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sábado, 19 de diciembre de 2015

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS, de Antonio Muñoz Molina

   A finales del verano de 2006 veía la luz  la novela El viento de la Luna con la que el autor jiennense volvía a los temas de obras anteriores (El jinete polaco, sobre todo). Era una especie de marcha atrás para coger impuso y procurar que el salto fuera más largo, más seguro: tras el devenir sin rumbo en que se había enfangado el autor (en Ventanas de Manhattan, en En ausencia de Blanca, en —quizás un poco menos— Sefarad), El viento de la Luna suponía un soplo de aire si no totalmente fresco, sí al menos refrescante.

Resultado de imagen de La noche de los tiempos
  Tres años más invirtió Muñoz Molina en pulir un tocho de casi un millar de páginas: la espera ha valido la pena porque La noche de los tiempos es una de esas novelas densas e irrepetibles, en donde no sobra ni una sola línea ni tan siquiera una de las palabras que con tanta sabiduría el autor utiliza. Tanto es así que cuando se cierra el libro parece que ha sabido a poco: la historia del arquitecto Ignacio Abel y de su amante Judith se nos queda en el aire, tambaleándose como un funambulista en una cuerda floja y nosotros, los lectores, no sabremos si terminará destrozada contra el pavimento o conseguirá llegar indemne al otro extremo.

     Comienza la historia en los meses previos al inicio de la Guerra Civil y concluye a finales de 1936. Aunque la columna que vertebra la narración es la historia de los dos amantes, Muñoz Molina nos muestra el mosaico de la España prebélica donde transitan personajes reales tanto del mundo político como del cultural. A medio camino entre el narrador en primera persona y la omnisciencia de una voz que lo observa todo desde una altura considerable, jugando continuamente con el verbos en presente, tachonando las páginas con continuos flash-backs, La noche de los tiempos debe considerarse como un tour de force en lo que a estilo se refiere, una filigrana barroca y sofisticada que sirve para elevar a Muñoz Molina a una de las cumbres de la novelística de los últimos decenios. También hay dos cartas, la de la amante y la de la esposa Adela, fragmentadas, confundidas a veces por el propio narrador para mostrarnos a un Ignacio Abel tan inseguro como cobarde, tan inmaduro como desesperado. De un modo u otro estas las dos epístolas dibujan al verdadero Abel quien, lejos de ser un héroe, se nos expone como un ser humano débil e indeciso… uno de nosotros.

     No hay duda de que en esta ocasión el autor ha arriesgado todo y ha saltado sin red: atreverse con un novelón de tal envergadura y de tamaña dificultad (un somero vistazo del lector curioso le permitirá comprobar que apenas existen diálogos, que todo la novela está trufada de extensos enunciados donde la prosa y el pensamiento del autor andaluz subyugan al lector y lo arrastran a una vorágine sin retorno). Deberán abstenerse aquellos incautos que pretendan a estas alturas de la película “conocer” a Muñoz Molina (a estos les recomiendo que empiecen con El invierno en Lisboa o con Beltenebros, por ejemplo), o aquellos otros que hayan accedido a la literatura a través de la prosa funcional de Ken Follet, Dan Brown o Stieg Larsson: de un tiempo a esta parte estamos demasiado acostumbrados a la enunciación “cinematográfica”, a la rapidez y la brevedad, a las novelas saturadas de acontecimientos y verbos, huérfanas de descripciones y digresiones, al veloz relato de historias más que a la concienzuda construcción de mundos. Sin ánimo de insultar a nadie, hay que reconocer que no todo el mundo puede leerlo todo, al menos sin una preparación, sin un aprendizaje previo (la suma de lecturas, la paciencia, la elección de los conocimientos, la solidez del bagaje cultural, el tiempo disponible, la predisposición a la vida sedentaria). La noche de los tiempos es literatura de veinticuatro quilates donde el lector no sólo busca entretenerse sino, sobre todo, aprender a través de la lectura, dejarse atrapar por un estilo que en muchísimas ocasiones te hace exclamar (como al crítico Pozuelo Yvancos): “¡Escribe como nadie!”.

