portada

portada

viernes, 16 de mayo de 2014

Brevísima historia de la novela de misterio (IV)


LA NOVELA DE ESPÍAS.


   Aunque hay precedentes en Joseph Conrad (El agente secreto) y en Erskine Childers (El enigma de las arenas), ninguna de estas novelas parece una novela de espías tal y como hoy en día podemos llegar a  concebirla.
   Las novelas de espionaje surgieron a partir del enorme éxito de 39 escalones (1915) de John Buchan. Su personaje Richard Hannay está basado en las experiencias el autor, que trabajó como jefe del Servicio Secreto Británico durante la I Guerra Mundial. Dentro de esta línea argumental y de estilo encontramos la novela El agente secreto (Ashenden, 1924) de Somerset Maughman: colección de historias protagonizadas por el personaje del título.
    Los preparativos y el estallido de la II Guerra Mundial darían un nuevo giro a las novelas de espías. El inglés Eric Ambler escribió media docena de volúmenes que suponían un cambio en el argumento y en el tratamiento literario de este tipo de ficciones. Más que Las fronteras sombrías (The Dark Frontier, 1936) o Epitafio para un espía (1938), su mejor obra es, sin duda, La máscara de Dimitrios (1939), construida a modo de mosaico y sazonada con continuos flash-backs.

    La irrupción de la Guerra Fría daría paso a autores como Ian Fleming, creador del archifamoso Agente 007, James Bond, en Operación Trueno (1955), Desde Rusia con Amor (1957) y Goldfinger (1959), entre más de una docena de títulos. Len Deighton, creador del cínico y desencantado agente secreto Harry Palmer —una especie de respuesta humorística al superhombre de Fleming—, alcanzaría un relativo éxito con Ipcress (1962) y Funeral en Berlín (1964). El autor más importante de este género —y que todavía hoy en día nos sigue regalando con sus obras— es John Le Carré que, tras tantear el género de la novela-enigma (Un asesinato de calidad) se consagraría con El espía que surgió del frío (1963) y El topo (Tinker, Taylor, Soldier, Spy, 1974), donde creó al personaje de George Smiley, desmitificación de los espías aventureros y mujeriegos. Otros autores (Frederick Forsyth y Ken Follet, por ejemplo) intentaron relanzar el género en la década de los 70 y los 80; pero después de la calidad de Le Carré, las comparaciones jugaban en detrimento de todos ellos.