
Leo sobre las guerras (mal) llamadas “de
religión” en los Países Bajos durante los siglos XV y XVI, y no puedo dejar de
pensar en otras situaciones conflictivas que sobrevuelan desde hace algún
tiempo nuestro país. Roca Barea escribe (pp. 259-260):
«No había solución al problema de los Países
Bajos por una razón, porque una de las partes quería lo que la otra tenía: el
poder. Y no hay en tal caso más remedio que arrebatarlo. […] Primero se pidió
que los 3.000 soldados españoles de la frontera francesa se marcharan y se
marcharon. Y no hubo paz. Luego se pidió que Granvela [representante imperial]
se fuera y Granvela se fue en 1564, pero no hubo paz. Después se pidió la
retirada de la alcabala [un tipo de impuesto], lo cual dejaba al gobierno
central, que acarreaba con los gastos de la rebelión, sin capacidad de
tributación, y el duque de Alba, no sin resistencia, la retiró. Tampoco hubo
paz. Después se pidió que Alba mismo se marchara y Alba se marchó. Pero tampoco
hubo paz. ¿Entonces? Como Granvela escribió en una carta redactada tras la
marcha de los soldados de la frontera: «Antes o después habrá problemas aquí
con otro pretexto». El problema es que los pretextos han sido confundidos con
la verdad histórica. La dinámica del nacionalismo es perversa: o gana, e impone
su criterio, eliminando la disidencia; o pierde, y entonces convierte la
pérdida en ganancia, es decir, en agravio y excusa para la confrontación:
perder es ganar.
»El nacionalismo necesita siempre un enemigo,
ya que no sabe construir en positivo, hacia arriba y hacia delante, sino hacia
atrás y hacia abajo. Busca la fragmentación, ya que el control de lo pequeño es
siempre más fácil que el de lo grande. En el caso de Holanda, el nacionalismo
se construyó segregando un enemigo que se llamaba España y está, por lo tanto,
en las señas de identidad que ese nacionalismo dibujó e impuso a esas naciones
con el razonamiento simple pero eficaz de “estás conmigo o eres un traidor”».
Como recientemente escribió Felipe Benítez
Reyes, «[estamos] convencidos de que todos los fenómenos del mundo están
necesitados de nuestra opinión, ya sea cualificada o intuitiva»; es decir,
seguro que alguien tendrá alguna cosa que opinar a las líneas anteriores y a lo
que de ellas se desprende. Por favor, antes de hacerlo que se lea las casi 500
páginas del ensayo de Roca Barea… y luego que opine en voz alta.
Gracias.