LA NOVELA DE ESPÍAS.
Aunque hay precedentes en Joseph Conrad (El agente secreto) y en Erskine Childers (El enigma de las arenas), ninguna de estas novelas parece una novela de espías tal y como hoy en día podemos llegar a concebirla.
Las novelas de espionaje surgieron a partir del enorme éxito
de 39 escalones (1915) de John Buchan. Su personaje Richard Hannay está
basado en las experiencias el autor, que trabajó como jefe del Servicio Secreto
Británico durante la I Guerra
Mundial. Dentro de esta línea argumental y de estilo encontramos la novela El
agente secreto (Ashenden, 1924) de Somerset Maughman: colección de
historias protagonizadas por el personaje del título.
Los
preparativos y el estallido de la
II Guerra Mundial darían un nuevo giro a las novelas de
espías. El inglés Eric Ambler escribió media docena de volúmenes que suponían
un cambio en el argumento y en el tratamiento literario de este tipo de ficciones.
Más que Las fronteras sombrías (The Dark Frontier, 1936) o Epitafio
para un espía (1938), su mejor obra es, sin duda, La máscara de
Dimitrios (1939), construida a modo de mosaico y sazonada con continuos
flash-backs.
La
irrupción de la Guerra Fría
daría paso a autores como Ian Fleming, creador del archifamoso Agente 007,
James Bond, en Operación Trueno (1955),
Desde Rusia con Amor (1957) y Goldfinger (1959), entre más de una
docena de títulos. Len Deighton, creador del cínico y desencantado agente
secreto Harry Palmer —una especie de respuesta humorística al superhombre de
Fleming—, alcanzaría un relativo éxito con Ipcress
(1962) y Funeral en Berlín (1964). El
autor más importante de este género —y que todavía hoy en día nos sigue
regalando con sus obras— es John Le Carré que, tras tantear el género de la
novela-enigma (Un asesinato de calidad)
se consagraría con El espía que surgió
del frío (1963) y El topo (Tinker, Taylor, Soldier, Spy, 1974),
donde creó al personaje de George Smiley, desmitificación de los espías
aventureros y mujeriegos. Otros autores (Frederick Forsyth y Ken Follet, por
ejemplo) intentaron relanzar el género en la década de los 70 y los 80; pero
después de la calidad de Le Carré, las comparaciones jugaban en detrimento de
todos ellos.