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miércoles, 30 de noviembre de 2016

MIGUEL CATALÁN, EL HOMBRE QUE DISECCIONA LAS MENTIRAS



Sin prisa pero sin pausa, como la gota de una clepsidra o la arena de un reloj barroco, el filósofo Miguel Catalán (Valencia, 1958) ha creado una obra sólida e ingente que abarca desde la colección de aforismos, el relato corto y la novela, hasta los ensayos o las traducciones de autores como Kraus o Frary.


Resultado de imagen de miguel catalán gonzález     Acostumbrados a una cultura mediática en la que solo existen los oropeles de la televisión o las polémicas periodísticas, el trabajo infatigable de Miguel Catalán reivindica un espacio en la periferia, lejos de las portadas o los exabruptos, un prestigio ganado a pulso con la constancia y la labor seria y rigurosa.

     G. K. Chesterton, que lamentaba no haber nacido junto al Mediterráneo, hubiese deseado ser Miguel Catalán. Salvo en el gusto que el escritor inglés tenía por la polémica, Catalán tiende cada vez más a parecerse a él en la inmensidad de su obra, en la capacidad de trabajo, en el gusto por las paradojas, en la predisposición a continuar aprendiendo. Preguntado sobre el papel de la Filosofía en una actualidad que ha sustituido a Dios por la Tecnología, el reposo por la prisa, Catalán es claro: “Filosofía significa amor a la sabiduría, un afecto cognitivo que constituye el motor de la evolución personal. Tiene el valor insustituible de la pregunta autónoma por debajo de las verdades aceptadas e impartidas, la inquietud que lleva al pensamiento propio más allá del dictado de la autoridad y el marasmo de los intereses creados”. Es decir, Filosofía es libertad.

    Junto a casi un centenar de artículos en prensa y revistas especializadas, Catalán ha ido  consolidándose a través de la labor callada y constante como un ensayista riguroso. Desde Pensamiento y acción (1994), su tesis doctoral sobre John Dewey, han sido veinte títulos de no ficción los que ha dado a luz este escritor incansable, amante de los aforismos y las paradojas. Diccionario de falsas creencias, El sol de medianoche, La ventana invertida y La nada griega son algunos títulos. Mención aparte merece la magna Seudología, un tratado ambicioso en torno a la mentira en sus múltiples y variadas formas. Preguntado sobre el origen de esta obra, Catalán responde:  “Mi primer texto sobre la mentira fue un artículo sobre el autoengaño que apareció en 1995 en la revista de Gustavo Bueno El Basilisco. Se titulaba “El prestigio de la lejanía” y estudiaba el impulso que nos lleva a huir de nosotros mismos emplazando en un lugar remoto la perfección que hemos renunciado a lograr en nuestra vida cotidiana. Con el tiempo, El prestigio de la lejanía sería el título del primer tomo de Seudología”. Con él consiguió, en 1999, el Premio Internacional de Ensayo Juan Gil-Albert. La maquinaria se había puesto en marcha. Las editoriales Ronsel, Muchnik, Siruela y sobre todo Verbum, que ha reeditado también los primeros títulos, publicaron los cinco volúmenes siguientes de Seudología: Antropología de la mentira, Anatomía del secreto, La creación burlada, La sombra del Supremo y Ética de la verdad y de la mentira. Una serie que irá creciendo con el tiempo y que no ha dejado de proporcionarle alegrías a su autor: Premio de la Crítica Valenciana al mejor ensayo en 2004 y 2012; Premio Internacional de Ensayo Juan Gil-Albert también en dos ocasiones, 1999 y 2007; Premio de Ensayo Alfons el Magnànim en 2001 y Premio Juan Andrés de Ensayo en 2014.

      Miguel Catalán nos habla del plan general de Seudología que abarca 22 volúmenes, de los que ya se han publicado seis. “Estoy a punto de concluir el séptimo y el octavo, porque abordan dos partes del mismo tema, la mentira política. Los catorce restantes se compondrán, si la salud acompaña, a un ritmo de uno al año, porque la fase de documentación está avanzada en todos ellos. Respecto a los temas, son todos aquellos que afectan a las ciencias humanas bajo un enfoque transversal e interdisciplinar: la antropología, la mitología, la religión, la ética, la política, la diplomacia, el arte y la literatura, el mundo de los negocios y las profesiones, pero también la esfera de los sentimientos y las relaciones personales, de la traición al sexo y el amor. Me gustaría acabar con la mentira por amor, la más admirable de todas”.

