Otro adelanto (el último) de la próxima novela.
El día 5 de marzo... ¡toda! Que la disfrutéis.
No era el primer cadáver que veía; pero allí, de pie ante el enorme montón de basura, el inspector Duarte volvió a sentir el cansancio que ya había aparecido los meses atrás. Chupaba la pipa espaciadamente, abstraído, aunque hacía un buen rato que se le había apagado. Crespo sujetaba el paraguas que los protegía de la lluvia.
El día 5 de marzo... ¡toda! Que la disfrutéis.
No era el primer cadáver que veía; pero allí, de pie ante el enorme montón de basura, el inspector Duarte volvió a sentir el cansancio que ya había aparecido los meses atrás. Chupaba la pipa espaciadamente, abstraído, aunque hacía un buen rato que se le había apagado. Crespo sujetaba el paraguas que los protegía de la lluvia.
El inspector encendió
de nuevo su pipa. Chupó con rabia y el humo se alzó cubriéndole el rostro.
Recordaba el miedo esculpido en la cara de los padres durante los primeros
días. Después llegó la actitud distante, las señales inconfundibles de que los
secuestradores ya se habían puesto en contacto con ellos, de que, sin duda, los
habían alertado contra la policía amenazando con la muerte de la cautiva. Así
actuaba siempre aquella gentuza y, salvo excepciones, la familia le seguía el
juego, se plegaba a sus condiciones: la policía se convertía en una molestia.
Duarte imaginó lo que habría pensado el padre: la seguridad de que el dinero lo
podía todo y de que el engranaje de la ley era insuficiente y molesto cuando lo
más importante era recuperar a su hija a cualquier precio, de un modo u otro.
Desde el primer momento supo que los padres les habían ocultado la relación con
los secuestradores. ¡Era imposible que después de los primeros días no hubieran
recibido ninguna noticia, ni la más mínima señal! Además, el último fin de
semana, cuando el comisario le había ordenado que se acercara a la casa de los
Navarro, detectó gestos, conductas y miradas huidizas y recelosas.
Con el paso de los
días y la ausencia de más datos, los periódicos sustituyeron las noticias de la
joven secuestrada por nuevos titulares. Transcurrieron los días y luego las
semanas: el tiempo, imparable, fue cubriendo el suceso con el barniz del
olvido. El inspector imaginó que la familia habría seguido las instrucciones al
pie de la letra, aunque al hacerlo habían obstaculizado a la justicia. Duarte
se preguntó si —puesto en aquella tesitura— él no hubiera actuado del mismo
modo, si no hubiera pretendido salvar la vida de su hija a cualquier precio,
por encima de la sociedad y del resto de los ciudadanos, al margen de la ley y
de sus representantes. Dio una nueva chupada a la pipa. Pilar y él no habían
podido tener hijos.
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