Será la edad, pero conforme envejezco y,
por tanto, conforme leo más y más libros, cada vez soy más propenso a abominar
de los adjetivos, de las clasificaciones. Juzgar una novela por el calificativo
que la acompaña (que si romántica, que si histórica, que si negra, que si
blanca…) me parece cada vez más absurdo; aunque se siga utilizando como guía
para libreros y lectores. Quien se acerque a la última propuesta de Empar
Fernández, La última llamada, guiado
por el calificativo de “novela negra” o “de misterio” (no en vano está incluida
en la colección Off Versátil), saldrá decepcionado, porque la novela —aunque no
carece de misterio (¿qué novela no lo tiene?)— no convierte este en el
principal resorte de la acción. La mujer
que no bajó del avión, su anterior título y que también reseñé en este
suplemento, ya supuso una forma muy personal de enfocar la “negritud”
novelística. En La última llamada la
autora insiste en los rasgos que ya alabé en el anterior título: pocos
personajes; nada de acción extrema, de sexo, de disparos, exabruptos,
psicópatas; una acción escasa y siempre supeditada a las reflexiones y los
pensamientos de los personajes.
El argumento es fácil de resumir: una
muchacha, Noemí, sale una noche de casa y ya no regresa. Tres años después la
familia —su padre, su madre y una hermana mayor— está a un solo paso de la
ruina anímica y física. Los remordimientos y el sentimiento de culpa del padre
de la muchacha —que aquella noche fatídica no contestó la llamada de Noemí— son
la columna vertebral de la novela. A un tris de despeñarse en el abismo del
alcohol, a un paso de perder el trabajo, con los nervios a flor de piel, Julio
Monteagudo, el padre, vive con el corazón asomando por la garganta, obsesionado
por la hija que nunca apareció. Empar Fernández sabe cómo describir su estado
anímico: la culpa que le impide dormir y que ha convertido su vida en una
obsesión enfermiza y autodestructiva. Su desesperación lo lleva a contactar con
una médium de origen irlandés a la que su hjja mayor, Yolanda, pretende
desenmascarar y denunciar como farsante. Y no desvelaré más.
En su debe advertimos un uso peculiar (y
erróneo) del punto y coma, una profusión de reflexiones que, sin duda,
exasperará a ciertos lectores (no a quien esto escribe) y que acercan la novela
a la literatura decimonónica; la escasa relevancia de algunos personajes
trazados quizás demasiado esquemáticamente (la madre, el subinspector de
policía, el novio de Yolanda); y el final abrupto que, como siempre sucede,
decepciona al ser comparado con el arranque. Siempre ocurre igual. Las
denominadas novelas de misterio adolecen de este defecto, insalvable: el
planteamiento del problema siempre es más interesante que la solución, porque
lo que importa no es la meta, sino el camino que nos lleva a ella.
En su haber: el dominio de la autora para
mantener la tensión a pesar del fino hilo argumental; la conjunción de varios
puntos de vista (el de Yolanda, el de Julio, el de la propia vidente) con los
que dota de agilidad una historia estática; el empleo de la elipsis y el
sobreentendido como creadores de tensión; la facilidad de estilo y de lectura,
prueba del buen cuidado en la escritura y, sobre todo, reescritura de la
novela.
Empar Fernández ha sido valiente al
escribir una historia muy alejada de la novela negra más canónica. Aunque
autora y obra se paseen por los diversos encuentros, semanas o eventos
dedicados a la novela negra que pueblan nuestra geografía, La última llamada es más que eso: simplemente una novela… una buena
novela.
Empar Fernández
La última llamada,
Ediciones Versátil, Barcelona, 273 pp.