WITTGENSTEIN Y EL TERROR
Los otros
fue publicada en 1998 y ya entonces sorprendió por varios
detalles. Desde la extensión ¾sus
escasas doscientas páginas están a años luz de otras novelas del autor, muy
dado a los libros voluminosos (El mecanógrafo alcanza las mil páginas)¾ hasta el tema ¾una
novela de terror y suspense donde nada es lo que parece y donde la realidad
(¿la verdad?) nos es mostrada a través de la mente de un hombre trastornado¾; pasando por un discurso literario aparentemente anodino pero
que, a poco que el lector perspicaz se fije, deviene en un experimento: la
novela aparece escrita bajo la pauta del tiempo presente, con mínimas
concesiones a los tiempos pretéritos, canónicos de la narración; además, no
está dividida en capítulos o fragmentos, y se muestra como un todo continuo,
cuya lectura no da coartadas para la relajación o el descanso. La novela, además, conoció una adaptación cinematográfica titulada Nos miran.
Un pareja de periodistas llega a un centro
psiquiátrico con la intención de aclarar un misterio que comenzó quince años
atrás: cierto día el inspector de policía R.V., encargado de la investigación
de personas desaparecidas, dispara sin motivo aparente contra su mujer y su
hijo. Internado en un centro de salud mental, R.V. vive sumido en un estado
cercano al vegetal: no habla, no se mueve, solo dos palabras “Nos miran” han salido de sus labios; no piensa, o al menos no da
muestras de hacerlo. Partiendo de esta premisa, García Sánchez nos construye
una novela donde las sensaciones y los pensamientos priman sobre los hechos y
los objetos tangibles. Es una obra acerca de las cosas que no se pueden tocar
pero que están: el dolor, la alegría, la ilusión, la esperanza... y sobre todo
el miedo y el horror: “Se preguntó... por cosas que preocuparían a la mayor
parte de la gente si el género humano no se caracterizase, sobre todo, por
negar sistemáticamente lo que no comprende y aquello que escapa a sus
prejuicios culturales, y a sus esquemas usuales de pensamiento...”(p.120).
La novela aparece construida mediante
continuos y reiterados flash-backs, sazonada con citas científicas ¾principalmente provenientes de la óptica y la física¾, sembrada de pequeños detalles que van creando un ambiente
claustrofóbico (acentuado por la inmediatez que propone el empleo del
presente). Paulatinamente somos testigos de las vicisitudes y los avatares
profesionales de R.V. en su trabajo, en la tarea que acabará engulléndolo. Los
recuerdos de R.V. son, dentro del contrato ficcional que toda novela propone
entre lector y narrador, tan (o poco) dignos de tener en cuenta como los de la
voz narradora de otra novela de la que, sin duda, es heredera directa: La
vuelta de tuerca de Henry James.
Toda la obra se
muestra inclinada a la acumulación de datos que, cuanto menos, advierten o
confunden al lector, pero siempre bajo el firme propósito de sumirle en un
suspense que devendrá ¾en las
páginas finales¾ en puro y ¿limpio? terror: las
extrañas fichas elaboradas por R.V. en sus investigaciones; el sonido de una
palabra innominada pero que transmite una sensación de incertidumbre; la
semejanza de rasgos faciales; la imposibilidad de hablar; la crueldad y el
terror que puede llegar a producir la sonrisa de un niño; ... toda la horrible
verdad que contiene el empleo del singular o del plural.
Movido por una sensación indescriptible he alternado la lectura de Los otros
y del Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein. No ha sido en balde: varias proposiciones de
Wittgenstein han venido a mi mente mientras leía la novela: “Lo que es pensable
es también posible”; pero sobre todo la séptima y última: “De lo que no se
puede hablar hay que callar”. Cierro el Tractatus y cierro Los otros,
y la desazón que me invade es la misma: si hay algo más, mejor no
saberlo.
Javier García Sánchez,