portada

portada

sábado, 25 de noviembre de 2017

VALLE-INCLÁN, recordando al genio


      Los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: uno, yo, don Ramón María del Valle-Inclán y el otro, todos los demás.


    
     El año pasado celebramos el 80 Aniversario del fallecimiento del escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán, que se correspondía también con el 150 Aniversario de su nacimiento en Arosa (Pontevedra). Sirva este artículo para recordar su inmensa figura y su gran obra.
    
Resultado de imagen de valle-inclán    Nuestro autor realizó sus primeras armas literarias como articulista, en 1888, en una revista de Santiago de Pontevedra, donde estudiaba Derecho (que nunca terminó). Desde entonces hasta el día de su muerte no cesaría de escribir y publicar.
     
     Por encima del autor de novelas y cuentos, del periodista, corresponsal de guerra y crítico literario, del dramaturgo, del poeta y ensayista —pues todos y cada uno de estos géneros cultivó—, Valle-Inclán fue, ante todo y ante todos, un consumado actor. Inventó su propia biografía, y su llamativo aspecto —larga barba de chivo, antiparras, esclavina y capa negra española— fue la máscara del personaje tras la que ocultó su genialidad.

    Mentiroso y fantasioso ante las preguntas, bohemio y ave nocturna contra su siglo, serio y disciplinado en su trabajo, Valle-Inclán es el prototipo del escritor que sabe el alcance de su genialidad y, en consonancia, la explota y extrae de ella la mayor cantidad posible de jugo. A este respecto es ya clásica la historia de su manquedad. Preguntado por ella, Valle-Inclán relataba una increíble y fantástica historia de selvas y leones: perdido en aquellos parajes y viéndose acorralado por las fauces de un hambriento león, nuestro autor creyó conveniente cortarse su brazo izquierdo y lanzárselo al felino, el cual, entretenido con el manjar, permitió la fuga del autor gallego. La realidad, por supuesto, fue mucho más prosaica y zafia: una riña en un bar con un crítico fue el origen de una herida que, con el tiempo, se infectó y engangrenó, concluyendo con la amputación del brazo.

      Entre 1990 y 1994, Círculo de Lectores llevó a cabo una cuidada edición de las obras completas de Valle-Inclán, prologando cada volumen los más destacados especialistas. La colección se compone de treinta tomos cuya descripción es como sigue: 65 centímetros de longitud, diez kilos y medio de peso, 6.650 páginas en total, de las que 1.137 corresponden a los prólogos e introducciones de los estudiosos; lo cual da un total de 5.513 páginas escritas por nuestro autor.

      Aquel que guste de los motivos decorativos se quedará, sin duda, en el aspecto externo. Aquel que dé un paso más comprobará que estos treinta tomos con sobrecubierta de color verde esconde bajo sus tapas: catorce novelas, tres poemarios, un ensayo, una recopilación de artículos periodísticos, cinco libros de cuentos y veintiuna piezas teatrales. Aquel que —siendo lector— pretenda adentrarse en estas medidas y dimensiones, en los distintos géneros literarios que las abarcan, encontrará un mundo plural y variado, una caterva de personajes nobles y también execrables, una infinidad de situaciones grotescas, románticas, sensibles y chocarreras; aderezado todo ello con la prosa más brillante de la primera mitad del siglo XX.

     
Una somera mirada a los títulos de sus obras nos revela varias características: el gusto por los subtítulos —los cuales aparecen en más del 95% de sus obras—, como si Valle insistiera en centrar convenientemente el tema de estas; la consecución de cualquier género literario, aunque los dos predominantes sean la novela y el teatro; la inclinación a agrupar sus obras en conjuntos compactos y completos, bien en tetralogías —las Sonatas—, bien en trilogías —La guerra carlista, Comedias bárbaras, Martes de carnaval (tres esperpentos), El ruedo ibérico, Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (cinco dramas) y Tablado de marionetas (tres farsas)—, lo cual nos acerca a otro autor de su misma generación, Pío Baroja; y, finalmente, un gusto por el elitismo, por las voces que conduzcan al lector hacia muchos y tiempos ancestrales, a veces con seriedad y otras con intención de ridiculizar.