Resultado de imagen de antonio muñoz molina     Se mueven por entre las páginas del libro personajes históricos (o no, como el entreñable profesor Rossman) a los que Muñoz Molina dibuja con pinceladas optimistas y cálidas: el tranquilo Moreno Villa, el vehemente Juan Negrín; frente a otros donde el retrato nos muestra la intransigencia —el caso de José Bergamín— o la estupidez y el papanatismo —el del poeta Rafael Alberti, que no sale muy bien parado—.
      El autor pone toda la carne en el asador para dibujarnos el precipicio del fanatismo (de un lado u otro), la sinrazón de la locura en una España caótica, rancia, repleta de esperanza… contradictoria, en suma. La progresión de la historia, el incremento del interés del argumento va emparejado a los acontecimientos históricos que sirven de marco (los asesinatos, el levantamiento militar, el inicio de la contienda, la explosión del odio acumulado durante siglos) por el que los dos amantes —el arquitecto español y la estudiante norteamericana— transitan poco menos que ciegos, concentrados exclusivamente en su deseo y su pasión, absorbidos luego por la vorágine cuando ya es poco menos que imposible escapar de ella. También están los hijos del protagonista y sus suegros y el cuñado fanático y algo ingenuo; pero sobre todo Adela, la esposa, tal vez uno de los personajes más bien construido en esta novela donde Muñoz Molina describe magistralemente a todos los personajes, en ocasiones únicamente con breves pero precisas pinceladas.

     Podía haber resumido todo este artículo y todos mis halagos hacia La noche de los tiempos con un único adjetivo, pero entonces los coordinadores de este suplemento me hubieran reñido. Ahora, y ya como colofón, no puedo dejar de hacerlo: DESLUMBRANTE.

Antonio Muñoz Molina,

La noche de los tiempos, Seix Barral, 2009. 958 págs.

martes, 8 de diciembre de 2015

SEUDOLOGÍA V y VI: Los engaños de Dios y la mentira como necesidad


     Con apenas unos meses de distancia, el filósofo valenciano Miguel Catalán (1958) ha publicado dos nuevas entregas de su Seudología: La sombra del Supremo. Seudología V y Ética de la verdad y de la mentira. Seudología VI. Poco a poco, como la débil gota que golpea incansablemente sobre el duro granito y termina por traspasarlo, Miguel Catalán va dando cumplida cuenta de una empresa que se antojaba poco menos que imposible: un estudio concienzudo y documentado de la mentira en todas sus vertientes —cuajado, además, por una prosa amena y certera—. La empresa, según palabras del autor, abarcaría veintidós volúmenes. Lo importante no es tanto cumplir con el objetivo como intentarlo. Y damos fe de que Miguel Catalán lo está intentando con unos resultados sobresalientes.

      Tras los anteriores volúmenes de la serie —El prestigio de la lejanía, Antropología de la mentira, Anatomía del secreto y La Creación burlada—, algunos de ellos publicados de nuevo por Verbum en unas ediciones que corrigen, puntualizan y aportan nuevos y mejores datos, Miguel Catalán, en La sombra del Supremo, se sumerge en una de las mentiras más insoportables para el ser humano (de cualquier cultura y tiempo): que Dios, el Ser Supremo, el Hacedor (tenga el nombre que tenga dependiendo de la religión o la cultura) mienta a los hombres, sus creaciones. Con la destreza de un cirujano, el filósofo valenciano desmenuza las teorías que, desde los orígenes de la Humanidad, han pretendido entender, justificar, aceptar o, incluso, “disfrazar” el hecho de que nuestro Dios sea un mentiroso. Miguel Catalán pone sobre el tapete las teorías de Zoroastro, las versiones bíblicas (tanto en el Antiguo o como en el Nuevo Testamento), el lúcido dilema de Epicuro —todo un hallazgo para el autor de estas líneas: Dios es o bueno u omnipotente, pero no puede ser ambas cosas a la vez—, las teorías cartesianas para justificar el engaño divino a través de un demiurgo maligno o travieso… La conclusión a la que llega el autor nos obliga a reflexionar no solo sobre dogmas religiosos, sino también sobre premisas filosóficas. Una conclusión que relaciona este libro con otros anteriores como La Creación burlada o Antropología de la mentira: «la falsedad y la ilusión no son excepciones de la naturaleza ni de la cultura, sino que forman parte de ambas. Son inherentes a ellas e inextricables entre sí».

Resultado de imagen de miguel catalán etica de la verdad y la mentira      El siguiente volumen, Ética de la verdad y de la mentira. Seudología VI, llega refrendado por la obtención del V Premio Juan Andrés de Ensayo e Investigación en Ciencias Humanas. El tomo —tan jugoso como los anteriores, o quizás más— parte de la pregunta: ¿existe alguna circunstancia en que sea legitimo mentir? Tras un recorrido histórico a través de las respuestas de San Agustín, Santo Tomás, Kant, Habermas y muchos otros filósofos, Catalán llega a la conclusión de que la sociedad existe porque el ser humano miente a sus semejantes, porque decir la verdad siempre y en toda ocasión terminaría provocando la ruptura de la civilización tal y como la entendemos: querámoslo o no, hay verdades que pueden matar. La prosa de Miguel Catalán es tan justa como estilosa, convirtiendo temas que podrían parecer tediosos o confusos en monumentos de divulgación y entretenimiento. No miento si digo que he leído ambos tomos como si de novelas se tratasen; ahí radica gran parte del mérito del filósofo valenciano: en hacer fácil lo difícil y claro lo que parecía nebuloso.


