El tren tarda tres horas entre Madrid y mi
destino. ¡Me sobró tiempo! Si dijera que devoré el libro mentiría: me lo
engullí a palo seco, sin un respiro para tomar un trago de agua, o dar un paseo
por los vagones, ni siquiera me molestaron las canciones que tarareaba mi
hija mientras pintaba. Desde las primeras páginas me dejé arrastrar a un mundo
de crímenes y mentes atormentadas. En Asturias, una ola de asesinatos atemoriza
a la población de una tranquila comarca. La inspectora Lina Montalbán (un evidente
guiño al creador de Carvalho) deberá atrapar al loco asesino que marca a sus
víctimas con números romanos; además deberá bregar con su hijo adolescente,
sacar a la luz —por azar— una red de tráfico de drogas que salpica a los
propios policías y enfrentarse con el machismo que cubre, como un tupido manto,
a las fuerzas de seguridad. Es un thriller, por supuesto; y no pretende ser
otra cosa. A la manera de la Cornwell (que no me gusta) o de Connelly (que sí
me gusta); aunque escrito en nuestra lengua y con personajes que se llaman
Pedro, Juanjo o Luis.
La novela está narrada en tercera persona,
pero diseccionada en dos puntos de vista. Tal como sucedía en la genial Plenilunio de Muñoz Molina y la más
reciente No acosen al asesino de
Guelbenzu, conocemos al psicópata asesino desde las primeras páginas. Nacho
Guirado nos presenta la historia a través del criminal y a través de la
inspectora de policía; escrita con una prosa mucho más pulida y directa que la
de sus obras anteriores. El azar
(¿quién si no?) va a ser el causante de que un padre de familia aparentemente
inmaculado se convierta en un asesino sin escrúpulos: la casualidad de una
mirada (¿de nuevo Muñoz Molina?) será el detonante de la locura.
Nacho Guirado,
Muérete en mis ojos,
Ediciones B, 2007. 254 páginas.
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