     Su producción se agrupa en dos grandes periodos:

     El primero va desde 1895, fecha de su primera publicación —el libro de cuentos Femeninas. Seis historias amorosas— y llega hasta 1920,  con la aparición de su tercer y último libro de poemas, El pasajero. El segundo periodo comprende desde este año hasta la fecha de su muerte.

     Este primer periodo, que algunos califican de Modernista, es el más prolífico del autor. Desde su primera obra, escribe y publica sin descanso. A veces, incluso llega a publicar tres obras en un mismo año. Su prosa, reflejo de las inquietudes del final del siglo, se recrea en un mundo de sensaciones, de paisajes de ensueño o de pesadilla. Su postura modernista le obliga a edificar un mundo sustentado por la estética y la sensualidad, sin correlato con la realidad. A su primer libro de cuentos, ya citado, se unen otros dos: Epitalamio. Historias de amores (1897) y Jardín Umbrío. Historias de santos, de almas en pena, de duendes y de ladrones (1903). Pero sobre todo serán las Sonatas donde Valle-Inclán va a exponer su poética y a dar rienda suelta a su afán por alcanzar una obra meramente estética y, por tanto, inútil en su perfecta belleza.

     Las Memorias del marqués de Bradomín suponen una utilización exquisita de los elementos de la estética prerrafaelista y decadente, del simbolismo y la hagiografía más intrínsecamente medieval y castellana. Todo cabe en ellas: sacrilegios, fornicaciones, adulterios, robos, crímenes, incestos, necrofilia… Cada una de las cuatro novelas que conforman esta tetralogía — Sonata de Otoño (1902), Sonata de Estío (1903), Sonata de Primavera (1904) y Sonata de Invierno (1905)— es un laberinto formado por guiños al lector e ironías sobre los propios personajes y sobre la estética modernista, a la que se inscriben con todo merecimiento.

    Valle-Inclán plama en sus Sonatas las ideas ortegianas sobre la deshumanización del arte y la novela lírica: esta es entendida como algo cerrado, que no ha de ampliar horizontes, sino reducirlos, como un mero —pero perfecto— juego estético, regodeándose en sus logros sonoros y visuales. Aunque se inscriben bajo el título de Memorias, y aunque cada una de ellas refiere un paralelismo entre las estaciones del año y las épocas de una vida (primavera: juventud; estío: plenitud; otoño: madurez; invierno: vejez), carecen del rigor y la exhaustividad subjetiva de la autobiografía y no son, ni muchos menos, un intento de recomponer la historia de una personalidad entera, pues únicamente atienden a un episodio erótico-sentimental. Las Memorias de Xavier Bradomín —“un don Juan feo, católico y sentimental»— son tan falces como su sonrisa.

    Mis manos, distraídas y doctorales, comenzaron a desflorar sus senos. Ella, suspirando, entornó los ojos, y celebramos nuestras bodas con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida. (Sonata de Estío)

Resultado de imagen de valle inclan obras    Cada una de ellas se desarrolla en una geografía diferente, acorde con la edad del protagonista. Primavera acontece en una región de Italia, donde todavía predomina la religión y la superstición, y los paisajes adquieren tonalidades de relato lúgubre contado a un niño. Estío se desarrolla en la calidez y los sudores de la tierra mexicana, castigada por el sol y la sensualidad que aporta el clima tropical. Otoño tiene la lentitud y parsimonia de la tierra gallega donde ha lugar, entre pazos ancestrales y jardines devorados por la vegetación y la desidia. E Invierno nos trae la nieve en el cabello del protagonista y en las calles de Estella, en los descansos lánguidos y húmedos del conflicto carlista.

     La recreación de la corta del pretendiente don Carlos refleja la inclinación de Valle-Inclán por la causa carlista. La postura política del autor fue y ha seguido siendo objeto de muy diversas interpretaciones. No obstante, parece evidente que su tradicionalismo y su carlismo obedecieron principalmente a motivos estéticos, como su indumentaria, por ejemplo.
   
Yo hallé siempre más bella la majestad caída que sentada en el trono, y fui defensor de la tradición por estética. El carlismo tiene para mí el encanto de las viejas catedrales, y aun en los tiempos de la tguerra, me hubiese contentado con que lo declarasen monumento nacional. (Sonata de Invierno)

    La inclinación por el carlismo lo conduce a elaborar una trilogía compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909), donde relata episodios aislados de la contienda civil. La escasa consistencia argumental de estas novelas —sustentadas principalmente por la riqueza del lenguaje y la resurrección de vocablos rurales y arcaicos— las alejan de los ambiciosos proyectos de Galdós —Episodios Nacionales— y Baroja —Memorias de un hombre de acción—, deviniendo poco menos que en parodias de estas.