      Según el autor, a partir de este punto de su ambicioso proyecto, Seudología va a internarse en la mentira dentro del mundo de la política. Comenta Miguel Catalán que esta parte de su trabajo abarcará cinco volúmenes. Lo cierto es que conforme está el patio (nacional e internacional)… pocos nos parecen.

Miguel Catalán,

La sombra del Supremo, ed. Siruela, Madrid, 2015.

Ética de la verdad y de la mentira, ed. Verbum, Madrid, 2015.

martes, 1 de diciembre de 2015

EL JILGUERO, de Donna Tartt: ¡¡huyan!!

        Hasta la fecha y después de más de un centenar de reseñas, nunca había utilizado esta página para criticar negativamente un libro. Aquellos que me han ido siguiendo durante todos estos meses habrán advertido que siempre he utilizado las palabras para recomendar la lectura de un libro. Ahora es ya de emplear este espacio para NO recomendar un libro. Y que nadie crea que disfruto con ello: sé lo que cuesta escribir una novela;  incluso las malas novelas requieren un esfuerzo y un gasto de tiempo y de energía. Lo que sucede es que he terminado la lectura de El jilguero, de Donna Tartt, y me he sentido tan estafado, tan engañado que he decidido volcar mi impotencia.

        Supe de esta novela hace mucho tiempo, puesto que salió publicada en EE.UU. a finales de 2013. Al poco tiempo los reseñistas y críticos más prestigiosos comenzaron a hablar de ella. Confieso que no había oído hablar nunca de su autora, Donna Tartt; aunque esta novela era la tercera que publicaba tras El secreto y Un juego de niños. Lo que más me sorprendió de la obra, antes ni siquiera de tenerla y de comenzar a leerla, fue que habían transcurrido once años desde la anterior novela. ¡Bueno!, me dije. Al fin un autor que se tomaba su tiempo: con esos mimbres, pensé, la obra no puede ser mala. Lo cierto es que estamos demasiado acostumbrados a la literatura ligera, a que los autores (no todos, por fortuna) publiquen un libro casi anualmente. Y sé que la escritura de una novela requiere tiempo: no es algo que se solvente en unos meses.

      En fin, que busqué, encontré y compré la novela en su original, en inglés, The Goldfinch. Comencé a leerla a principios del verano pero bien por otros compromisos, bien porque el lenguaje comenzaba a hacérseme difícil, o bien… por alguna cosa que ya no recuerdo, la abandoné tras concluir el capítulo 3: 134 páginas de un orignal de 864. Lo que había leído me había gustado. No me había entusiasmado, es cierto; pero me había parecido que entraba dentro de las expectativas que había imaginado cuando la compré: La madre de Theo, el protagonista, muere en un ataque terrorista a un museo; el muchacho, que está junto a ella, sobrevive y, en la confusión creada por la explosión roba el pequeño cuadro que da nombre al libro, obra de un autor holandés del siglo XVII; un anciano moribundo, entre los escombros, le da una sortija y le pide que la lleve a una dirección; el muchacho, tras unos días traumáticos, se decide por fin y acude a aquella dirección…

     Hace una semana me decidí a tomar el libro de la biblioteca, en su versión castellana (cuyo volumen había aumentado con respecto al original inglés: 1.143 páginas). Y hoy, hace unas horas, he llegado finalmente a la última página. ¿Y saben que les digo…?

      Que más allá del capítulo 4, no vale la pena continuar: la acción es lenta hasta decir ¡basta!, repetitiva, sin tensión, aburrida. En muchos momentos echaba un vistazo rápido a las páginas y las pasaba porque no había nada en qué detenerme. La autora parece sufrir de diarrea verbal y no tiene ningún reparo en restregárnosla por la cara. Como muestra este pequeño botón. Un diálogo que, quizás, en una novela negra intensa, concisa, rabiosa, tendría sentido:

—Ah. Y ella es la que…
—Sí.
—¿Lo admitió?
—Sí.
—Y por eso no etás con ella ahora. Estás irritado.
—Más o menos.
Boris se pasó una mano por el pelo.
—Bueno, debes ir a hablar con ella.
—¿Por qué?
—Porque tenemos que irnos.
—¿Irnos? ¿Por qué?
—Porque necesito que vengas conmigo.
—¿Por qué?
     
