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miércoles, 14 de junio de 2017

Entrevista con el autor de DESTILANDO FANTASMAS


«Escribo las novelas que me gustaría leer», afirma José Payá. «Puede parecer una obviedad, pero no siempre es así».

    «Por favor, toma asiento», me dice José Payá Beltrán tan pronto como me hace pasar a su despacho. Es una estancia atestada de libros, donde sin duda han de existir paredes, pero son totalmente invisibles tras la gran cantidad de estanterías colmadas de títulos. Me quedo boquiabierta: he llegado al paraíso del lector.

    Nos sentamos el uno frente al otro, separados por una mesa repleta de papeles, volúmenes, un ordenador portátil, un atril de madera donde hay una lupa inmensa, tarros con lapiceros y bolígrafos, una impresora, una foto familiar. Es un caos, y se lo digo.

    «No te creas», me aclara. «Soy de los que se manejan muy bien en el desorden, que no es tal. Es un desorden ordenado donde conozco el lugar de cada cosa».

    Luego me pide que, por favor, lo tutee.«Y llámame Pepe», insiste. Sonriendo le muestro la grabadora que deposito encima de la mesa, junto a los dos volúmenes del diccionario de la RAE. Pulso el botón y empezamos.

¿Por qué otra vez Destilando fantasmas? ¿Acaso ya no tienes más ideas y echas mano de lo anterior?

    [Sonríe] Siempre tengo ideas. El año pasado publiqué un nuevo libro, Morirás muchas veces. Y hace menos de un mes que he terminado otro. Además, tengo tres novelas y un libro de cuentos en el cajón de mi escritorio… esperando que alguna editorial desee publicarlos. No es tan fácil. Yo he tenido suerte. Hay quien ha tenido más, por supuesto; pero no yo me puedo quejar… y no me quejo.

    En cuanto a por qué publicar de nuevo Destilando fantasmas. La novela funcionó bastante bien en papel, dadas las circunstancias: la editorial era pequeña y de provincias, la promoción corría toda por mi cuenta… Siempre he pensado que es una novela que merece mejor suerte, que el público lector debe conocerla y por cuestiones de distribución no llegó a conocerla en su día. Ahora, en su formato digital, cualquier persona desde cualquier lugar del mundo puede acceder a ella en apenas unos minutos. Se lo propuse a Ade [Se refiere a Adelaida Herrera, editora de Click Ediciones] y la convencí. La novela le gustó y no es para menos…

¿Tan buena es?

   Yo no soy el más indicado para decirlo… Está algo mal que yo lo diga, pero sí, objetivamente es una novela notable. Alguien te dirá que es más, que es sobresaliente. No voy a decir que es mi mejor novela, porque un escritor siempre intenta que su última obra sea la mejor, y desde 2007 he publicado cuatro títulos más. Pero sí diré que es mi obra preferida, la que más gratos recuerdos me trae, en la que mejor (y peor) me lo he pasado mientras la escribía. Apenas tenía 30 años y estaba pletórico de energías y de optimismo. Voy notando el paso del tiempo en mi ritmo de escritura y también en mi estilo; los años no pasan en balde, desde luego.

Tendrás que aportar más pruebas, más argumentos para convencerme y convencernos de que la novela merece la pena.

    ¿Te gusta leer?

Sí, por supuesto.

    Porque esta novela está dirigida hacia un público que disfruta leyendo. El lector modelo de Destilando fantasma no es esa persona que necesita todo un año para leer la última novedad de la librería, la que ha comprado movida sobre todo porque todo el mundo la compraba. No. El lector de mi novela ha de pasar por unas páginas iniciales —la primera parte de la obra— muy exigentes.

¿Aburridas?

    En absoluto, que va… Todo lo contrario. Cuando escribí la novela tenía en mente El nombre de la rosa, de Eco, pero trasladado al universo de las primeras novelas de John Irving, de El mundo según Garp, Una oración para Owen Meany o El Hotel New Hampshire. La primera parte de la obra es la presentación pormenorizada de los personajes: un grupo de estudiantes españoles que estudian y trabajan en la Universidad de Ohio, en la ciudad de Columtown, un trasunto de Columbus. Durante casi cien páginas asistimos a sus líos amorosos, a los devaneos sexuales, a los problemas intrínsecos que se hallan en el hecho de impartir clase, a las dudas juveniles, a las conversaciones sobre muchos y variados temas, a la nostalgia de la patria lejana… Te puedo garantizar que no se trata, para nada, de una parte aburrida. Eso sí: es una criba.
¿Y luego? Porque si es una prueba para el lector, imagino que habrá un premio, ¿no?

