Podría empezar esta reseña literaria
recordando que el continente americano fue descubierto hace algo más de 500
años. O podría comenzar recordando que los EE.UU. apenas tienen 250 años de
historia. Otro modo de comenzar esta reseña hubiera sido recordando cómo en
1692, en Salem (Massachusette), fueron acusadas de brujería ¾y torturadas¾ más de
cincuenta personas; de las cuales veinte fueron ajusticiadas. Un modo de
comenzar este artículo hubiera sido recordando la novela de Nathaniel Hawthorne
La letra escarlata (1850). O, quizás, otro modo de comenzar este
artículo hubiera sido recordando otra “caza de brujas”, esta vez en 1946,
cuando el congresista McCarthy, el (por entonces) senador Richard Nixon y el
resto de los inmaculados miembros del Comité de Actividades Antiamericanas
iniciaban una cruzada contra el comunismo y sus simpatizantes. Podría haber
comenzado recordando cómo en EE.UU. niegan un último cigarrillo al condenado a
muerte antes de introducirlo en la cámara de gas. En fin, podría haber empezado
este artículo recordando a Umberto Eco quien, en muchas de sus intervenciones,
ha recalcado ciertos aspectos medievales que se muestran en nuestra época.
Pero desde luego no comenzaré esta reseña
de ninguno de estos modos. Este artículo no es un manual de historia.
La mancha humana, de Philip Roth (1933), no es una obra perfecta;
hay pasajes ¾descripciones, reflexiones de los
personajes o el narrador¾ que el
lector está tentado ha pasar por alto, a leer rápidamente; adolece, en
ocasiones, de un ritmo demasiado lento, un tanto parsimonioso, repetitivo, como
si el autor se hubiera dejado atrapar por la facilidad de tecleo que da el
ordenador. A pesar de todo, La mancha humana es una gran novela; una de
esas obras con pretensiones de testimonio, de retrato de una época. La obra se
enclava dentro de la serie de novelas interpretadas (o al menos relatadas) por
el alter ego del autor: Nathan Zuckerman. Una serie que comenzó en 1974
con Mi vida como hombre, y que va
ya por la sexta entrega.
¿Pueden dos palabras cambiar la vida de una
persona? Según Roth, todo depende del lugar donde esas dos palabras se
pronuncien. Durante la época del escándalo Clinton-Lewinsky, el protagonista de
la novela ¾el prestigioso profesor Coleman Silk¾, durante el transcurso de una de sus clases en la Universidad de
Athena, pronuncia dos palabras aparentemente inofensivas: “negro humo”. A
partir de entonces, la maquinaria inquisitorial norteamericana comienza a
funcionar implacablemente: tachado de racista, el profesor se ve envuelto en
una vorágine que le llevará al más trágico de los dramas: el rechazo de sus
colegas, el abandono de la docencia, la muerte de la sufriente esposa. La obra,
pues, describe a una sociedad histérica y fanática, sostenida por una
hipocresía que ¾queriendo huir de la etiqueta
discriminatoria¾ cae en la discriminación positiva;
la mojigatería y el profundo puritanismo sobre el que se apoya ¾desde siempre, ¿hasta cuándo?¾ la “moderna” sociedad norteamericana. En semejante país ¾ahogado por las convenciones, por el miedo¾ es imposible comportarse con naturalidad, ni siquiera es
imposible SER.
Construida mediante un atractivo juego de
voces y puntos de vista, donde destaca la voz en primera persona del escritor
Nathan Zuckerman (cf. Nathaniel Hawthorne), la novela no se detiene en la
Inquisición (políticamente correcta, ¡por supuesto) de los EE.UU.: aparecen las
secuelas de la guerra de Vietnam; se cuestiona el sistema educativo; se
reflexiona sobre las raíces más profundas de Norteamérica (cf. Dos cabalgan
juntos la estupenda película que John Ford rodada en 1961); o sobre la
dificultad de buscar el propio carácter, la propia personalidad en un medio
hostil.
Hay momentos en los que, como ya he dicho
anteriormente, la novela tiende a caerse de las manos: es entonces cuando la
maestría de Philip Roth se hace evidente con el uso de las anticipaciones,
moviéndonos a continuar con esa indagación que siempre es toda lectura. Porque
entonces la novela se convierte en un auténtica obra de suspense, con unos
personajes que ocultan un misterio inconfesable.
La mancha humana es, además de todo lo dicho, una gran novela de amor. Un amor
otoñal y crepuscular, quizás, pero completo y “desnudo”. Philip Roth ya no es
aquel desvergonzado y pornográfico autor que escribiera El lamento de
Portnoy (1969). Roth ha madurado ¾el sexo ya no forma un elemento vertebral de sus obras¾. En este sentido, su trayectoria es totalmente opuesta a la de
John Irving, quien parece decantarse más por las temáticas sexuales conforme
envejece.
He
dudado mucho para comenzar este artículo. No tengo ninguna duda sobre cómo debo
terminarlo: léanla... no les decepcionará.
Philip Roth
La mancha humana, 2001. 438 págs.