     Vamos, de lo más trascendental. Sobre todo cuando este diálogo (y otros por el estilo o peores) aparece en la página 924… ¡Toma ya! Escribir por escribir, llenar páginas por llenarlas. ¿No trabajará a peso la señora Donna Tartt?

      Tengo una máxima que siempre empleo al leer un libro: cuando termino el libro me pregunto: si este libro estuviera firmado no por Donna Tartt (o por otro autor de prestigio), sino por un tipo llamado Pepe Payá… ¿estaría publicado? ¿Y saben que les digo? Que si yo hubiera ido con un manuscrito de más de mil páginas a cualquier editorial… no lo hubieran ni abierto.

     Soy consciente de que en todas las novelas —por pequeñas, breves o perfectas que sean— siempre sobran algunas páginas, algunos momentos. Si en la inconmensurable Pedro Páramo (apenas 100 páginas), de Juan Rulfo, sobran algunos momentos… ¡¡imagínense las páginas que pueden sobrar en una novela que sobrepasa las 1.000!! ¡¡Tela marinera!!

     Porque la novela no tiene nada salvo una sucesión de pocos personajes (encima) de los que apenas se salvan algunos (por resultar simpáticos al lector: yo salvaría a Herbie y, quizás, a Pippa… pero no sé.). Theo, el protagonista, es un pijo con dinero a espuertas, que vive en Nueva York y que se hincha a pastillas y a cocaína… Qué quieren qué les diga: un personaje antipático con el que me une menos que nada y con el que, desde luego, no tengo ningún tipo de afinidad. Me parece un tipo plenamente urbano que debe de ser intersante para los urbanitas neoyorkinos como él… o quizás ni eso. Su amigo, Boris, es otro que tal: otro niñato pastillero, borracho y totalmente plano.

     Lo que más me jode de toda la novela son las contraportadas: «No se trata solo de suspense y de intriga [que no hay por ningún lado; y por tanto “no se trata” de eso, claro]… Donna Tartt ha creado una novela gloriosa que nos devuelve el placer intenso y compulsivo de la lectura», dice un crítico del New York Times. “Una obra maestra”, exclama The Times. “Soberbia”, dice el Daily Mail. “Un triunfo”, aporta Stephen King. Incluso se le concede el premio Pulitzer a la mejor obra de ficción de 2014. En fin, dos cosas: o todos estos críticos han leído otra novela y no la que yo he leído; o simplemente no la han leído…

      
     Y tampoco voy a insistir más… Si la encuentran por algún sitio, ni caso. Busquen otra novela que seguro que les llenará más y, desde luego, no les dejará la sensación de haber perdido una semana de su vida leyendo una historia mínima alargada como un chicle yanqui. En una entrevista, la autora comenta que sus escritores favoritos son Dickens y Stevenson. Y yo me digo que Dickens ni siquiera se hubiera molestado en escribir sobre los (no) problemas de un yonqui estúpido de Manhattan; y que Robert Louis Stevenson hubiera hecho con este material una relato de poco más de veinte páginas que se hubiera convertido en una pieza maestra de la consición y del estilo. En cambio, nos tenemos que conformar con una operación publicitaria: no he leído las gilipolleces de Grey y sus sombras, pero seguro que no serían tan aburridas.

sábado, 28 de noviembre de 2015

SEUDOLOGÍA IV: LA CREACIÓN BURLADA (o los embustes divinos)



