Al margen de lo cinematográfico, el libro
se justifica per se. Confieso no ser especialmente proclive a los relatos
de ciencia-ficción: exceptuando a Bradbury y a Asimov mi ignoracia en este
subgénero es manifiesta. De hecho del doctor Stanislav Lem (1921) me atrajeron
otras obras donde era más evidente el impulso “detectivesco”; hablo de La
investigación y de La fiebre del heno.
La novela Solaris presenta una
estructura semejante a la teatral. Hay un escenario único: en un lejano planeta
—el que da título a la obra— la Humanidad ha emplazado una estación cuya misión
es la de observar el «comportamiento» del océano que cubre el planeta. Aparecen
únicamente seis personajes, de los cuales uno es un cadáver y otros dos son
meras “apariciones”. El tiempo está convenientemente reducido y anotado: la
vida de los habitantes de dicha estación se alarga en la rutina y la cotidianidad
más aburrida. Igualmente la acción es también única: ¿el océano que deben
observar —y sobre el que viven— puede ser considerado como un «ser
inteligente»?. La respuesta, desde luego, no es clara. Lo que sí es evidente es
el afán de Lem por mostrarnos un ser humano nunca hecho a la medida del
Universo; una Humanidad pretenciosa y con afán imperialista que debe
enfrentarse con especies tan innombrables como inescrutables. En cierto modo
Lem desprende un aroma típicamente swiftiano (algo semejante ocurre también en
su novela La investigación) y nos muestra los lados más absurdos del
progreso humano y, desde luego, el desequilibrio existente entre los límites
propios del conocimiento terrestre y el desarrollo, a veces incontrolado, de la
búsqueda científica.
El tema, pues, se ha planteado desde las
páginas iniciales: ¿Qué sucedería si viéramos realizados nuestros sueños? ¿Cuál
sería nuestra comportamiento si se nos ofreciera una segunda oportunidad? En el
marco del océano “inteligente y omnipotente” que cubre Solaris, Stanislav Lem
nos propone sumergirnos en una historia de amor que (créanme) nunca olvidaremos.
Stanislav Lem
Solaris,
Ed. Minotauro, Barcelona, 2002. 236 páginas.