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Los propósitos del escritor son los mismos
que los del lector. ¿Por qué se escribe, por qué se lee un determinado tipo de
libro?
Hay autores que pretenden cambiar la historia de la literatura con sus
obras, incluso algunos, la historia de la humanidad (pienso en Roth, en
Coetzee, en Mann)
Hay otros cuya intención estriba en explicitar sus
experiencias, compartirlas con los lectores (pienso en Irving, en Muñoz Molina,
en Galdós).

Félix J. Palma (Sanlúcar de Barrameda, 1968) pertenece a este grupo: su
principal cometido es disfrutar escribiendo y transmitir a sus lectores esa
alegría y ese amor por la fantasía. Y lo consigue. No es un genial escritor,
pero sí es un narrador notable, un contador de historias extraordinario, con un
caudal de imaginación del que la literatura española parecía huérfana. Y sobre
todo, con un desparpajo que le lleva a romper todos los moldes tácitamente
establecidos en el canon literario.
Si
hace cinco años nos había entusiasmado con la excelente El mapa del tiempo (Alianza Editorial), vuelve ahora a dar una
vuelta más de tuerca en su no menos notable El
mapa del cielo. La similitud de los títulos no es casual: esta última es
una especie de continuación de la primera, pero independiente. Aunque se
repiten algunos personajes, estos viven nuevas aventuras.
El lector que se atreva a leer cualquiera
de Los mapas ha de estar dispuesto a
ingresar en un universo literario donde todo es posible, donde junto a personas
y personajes que realmente existieron (Jack El Destripador, los novelistas H.
G. Wells o Edgar Allan Poe, por ejemplo)
puede encontrarse con falsas máquinas del tiempo, verdaderos viajes temporales,
expediciones a la Antártida ,
inmortales y arrebatadoras historias de amor, invasiones extraterrestres y
decenas de maravillas que Félix J. Palma no duda en introducir en su obra sin
ningún tipo de complejo, con plena naturalidad, dotando a la obra literaria de
aquello que había sido su primer y principal propósito, pero que la Alta Cultura había
desterrado: la capacidad infinita de fabular.
Desde hace casi una década, quien firma
este artículo ha advertido una nómina de escritores que están incorporando a la
literatura española unos temas que, hasta hace poco, parecían ser patrimonio
exclusivamente de plumas extranjeras. Me refieron a nombres, por citar algunos,
como Andrés Pérez Domínguez (La clave
Pinner, El factor Einstein, El silencio de tu nombre) —con
argumentos dignos del más clásico Le Carré, Len Deighton o del añorado Ken
Follet policiaco—, Claudio Cerdán (El
país de los ciegos) o Marío Martínez (Puzle
de sangre) —ambos rompiendo clasificaciones dentro del aparentemente muy
delimitado género negro—. Notables narradores todos ellos, no tienen ningún
complejo a la hora de embarcarse en argumentos que parecían vedados para
nuestra literatura, desde hace mucho tiempo anclada en guerras civiles,
posguerras depresivas y opresivas, pajas mentales metaliterarias, aburridas
novelas históricas saturadas de datos, esoterismo de chicha y nabo, sectas
secretas que no lo son tanto y etc., etc., etc. Con Félix J. Palma a la cabeza,
estos autores (y otros más que no cito por olvido o falta de espacio) parecen empeñados en desterrar los fantasmas y la
amenaza de la Alta Cultura :
escriben porque disfrutan haciéndolo, porque no pretenden sino entretener y
hacer soñar al lector, porque comprenden que el mundo es ya de por sí demasiado
complicado y gris para insistir en ello.
Como dice uno de los personajes de El mapa del cielo: «Los libros me
mantienen vivo… Los escritores realizan un trabajo extremadamente valioso:
hacen soñar a los demás, a quienes no pueden soñar por sí mismos. Y todo el
mundo necesita soñar. ¿Existe acaso un trabajo más importante?». Amén.
Félix J. Palma,
El mapa del tiempo, Ed. Alianza.
El mapa del cielo, Plaza & Janés.
El mapa del caos, a la venta en otoño.