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sábado, 9 de agosto de 2014

FÉLIX J. PALMA: lectura sin complejos

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    Los propósitos del escritor son los mismos que los del lector. ¿Por qué se escribe, por qué se lee un determinado tipo de libro?
     Hay autores que pretenden cambiar la historia de la literatura con sus obras, incluso algunos, la historia de la humanidad (pienso en Roth, en Coetzee, en Mann)
     Hay otros cuya intención estriba en explicitar sus experiencias, compartirlas con los lectores (pienso en Irving, en Muñoz Molina, en Galdós).
      Existe un tercer grupo que únicamente pretenden divertirse y, por tanto, divertir con sus obras (pienso en Mendoza, en Wodehouse, en Rafael Reig).
     Félix J. Palma (Sanlúcar de Barrameda, 1968) pertenece a este grupo: su principal cometido es disfrutar escribiendo y transmitir a sus lectores esa alegría y ese amor por la fantasía. Y lo consigue. No es un genial escritor, pero sí es un narrador notable, un contador de historias extraordinario, con un caudal de imaginación del que la literatura española parecía huérfana. Y sobre todo, con un desparpajo que le lleva a romper todos los moldes tácitamente establecidos en el canon literario.
    Si hace cinco años nos había entusiasmado con la excelente El mapa del tiempo (Alianza Editorial), vuelve ahora a dar una vuelta más de tuerca en su no menos notable El mapa del cielo. La similitud de los títulos no es casual: esta última es una especie de continuación de la primera, pero independiente. Aunque se repiten algunos personajes, estos viven nuevas aventuras.
      El lector que se atreva a leer cualquiera de Los mapas ha de estar dispuesto a ingresar en un universo literario donde todo es posible, donde junto a personas y personajes que realmente existieron (Jack El Destripador, los novelistas H. G. Wells o  Edgar Allan Poe, por ejemplo) puede encontrarse con falsas máquinas del tiempo, verdaderos viajes temporales, expediciones a la Antártida, inmortales y arrebatadoras historias de amor, invasiones extraterrestres y decenas de maravillas que Félix J. Palma no duda en introducir en su obra sin ningún tipo de complejo, con plena naturalidad, dotando a la obra literaria de aquello que había sido su primer y principal propósito, pero que la Alta Cultura había desterrado: la capacidad infinita de fabular.
      Desde hace casi una década, quien firma este artículo ha advertido una nómina de escritores que están incorporando a la literatura española unos temas que, hasta hace poco, parecían ser patrimonio exclusivamente de plumas extranjeras. Me refieron a nombres, por citar algunos, como Andrés Pérez Domínguez (La clave Pinner, El factor Einstein, El silencio de tu nombre) —con argumentos dignos del más clásico Le Carré, Len Deighton o del añorado Ken Follet policiaco—, Claudio Cerdán (El país de los ciegos) o Marío Martínez (Puzle de sangre) —ambos rompiendo clasificaciones dentro del aparentemente muy delimitado género negro—. Notables narradores todos ellos, no tienen ningún complejo a la hora de embarcarse en argumentos que parecían vedados para nuestra literatura, desde hace mucho tiempo anclada en guerras civiles, posguerras depresivas y opresivas, pajas mentales metaliterarias, aburridas novelas históricas saturadas de datos, esoterismo de chicha y nabo, sectas secretas que no lo son tanto y etc., etc., etc. Con Félix J. Palma a la cabeza, estos autores (y otros más que no cito por olvido o falta de espacio) parecen empeñados en desterrar los fantasmas y la amenaza de la Alta Cultura: escriben porque disfrutan haciéndolo, porque no pretenden sino entretener y hacer soñar al lector, porque comprenden que el mundo es ya de por sí demasiado complicado y gris para insistir en ello.
     Resulta imposible compactar en unas pocas líneas el argumento de las más de 700 páginas de El mapa del cielo: el autor no deja de sorprendernos en cada una de ellas. Hay momentos en que su discurso parece patinado por la mano maestra de Chesterton y otras por la prosa ágil y saltarina de Wells o Verne. Seguro que habrá quien la tilde de pastiche. ¿Y qué? ¿Acaso toda la literatura no es un pastiche de las grandes obras griegas? La Eneida es el primer pastiche del que tenemos conocimiento. Lo que hace grande a Félix J. Palma es no intenta ocultar el origen espúreo de algunos de sus momentos. Hay un poco de todo: novela de anticipación o de ciencia ficción, a ratos histórica, a ratos romántica, ramalazos de Matrix y sus secuelas, recuerdos de La cosa, la película que dirigiera John Carpenter, momentos apocalípticos; pero también hay, por encima de todo, un afán por disfrutar, por deleitarse en la lectura y en la escritura. Quien esto escribe ha de confesar que ya hacía muchos años que no se lo pasaba tan bien leyendo un libro. El mapa del cielo no pasará a la posteridad como una obra capital de nuestra literatura, pero si quieren ustedes pasar unas horas de gozo, de vuelta a cuando eran niños e inocentes y acudían a los libros en busca de unos mundos que nunca hallaríamos en nuestra ciudad o en nuestros pueblos, si lo que buscan ustedes es olvidarse de las novelas y novelistas de las cejas alzadas, de las obras que han de leerse con el diccionario al lado, de los best-sellers deslavazados y escritos de mala manera. En pocas palabras: si quieren volver a pasárselo pipa leyendo una buena novela, no duden en echarse de cabeza, desde el trampolín, sin manguitos ni chaleco salvavidas, a los dos mapas: el del tiempo o el del cielo. Comiencen ustedes por el que les apetezca: ninguno les va a defraudar.
     O si lo prefieren aguarden unas semanas porque durante este otoño que se avecina llega la tercera entrega: El mapa del caos.

      Como dice uno de los personajes de El mapa del cielo: «Los libros me mantienen vivo… Los escritores realizan un trabajo extremadamente valioso: hacen soñar a los demás, a quienes no pueden soñar por sí mismos. Y todo el mundo necesita soñar. ¿Existe acaso un trabajo más importante?». Amén.

Félix J. Palma,

El mapa del tiempo, Ed. Alianza.

El mapa del cielo, Plaza & Janés.

El mapa del caos, a la venta en otoño.