     La estética Modernista aflorará en sus tres libros de poemas —Aromas de leyenda. Versos en loor de un santo ermitaño (1907), La pipa de kif (1919) y el ya citado El pasajero (1920)—, convirtiéndose, paulatinamente, en una poesía de tintes esotéricos, conectando de ese modo con su ensayo La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales (1916). En él, junto a lo que algún crítico tildó de “esoterismo de pacotilla”, encontramos una profunda reflexión sobre el arte de la escritura y sobre la percepción del artista quien, enfrentado al devenir del Tiempo, debe arrebatar a este los objetos y las ideas, inmortalizándoles en sus obras. Esta lucha con el Tiempo es un rasgo característico del arte de fin de siglo y de la literatura Modernista: hasta la fecha, Valle ha preferido rescatar las cosas y objetos de un tiempo pasado, e inmortalizándolo dentro de la urna de un lenguaje alambicado, sutil y bello.

     A partir de 1920 se producirá un cambio en su obra: el Modernismo se convierte en una crítica, el evasionismo deviene en un enfrentamiento con la crudeza de la realidad. Esto se observa principalmente en Divinas palabras. Tragicomedia de aldea (1920). El mismo afán modernista que, en su primera época, le había incitado a ocultarse y evadirse se transforma, con el hallazgo de un nuevo lenguaje —sin duda influido por el Quevedo de los Sueños y el Buscón; y quizás por sus crónicas durante la I Guerra Mundial reunidas en La media noche (1917)—, en un enfrentamiento con el mundo. Ahora los problemas que antes prefería adornar se muestran grotescamente exagerados y deformados, produciendo —en el lector o el espectador el remordimiento de conciencia, los dardos de sus vocablos, la historia cruel y nauseabunda del niño hidrocéfalo disputado por sus familias y que termina devorado por los cerdos.

    El sentimiento iconoclasta de Valle en su afán por renovar la escena española se aprecia en estas declaraciones de 1922: «El teatro es lo que está peor en España. Ya se podían hacer cosas, ya. Pero hay que empezar por fusilar a los Quintero. Hay que hacer un teatro de muñecos».

    El propio autor agrupó sus 21 piezas teatrales en cinco grupos:
   
    a) El primer ciclo tendría un claro componente modernista e incluiría obras como El Marqués de Bradomín. Coloquios románticos (1906), Cuento de abril. Escenas rimadas de una manera extravagante (1909), Voces de gesta. Tragedia pastoril (1911) o El yermo de las almas (1908). Algunas de ellas son una adaptación de los temas y las formas de las Sonatas. Compuestas en verso, plasman unos ambientes idealizados, dentro de la tendencia evasionista de las primeras décadas del siglo XX.

    b) El segundo ciclo corre paralelo y contemporáneo al primero. Está formado por la trilogía de las Comedias bárbarasCara de plata (1922), Águila de blasón (1907) y Romance de lobos (1908)—. En una Galicia ahogada bajo las tradiciones ancestrales, la familia Montenegro —un padre y sus seis hijos— son la plasmación decadente de una estirpe y un modo de vida condenados a desaparecer. Las intrigas, los crímenes, las violaciones y un largo etcétera de atropellos son la carta de presentación del Mayorazgo y de su familia. Teatralmente son el primer intento de escapar del canon modernista.

     c) Ya dijimos que 1920 marcaba un año de inflexión en la obra de nuestro autor. Los cambios que había intentado fallidamente en las Comedias bárbaras alcanzan con Divinas palabras el éxito. Supone la obra el primer paso importante hacia el esperpento. De nuevo es la Galicia rural y empobrecida el telón de fondo ante el que se mueven unos personajes desquiciados, poseídos por la avaricia y la inmisericordia. Los personajes son meros animales que luchan entre sí en pos de un botín grotesco: el cuidado —y con él, las ganancias de la mendicidad de un niño hidrocéfalo, expuesto por las aldeas para conmover al pueblo.

