Comencé a escribir La
última semana del inspector Duarte en las Navidades de 2010 y la terminé en
febrero del año siguiente. Es decir, alrededor de dos meses. Dicho así puede
parecer muy poco tiempo, y realmente lo es; pero sucede que en realidad empecé
a escribirla en el año 2000. Qué lío, ¿verdad?
En febrero de
2000 comencé a trabajar como profesor de Secundaria en diversos institutos de
Andalucía. Era mi primera experiencia como docente y, para qué ocultarlo, en la
universidad nos habían llenado la cabeza de conceptos y datos, pero no nos
habían dicho cómo debíamos enfrentarnos a unos alumnos adolescentes tan
cargados de energía que les rezumaba por las orejas. En fin, que allí estaba yo
delante de una treintena de chavales y chavalas intentando que no se me notasen
mucho los nervios y, al mismo tiempo, procurando transmitirles mi amor por la
literatura.
Muy pronto advertí que eran más bien pocos (casi
ninguno, aunque siempre había alguna excepción, claro está) los que disfrutaban
leyendo. La falta de hábito lector desembocaba irremediablemente en la
acumulación de faltas de ortografía. Mi cometido era doble: aficionarlos a la
lectura y, al mismo tiempo, enseñarlos a escribir con el menor número de faltas
posibles. Se me ocurrió una idea: les daría a conocer un relato breve (nunca
más de una página) que careciera de final; el alumno tendría que leerlo y
escribir el final. Acudí —adaptándolos para que no excedieran del tamaño que me
había fijado— a Borges y a Cortázar, a Monterroso, a Las mil y una noches, a viejas leyendas nórdicas y a otros muchos
autores. En un momento dado yo mismo escribí un cuento. Como siempre me ha
gustado la novela de misterio y, más en concreto, la novela-enigma (a la manera
de Agatha Christie, Ellery Queen o S. S. Van Dine, por citar solo algunos
nombres), escribí un breve relato: «Un caso del inspector Méndez». Con él
obligué a los alumnos a leer con más atención, puesto que para continuar el
relato y hallar la correcta solución debían encontrar las pistas diseminadas
por entre las líneas de la narración. Me enorgullezco en afirmar que fue todo
un éxito. A este primer caso del inspector Méndez siguieron otros más: «El
inspector Méndez y el caso del secuestro», «El inspector Méndez y la
enfermera»… Aquellos que fueron mis alumnos lo recordarán. ¿Qué mejor premio
puede recibir un profesor que este?
Han pasado quince años y todavía los casos/relatos del
inspector Méndez siguen circulando por mis clases y continúan sirviéndome como
instrumento muy eficiente para incentivar la afición lectora de mis alumnos y
mejorar su ortografía.
En las Navidades de 2010 me hallaba en pleno proceso
creativo: estaba ultimando (releyendo y corrigiendo) una novela —Morirás muchas veces; que todavía sigue
inédita— y escribiendo Puzle de sangre
al alimón con Mario Martínez Gomis. ¿No habéis sentido que cuando más cosas
tenéis que hacer (exámenes, trabajos), más os apetece hacer otras cosas
distintas? Pues eso fue lo que pasó. Una mañana en que me levanté tardísimo
porque estaba de vacaciones y me había acostado a horas intempestivas corrigiendo
mi novela, decidí que merecía un respiro, un descanso. Había enviado un
capítulo de Puzle de sangre a Mario y
este todavía no me había contestado. Decidí tomarme un descanso…
Hay quien descansa paseando, tumbado en sofá, yéndose
al bar, contemplando una película… Yo descanso leyendo y escribiendo. La última semana del inspector Duarte es
mi particular descanso del guerrero. Pensé que si unía cuatro casos del
inspector Méndez y convertía a este en el inspector Daniel Duarte —porque ya
había otro Méndez pululando por otros libros— la cosa podría funcionar. Y
acerté.
