Sin prisa, pero sin pausa, lenta e
inexorablemente la editorial Tusquets ha ido llevando a cabo la recuperación de
uno de los mayores narradores europeos de la última mitad del siglo XX: el
siliciano Leonardo Sciascia. El cometido empezó en 1987 con 1912+1, cuando el autor italiano todavía
estaba vivo (moriría dos años después). A esta obra siguieron: La bruja y el capitán, El Consejo de Egipto,
Puertas abiertas, Todo modo —una de las preferidas de quien esto escribe—, El caballero y la muerte, Una historia
sencilla —que concluyó unos meses antes de morir—, Cándido o Un sueño siciliano, El contexto —otra de mis preferidas—, Los tíos de Sicilia, Los
apuñaladores, La desaparición de Majorana, El día de la lechuza, A cada cual,
lo suyo, El teatro de la memoria y la que ahora nos ocupa, El mar color de vino. No creo gratuito
ni baladí la enumeración de todos estos títulos que aparecieron (continúan
todavía) en la colección Andanzas y más tarde en Fábula. Ahí quedan para que
los curiosos que todavía no conocen a Sciascia —y piensen que las novelas
negras llegadas del frío son un placer en grado sumo— se acerquen a cualquiera
de ellas; crean adicción.
El
mar color de vino no es una novela (aunque quizás
muchos de los títulos antes referidos tampoco podrían incluirse dentro un
significado ortodoxo del término), sino un libro de relatos. Está compuesto por
trece narraciones escritas entre 1959 y 1972. Si algún lector (de todo hay en
la viña del Señor) todavía no se ha acercado a Sciascia, esta colección de
cuentos es un modo excelente para introducirse en un universo donde el pueblo
(en el sentido más meridional, más mediterráneo del término), la mafia, el
humor y la política se conjugan de un modo extraordinario. Para los adeptos,
basta con afirmar que encontrarán “más de lo mismo”, lo cual no es, aunque lo
pueda parecer, ninguna calificación negativa: “lo mismo”, en Sciascia, es la
excelencia.
Los trece cuentos que forman el volumen
construyen un mosaico variopinto y completo de la sociedad siciliana: el
principal tema de Sciascia a lo largo de toda su producción. En estos relatos
hallamos bodas concertadas, mujeres sacrificadas, crímenes tan absurdos como
casuales, emigrantes rumbo a América, viajes en tren de lo más peculiares,
cardenales asesinados y arrojados a un pozo, la religiosidad más fanática,
cornudos consentidores, bandas mafiosas dispuestas a exterminarse… y un largo
etcétera de situaciones y personajes inolvidables que, a veces, nos harán
sonreír y otras patalear de rabia e impotencia, pero que siempre nos
sorprenderán.
Ni siquiera los muchos traductores
(José Ramón Monreal, Ana Poljak, Ricardo Pochtar, Carlos Manzano, Juan Manuel
Salmerón, Juan Ramón Azaola —es obvio que en la calidad alta o baja de un autor
extranjero tiene mucho que ver el traductor; por eso los cito—) que nos lo han revelado a lo largo de estas dos décadas ha perjudicado una prosa directa y
clara, forjada con el hierro y la muñeca de los grandes narradores europeos
(hablo de Chesterton, de nuestro Delibes, de Thomas Mann…y de tantos otros):
una prosa que nos atrapa como un anzuelo y que guía nuestro pensamiento a
través de laberintos políticos y reflexiones vitales. No hay titubeos ni dudas
en las palabras de Sciascia, pero sí los hay en sus argumentos que nunca se nos
muestran completamente desvelados. En eso el novelista italiano sigue el décimo
punto del Decálogo del Estilo de Nietzsche: «No es ni sensato ni hábil privar
al lector de sus refutaciones más
fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de
formular él mismo la última palabra de nuestra
sabiduría».
Leonardo Sciascia,
El mar color de vino, Tusquets, 2010. 180 páginas.
Me apunto el título, amigo. Este mes ya tengo dos libros de relatos pendientes de leer: uno de David Monteagudo y otro de Hipólito G. Navarro.
ResponderEliminarUn abrazo.