El libro de Miguel Catalán “La creación burlada”, candidato al ...   En La creación burlada. Seudología IV, el filósofo Miguel Catalán (Valencia, 1958) describe, analiza e indaga sobre “la ilusión del cosmos y el fraude de la vida”: la idea (la terrible sospecha) de que toda la existencia del ser humano se halle edificada sobre una enorme mentira. Con la prosa ágil, funcional y atractiva que lo caracteriza, Miguel Catalán pasa revista a las distintas formas culturales (pintura, literatura, religión, filosofía, cine) en que se ha manifestado, a lo largo de los siglos, el temor de que los dioses y la naturaleza hayan estado engañando y riéndose de las personas. El volumen, pues, muestra la otra cara de la moneda que ya enseñó en Antropología de la mentira, donde era el ser humano quien se las ingeniaba para engañar y mentir a los dioses.
     El lector (no necesariamente versado en terminología filosófica) advierte en seguida que Miguel Catalán es un erudito, un lector voraz y penetrante que bucea en un enorme abanico de libros religiosos y antropológicos: desde las milenarias tradiciones africanas hasta los tratados luteranos, pasando por los textos bíblicos y gnósticos, los grandes compendios de la literatura védica y budista, los hallazgos de la prosa hispanoamericana del siglo XX o las penúltimas películas norteamericanas. La enorme solvencia del autor —que muestra aunados docere et delectare— ha creado una obra amena y fácil de leer, salpicada de innumerables ejemplos que salpimentan agradablemente y corroboran los postulados teórico-filosóficos mostrados y, en ocasiones, defendidos. Cada línea desprende el gusto por la divulgación y el placer de la escritura: una sensación que el lector advierte desde las páginas iniciales y que provoca una lectura de lo más placentera.
    Son varios los temas que Miguel Catalán repasa en su libro, entre los que destacan: las falacias de los Dioses, en su afán por mantener oculto el arcano de la Creación (“la terrible verdad”), son el reflejo (o viceversa) del comportamiento de los padres hacia sus infantes; la idea del “mundo como teatro”, encontrada ya en textos y culturas ancestrales y acentuada durante el Barroco francés y español; la creación literaria comparada a la creación divina, la idea del Escritor como Dios y creador (el “poiésis” griego), con un análisis excelente sobre aspectos lingüísticos de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo.
    El capítulo titulado “Reproducción y muerte” es, para quien esto escribe, el mejor del volumen: un detallado y clarificador análisis del comportamiento de los seres vivos (principalmente las hembras) con relación a sus descendientes, a través de un enfoque biológico sorprendente pero, también, triste y aterrador.
    No creemos exagerado afirmar que La creación burlada es un libro religioso escrito por un agnóstico: «Las acusaciones que a lo largo de este libro han vertido los hombres sobre la falsedad … de los dioses no son ateas, sino creyentes: pues basta con pensar que no hay Dios para que los recelos y reproches desaparezcan». Pues si existiera un Hacedor, un Demiurgo (mejor o peor), un “responsable cósmico”, un Dios (judío, cristiano, mahometano, etc.), ¿cómo justificar el funesto devenir de nuestro mundo? Como Jules Renard comentó: «No sé si Dios existe, pero sería mejor para su reputación que no existiera».

     No obstante ser un placer y un acicate para la reflexión sobre nuestra cultura y nuestros actos, el volumen desprende una conclusión escalofriante: «Ninguna teodicea [teología fundada en principios de la razón] ha respondido de forma satisfactoria a los clamores de la humanidad doliente». También Pascal fue muy claro al respecto: «La condición del hombre es doble: …  incapaces de ignorar absolutamente y de saber ciertamente».


 Miguel Catalán, 

La creación burlada, Editorial Verbum, Madrid. 266 páginas.

lunes, 23 de noviembre de 2015

ANFITRIONES DE UNA DERROTA INFINITA, de Joaquín Juan Penalva

     El pasado 19 de noviembre... No podía fallar, sobre todo al recibir la invitación que Juan Vera, el director del Teatro Castelar, de Elda, me había enviado. En ella se aludía a la presentación del último poemario del escritor noveldense Joaquín Juan Penalva. No podía fallar no solo porque el mencionado poeta es amigo, sino porque el recital poético que envolvía la presentación del libro estaba amenizado por el guitarrista Pepe Payá… ¡Que yo iba a tocar la guitarra en Elda y no me habían dicho nada! ¡Como para fallar, vamos!
      
       Y valió la pena, por supuesto. Primero por el entorno: el vestíbulo del Teatro Castelar es tan acogedor como el resto del edificio que Juan Vera, ejerciendo de cicerone, tuvo la gentileza de mostrarme.

      Tras la presentación del acto a cargo de la Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Elda, María Belén Alvarado, el profesor Alejandro Jacobo tomó la palabra para describir el último trabajo de Penalva, Anfitriones de una derrota infinita (publicado en Huerga & Fierro, Madrid). Se trata del tercer poemario en solitario tras La tristeza de los sabios (2007) e Hiberna, hibernorum (2013). Una obra que sigue la línea abierta en Babilonia, mon amour (2005), poemario escrito conjuntamente con Luis Bagué. En  Anfitriones de una derrota infinita coinciden la poesía de la experiencia y la poesía culturalista, con muchas reminiscencias cinematográficas que harán las delicias de los cinéfilos.

