El grueso de la novela se desarrolla en
apenas un largo fin de semana en el que la atractiva juez Mariana de Marco ha
sido invitada a la boda de una amiga que se celebra en una finca vinícola de la
provincia de Toledo. El calor estival y los nervios del acontecimiento crean un
ambiente de insoportable crispación. A través de unos diálogos detallados y
reflexivos, al modo de Dickson Carr o Ellery Queen (lejos de las aburridas o
casi indescifrables peroratas de Dorothy L. Sayer, a quien incomprensiblemente Guelbenzu
admira), los lectores vamos disfrutando de una historia detectivesca donde nada
es lo que parece y donde, tras cada palabra inocente, se oculta un hecho de
sangre y un pasado plagado de sombras.
El cadáver de un hombre desaparecido
treinta años antes es hallado casualmente en el lugar donde ha de celebrarse el
desposorio de uno de sus nietos. Este sorprendente hallazgo es el inicio de una
serie de extrañas muertes que llevaran a nuestra protagonista a convertirse en
detective amateur. El relato de los hechos actuales se alterna con el de la
historia familiar: una sucesión de nombres, parentescos y relaciones al uso
decimonónico y folletinesco. ¿Estos abusos son errores del autor o son una
crítica velada a los que pueblan la exitosa La
sombra del viento, aparecida en fechas próximas a este Cadáver arrepentido? Puesto que esta novela no es santo de mi devoción,
prefiero pensar que Guelbenzu intenta ridiculizarla.
J. M. Guelbenzu,
El cadáver arrepentido,
Ed. Alfagura, 2007. 388 páginas.
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