Guelbenzu vuelve a deleitarnos con un nuevo caso (el tercero) de la juez Mariana de Marco —tras No acosen al asesino (2001) y La muerte viene de lejos (2004)—. Y lo
hace con una historia que se inicia algo confusa y demasiado folletinesca para
terminar sumergiéndonos en una novela de misterio al estilo clásico, muy
inglesa, poblada de elegantes personajes desocupados, de turbios pasados
familiares, de fincas aisladas, de muertes naturales que no lo son, de
sirvientas chismosas a la manera de Agatha Christie y de una protagonista —la
juez De Marco— que parece un doble de Miss Marple, solo que con mejor tipo y
mayor gracia (Uno no deja de preguntarse por qué los miembros de nuestra
judicatura no tienen la capacidad de reflexión de Mariana: pues a tenor de los
recientes acontecimientos resulta evidente que no la poseen).
El grueso de la novela se desarrolla en
apenas un largo fin de semana en el que la atractiva juez Mariana de Marco ha
sido invitada a la boda de una amiga que se celebra en una finca vinícola de la
provincia de Toledo. El calor estival y los nervios del acontecimiento crean un
ambiente de insoportable crispación. A través de unos diálogos detallados y
reflexivos, al modo de Dickson Carr o Ellery Queen (lejos de las aburridas o
casi indescifrables peroratas de Dorothy L. Sayer, a quien incomprensiblemente Guelbenzu
admira), los lectores vamos disfrutando de una historia detectivesca donde nada
es lo que parece y donde, tras cada palabra inocente, se oculta un hecho de
sangre y un pasado plagado de sombras.
El cadáver de un hombre desaparecido
treinta años antes es hallado casualmente en el lugar donde ha de celebrarse el
desposorio de uno de sus nietos. Este sorprendente hallazgo es el inicio de una
serie de extrañas muertes que llevaran a nuestra protagonista a convertirse en
detective amateur. El relato de los hechos actuales se alterna con el de la
historia familiar: una sucesión de nombres, parentescos y relaciones al uso
decimonónico y folletinesco. ¿Estos abusos son errores del autor o son una
crítica velada a los que pueblan la exitosa La
sombra del viento, aparecida en fechas próximas a este Cadáver arrepentido? Puesto que esta novela no es santo de mi devoción,
prefiero pensar que Guelbenzu intenta ridiculizarla.
Si al reseñar la La muerte viene de lejos, me quejaba de que tal vez el autor había
agotado ya los personajes y los ambientes, gratamente confieso ahora que El cadáver arrepentido me ha arrojado a
la cara la verdad: lejos de repetirse, Guelbenzu se supera por el bien de todos
los lectores. Cuando se publicó No acosen
al asesino, Rafael Conte, desde las páginas de El País, la calificó como “El descanso del guerrero”. Pues ya van
tres descansos (escribí esto en 2007; ahora ascienden a siete): ¡ojalá yo pudiera descansar con tamaña maestría!
J. M. Guelbenzu,
El cadáver arrepentido,
Ed. Alfagura, 2007. 388 páginas.