   El mejor de los premios: la imposibilidad de no poder dejar de leer y, además, de introducirte completamente en la historia. Imagina que tras esa vida rutinaria y anodina, el grupo de amigos se embarca en una aventura intelectual que se convertirá, en algunos casos, en una obsesión: en una obsesión peligrosa que les traerá trágicas consecuencias.

¿Un asesinato?
  
   Por supuesto, los que me conocen saben que me niego a escribir más de cien páginas sin matar a nadie.

Y nos reímos los dos. Lo dejo continuar porque no deseo cortar la vehemencia y la ilusión que transmiten sus palabras.

    Imagina que estás leyendo un libro tomado en préstamo de la biblioteca. De una biblioteca de once plantas como la que, realmente, existe en esa universidad. Durante tu lectura adviertes que algunas de sus palabras están marcadas y que, al unirlas, puedes formar un enunciado, un mensaje que te conduce a otro libro. Y buscas ese libro y vuelves a hallar las palabras marcadas que te llevan a un tercero y así, libro tras libro, sucesivamente, se va configurando el mensaje definitivo y, también, la novela.

Suena interesante.
    
    Es interesante. Además, ten en cuenta que la acción sucede a mediados de la década de 1990, en un tiempo previo a Internet, cuando el conocimiento debía ser extraído de los libros tras consultas lentas y meticulosas. Me encanta la sensación de buscar datos entre los libros. Soy un tipo anticuado, claro. Hoy en día basta un click para tenerlo todo.

Te ahorras mucho tiempo.

    Sin duda, pero a veces me pregunto para qué tanto ahorro de tiempo. ¿Has leído El principito?

Sí.

    ¿Recuerdas un capítulo en que aparece un señor que quiere venderle al Principito unas pastillas para calmar la sed? El vendedor argumenta que tomando esas pastillas se sacia la sed y así disponemos de más tiempo. ¿Para qué?, pregunta el Principito. Para tener más tiempo libre, dice el vendedor. Y entonces el Principito comenta que si él dispusiera de tanto tiempo libre lo que más le gustaría sería invertirlo en un tranquilo paseo hasta una fuente de donde brotase un chorro de agua fresca y cristalina, a la sombra de los árboles.

Sé lo que quieres decir.

   Verás, cada vez me cuesta más escribir novelas, crear argumentos que se desarrollen en la actualidad. No tengo ninguna duda de que el teléfono móvil, Internet y todo el resto de elementos tecnológicos han hecho más cómoda nuestra vida. Sin embargo, me resulta muy difícil introducirlos en mis novelas. Quizás porque no tengo teléfono móvil, no sé… Pero lo cierto es que estoy más cómodo escribiendo sobre un tiempo anterior a esta revolución tecnológica. Mi última novela, todavía inédita, se desarrolla en las décadas de los 50 y de los 70… Literariamente hablando me parecen épocas más cómodas sobre las que escribir que este siglo XXI.

Pero necesitarás más documentación.

   No me importa. Disfruto mucho documentándome. Invertí varios años en documentarme para escribir Destilando fantasmas.
Nos hemos ido un poco del tema.
   
   ¿Que era…?

Razones para leer Destilando fantasmas. Tenías que convencerme de que la leyese.

    ¿Y lo he hecho?

    Le sonrío, apago mi grabadora y le pido permiso para hacerle algunas fotografías. No muchas porque se nota que no está cómodo ante la cámara. Luego le doy las gracias y me despido.


     Creo que las razones para leer o no una novela ha de proporcionarlas el propio lector.

1 comentario:

  1. Yo pasé esa criba hace algunos años y disfruté mucho de la novela. Vicioso de la lectura que es uno.

    Un abrazo.

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