Sin prisa pero sin pausa, como la
gota de una clepsidra o la arena de un reloj barroco, el filósofo Miguel
Catalán (Valencia, 1958) ha creado una obra sólida e ingente que abarca desde
la colección de aforismos, el relato corto y la novela, hasta los ensayos o las
traducciones de autores como Kraus o Frary.
Acostumbrados a una cultura mediática en la
que solo existen los oropeles de la televisión o las polémicas periodísticas,
el trabajo infatigable de Miguel Catalán reivindica un espacio en la periferia,
lejos de las portadas o los exabruptos, un prestigio ganado a pulso con la
constancia y la labor seria y rigurosa.
G. K. Chesterton, que lamentaba no haber nacido
junto al Mediterráneo, hubiese deseado ser Miguel Catalán. Salvo en el gusto
que el escritor inglés tenía por la polémica, Catalán tiende cada vez más a
parecerse a él en la inmensidad de su obra, en la capacidad de trabajo, en el
gusto por las paradojas, en la predisposición a continuar aprendiendo.
Preguntado sobre el papel de la Filosofía en una actualidad que ha sustituido a
Dios por la Tecnología, el reposo por la prisa, Catalán es claro: “Filosofía
significa amor a la sabiduría, un afecto cognitivo que constituye el motor de
la evolución personal. Tiene el valor insustituible de la pregunta autónoma por
debajo de las verdades aceptadas e impartidas, la inquietud que lleva al
pensamiento propio más allá del dictado de la autoridad y el marasmo de los
intereses creados”. Es decir, Filosofía es libertad.
Junto a casi un centenar de artículos en
prensa y revistas especializadas, Catalán ha ido consolidándose a través de la labor callada y
constante como un ensayista riguroso. Desde Pensamiento
y acción (1994), su tesis doctoral sobre John Dewey, han sido veinte
títulos de no ficción los que ha dado a luz este escritor incansable, amante de
los aforismos y las paradojas. Diccionario
de falsas creencias, El sol de
medianoche, La ventana invertida
y La nada griega son algunos títulos.
Mención aparte merece la magna Seudología,
un tratado ambicioso en torno a la mentira en sus múltiples y variadas formas.
Preguntado sobre el origen de esta obra, Catalán responde: “Mi primer texto
sobre la mentira fue un artículo sobre el autoengaño que apareció en 1995 en la
revista de Gustavo Bueno El Basilisco.
Se titulaba “El prestigio de la
lejanía” y estudiaba el impulso que nos lleva a huir de nosotros mismos
emplazando en un lugar remoto la perfección que hemos renunciado a lograr en
nuestra vida cotidiana. Con el tiempo, El
prestigio de la lejanía sería el título del primer tomo de Seudología”. Con él consiguió, en 1999,
el Premio Internacional de Ensayo Juan Gil-Albert. La maquinaria se había
puesto en marcha. Las editoriales Ronsel, Muchnik, Siruela y sobre todo Verbum,
que ha reeditado también los primeros títulos, publicaron los cinco volúmenes
siguientes de Seudología: Antropología de la mentira, Anatomía del secreto, La creación burlada, La sombra del Supremo y Ética de la verdad y de la mentira. Una
serie que irá creciendo con el tiempo y que no ha dejado de proporcionarle
alegrías a su autor: Premio de la Crítica Valenciana al mejor ensayo en 2004 y
2012; Premio Internacional de Ensayo Juan Gil-Albert también en dos ocasiones,
1999 y 2007; Premio de Ensayo Alfons el Magnànim en 2001 y Premio Juan Andrés
de Ensayo en 2014.
Miguel
Catalán nos habla del plan general de Seudología
que abarca 22 volúmenes, de los que ya se han publicado seis. “Estoy a punto de concluir el séptimo y el octavo, porque abordan
dos partes del mismo tema, la mentira política. Los catorce restantes se
compondrán, si la salud acompaña, a un ritmo de uno al año, porque la fase de
documentación está avanzada en todos ellos. Respecto a los temas, son todos
aquellos que afectan a las ciencias humanas bajo un enfoque transversal e
interdisciplinar: la antropología, la mitología, la religión, la ética, la
política, la diplomacia, el arte y la literatura, el mundo de los negocios y
las profesiones, pero también la esfera de los sentimientos y las relaciones
personales, de la traición al sexo y el amor. Me gustaría acabar con la mentira
por amor, la más admirable de todas”.
Pero no solo
de filosofía vive el hombre, y Catalán ha ido alternando el ensayo con la
ficción narrativa a través de colecciones de relatos como Breve historia (2001) o novelas como El último Juan Balaguer (2002) y Perdendosi (2016): una narración deliciosamente íntima, con una voz
inolvidable que camina por las páginas del libro bajo la sombra magistral de
Mann y Sebald. Porque, como admite nuestro autor, “la narración cubre una necesidad
en mi economía espiritual que no cubre la escritura teórica. Escribo relatos y
novelas a escondidas de mí mismo, como ese fumador que tiene los bronquios
dañados y sigue aspirando lo que no debe. Escribir ficción es un vicio, urgido por el peligro y el
placer”.
Miguel Catalán es una voz plena, autónoma y seria: un lujo para nuestra
cultura.