portada

portada

viernes, 15 de agosto de 2014

LOS CAPRICHOS DE LA MUERTE: un Saramago genial y divertido

        Cuando termino de leer Las intermitencias de la muerte, publicada por el Nobel portugués José Saramago en 2005, hay dos ideas que me rondan por la cabeza. La primera: la fuerza de un hombre de 83 años (nació en 1922) para concluir una obra tan notable como la que acabo de leer; la capacidad intelectual y física (porque escribir supone un esfuerzo físico que muchos desconocen) de un hombre que todavía es capaz de publicar dos novelas más —El viaje del elefante (2008) y Caín (2009)—; un libro autobiográfico —Las pequeñas memorias (2006)—; y una colección de relatos y pensamientos —El cuaderno (2009)—, antes de dejarnos en 2010. ¡Extraordinario! No concibo otro adjetivo.
          La segunda idea se refiere al optimismo que destilan las páginas, al afán de seguir viviendo que posee el octogenario escritor y que el lector advierte conforme van avanzando las palabras. No he leído toda la bibliografía de Saramago, pero de todas las novelas que he tenido la dicha de leer (y con las que espero todavía deleitarme) estoy por asegurar que esta novela es la más optimista, la más alegre de todas. ¡Y eso que el tema —con la muerte como protagonista— parece presagiar lo contrario!
       He aquí, muy sucintamente, el argumento: En un país innominado, pero que el lector asiduo a Saramago muy pronto reconoce —porque se parece mucho al que ya utilizó en Ensayo sobre la ceguera (1995) y Ensayo sobre la lucidez (2004)—, la muerte deja de actuar. Parte el autor de una proposición contraria a la evidencia de los hechos corrientes y terrestres: puesto que la muerte deja de actuar durante muchos meses, nadie fallece en ese país. Lo que puede parecer una bendición no tarda en devenir en desgracia: los hospitales se abarrotan; las funerarias quiebran; los familiares viven en un estado de ánimo siempre alterado al ver que sus mayores no fallecen; la iglesia pierde su razón de ser puesto que si nadie muere nadie ha de resucitar en otra vida mejor. El hundimiento económico del país se prevé en pocos años puesto que el mantenimiento de las personas ancianas es cada vez mayor. Surgen las mafias (maphia, en la novela) que ayudan a transportar a los enfermos al país vecino, donde nada más cruzar la frontera fallecen.
       No es una obra pesimista, sino todo lo contrario porque la muerte es tratada como un ser humano y no como una entelequia o un poderoso espíritu: tiene sus dudas, sus vanidades e incluso sus errores.
        Por supuesto, Saramago no abandona su particular estilo escritural. Un estilo que, a quien se acerque por vez primera al autor portugués, no dejará de sorprenderle. Las novelas de Saramago son de difícil lectura, no por el nivel del lenguaje, sino por cuestiones estilísticas y si se quiere, de maquetación. Enormes párrafos donde el diálogo se imbrica y forma parte de la narración, sin marcas gráficas que lo señalen. Hay que añadir la ausencia de mayúsculas en los nombres propios. Rasgos que podríamos denominar vanguardistas pero que en el autor portugués son la carta de presentación.

          No les desvelaré el final de la novela, pero ustedes mismos podrán comprobar que termina tal y como empieza: «Al día siguiente no murió nadie». Una gran obra crepuscular de una de las voces más originales de la literatura universal.