Resultado de imagen de valle inclan obras    d) En 1926 y 1927 van a aparecer publicadas sendas obras, recopilaciones de piezas dramática anteriormente publicadas o representadas: Tablado de marionetas para educación de príncipes —compuesto por Farsa italiana de la enamorada del Rey, Farsa infantil de la cabeza del dragón y Farsa y licencia de la reina castiza— y Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte —compuesto por Ligazón, La rosa de papel, El embrujado, La cabeza del Bautista y Sacrilegio—. “Farsas”, “melodramas para marionetas” y “autos para siluetas”, todas estas obras suponen una fase pre-esperpéntica. Los personajes son entes vacíos de rasgos definitorios y propios, semejantes a títeres o marionetas, gobernados por un destino trágico y, la mayoría de las veces, grotesco.

    Las obras se mueven en un mundo infrahumano: así, en el Tablado de marionetas encontramos chulos que degüellan a sus oponentes, borrachos camorristas que mueren abrasados y abrazados al cadáver de su esposa, prostitutas enamoradas de la cabeza de un muerto, bandoleros que creen recibir el perdón religioso antes de recibir un tiro a bocajarro, niños secuestrados y atravesados por una bala perdida, seres poseídos por el maligno, mujeres que adquieren apariencia de can. Y en las “Farsas”, la mayoría de clara inspiración cervantina, hallamos ventas y monos adivinos, ciegos de romances, grandes señores con atavíos de pobres, bravucones huevos, generales temblorosos y con el estigma del moquillo, reyes que pretenden emparentar con bandoleros. La Farsa y licencia de la Reina Castiza se nos presenta como teatro político, anticipo de las novelas del El Ruedo ibérico, sátira del reinado de Isabel II, de quien se alude a su escabrosa vida erótica y a la indiscreción epistolar de la soberana, fruto de chantajes. En fin, una caterva de personajes y situaciones que solo nos pueden conducir al último ciclo teatral de Valle.

    y e) El esperpento representa la teoría dramática genuinamente valleinclanesca. Las cuatro piezas que plasman dicha teoría —Luces de bohemia. Esperpento (1924) y Martes de carnaval. Esperpentos (1930), que contiene Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán— suponen la cima teatral de nuestro autor. De nuevo, y como ya había anticipado en obra anteriores, el mundo reflejado es el de los bajos fondos: bohemios y sablistas, borrachos y proxenetas, prostitutas arrepentidas, organilleros ladrones, soldados bebedores y pendencieros.

Resultado de imagen de luces de bohemia esperpento     El primer esperpento, Luces de bohemia, es el más conseguido —y el más extenso— de todos ellos. El espectador o lector contempla las peripecias que acontecen al poeta ciego y pobre Max Estrella y a su lazarillo y amigo Latino de Híspalis, en una tarde y una noche por las calles, los bares e, incluso, las cárceles de Madrid. Empleando un lenguaje exageradamente poetizado —a tenor del argumento que expresa—, los personajes se convierten en monigotes grotescos, en animales regidos por un destino que los supera.

      «Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento», dirá en una ocasión el protagonista. E igualmente la realidad española también aparece reflejada en esos espejos deformantes: el ministro ladrón y corrupto, los taberneros falsos y timadores, los policías hipócritas y salvajes. La muerte, al alba, de Max Estrella, en un portal, abandonado de todos, es la plasmación del más negro pesimismo: al héroe ni siquiera le queda la posibilidad de luchar contra su destino, incluso se le despoja de la dignidad de su propia muerte.

      Paralelamente a la invención y consecución del esperpento en el ámbito dramático, Valle-Inclán inicia en la década de 1920 una nueva fase en su novelística, con la intención de superar la estética modernista que había prevalecido en sus anteriores novelas. Flor de santidad. Historia milenaria, escrita inicialmente en 1904, todavía se resiente de esta estética y emplea los recursos que ya habían aparecido en las Sonatas: la musicalidad, la plasticidad, la sutil elección de líricos adjetivos, la descripción preciosista del paisaje gallego; todo ello con la intención de crear una pátina de leyenda, de cuento folclórico, ancestral. No obstante, algunos rasgos marcan ya un cambio de rumbo: el gusto por la fragmentación y el empleo de capítulos muy breves, y la identificación del autor con las víctimas.