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      Pero no solo de filosofía vive el hombre, y Catalán ha ido alternando el ensayo con la ficción narrativa a través de colecciones de relatos como Breve historia (2001) o novelas como El último Juan Balaguer (2002) y Perdendosi (2016): una narración deliciosamente íntima, con una voz inolvidable que camina por las páginas del libro bajo la sombra magistral de Mann y Sebald. Porque, como admite nuestro autor, “la narración cubre una necesidad en mi economía espiritual que no cubre la escritura teórica. Escribo relatos y novelas a escondidas de mí mismo, como ese fumador que tiene los bronquios dañados y sigue aspirando lo que no debe. Escribir ficción es un vicio, urgido por el peligro y el placer”.

        Miguel Catalán es una voz plena, autónoma y seria: un lujo para nuestra cultura.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Los amigos del crimen perfecto, de Andrés Trapiello


LA DIFICULTAD DEL EQUILIBRIO


      Aunque nunca haya aparecido en los puestos señeros de la literatura actual y siempre se haya colocado al margen del denominado “Grupo leonés” ¾Aparicio, Mateo Díez, Merino y Llamazares¾, el nombre y la obra de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) se han labrado un merecido prestigio. Este leonés silencioso pero prolífico, de rostro reflexivo y actitud tranquila, ha probado todos los géneros excepto el teatral. Se dio a conocer mediante una serie de poemarios ¾Junto al agua (1980) y Las tradiciones (1982) ¾ en los que se advirtió ya el gusto por lo descriptivo y la sabia creación de ambientes.
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       Ya en la década de 1990 comenzó su afición al ensayo y sus colaboraciones en la prensa: Clásicos del traje gris, Sólo eran sombras, el extraordinario Las armas y las letras y Los hijos del Cid, son algunos de los muchos títulos publicados hasta el día de hoy. Ese mismo año inició una empresa tan ambiciosa como “extraña” dentro del panorama español: la publicación de un diario literaturizado cuyos tomos ¾dieciocho hasta la fecha¾ se agrupan bajo el título general de Salón de pasos perdidos.

           En lo concerniente al género novelístico, Los amigos del crimen perfecto es su quinta obra, y con ella obtuvo el Premio Nadal 2003. Su primera incursión en el género llegó en 1988 con La tinta simpática; a la que siguieron El buque fantasma (1992) y La malandanza (1994), novelas ambiciosa y en cierto modo imperfectas: argumentos corales que mostraban personajes planos, estructuras confusas. Días y noches (2000) fue su mejor logro: una novela modélica y redonda.

      En cambio Los amigos del crimen perfecto adolece de las mismos defectos que el resto de su producción: unos personajes demasiado planos, poco convincentes; unas ambiciones temáticas que no se ven correspondidas por la calidad del material elaborado; unos arranques esperanzadores que decaen y unos argumentos que confunden al lector. Todo ello podría ser perdonable en otro momento, pero el hecho de que Los amigos del crimen perfecto haya obtenido el prestigioso Premio Nadal hace surgir en nosotros dos temores: uno, la honestidad del “mercado-circo” de los certámenes ¾una duda que va en detrimento de autor, editorial y jurado¾; y dos, el miedo a que realmente la novela de Trapiello haya sido la mejor de entre las presentadas (imaginamos que varios cientos) ¾lo cual puede interpretarse como una señal de alarma sobre la dudosa calidad de la narrativa española actual.


Ni homenaje ni parodia... sino todo lo contrario.

       La estructura explícita y externa de la novela no ofrece dudas: se halla esta compuesta por trece capítulos sin numerar, agrupados en tres partes aparentemente arbitrarias e injustificadas. Narrada en tercera persona, la novela se muestra como una obra coral, con casi una docena de personajes, entre los que sobresale el protagonista Paco Cortés, escritor de novelas policiacas de serie b (o z).

Resultado de imagen de los amigos del crimen perfecto      Las dudas comienzan ya con el tratamiento del tiempo: principia la novela con el recordado 23-F y se alarga, mediante saltos y elipsis poco menos que caprichosas, hasta mediados de 1983. Hay momentos en los que dos oraciones resumen atribuladamente seis meses de hechos; mientras que, en otras ocasiones, los diálogos se alargan como chicles.

