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sábado, 20 de septiembre de 2014

UN REPARTO DE ASESINOS: asesinato en el plató.

     
      En 1988 la editorial barcelonesa Seix Barral publicaba Un elenco de asesinos: la novela pasó sin pena ni gloria por las librerías españolas. Quince años después de aquel primer intento, Seix Barral volvió a reeditarla con distinto título: Un reparto de asesinos. Lamentablemente, no tuvo mejor suerte.
    Siguiendo la brillante estela inaugurada por A sangre fría (1966) de Truman Capote, la obra se concibe (y se lee) como una “novela documento”, no-ficticia: pretende ser la reconstrucción fiel de unos hechos reales, no verosímiles y sí verdaderos. Lo cierto es que el lector se encontrará ante una agradable sorpresa: una novela casi excelente en su construcción (tal vez se acumulan demasiados personajes, algunos de ellos poco o escasamente moldeados), que contentará por igual a los amantes de la literatura de misterio y a los cinéfilos.
     El director de cine King Vidor (1894-1982) —autor de obras como Guerra y paz, Duelo al sol y ¡Aleluya!— rodó su última película en 1959, Salomón y la reina de Saba. Desde entonces hasta su muerte inició (o imaginó, al menos) una multitud de proyectos que no pudo llevar a buen término. En 1967 el azar le llevó a interesarse por un hecho criminal acaecido en el primitivo Hollywood de 1922: el asesinato del actor y director William Desmond Taylor, que quedó sin resolver. Durante casi un año, Vidor indagó en hemerotecas y archivos, entrevistó incluso a viejos actores, actrices y empresarios cinematográficos que habían conocido al fallecido. De súbito las pesquisas de Vidor cesaron y el material recopilado fue ocultado. Tras su muerte, el periodista Sydney Kirkpatrick inició una biografía del director. Tuvo, entonces, en sus manos todo el material sobre el caso Taylor reunido por Vidor; descubrió por qué el director había mantenido en silencio dicho archivo: en 1967 algunos de los implicados directamente con el caso todavía estaban vivos y podían ver dañada su reputación y su carrera. Pero en 1986 ya no, y por ello Kirkpatrick, basándose en esos datos, reconstruyó tan increíble investigación, sazonándola con aspectos personales e íntimos (matrimoniales) del fallecido director.
     El cinéfilo disfrutará al reconocer a los seres reales que pululan por la novela: la gran Gloria Swanson, Cecil B. De Mille, el productor Sennet, el incombustible Allan Dwan, los pioneros Thomas Harper Ince y Griffith, Mary Pickford, Chaplin, Lilian Gish.... y muchos más. Y aunque cada escena es real tampoco podemos sustraernos al recuerdo de películas como El crepúsculo de los dioses, Grandes esperanzas de David Lean o la más reciente L.A. Confidential. Los últimos capítulos, por ejemplo, parecen extraídos del guion de la magistral e inquietante ¿Qué fue de Baby Jean? de Robert Aldrich.
        Lo cierto es que la investigación de Vidor nos lleva a contemplar una época cinematográfica inaugural que se sustentó sobre los escándalos sexuales, las falsas identidades, los ídolos con pies de barro proclives al alcoholismo y las drogas. Desde el este de Estados Unidos los pioneros cinematográficos se vieron obligados a trasladarse al luminoso y cálido oeste: en 1911 se instalaba el primer estudio en un pueblecito californiano, Hollywood. Comenzaba así la creación de un mundo de magia y leyenda, de sueños dorados... de un mundo con una fachada inmaculada y espectacular que escondía, entre bambalinas, una legión de arpías y monstruos dispuestos a arrasar con todo (y todos) con tal de alcanzar el éxito y la fama. Con la proclamación de la Ley Seca en 1920 (duraría nada menos que 12 años) los vicios «tolerados» se convertían en prohibiciones. «Cuanto mayor es el desenfreno de las costumbres, es mayor la rigidez de la moral», escribió Azorín. El Hollywood de la década de 1920 es el ejemplo más evidente de una sociedad turbulenta y corrupta pero con un aspecto envidiable. El escándalo de Fatty Arbunckle es la punta más visible de ese iceberg maloliente; el caso Taylor no le va a la zaga, el lector del siglo XXI puede comprobarlo por sí mismo.

Sydney D. Kirkpatrick,
Un reparto de asesinos,
Ed. Seix Barral, 2003. 317 páginas.