Recuerdo con especial agrado las tardes de escritura,
el modo en que las cuatro historias debían estar imbricadas a la perfección
para que el resultado no pareciese forzado. No sé si lo he conseguido: es el
lector quien debe juzgarlo.
En La última
semana del inspector Duarte hay un secuestro, un par de asesinatos, mucha
deducción y ningún tiro, ni persecuciones, ni mujeres fatales. No es novela
negra, ni pretendió nunca serlo. Frente a los extremos de Puzle de sangre, La última
semana del inspector Duarte puede resultar incluso demasiado inocente. Es
mi particular homenaje (seguro que no será el único) a la novela-enigma que,
dentro del subgénero de misterio, sigue siendo mi favorita a pesar de lo que
mis últimas producciones puedan dar a entender. De buscar similitudes, el
inspector Duarte está más cerca del comisario Maigret que de Sam Spade o Philip
Marlowe.
La última semana
del inspector Duarte no es una novela juvenil. Entre otras cosas porque no
sé muy bien qué es tal cosa. ¿Acaso todos los jóvenes leen el mismo tipo de
literatura? Nunca fue así, y dudo mucho que ahora lo sea. El protagonista es un
señor a punto de jubilarse, el acné y el exceso de energía están desterrados de
sus páginas, ningún jovencito sabihondo ayuda al inspector a resolver los
misterios, no hay ninguna historia de amor entre adolescentes atormentados…
Definitivamente no es lo que se dice una novela juvenil. Es una novela de
entretenimiento, de puro y simple entretenimiento, escrita como mejor sé
hacerlo y procurando no tratar a los lectores como estúpidos. Se trata de una
novela de un rombo que, para los que no lo entiendan, significa que es apta
para todos los públicos de entre 9 y 99 años (o menos de nueve —si el lector es
inquieto— o más de 99 —si el lector prefiere invertir el tiempo en ella—) y en
la que realizo también un homenaje al mundo de los libros. No hay vampiros, ni
sexo, ni insultos, ni disparos, ni palabrotas, ni persecuciones
automovilísticas, tampoco hay crítica social o análisis de conflictos
generacionales; es una novela otoñal que, como siempre he procurado en mi
producción literaria, tiene dos lecturas: una literal y explícita, y otra más
profunda que el lector deberá hallar.
La novela es deudora, en un tono de sentido homenaje,
a todas las series que jalonaron mi infancia: Colombo, McMillan y esposa,
Nero Wolfe o Los rivales de Sherlock Holmes, por ejemplo. Y a aquellas que me
acompañaron durante la juventud: Luz de
luna, Se ha escrito un crimen, Remington Steele o Poirot, por citar algunas. Seguro que se han hecho mejores series
después; pero hay momentos que me resisto a olvidar. Y si tuviera que comparar
la novela con alguna serie actual estaría más cerca de Monk o de Los misterios de
Laura que de Dexter o The Wire, por citar dos de las más
famosas. Estoy convencido de que el inspector Duarte podría suscribir aquello
que respondió Billy el Niño cuando Pat Garret le dijo que tenía que dejar de
delinquir, que los tiempos estaban cambiando. «Los tiempos, tal vez», dijo
Billy, «pero yo no».
Me encanta este making of de tu última novela. Me he identificado con algunas de las cosas que cuentas. Por ejemplo, en momentos de mucho estrés también suelo estar más creativo, que no quiere decir que escriba mejor. Me parece una gran idea hacer que tus alumnos escriban para engancharlos a la lectura y combatir las faltas de ortografía. Mucha suerte con el inspector Duarte. Espero leerte pronto.
ResponderEliminarUn abrazo.
También estoy de acuerdo, aunque por mi edad, un poco mas viejo, empece mi lectura misteriosa con clásicos como Sherlock Holmes, Miss Maples o Maigret, incluso, por que no, alguna de Edgar Allan Poe o también a Plinio de Tomelloso. Estoy impaciente por empezar a conocer a Duarte, si la técnica y la guerra de las editoriales no mata al libro electrónico, como en su época se cargaron el vídeo con la guerra entre el Beta y el VHS.
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