Tres son las constantes que Friedrich
Dürrenmatt (1921-1990) utiliza casi obsesivamente en la gran mayoría de sus
obras. La primera es la predilección por la estructura policiaca: como Borges,
el escritor suizo es consciente de que el orden que impera en la novela
detectivesca es el único con el que puede expresarse con cierta coherencia en
una época de caos. Basta recordar títulos como La sospecha o El juez
y su verdugo, reseñados con anterioridad.
La segunda constante es la crítica
soslayada ¾pero no menos hiriente ni menos
evidente¾ contra la “rectitud” de la sociedad
suiza, y el desvelamiento de la hipocresía y amoralidad en pro del negocio y de una supuesta neutralidad: la sociedad modélica, pacifista y civilizada se
sostiene a expensas de divisas sacadas subrepticiamente de otros países ¾donde quizás la gente muera de hambre¾; bajo el anonimato de las cuentas bancarias se subvencionan
asesinatos, guerras, conflictos de todo orden.
La tercera y última constante ¾pero no menos importante¾ es la reflexión continua en torno a la Justicia. Desde las
novelas arriba citadas hasta su más famosa obra teatral La visita de la
vieja dama, Dürrenmatt ha convertido el análisis de la Justicia en el tema
básico de su producción.
La novela que aquí reseñamos apareció por
vez primera en 1986 ¾aunque, según afirma el propio autor, la idea primigenia y el primer borrador fueron
concebidos en 1955¾.
Tusquets la rescata de su fondo y saca a la luz una quinta edición. Hay que
alegrarse porque la novela es un ejercicio estilístico y argumental
maravilloso. La idea de partida no puede ser más atrayente: en un cantón suizo,
su consejero ¾hombre intachable y ejemplo de
urbanidad¾ comete un asesinato en presencia de
los comensales de un concurrido restaurante. Condenado a veinte años, encarga a
un joven abogado ¾con
apuros financieros¾ la
revisión del proceso a partir de una hipótesis ilógica: él no es culpable. Se
reinician los interrogatorios y comienzan a surgir las dudas ¾hay contradicciones entre los testigos, el arma homicida nunca
apareció, una serie de accidentes casuales van eliminando a todos aquellos que
podrían señalar la culpabilidad del consejero... y lo que es más curioso: no
existe ningún motivo aparente para el crimen¾. De tal modo que el abogado protagonista se ve inmerso en un
laberinto de triquiñuelas legales, de carambolas del destino, que terminará
ahogándolo y del que no podrá salir sin dejar algo más que su credibilidad y su
dignidad.
Esta sátira, ácida y corrosiva, contra la
Justicia y sus “operarios” ve acrecentado su cinismo en el desfile de unos
personajes poco menos que surrealistas: Spät (el abogado y narrador) enamorado
de la hija del acusado, Hèléne, imagen de la belleza sustentada en la
podredumbre y el crimen; el engreído asesino, el consejero Kohler, quien maneja
los hilos de la farsa y las marionetas desde la celda moderna y cómoda de la
cárcel; la deforme Mónika, que deviene en el rostro verdadero ¾sádico, hipócrita, consumido por el odio¾ de la sociedad; la inocente Daphne, que carece de personalidad y
quizás de rostro; los meros peones Winter y Bruno de un juego regido con
precisión y ensañamiento. En fin, toda una caterva de personajes atípicos y en
cierto modo incompletos ¾física
y mentalmente¾, que muestran la realidad de un país
sustentado en la hipocresía y el dinero teñido de rojo.
Dándole la vuelta a Plinio diremos que no
hay novela buena que no contenga algo malo. Justicia adolece, a veces,
de cierta profusión, de un afán por revelarlo todo, como si el lector no fuera
lo suficientemente perspicaz para poder llegar a las conclusiones por sí solo.
Hay momentos gratuitos ¾como la
escena de la violación¾ y
otros en los que el lector se siente insultado en su inteligencia: Dürrenmatt
quiere descubrirnos cada sutileza o doble lectura... como si nosotros no
pudiéramos descubrirlas. Afortunadamente son los menos, y de ese modo la obra
se lee disfrutando en cada línea, dejándose llevar por la voz de Spät: una voz
algo ronca y resabiada, medio consumida por la impotencia. Cerramos el libro y
una sensación de pesimismo nos invade: quizás el mundo esté bien hecho, pero
sin duda está mal distribuido.
Friedrich Dürrenmatt,
JUSTICIA,
Tusquets editores, Barcelona, 215 páginas.
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