Asombra, desde luego, el modo en que los
escritores cambian y se metamorfosean. José Mª Guelbenzu (1944) había destacado
a la temprana edad de 24 años como un firme adalid de la novela experimental;
así lo probaba su primera obra; El Mercurio (1968). Luego, con el
tiempo, el estilo del escritor y su afán por renovar ha ido limándose. Las
novelas posteriores han atemperado el fulgor juvenil e iconoclasta y, aunque la
vena experimental nunca ha abandonado al autor madrileño, obras como El río
de la luna (1981) y La mirada (1987) son la prueba, sin renunciar
completamente a los juegos verbales y las técnicas más arriesgadas ¾El peso del mundo (1999) muestra un
diálogo directo y sin acotaciones¾,
Guelbenzu ha ido, poco a poco, buscando el orden de la clasicidad. En ese
sentido su trayectoria es modélica: el escritor joven quiere e intenta romper
moldes y patrones, destruir modelos anteriores para afianzar su estilo; con el
paso del tiempo esa energía rompedora se canaliza hacia un orden y diseño
clasicista. No es renunciar a un pasado: es cumplir unos pasos, jalonar un
camino que conduce a la madurez. Tras los juegos de artificio y los
barroquismos idiomáticos, al margen de los vanguardismos formales el orden de la
novela policiaca se erige como pendón hacia el que tiende la novela actual.
Parafraseando a Borges: en una época de caos, sólo la novela policiaca ha
sabido mantener el orden.
Porque No acosen al asesino es una novela policiaca. Y lo que es más
sorprendente: una novela policiaca alejada de la tendencia “negra” de autores
como Montalbán o Madrid; y decantada hacia la novela-problema de tradición
inglesa (desde Agatha Christie hasta P. D. James). Ya el espacio y el tiempo en
el que se desarrolla la acción la acerca a la tendencia inglesa del género: una
colonia de veraneantes de la costa cantábrica; durante tres calurosos días de
agosto aliviados con alguna que otra tormenta veraniega. Pero Guelbenzu no
puede olvidar su vena iconoclasta y plantea una nueva manera de relatar la
historia: el lector conoce la identidad del asesino desde la primera página,
incluso asistimos a la realización del crimen ¾la degollación de un Magistrado¾. A partir de entonces, la novela sigue los patrones del género:
buscar la luz en medio de las tinieblas, hallar el móvil de tan brutal acto...
poner orden donde sólo hay desconcierto.
Somos testigos de la investigación de la
Juez Mariana de Marco; de los temores del asesino; de las dudas de los vecinos
de la víctima. Múltiples voces y múltiples pensamientos se nos muestran
formando un mosaico perfectamente engarzado, con una mecanismo de movimientos
milimétricos. Sólo al final, cuando somos testigos del desenlace previsible de
la obra ¾porque en algunas novelas existe la
Justicia Poética¾, advertimos que el asesino ha
devenido en la víctima.
La obra no es, ni creo que lo pretenda, un
gran retrato de un grupo de personajes; ni mucho menos una crítica al sistema
judicial (aunque alguien pueda pensarlo). La novela sólo pretende entretener y
lo consigue. No es, desde luego, la mejor novela de Guelbenzu; pero es un buen
ejemplo de cómo hacer literatura digna sin renunciar a los gustos personales y
sin olvidar al lector; de cómo para ser buen escritor no hace falta destrozar
nada (la puntuación, por ejemplo), ni entretenerse en pajas mentales. Una buena
novela es una novela legible... y “relegible”; y ésta lo es.
El verano parece una estación muy
prestigiada para la lectura de novelas policiacas: tendidos bajo la sombra de
un parral, con una limonada a mano, dejándose llevar por los vericuetos de la
trama. Muchos son los que dedican las horas del verano a la evadirse mediante
la lectura de este género. No acosen
al asesino no sólo es buena novela policiaca, sino también buena
literatura, sus 400 páginas son todo un gustazo.
José María Guelbenzu,
No acosen al asesino,
Ed. Alfaguara, 2001. 412 págs.