... Beat Generation.: Uno por uno: Joaquín Juan Penalva (Novelda, 1976      Acto seguido Reme Páez, Rafael Carcelén y el propio poeta recitaron algunos de los poemas del libro, acompañados magistralmente por la guitarra exquisita de Pepe Payá… No era yo, claro. Ni tampoco mi hermano Remi, al que hace tiempo que los médicos le recomendaron que dejara la guitarra a un lado. Pero la coincidencia hizo que admirara y degustara la sabiduría y el arte inmenso de un gran guitarrista. La velada fue maravillosamente íntima y erudita. Y me dejó un sabor de boca excelente. La prueba es esta entrada que ahora leéis en un blog que no es nada propenso a recorrer ni recoger la actualidad; pero es que la sensación de tuve durante la escasa hora que duró el acto y que, más tarde, me acompañó durante el viaje de vuelta a Biar fue la de haber rozado el cielo con las yemas de los dedos. Os muestro dos poemas del libro de Joaquín Juan Penalva que, estoy seguro, os agradarán.

Ars longa…
    Escribo para recordar
lo que he leído…
lo que he visto…
lo que he sido.

…Vita Brevis
    El mundo es tan grande…
y tantos los libros,
y tantos los sueños…
que cada vez me veo
más pequeño,
más insignificante,
más cercano al suelo,
parte del polvo,
fragmento de la tierra,
promesa de ceniza,
certeza de nada.


domingo, 15 de noviembre de 2015

SEUDOLOGÍA III: Anatomía del secreto


      Al leer esta nueva entrega de la ambiciosa obra de Miguel Catalán, me viene a la mente un título ya clásico de Lakoff y Johnson —Metáforas de la vida cotidiana (Metaphors We Live By, 1980)— en el que se exponía con claridad meridiana cómo nuestra cotidianidad se sustenta, vertebra y se crea a través de una cantidad ingente de metáforas. Un título que parafraseo en "Mentiras de la vida cotidiana". A lo largo de casi diez años (y los que aún le quedan) el profesor y filósofo Miguel Catalán (Valencia, 1958) ha ido construyendo, con excelentes materiales y un estilo ameno y nítido, una historia de la mentira. La llama Seudología y en ella analiza la importancia, la necesidad, casi, que todo tipo de embuste y fingimiento tiene para nuestra vida diaria.
     Como ya sucedió en los dos volúmenes anteriores, también este se ha alzado con un premio: el Premio de Ensayo Ciudad de Valencia «Juan Gil-Albert» 2007; galardón que ya obtuvo con el primer título de la serie, El prestigio de la lejanía, en 1998.
     A medio camino del ensayo filosófico y el estudio antropológico, la obra de Miguel Catalán contiene también suficientes alicientes para que incluso el lector “profano” (como quien esto escribe) se atreva a sumergirse en sus páginas. Sabe el filósofo valenciano salpicar, casi inundar, todas sus reflexiones con sugerentes ejemplos que ayudan a fijar tesis e hipótesis, que amenizan la lectura y que convierten esta Anatomía del secreto en un ensayo clasificado “para todos los públicos”. A lo largo de sus cuatrocientas páginas, el autor analiza el engaño y el disimulo como pautas fundamentales y necesarias de comportamiento con las que el ser humano intenta (y lo consigue) sustraerse del control y la vigilancia indeseada de sus semejantes. Las normas sociales, el ocultamiento, la privatización, la burla y el chiste, la murmuración, la vergüenza y la culpa, el señalamiento y el castigo, el secreto defensivo y la esfera íntima son algunas de las muchas nociones que Catalán analiza pormenorizadamente en las páginas de su libro.
       Los políticos afirman (y mienten) que la defensa de la verdad es su principal y único objeto, su razón de ser. En cambio, Miguel Catalán ha dedicado gran parte de su vida a la mentira, a su descripción y, en ocasiones, a su defensa. Vale la pena acercase a sus libros para comprobar que, en esto, es sincero.

Miguel Catalán,
Anatomía del secreto,  Del Taller de Mario Muchnik, Madrid, 2008. 415 pp.



lunes, 9 de noviembre de 2015

SEUDOLOGÍA II: Antropología de la mentira


Resultado de imagen de antropologia de la mentira libro    En el año 2005 aparecía publicado, en el sello editorial Talles de Mario Muchnik, el segundo volumen de Seudología: Antropología de la mentira, de Miguel Catalán. La obra había conseguido el Premio de Ensayo Alfons el Magnànim 2001.

