La sorpresa saltó: la Academia Sueca
otorgaba, el pasado octubre, el Nobel de Literatura al cantautor (y poeta)
Robert “Bob” Dylan por, según palabras de los académicos nórdicos, “haber
creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la
canción”. Los chistes no se hicieron esperar. Las redes sociales echaron humo
comentando la decisión de los sabios suecos. Algunos la criticaron, otros la
alabaron. Como siempre, nunca llueve a gusto de todos. Las librerías tendrían
que comenzar a vender discos de Dylan pensando en el regalo navidadeño (junto
al Premio Planeta y el último de Pérez-Reverte, claro; que tienen que ser la
leche de originales y de “sorprendentes”, por cierto).
Entre los chistes que
corrieron por Internet me hizo mucha gracia uno que me mostró mi amigo:
En la Academia Sueca, los sabios se reúnen
para decidir al ganador.
-Se lo damos a Hamiku Kamuriki.
-No, es Muraki Hamikuri.
-Que no, que es Hairuki Murikiru.
-Que no, que ya está. A tomar por el saco. Bob
Dylan, y se acabó.
No me dirán que no tiene su gracia.
No voy a entrar ahora en la bizantina
discusión sobre si Bob Dylan merece o no este galardón. Está claro que los académicos
suecos son libres de hacer lo que les venga en gana.
Lo que no muchas personas saben es que este
premio encierra un lectura subliminar, un mensaje con muy mala leche dirigido a
los literatos norteamericanos. Porque los datos no mienten: desde los años 60
del siglo anterior hasta nuestros días, la Academia Sueca no ha querido saber
nada con los escritores norteamericanos. Vamos, que es más fácil que el próximo
año gane el Nobel Georgie Dann, “por su inconmensurable contribución a la música
verbenera y estival”, que algún autor de Estados Unidos.
John Steinbeck fue el último escritor
estadounidense en recibir el Nobel de Literatura, en 1962. ¡Hace la friolera de
54 años! En 1978 se lo dieron a Isaac B. Singer, pero sucede que aun siendo
norteamericano escribía en yidish. Otro tanto podemos decir de Joseph Brodsky,
un autor nacionalizado como estadounidense; pero que escribió su gran poesía en
ruso. En 1993, hace 23 años, se lo dieron a Toni Morrison, también
estadounidense, pero escritora que no escritor.
Es decir, que los académicos suecos, dándole
el Nobel a Bob Dylan, han venido a decir que, a menos que se descubra un fármaco
que perpetúe la vida, ni Philip Roth, ni Thomas Pynchon, ni Paul Auster, ni
Edmund White, ni John Irving, ni Richard Ford, por citar algunos de los más
conocidos, todos ellos escritores norteamericanos en lengua inglesa, van a ser
galardonados.
Seguro que algún miembro de la Academia
Sueca leerá este artículo y, solo para dejarme en mal lugar, para, como dicen en mi tierra, cagarme la cara, se lo darán el año que viene al antipático de Philip Roth. Si
es así, el tipo me tendrá que dar las gracias.