Cuando realizaba el hoy tantas veces
añorado C.O.U., el profesor Ángel Luis Prieto de Paula nos recomendó ¾pues figuraba en el temario¾ comprar y leer La fuente de la edad de Luis Mateo Díez
(León, 1942). Corría el año 1987 y la obra, que había visto la luz en octubre
del año anterior, había recibido el Premio Nacional de Literatura y el de la
Crítica. Recuerdo que su autor no figuraba en las Enciclopedias: por aquel
entonces apenas había publicado un par de libros de cuentos y había colaborado ¾con su amigo José Mª Merino¾ en algunas revistas y antologías poéticas de los años 70. Con su
ojo crítico y certero, con su vehemencia y su entusiasmo hacia todo lo
literario, Prieto de Paula ya la consideró como una obra maestra. Las repetidas reediciones, y la inclusión en la la colección Letras Hispánicas de Cátedra, corroboran la sabia elección
de mi profesor. Vuelvo a abrirla y siento que la edad (y la lectura de otras
obras) me ayuda a sumergirme todavía más y mejor en las peripecias de los
Cofrades; pero también sé ¾y de
algún modo me entristezco¾ que
nunca podré aprehenderla por completo, por muchas lecturas que realice: es la
condición de las obras inmortales.
Cuesta resumir una obra que destila buen
hacer y humorismo en cada página, en cada línea, en el dibujo preciso y genial
con el que está descrito cada personaje (y son muchos), cada situación o
peripecia. Para aquellos que se aproximan a ella por vez primera solo cabe
transmitirles un consejo: la paciencia siempre da su sufro. Y digo esto porque, en
una época regida por la prisa y la precipitación, la lectura de una obra tan
densa puede llegar a cansar. También la novela elige a sus lectores: cuando las
40 primeras páginas nos hayan agotado, debemos pensar que nosotros no somos
dignos de continuar con la lectura, que la sorpresa última y genial nunca nos
será concedida. No se trata de una obra aburrida ¾yo soy el primero en huir de ellas¾, pero sí de una obra difícil, de una obra sin desperdicio y sin
concesiones. La exigencia es alta; pero el premio final es de los que marcan
para siempre.
Componen la novela 15 capítulos divididos
en tres partes que representan el esquema explícito del modelo clásico: la
presentación de los personajes ¾un
grupo de amigos (los Cofrades) que intentan huir de la monótona vida provinciana
de la postguerra¾; la irrupción del conflicto ¾la supuesta existencia de una fuente de aguas virtuosas¾ y la resolución ¾la
búsqueda de dicha fuente¾; y por
último, el fracaso y la herida del primer intento ¾la fuente¾ se
sutura con el éxito de la venganza. He aquí la columna vertebral de la obra,
plagada ¾como no podía ser menos¾ por los más quijotescos y variopintos personajes que imaginarse
pueda: desde los Cofrades protagonistas ¾marginales y algo bohemios¾ hasta sus rivales ¾representantes
del Orden y la sociedad biempensante¾;
pasando por el estrafalario Olegario el Lentes, o Celenque el mulo condenado, o
Publio Andarraso el loco poeta ripioso, o la vieja Manuela Mirandolina, o el
pastor zoófilo Belisario Madruga o la sonámbula Dorina.
Todos y cada uno de ellos desfilan por la
novela dejando su grano de arena que ayudará a configurar el tema: el
enfrentamiento, la lucha sin cuartel entre la gris y monótona realidad, la
anquilosada vida cotidiana ahogada por el lastre de una sociedad provinciana y
retrógrada; contra la fantasía, la imaginación, el amor por la aventura y el
humor que proponen los Cofrades como alternativa a una vida que no es tal. Es
la lucha eterna entre Realidad y Deseo, entre lo establecido y el afán por dar
la vuelta a la tortilla y al pensamiento amojamado. El final deja las puertas
abiertas para las múltiples interpretaciones: al éxito y la alegría por la
venganza se opone la imagen brutal ¾representada
por el último acto de la sonámbula Dorina¾ del vivir diario, de la
puta realidad.
No hay mejores palabras para definir La
fuente de la edad que las del propio autor: “Es la historia de unos
personajes que viven en la muerte y buscan la vida”.
Luis Mateo Díez,
La fuente de la edad,
Ed. Cátedra.