    Su siguiente novela Tirano Banderas. Novela de tierra caliente (1926) narra la historia de una dictadura en un imaginario país de Hispanoamérica. No son pocos los que la han considerado como la obra maestra de nuestro autor, y no por escasas razones: a la complejidad de su estructura —cuya acción se desarrolla en un espacio de tres días— se una le complejidad del lenguaje —especie de koiné inventada por el propio autor, quien, sobre la base del castellano peninsular, ha sumado una ingente cantidad de modismos de todos los países hispanohablantes—; igualmente debe considerarse el acopio de personajes que pueblan la obra —divididos en tres estadios sociales: el indio, el criollo y el inmigrante—, y el empleo temporal de la acción, confluyendo presente, pasado y futuro en un todo que nos da la imagen de la situación total, monumental y casi eterna.

Resultado de imagen de valle inclan obras
     Desde Miguel Ángel Asturias —El señor Presidente— hasta Vargas Llosa —La fiesta del Chivo—, pasando por Roa Bastos —Yo, el Supremo— y García Márquez —El otoño del patriarca—, la más reciente tradición de novelas sobre dictadores hispanoamericanos parece surgir de esta genial novela del autor gallego, no duda en beber de la historia canalla del dictador y general Santos Banderas —déspota de la imaginaria república de Santa Fe de Tierra Firme y de su familia (mantiene una relación incestuosa con su hija loca)—, enfrentado a sus oponentes con visos de redentores místicos, como don Roque Cepeda o Filomeno Cuevas, o adulado por los arribistas inestables y vividores, como el Cornelito de la Gándara. No obstante, aunque tema, argumento e incluso motivos han sido recogidos por otros autores, ninguno de ellos ha mostrado intención de emplear la técnica del esperpento. Tirano Banderas es el esperpento a la novela, lo que Luces de bohemia lo es al teatro. La animalización de los personajes, las situaciones grotescas, los diálogos deformes —gracias al componente lingüístico ya aludido— confieren a Tirano Banderas la categoría de novela única y magistral.

    Sin alterar el paso de rata fisgona, subió a la recámara donde se recluís la hija…
    —¡Hija mía, no habés vos servido para casada y gran señora, como pensaba este pecador que horita se ve en trance de quitarte la vida que te dio hace veinte años! ¡No es justo que dés en el mundo para que te gocen los enemigos de tu padre, y te baldonen llamándote hija del chingado Banderas!
    Oyendo tal, suplicaban despavoridas las mucamas que tenían a la loca en custodia. Tirano Banderas las golpeó en la cara:
    —¡So chingadas! Si os dejo con vida, es porque habéis de amortajármela como un ángel.
    Sacó del pecho un puñal, tomó a la hija de los cabellos para asegurarla, y cerró los ojos. Un memorial de los rebeldes dice que la cosió con quince puñaladas.

     Un año después de la publicación de esta novela, Valle-Inclán inicia un ambicioso proyecto que la muerte le impedirá llevar a buen término. El Ruedo ibérico debía abarcar el periodo comprendido entre los meses previos a la revolución de septiembre de 1868 y la pérdida de Cuba en 1898. Similar a los Episodios Nacionales, el proyecto estaría compuesto por tres trilogías. Valle-Inclán no pudo concluir ni tan siquiera la primera de ellas. A La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y la inconclusa Baza de espadas (1932) debe sumarse la póstuma El trueno dorado (1936) —obra que es una ampliación de uno de los capítulos de La corte de los milagros.
   
    Como ocurría con Tirano Banderas, el lenguaje, fuertemente contaminado por los rasgos esperpentizantes, se convierte en el máximo protagonista de estas novelas históricas: las rivalidades entre moderados y progresistas, el carácter “castizo” y dudoso de la reina Isabel II; los frecuentes pronunciamientos de generales o sargentos; la influencia eclesiástica en las cuestiones de estado y las trifulcas entre los privados que se turnaban en el favor de la reina; no merecen sino el tratamiento que el esperpento de Valle-Inclán les otorga. De nuevo los personajes se comportan como títeres, absurdos muñecos deformes y grotescos, ciegos ante la historia que los contempla e ignorantes ante el futro que se les avecina y terminará engulléndolos. Así comienza la primera de las novelas de este ciclo: «El reinado isabelino fue un albur de espadas: Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases».

