RISAS SERIAS, REFLEXIONES ABSURDAS
José Guix nos invita a contemplar el
mecanismo sobre el que se asienta la Humanidad… y a reírnos de su seriedad
absurda
Lo cierto es que no soy muy dado a leer
libros de relatos porque prefiero la tensión sostenida, la carrera de fondo o
medio fondo antes que el relámpago breve, el latigazo agudo. Sin embargo, hay
ocasiones en las que me decanto por este subgénero narrativo y me “zampo” un
libro de cuentos. No es baladí el empleo del verbo entrecomillado, porque eso
es exactamente lo que ha ocurrido en esta ocasión.
El
viajero absurdo, la propuesta inteligentemente
humorística de José Guix (Valencia, 1975), es uno de esos libros que es
imposible dejar de leer, aunque la razón te sugiera que es mejor dosificarlo,
saborear cada uno de los bocados exquisitos que lo componen y no atiborrarte de
una sentada.
El volumen lo forman 31 relatos de extensión
diversa, pero siempre breve. Claro está que algunos de ellos se asemejan a un
chiste alargado, que otros obedecen, sin duda, a aquello que los ingleses
llaman “inside joke”, es decir, un chascarrillo coyuntural y que solo entiende un grupo seleccionado de personas que comparten las mismas
vivencias. Pero estas deficiencias —que son perdonables al tratarse del primer
libro publicado por el autor— son claramente superadas por las bondades de un
volumen que uno desea, una vez concluido, volver a releer, picoteando de un
relato a otro, relamiéndose con las ocurrencias del autor y las peripecias y
vicisitudes que afronta su protagonista, Tuz Kutimon (pronúnciese como palabra
llana).
Todas la historias están escritas en
primera persona y narradas a través del punto de vista del tal Kutimon, que se
autodefine como loco desde la primera línea del libro: «El día en que me volví
loco, cuando el médico de la cabeza me dijo que mi azotea estaba considerable e
irremisiblemente deteriorada, se me cayó el alma a los pies con tan mala suerte
que tropecé con ella, la pisé y me fui de bruces contra el suelo». Afirmaba
Hemingway que la primera oración de una historia debe marcar el ritmo y el tono
a seguir; como buen alumno, José Guix regala al lector este primer enunciado
que nos advierte y previene de lo que vamos a encontrar en el centenar de
páginas siguientes: un humor sin complejos; juegos idiomáticos y disquisiciones
léxicas que cuestionan nuestra aprehensión del mundo; crítica soterrada bajo la
descripción de acciones desternillantes, descacharrantes, estrambóticas y
descabelladas que muy bien pueden ser tildadas de surrealistas. El poeta René
Daumal, al definir el Surrealismo, decía que “había que llevar la evidencia
hasta el absurdo”. La propuesta de José Guix se guía, con éxito, por esta
premisa. A todo ello, además, hay que añadir finales truncados que tienen en el
fondo muy mala leche, pues nos dejan con una sonrisa, pero también sumidos en
la ignorancia de los cuentos sin concluir; finales pretendidamente
estrambóticos que o bien enlazan con otros relatos anteriores y posteriores, o
bien rompen el clímax del cuento y añaden una nota discordante que siembra en
nuestras mentes la semilla de la reflexión.
Confieso que durante la lectura no he
podido dejar de pensar en Los viajes de
Gulliver que Swift utilizara para fustigar los vicios de sus
contemporáneos; en la cara de sorpresa continua del protagonista de Brazil, la película de Gilliam; en los
diálogos marxistas (por los hermanos Marx, claro) que tanto me han hecho reír;
en las peripecias en que Brecht sumergió a su señor Keuner; en algunos relatos
humorísticos de Poe en donde los cuerdos eran locos y viceversa; en las
disquisiciones de Pascal en torno al comportamiento humano y el
entretenimiento; en el innominado detective lunático de Eduardo Mendoza; en el
mundo soñado de Descartes. Pero sobre todo en la sensación de estar disfrutando
de una revisión humorística, y nada pretenciosa, de El Principito y sus viajes… porque sí, será todo lo lírico que se
quiera (y más), pero no me negarán que, en ocasiones, el muchachito y su
narrador resultan un poco repelentes y un mucho cargantes.
Kutimon, el protagonista de El viajero absurdo, se erige como una
especie de filósofo con retranca y sarcasmo, que bajo el relato de alocadas e
irreales (o su contrario: surreales) aventuras pone en solfa algunas de las
“verdades” de la vida y nos muestra su mecanismo.
Concluyendo: todo un goce para los buenos aficionados a la literatura.
José Guix,
El viajero absurdo,
Ediciones Oblicuas, 2017. 115 páginas