le será realizada una delicada operación coronaria, el escritor Teodomiro Arango pasa revista a una vida regida por una obsesión: las tribulaciones de su abuelo, don Bartolomé Arango, desde que la suerte navideña decidió convertirlo en millonario a principios del siglo XX hasta su muerte en 1949. Una vida repleta de sobresaltos y ocultada por el silencio de la familia, que la consideró deshonrosa. A través de la reconstrucción que realiza su nieto vamos comprendiendo y descubriendo esa supuesta vida poco honesta del abuelo.

     La narración va alterando el pasado del homenajeado con el presente del narrador, temeroso y dubitativo ante la operación inminente. Al final el secreto del título nos es desvelado y comprendemos que, como ya dijo Pascal, el proceso de la caza siempre fue más interesante que la pieza cobrada. El milenario recurso del amor es el arcano oculto que se nos revela. Pero también comprendemos que en ese proceso, en esa búsqueda de datos, el propio narrador se ha definido como persona. Ejemplos de este tipo de novela-búsqueda son múltiples en la literatura española de las últimas décadas: desde Beatus Ille de Muñoz Molina hasta La gran ilusión de Sánchez Ortiz, pasando por El expediente del náufrago de Luis Mateo Díez. La novela de Manuel Mira es una muestra más de este tipo de ficción que, desde luego, no desmerece de sus antecesoras.

Resultado de imagen de manuel mira candel      La constante referencia a un cuadro (como ocurriera en El jinete polaco de Muñoz Molina) que perteneció al abuelo Arango sirve de leit-motiv y excusa para la reconstrucción de una vida intensa y, de pasada, el homenaje a una ciudad. A nadie escapa que bajo el topónimo ficticio de Orcelis se oculta Orihuela. No es práctica inusual en la literatura. Basta recordar la Vetusta de Clarín (Oviedo), Yécora de Baroja (Yecla), Mágina de Muñoz Molina (Úbeda) o la propia Orihuela, a la que Gabriel Miró convirtió en Oleza. Evidentemente el autor no pretende engañar a nadie: es su capacidad para crear ficciones lo que reivindica al utilizar este mecanismo literario. Bautizar con un nombre nuevo a una localidad es también dotarla de un nuevo rostro: ya no es necesario describir ni retratar detalladamente los lugares y las personas de la urbe en un afán realista y verídico. La libertad de movimientos es, entonces, mucho mayor. Y el lector lo agradece.


     La novela es también un homenaje, o si se prefiere, una deuda familiar que (suponemos) necesitaba ser saldada. De un modo u otro, todos (lectores, personajes y autor) tenemos nuestras cuentas pendientes; novelas como esta nos lo recuerdan, afortunadamente.

Manuel Mira Candel,
El secreto de Orcelis,  Planeta, Barcelona. 370 páginas.