Imagine que trabaja usted en un banco.
Imagine que uno de sus superiores le cita para comunicarle que, por una
negligencia indeterminada, debe ser trasladado (desterrado) al archivo de la
entidad. Dentro de la dinámica de las suposiciones, imagine que dicho archivo
es un lugar cerrado y agobiante, un sótano enorme y laberíntico, tétrico, sin
ventanas ni ventilación, aislado completamente del exterior, subyugado a una
rutina de trabajos absurdos y denigrantes, dominado por la voluntad férrea,
opresora y sádica de una director déspota e intransigente. Si usted imagina que
se llama Carlos Cueto, será el protagonista de El archivo, la novela con la que José Cubero Luna consiguió el III
Premio de Novela Corta “Cristóbal Zaragoza” de 2006, convocado por el
Ayuntamiento de Villajoyosa.
Carlos Cueto es un ser insignificante y
gris, sumido en la rutina del trabajo diario, con problemas conyugales serios y
que, sin comerlo ni beberlo, se convierte en un héroe para los empleados del
archivo. Su existencia, de lo más anodina en el exterior, lejos de empequeñecer
al hombre le aporta una dignidad hasta entonces desconocida. En medio del
ambiente rancio y burocrático del archivo, Carlos Cueto va a descubrir ciertas
cualidades que ignoraba: el afán de lucha, el ahínco por sobrevivir a pesar de
todo y todos…
Lo que convierte a El archivo en una novela notable no es el empleo de un lenguaje
deslumbrante; sino más bien el desarrollo de un argumento que, sin dejar de
proclamar su simbología, no deja de ser ameno. He hablado de simbología:
imagine que donde antes dije “archivo” ahora dijera “vida”; imagine que donde
antes escribí “director” ahora escriba “Dios”.
Hay muchos puntos en común con El proceso de Kafka (y, desde luego, con
la versión cinematográfica que realizara Orson Welles). Vean estos dos
comienzos: “Una mañana me llamaron del departamento de personal nada más llegar
al Banco donde trabajaba” frente a “Alguien debió de haber calumniado a Josef
K. porque, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana”. Ambos
personajes soportan la culpa de un delito que ignoran. En el devenir de ambos,
su situación no acaba de clarificarse. Sólo la muerte (“como un perro”) de
Josef K. concluirá con su penitencia; no desvelaré aquí el final de El archivo, bastará con decir que Carlos
Cueto es el junco que soporta la tormenta merced a la flexibilidad; Josef K. es
el roble que se quiebra por su rigidez.
Sería un mentecato si dijera que El archivo es mejor novela que El proceso; porque no lo creo y sé que
no es cierto. Si afirmaré, en cambio, que la primera es más entretenida.
Léanla… no les defraudará.
José Cubero Luna,
El archivo,
Editorial Agua Clara, 2007. 127 páginas (también en versión digital en Bubok)