Fue a mi amigo Emilio Soler a quien oí
hablar por primera vez de la novela Carolus Rex. Ante mi visible
interés, Emilio no solo me la recomendó, sino que me la prestó. Era un ejemplar
de 1971, de tapa dura, gastado por el mucho uso y por los no pocos años,
publicado por la editorial Destino en su colección «Áncora y Delfín». Después
de leerlo, de casi devorarlo en apenas tres tardes, tuve —lamentablemente— que
devolvérselo. En la ficha que hice a propósito del libro escribí: «Una novela
para comprar, para subrayar todos los pasajes interesantes... que son la
mayoría. Un libro de consulta imprescindible». Aquel deseo se hizo cuando Destino, con buen criterio, volvió a publicar una nueva edición
dentro de su colección de bolsillo Destinolibro.
Ramón J. Sender (1901-1982) publicó Carolus
Rex en 1963 en México, donde había fijado su residencia tras el final de la Guerra Civil y su
exilio. Escritor prolífico, el conjunto de su obra se resiente del extenso
caudal novelístico. Y así, junto a obras señeras como Réquiem por un
campesino español, las nueve novelas que componen Crónica del alba,
o Mr. Witt en el Cantón, hallamos auténticos disparates como Los cinco libros de Ariadna.
El reinado de los últimos Austrias —Felipe
IV y su hijo Carlos II— ha sido con relativa frecuencia material literario. No
es extraño: la decadencia siempre ha resultado ser más productiva,
literariamente, que el esplendor. Así, a bote pronto, me vienen a la memoria
tres títulos donde, de un modo u otro, se menciona el reinado de Felipe IV: Crónica
del rey pasmado (1990) de Torrente Ballester; Las Meninas, pieza
teatral de Buero Vallejo, estrenada en 1960; y, por último, la saga o ciclo de El
capitán Alatriste que, casualmente (o no), comienza justo con el inicio del
reinado de Felipe IV, que abarcó desde 1621 hasta 1665. Culturalmente fue el
gran momento de España: Góngora, Lope, Quevedo, Villamediana, Calderón, Tirso,
Ruiz de Alarcón, Moreto, Rojas Zorrilla, Gracián, Velázquez, Zurbarán, Ribera,
Murillo; política, militar y económicamente fue uno de los momentos más bajos.
El mandato de Felipe IV tuvo, al menos y como contrapartida, el esplendor
cultural y artístico. El reinado de Carlos II — el Carolus Rex del
título— ni siquiera tuvo eso: baste decir que el mediocre Bances Candamo fue
nombrado dramaturgo oficial del rey, antes de morir quizás envenenado.
Según advierte Sender al inicio de su obra,
la novela intenta traducir, reconstruir e incluso glosar y aumentar, un informe
secreto que, en 1680, Thomas Brown, embajador inglés en Madrid, envió a su
soberano Charles II (hijo de aquel Carlos I a quien Cromwell mandó decapitar).
Como advierte el propio Sender: «los hechos que cuento, aun los más inusuales, son
ciertos». Y, conforme avanzamos en la lectura, la advertencia no cae en saco
roto. Carlos II fue un rey —y un hombre— débil y enfermizo, coronado a la
temprana edad de cuatro años (momento en el que tuvieron, forzosamente, que
destetarlo). El último de una dinastía cuya sangre apenas se había regenerado,
Carlos II fue el poso de los Austrias, el crisol de todos sus defectos y sus
bajezas. El rostro que inmortalizó Carreño de Miranda —y que figura en la
portada del libro— es el ejemplo de la decadencia de una estirpe: dotado de
poca capacidad mental (a los nueve años todavía no leía ni escribía), poco
menos que dejó hundirse un país que, ya de por sí, hacía agua por todas partes.
Sender se centra en la relación entre el
rey y su primera esposa, María Luisa de Orleans. No es, desde luego, una novela
soberbia: la extrema meticulosidad de ciertos pasajes resta viveza a la
narración; la opción —cuanto menos llamativa— de no dividir la novela en
capítulos o fragmentos la dota de un cariz farragoso; el final extremadamente
abrupto deja al lector con ganas de seguir adentrándose en aquella España
chusca y grotesca, obsesionada por la religión y las supersticiones,
desgobernada por un joven atemorizado por el fantasma de su padre.
Si literariamente no es de lo mejor de
Sender, como documento histórico no puede desperdiciarse ni una sola línea, ni
una sola desgracia, ni una sola dramática carcajada.
Ramón J. Sender,
Carolus Rex, Destino,2004. 228 páginas.