      Las dotes estilísticas de su prosa y el sentimiento trágico de la realidad española que se desprende de su obra —afín a sus compañeros de la generación del 98— convierten a Valle-Inclán en uno de nuestros mayores escritores; aunque su importancia universal se ve en menoscabo debido, paradójicamente, a la complejidad y belleza de su estilo, como ocurría con Góngora o Quevedo, que lo convierte en un autor prácticamente intraducible.



viernes, 17 de noviembre de 2017

UN ELENCO DE PERROS, en marzo

La editorial madrileña PLAYA DE ÁKABA publicará el próximo marzo (sí, ya sé que todavía queda mucho tiempo, pero hay que empezar a moverla ya...) mi nueva novela: UN ELENCO DE PERROS. Este mi sexto libro es un homenaje al teatro español y al género de la picaresca. Bajo una estructura que pretende emular la de una comedia clásica, la novela se mueve entre el Lazarillo y la magistral La conjura de los necios; y está empeñada en hacer pensar y en provocar la carcajada del lector.
La editorial Playa de Ákaba la ha puesto ya en pre-venta. Si la adquirís ahora pagáis menos y la tenéis antes de que llegue a las librerías... Esta es la dirección de contacto:
https://espacioulises.com/libreria/un-elenco-de-perros/

Dramaturgos en ciernes, traficantes de grifa, actrices dispuestas a todo con tal de triunfar, estudiantes menesterosos que no tienen donde caerse muertos, algún muerto (no podía faltar), políticos clandestinos, matones sentimentales, confabuladores de pacotilla, policías sin escrúpulos, analfabetos que se creen criptógrafos… son algunos de los actores que conforman este Elenco de perros. Entre verdades y mentiras y siempre con la sonrisa en los labios, nos dejamos conducir por una trama envolvente, dinámica y atractiva en la que, a la postre, nada es lo que parece.
Como ya sucediera en las anteriores novelas del autor, únicamente el lector es dueño de las claves con las que se completa el mosaico final.

Más adelante iré mostrándoos algunos capítulos para picaros la curiosidad...



sábado, 21 de octubre de 2017

LARGA REFLEXIÓN SOBRE LA LITERATURA EN VALENCIANO



Resultado de imagen de libros    Aquellos que han tenido la obligación de soportarme como orador, sobre todo pienso en mis sufridos alumnos, saben que soy un profesor que tiende a la reflexión diletante. Me explico: sé cómo empezar, conozco la conclusión de mi discurso; pero en el transcurso de la exposición tiendo a saltar de un tema a otro, a conectar una idea con otra, de tal modo que más bien me asemejo a una abeja que vuela de flor en flor aprovechándose del alimento que pueda extraer en cada una de sus paradas. Digo esto, al inicio de este escrito, por si algún lector decide no continuar o, de hacerlo, advierte que mi pensamiento se mueve y viaja demasiado. No hay que preocuparse: sé dónde quiero llegar. El artículo es largo. Lo advierto en para aquellos adictos a la inmediatez: el conocimiento requiere tiempo.

    A partir de aquí utilizaré términos como “lengua”, “habla”, “idioma” o, incluso, “lenguaje” como si fueran sinónimos. No lo son. Cualquier estudioso de las lenguas (lingüista o filólogo) sabe que hay diferencias notables entre ellos y que están muy lejos de ser sinónimos. Aquí, sin embargo, en este escrito que no está destinado únicamente a los lectores especializados en esta rama del saber, los emplearé de modo indistinto y para referirme al mismo concepto; a saber: la capacidad que el ser humano posee de comunicarse mediante el empleo de símbolos lingüísticos convenientemente organizados y relacionados entre sí.

    Sucede que cuando las personas se ponen a hablar de la “lengua”, en la mayoría de los casos hablan demasiado… O lo que es lo mismo, hablan sin poseer los fundamentos necesarios para hacerlo. Sucede que por el hecho de utilizar una herramienta (como el lenguaje) no estamos capacitados para hablar “seriamente” sobre ella. Durante casi medio siglo he utilizado mi corazón para vivir, pero no se me ocurriría discutir o intentar enmendarle la plana a un cardiólogo; y eso que en mi época escolar aprendí las partes del corazón: que si válvulas, que si ventrículos, etc. Utilizo el reproductor de DVD todos los días y, desde luego, no me pasa por la cabeza ponerme a hurgar en él si tengo un problema. Se pueden utilizar las cosas sin saber realmente cómo funcionan. Y no pasa nada, no hay nada malo en ello. No es nuestra obligación saber el funcionamiento de todo lo que empleamos.

