EL HUMOR ES
ALGO MUY MUY SERIO
Mediante un sobresaliente
despliegue idiomático y una trama tan divertida como precisa, Eduardo
Mendicutti vuelve a sorprendernos con una novela refrescante, donde el humor es
empleado para asaltar las hipocresías, las falsedades y los vicios de nuestro
tiempo.
En marzo de 2008, y con motivo de la
aparición de Ganas de hablar, Eduardo
Mendicutti visitó nuestra ciudad con la intención de dar a conocer su (por
aquel entonces) última novela. Un servidor tuvo el honor (y el placer) de ser
el encargado de introducir al autor en el acto de presentación de su novela que
se desarrolló en la librería FNAC. He de confesar que, hasta unos meses antes,
yo no había leído ni una sola página escrita por Mendicutti. Así que en una
carrera contra el reloj me vi en la obligación de leer los títulos que
consideré más significativos… Y me deslumbró un autor soberbio y cuajado, con
un dominio del léxico que podría calificar de exuberante y con una capacidad
apabullante a la hora de urdir tramas y manejar los mecanismos de la
literatura. Me dejó sin aliento, la verdad. Me emocioné con la hermosa y triste
historia de El palomo cojo (una de
sus primeras novelas); no dejé de reír con las peripecias de las estrambóticas
e histriónicas la Madelón, la Peritonititis y otras amigas que protagonizaron Una mala noche la tiene cualquiera;
disfruté como un niño con las tribulaciones del transexual Rebecca de Windsor y
su novio de Onteniente, en Yo no tengo la
culpa de haber nacido tan sexy… Me convertí en un seguidor fanático de su
obra.
Ganas
de hablar, que fue el origen de mi conocimiento
de Mendicutti, me pareció (me sigue pareciendo) un ejercicio léxico digno de
estudio filológico, y así se lo hice saber a todos los que me preguntaron. Mae West y yo (2011) era también una
gran novela. Más comedida, más asentada. Tampoco para ella ahorré elogios y
alabanzas desde este suplemento. Sin embargo, la publicación de Otra vida para vivirla contigo (2013)
—que tan buenas críticas consiguió— me decepcionó. Solo en dos ocasiones he
empleado este espacio para criticar negativamente un libro. Cuando algo que leo
no me gusta, prefiero el silencio. Así que no escribí nada. Aunque sí le
comenté al autor mi parecer sobre su novela. Sé que no le gustaron mis
opiniones. Estaba en su derecho. Entre otras cosas porque soy consciente
—cualquier lector lo es— de que había puesto mucho de sí mismo en esa historia…
quizás más que en ninguna otra (creo). A nadie nos gustan las críticas adversas,
claro. Cuando escribimos intentamos hacerlo lo mejor posible, pretendemos que
cada nueva novela (o poema o cuento) sea superior al anterior. Por eso se hace
un flaco favor al escritor cuando se alaban obras ya lejanas en el tiempo y se
silencian o critican otras más recientes. Lo sé por experiencia.
Furias
divinas es la última propuesta de Eduardo
Mendicutti: 182 páginas que he leído en algo más de tres horas, de un tirón,
sin dejar de reír, sin poder apartar los ojos del papel, sin dejar de admirar la
capacidad de un autor bendecido por un dominio apabullante del léxico;
asombrado por la facilidad a la hora de trazar tramas alegres en su superficie,
pero de una seriedad y un rigor absolutos en su base.
Confieso haber sentido mucha envidia al
leer esta gran novela. No desvelaré su argumento. Bastará con afirmar que
Mendicutti vuelve a sumergirnos en un mundo exuberante e histriónico. El autor
emplear de nuevo el humor para minar y poner en solfa los aspectos más pacatos
e hipócritas de nuestra sociedad: un humor sin tapujos ni cortapisas, sin
anteojeras, a tumba abierta… Un humor verdaderamente serio y que hay que tener
en cuenta.
Furias divinas es un deleite para la inteligencia y una sabia lección del maestro
hacia los que, como un servidor, siempre seremos sus más torpes aprendices. ¡Mi
más sentida enhorabuena!
Eduardo Mendicutti,
Furias divinas, Tusquets Editores, Barcelona, 2016. 182 pp.