     En esta segunda entrega, el filósofo valenciano daba cuenta del modo en que los hombres aprendieron a protegerse del control divino a través de la mentira y del ocultamiento. Frente a multitud de religiones, culturas, filosofías e incluso idearios políticos que pretender recrear un estadio previo ideal, donde la mentira estaba relegada y proscrita. Miguel Catalán nos recuerda que "no se dio nunca un estado presocial del ser humano... Siempre hubo reflexión, desde que el hombre es hombre"y, por tanto, desde que el ser humano se convirtió en animal de ciudad (zoón politikón), en ser civilizado, la mentira ha sido imprescindible y necesaria para conservar dicha civilización.

    Este año, la editorial Verbum a vuelto a reeditar este magnífico ensayo siguiendo su propósito general de editar todos los volúmenes hasta ahora publicados del tratado seudológico.

       A este respecto, el propio Miguel Catalán advierte en el prólogo: "Aun cuando mi intención inicial era la de retocar solo lo imprescindible, con el tiempo he terminado por reescribir algunas partes del libro... Además de añadir materiales acopiados a lo largo de estos nueve años, he incorporado a la segunda edición del libro el resultado de algunas atentas observaciones realizadas sobe el texto de la primera".



Miguel Catalán,

Antropología de la mentira. Seudología II, Del Talles de Mario Muchnik, 2005; y ed. Verbum, 2015.

sábado, 31 de octubre de 2015

SEUDOLOGÍA I: El prestigio de la lejanía


    Iniciamos con este artículo una serie dedicada a la magna obra del filósofo Miguel Catalán (Valencia, 1958) que lleva por título Seudología, o lo que es lo mismo, una historia detallada, documentada y excelentemente escrita sobre la mentira en todas sus formas y a lo largo de la historia de la Humanidad.
    El proyecto, que todavía está en proceso, pretende abarcar 22 volúmenes —que se dice pronto—. A fecha de hoy, Miguel Catalán ha publicado ya seis títulos. El primero de ellos, El prestigio de la lejanía. Ilusión, autoengaño y utopía vio la luz merced a la editorial barcelonesa Ronsel en 2004. Sin embargo, la obra ya había ganado en 1998 el Premio Internacional de Ensayo Ciudad de Valencia «Juan Gil-Alber».
    En esta primera incursión en torno a la mentira, Miguel Catalán examina las diversas formas de autoengaño: desde la idealización del pasado a la antipación del futuro; desde la felicidad soñada en los países remotos a las amenas fórmulas de autoconvencimiento. Porque, no lo olvidemos, el hombre es el único animal que se engaña a sí mismo: «la autopersuasión en favor de la ignorancia da cuenta del contraste universal entre la realidad y el deseo», escribe el filósofo valenciano en una oración que nos retrotrae al título de las obras completas del poeta Luis Cernuda: La realidad y el deseo.

   A través de las páginas de este volumen, Catalán ilustra la tendencia moderna y contemporánea a echar de menos lo que nunca existió, a construir mediante la nostalgia un pasado idílico que solo ha existido en la mente (también nostálgica) de los que nos precedieron. Ya a finales del siglo XV, Manrique lamentaba la desaparición de un pasado que —por afinidad con nuestra infancia— siempre nos ha parecido más ventajoso que el presente: «y como a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado fue mejor». También dentro del ámbito poético (y político), habría que recordar los versos del poeta bilbaíno Jon Juaristi en «Spoon River, Euskadi»: «Nuestros padres mintieron: eso es todo».
    La editorial Verbum ha publicado una segunda edición de este extraordinario ensayo precedida por unas palabras del propio autor que aquí reproduzco:
    «Hace ya diez años que se publicó por primera vez este libro sobre la ilusión […]. El primer tomo en aparecer y el primero en renovar su contenido es este que el lector tiene en sus manos. Precisaba de corrección, pues sus materiales más antiguos se remontan a 1990».
    Obra de calidad, envergadura y profundidad que no rechaza la prosa didáctica y funcional; y que no dejaré nunca de recomendar.

Miguel Catalán,

El prestigio de la lejanía, ed. Verbum, 2014 (y ed. Ronsel, 2004. 363 páginas).



sábado, 24 de octubre de 2015

LOS APUÑALADORES, de Leonardo Sciascia


   Cierro Los apuñaladores, la novela del autor siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) publicada originariamente en 1976. Ha sido una lectura rápida, sin concesiones a la pereza, sin altos o descansos. Porque la novela te absorbe; porque Sciascia —sin ser ningún gran acróbata o artesano del lenguaje— sabe atraparte y estrujar hasta la última pulpa de tu capacidad de lectura y de curiosidad.

    Que Sciascia es uno de mis grandes admirados (junto a Chesterton, por decir otro nombre) no es un secreto para los que han venido siguiendo este blog y para mis sufridos oyentes.