    Después de estos párrafos preliminares, ha llegado el momento de presentarme. Los que tenéis la paciencia (gracias) de dejaros caer de cuando en cuando por este mi blog, ya me conocéis; sin embargo, pudiera darse el caso de que alguien decidiera ingresar en este pequeño grupo (gracias) y, por tanto, no supiera nada o muy poco sobre quien esto escribe.

    Me llaman Pepe (puesto que, normalmente, yo, cuando me llamo, me llamo “yo”), aunque también admito que algunos, los más próximos por parentesco o amistad, me llamen Pepito. Alguno hay que me llama “¡Eh, tú!”, o Josep, o Pep, o don Pepe o don José o don Josep, si está de broma. Durante los muchos años en que estuve dando clase por diversos institutos de Andalucía, me llamaban “¡Eh, maestro!”. Esto del nombre tampoco tiene mucha importancia. Al fin y al cabo es una decisión que no tomas tú, que te viene dada desde el nacimiento (o incluso antes), y por tanto darle importancia o mérito a ello es absurdo. Lo mismo que no hay nombres más o menos bonitos. Hay los que hay, y ya está. A todo se habitúan las personas. Vanagloriarse del nombre es como estar orgulloso de tu estatura o de tu color de ojos. Hay que ser muy cretino para jactarse de algo que no has conseguido tú y que, por tanto, carece de cualquier mérito.

Resultado de imagen de biar    Lo que decía: me llaman Pepe y tengo 47 años. Estudié (y acabé) la carrera de Filología Hispánica (que ahora se llama de otro modo: ¡más nombres!), alcanzando incluso el grado de Doctor. De esto sí, de esto sí se puede estar orgulloso… pero no del tamaño de tus pies. Desde que tengo uso de razón me ha apasionado el lenguaje humano y lo que nuestra especie, cuando ha querido, ha sido capaz de hacer con él. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, sigo aprendiendo: no solo en las clases, con mis alumnos, sino en mi casa, entre mis libros. Tanto es así que, como me aburría, inicié hace muchos años la carrera de Filología Inglesa (que tampoco se llama así; pero nos entendemos…) y todavía ando en ella, peleándome con palabras realmente enrevesadas.

    Nací, crecí, estudié (salvo algunos años en que necesariamente tuve que irme fuera), me casé… y vivo en Biar, que es un pueblo de la provincia de Alicante. Un lugar pequeño y cómodo, bien comunicado, con todo lo realmente necesario para vivir (los “caprichos” no son necesarios, me parece) que tiene, según los años, entre 3.500 y 3.600 habitantes. Nunca ha llegado a 3.700.

    Cualquiera que conozca su ubicación sabrá que se trata de un pueblo de los denominados “fronterizos” refiriéndose a la convivencia entre lugares castellanos/ lugares valencianos que se da en la provincia de Alicante. Solo lo dejo caer: quizás vaya siendo hora de que a alguien se le ocurra homenajear como se merece la gran labor de “contención lingüística” (no es un término bélico) que las localidades fronterizas realizan. Los pueblos no-fronterizos siempre han mirado un poco por encima del hombro a los fronterizos, sobre todo porque su lengua ha sufrido unas variaciones que aquellos no han tenido. Y parecen olvidar que, de no existir estos pueblos fronterizos, ellos, los ahora no-fronterizos, serían los “influidos” por la otra lengua. En fin, ahora me doy cuenta de que he escrito una especie de trabalenguas; solo espero que se me haya entendido bien. ¿Sí? Pues continúo…

    Soy lo que se dice normalmente una persona valenciano hablante (o parlante, que lo mismo da). Confieso que el calificativo no me gusta nada. Me produce una sensación extraña: es como si, pudiendo utilizar las dos piernas para andar, me empeñe en andar a la pata coja. Creo que la palabra correcta para expresar mi situación (y la de otros miles de personas, de cientos de miles de personas) es que somos bilingües. Claro que, en esto del bilingüismo, también existen sus particularidades. ¿Hasta qué punto se es o no se es bilingüe? ¿Cuántas palabras ha de saberse una persona para serlo o no serlo? Lo que está claro es que los que afortunadamente somos bilingües sabemos muy bien en qué consiste esto del bilingüismo: la capacidad de cambiar de un idioma a otro en una misma conversación, de manera automática, inadvertidamente; la capacidad de “vivir” mediante dos lenguas.