      La sucesión de las acciones narradas no obedece, tampoco, a ningún propósito, y los flashbacks ocupan casi la mitad de la obra. En ocasiones se recurre a anticipaciones dignas de folletín, o a cambios de tiempo verbal (utilizando el presente) que confunden al lector o, al menos, parecen prometerle nuevas expectativas... que luego no existen. Hay, incluso, confusión en los nombres de ciertos personajes: quien era Remigio, pasa a llamarse, cien páginas más adelante, Primitivo.

      A lo largo de los dos años que dura la fábula, asistimos a la descripción de infinidad de sucesos: la vida en la editorial en la que trabaja el mentado Paco Cortés (unas escenas que recuerdan pasajes de la novela policiaca El círculo se estrecha del británico Julian Symons); su inestable vida matrimonial y su relación con su esposa y su hija; las reacciones de los personajes ante el fallido golpe de Estado; la caricaturización de don Luis, el suegro del protagonista, un policía fascista y antediluviano (quizás el retrato más conseguido por lo que tiene de bufonesco y exagerado ¾y lamentablemente de real¾); las vidas ¾contadas a retazos, sin orden, en una confusión demasiado precipitada¾ de los amigos de Cortés, que conforman la tertulia de los amigos del crimen perfecto, consagrada al comentario de las novelas policiacas: el abogado pusilánime y vergonzoso (Perry Mason), el jovenzuelo ambicioso e inquieto (Marlowe), el policia que busca una alternativa literaria a la dura realidad (Maigret), la anciana rica que quiere olvidar su edad (Miss Marple), el joven provinciano que busca el antídoto a la soledad urbana (Poe)... y otros que van apareciendo esporádicamente, sin orden ni concierto, como si Trapiello los fuera imaginando sobre la marcha.

        Como propósito, la empresa es digna. Pero la solución (no al crimen planteado, sino a la propia elaboración de la novela) es demasiado descoyuntada, desequilibrada. Desde luego no nos parece una parodia, a no ser que se entienda que escribir una torpe novela policiaca es realizar una parodia del género. Y en cuanto a ser un homenaje: bueno... con amigos así... Hay un asesinato (¡al fin!), pero tras doscientas páginas de reflexiones típicas y tópicas, tras la cita (cuando no copia, aunque declarada) de postulados de autores clásicos del género (que por cierto se citan mal; aunque queremos creer que se debe a una errata de imprenta).

      Parece como si Trapiello se hubiera levantando un día con el título en la mente y luego hubiera escrito la novela: de tal modo que lo policiaco deviene en una mera excusa (y, por consiguiente, deficiente). Porque cuando el autor realmente disfruta (y con él, nosotros), donde hay momentos dignos de alabanza es al sumergirse en la vida sentimental de los personajes (Paco y su esposa; doña Asunción y el despótico don Luis; Poe y la nórdica Hanna). También se observa la comodidad de Trapiello cuando se mueve en las descripciones de la Guerra Civil (y de sus estragos), en los años de la represión: dichos momentos destilan el sentimiento y  la crítica contra la hipocresía de alguien que ha reflexionado sobre nuestro pasado más reciente. Solo ahí se justifica, quizás, esta novela fallida y desiquilibrada, con más sombras que luces.

     Lo demás: el asesinato y las diversas soluciones apenas son creíbles; se nos aparecen como cogidas con alfileres, como lastres o compromisos que el autor ha tenido que introducir para justificar el título. La parte última de la novela ¾la más ágil y quizás mejor resuelta¾ se parece en demasía a Soldados de Salamina.


      De su lectura se desprende que ni siquiera el autor ha creído en su obra. Homenaje y parodia, a veces, son términos demasiado unidos: hay que querer y conocer aquello que se ama u odia. El principal defecto de Los amigos del crimen perfecto es la falta de seriedad y credibilidad (quizás por pretender ambas cualidades en exceso). En ocasiones hay que reírse de uno mismo: pero incluso entonces, las risas deben ser serias y verosímiles.

Andrés Trapiello,

Los amigos del crimen perfecto, ed. Destino, 2003.