La Historia de la Literatura es un largo
camino construido por innumerables baldosas. Las hay, evidentemente, de todo
tipo: las que resaltan sobre el resto (son los escritores sagrados); las
diminutas, las anónimas (aquellos ignorados). Entre estos dos extremos cabe
destacar a algunas que, inexplicablemente, son desconocidas por el gran público
¾quizás por su carácter marginal; tal vez por su proximidad a
aquellas enormes y acaparadoras¾. Son
escritores de culto, especimenes conocidos por unos pocos. No obstante, sus
seguidores, a pesar de no ser legión, son insobornables, fieles hasta las
últimas consecuencias. El suizo Friedrich Dürrenmatt pertenece a este grupo
(donde incluiríamos, por citar a algunos, a Sciascia, a Simenon, a Cheever).
Pese a su grandeza, pese a su trabajo tan arduo y concienzudo, la obra de
Dürrenmatt es apenas conocida por el gran público.
Sucede, a veces, que amas tanto un libro
que deseas que nadie más tenga acceso a él: su lectura, piensas, podría corromper
el libro, prostituir el significado que tú le has dado y que crees exacto. Esa sensación es la que tengo ante los libros de Dürrenmatt: oculto bajo la
aparente sencillez estilística ¾como anguis
in herba¾ uno puede descubrir un mundo de
sutilezas y recovecos, la defensa de un modelo de vida donde la Justicia
prima sobre cualquier otro valor.
La sospecha escrita en 1953 es rescatada por Tusquets para goce de los
amantes de la buena literatura. Forma este libro, junto al anterior El juez
y su verdugo (1948) ¾también
publicado por Tusquests y reseñado anteriormente¾, un díptico en el que el escritor
suizo reflexiona sobre los valores que sostienen nuestra sociedad, en el que se
expone una filosofía vital que confía en la humanidad a pesar de sus defectos,
que cree en la justicia y la moral como únicos valores válidos para crear una
civilización. Todo ello bajo el formato de una novela de intriga protagoniza
por un enfermo y viejo comisario Bärlach, recluido en la cama de un hospital,
convaleciente e indefenso. Un personaje que recuerda, por su aislamiento, al
Isidro Parodi de Borges y Bioy Casares, o al Nero Wolfe de Rex Stout.
En su lecho
hospitalario, accidentalmente, Bärlach halla, en una revista, la fotografía de
un célebre doctor nazi, famoso por realizar operaciones sin anestesia en un
campo de concentración. El parecido con un acaudalado médico suizo, quien posee
una clínica privada muy afamada entre la clase pudiente del país, creará en
Bärlach una sospecha que deberá confirmar: ¿son ambas la misma persona?.
Disquisiciones detectivescas y filosóficas se entremezclan en la investigación
que el viejo comisario emprende por su cuenta y riesgo. Es su amor por la
Justicia, su fe ciega en que existen unos valores morales y cívicos que deben
cumplirse, la que le llevará a conocer una serie de personajes tan entrañables
como monstruosos y terroríficos: el extravagante Gulliver; el enano asesino; la
fanática e ingenua enfermera Klari, el pobre y lunático Forstchig... la
perversa doctora Marlok. En fin, un viaje al miedo más primitivo: el del hombre
solo e impotente, atado a un lecho y a una enfermedad que limitan sus actos,
pero no sus pensamientos ni sus sentidos.
Junto a la lograda
recreación de la clínica y a la descripción impecable de los momentos más
tensos; Dürrenmatt, solapadamente, realiza una crítica ácida y directa a una
sociedad como la suiza. En ese aspecto se asemeja a su compatriota y compañero
generacional Max Frisch. Nuestro autor se enfrenta a las bases sociales de un
país, Suiza, modelo de convivencia y civilidad, pero que es capaz de olvidarlo
todo cuando suena el sonido del dinero o cuando se ciega ante la falsa
respetabilidad. La hipocresía suiza ¾su
neutralidad no le impide acoger el dinero de criminales o terroristas
declarados¾ es la que permite y sustenta la
existencia de seres como el doctor Emmenberger, el antagonista de la obra, el
criminal nazi que no duda en crear un infierno en el paraíso suizo.
Termina uno la
lectura y sabe que la fe de Bärlach (como la de su autor) aparece únicamente en
el mundo novelesco... lamentablemente.
Friedrich Dürrenmatt,
La sospecha,
Ed. Tusquets. 181 págs.
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