    ¿Pero cómo nadie en sus cabales puede no dejarse atrapar por argumentos como el de Los apuñaladores? El primero de octubre de 1862, en la ciudad de Palermo (Sicilia), trece personas son apuñaladas por un grupo de desconocidos. Los apuñaladores visten de forma parecida; sin embargo no parece existir ninguna relación entre los heridos: de hecho, los actos han tenido lugar en lugares distintos de la misma ciudad. El joven fiscal general Giacosa y el juez de instrucción Mari consiguen apresar a los agresores y condenarlos; pero ¿cómo poder descubrir, atrapar y condenar al verdadero instigador de los hechos?

     No desvelaré al lector la respuesta a esta pregunta. Basta con decir (con recordar) que en las novelas de Sciascia prima la realidad sobre la literatura: nunca triunfa la justicia, ni siquiera la justicia poética...

Leonardo Sciascia

Los apuñaladores, Tusquets Editores. 125 páginas.

domingo, 18 de octubre de 2015

HISTORIA DE UN MATRIMONIO: buscando la Gran Novela Norteamericana


    No es necesario haber leído a Séneca para saber que la vida es una lucha constante, para comprender que más allá de los reveses de la Historia están las batallas privadas de la historia, de aquella “intrahistoria” a la que aludía sabiamente nuestro gran Unamuno.
    Historia de un matrimonio se nos presenta como el relato elegante, sutil y comedido —sin embargo, certero y duro— de las vicisitudes que sufre la pareja integrada por la joven Pearlie y el hermoso Holland Cook. No es éste un libro que haya que leer de un tirón; no hay que “devorarlo”. Por el contrario, es esta una novela que hay que saborear, masticando lentamente el correr de las oraciones, disfrutando al adentrarse en los meandros de la narración, en los recodos de un camino sembrado de sorpresas, miedos y alegrías, un sendero aderezado con quiebros argumentales que evocan a Henry James y su Vuelta de tuerca. Con una prosa reposada, el autor nos describe el combate que debe librar la protagonista femenina para salvar su matrimonio, para permanecer aferrada a esa enorme palabra que es “amor” o, al menos, a su sucedáneo: la convivencia digna.
      El lugar: San Francisco. El tiempo: 1953. Los Estados Unidos de América viven bajo el temor a la amenaza comunista: la “caza de brujas” del senador McCarthy, la guerra de Corea, el juicio de los Rosenberg y su posterior ajusticiamiento, el temor a la guerra nuclear. La supuesta inocencia y simplicidad de la época estuvo marcada por el miedo y el silencio: la segregación racial, los tabús sexuales de “lo diferente”, la fachada de una vida de pujanza y riqueza asentada en unos cimentos cenagosos que comienzan ya a tambalearse. En este contexto, el autor —mediante la voz narrativa de Pearlie— nos describe la vida reposada del matrimonio Cook: él es un hombre de salud delicada y ella debe protegerlo de sobresaltos suavizando el sonido de los timbres de la puerta y el teléfono, eliminando del periódico las noticias desagradables. Todo es calma y armonía en la casa y la vida de los Cook: un remanso de paz, un locus amoenus en una nación cada vez más histérica, en un país que se resiste a dejar atrás los prejuicios de un tiempo anterior, en un paraíso donde el mal acecha entre las rosas más hermosas.
     Sin embargo, todo lo que parece seguro y firme, cierto y verdadero, se desmorona con la aparición de Buzz Drumer, un antiguo amigo de Holland. La irrupción de este personaje, que se convertirá en uno de los vértices del triángulo protagonista, dota a la narración de un intensidad que aumenta con cada página. Muy pronto las revelaciones asaltan al lector y la sorpresa se adueña de la lectura.

    Con una prosa y un manejo del Tempo narrativo magistrales, Andrew Sean Greer (1970) ha escrito una novela absorbente y asombrosa, una de esas joyas ocultas que a veces caen en nuestras manos y en nuestros corazones para recordarlas durante mucho tiempo. En una época de literatura funcional y rápida (remedo del fast food que asalta cada vez más nuestra cotidianidad), en un tiempo donde la reflexión y el reposo de la lectura parecen patrimonio de los autores ya difuntos o de media docena de genios, Historia de un matrimonio supone un hito que este lector tardará en olvidar (quizás nunca): no es la Gran Novela Norteamericana —pues no es esta obra que alimente grandes compañas publicitarias—… pero se le parece mucho.

Andrew Sean Greer,

Historia de un matrimonio,  Ediciones Salamandra, 210 páginas.