    Porque aquí también hay un mito que conviene ir desterrando: ¿en qué idioma piensas tú? Pues bien, te dicen, esa es tu lengua madre. Como si fuera tan sencillo. Ahora estoy pensando en castellano porque es el idioma que utilizo para crear este texto. Hace una hora, mientras comía con mi familia, pensaba en valenciano porque era esa la lengua que empleábamos para hablar entre nosotros. Cuando estoy dando clases a mis alumnos pienso en castellano porque esa es la lengua que empleo para transmitirles información. Si veo una película en castellano es así como mi cerebro registra y descifra la información. ¿O es que voy traduciéndola al valenciano conforme los personajes hablan en la pantalla? Absurdo. Tendría que ir deteniéndola cada dos minutos para procesar la información… Eso de que “yo pienso en valenciano” y luego “lo paso al castellano”; o viceversa… no es cierto. Al menos en mi caso no lo es y, creo, que no lo es en el caso de los miles de personas que conozco y que son bilingües. Y que reflexionan de cuando en cuando sobre cuestiones tan intrascendentes como esta. Voy a decir “el llibre” y pienso, “lo diré en castellano: el libro”; voy a decir “és meu” y pienso, “lo diré en castellano: es mío”. Ninguna persona bilingüe habla o piensa así. Otra cosa es que los políticos de turno nos hagan creer que estudiando inglés o francés en el colegio (o donde sea) nos vaya a convertir en bilingües. Sabremos ese idioma mejor o peor, con mayor o menor fluidez; pero hasta que no “vivamos” en, con y a través de él, no seremos bilingües.

Resultado de imagen de Pep Calero    Retomando: que eso de pasar o no pasar a una lengua u otra es un mito. El bilingüismo no puede permitirse ese despliegue (y desperdicio) de energía. Pensamos (si es que pensamos, claro, porque tampoco es una actividad que se dé con mucha frecuencia; la mayoría de las veces simplemente vivimos, nos comunicamos, damos alguna información para recibir otra —más información—); decía, pensamos en la misma lengua que empleamos para hablar. Admito que a determinadas edades (antes de los seis o siete años, depende del niño) o por cuestiones de “aislamiento cultural” (pienso en personas que vivieron hace un siglo y que nunca salieron de Biar) esta situación de trasvase de palabras de una lengua a otra pueda darse o pudo haberse dado; pero desde hace casi medio siglo (que es mi edad), ya no existe. Al menos yo no la he experimentado nunca. Que la creencia perviva en muchas personas, no lo niego. Por eso remito al lector al tercer párrafo de este documento.

    Pido un poco de paciencia. Vamos avanzando. Espero, durante el trayecto, no aburriros mucho y, en cambio, haceros reflexionar sobre cuestiones que voy dejando caer como quien no quiere la cosa…

    No lo había dicho; lo digo ahora. También escribo, es decir, que he tenido la suerte de haber visto mi nombre en media docena de libros publicados, principalmente novelas. Novelas que, inevitablemente, he de presentar ante diversos auditorios y de las que debo hablar para intentar convencer al público de que mi libro es fenomenal y no pueden perdérselo bajo ningún concepto.

    Muchas veces, dependiendo del lugar, la localidad, donde presente mi trabajo, surge una pregunta que es ya casi una especie de estribillo que se repite: “¿por qué si eres una persona valenciano hablante, no escribes en valenciano?” La respuesta que les digo es siempre la misma: “Porque no sé”. Y ahora me doy cuenta de que no es la mejor respuesta, de que es una respuesta cómoda por ser breve; pero es una respuesta incompleta. Hora es ya de que exponga mis motivos para no escribir en valenciano. Motivos que son, por supuesto, míos y ya está. No pretendo que nadie esté de acuerdo con ellos o los rechace. Los motivos son personales y, realmente, no necesitan ninguna justificación porque pertenecen a la libertad de cada cual de actuar como le plazca (siempre dentro de la legalidad y las normas de una convivencia civilizada, claro).

    Lo primero. Existe una lengua (abstracta) que un grupo de personas utiliza (el habla) en una determinada ubicación geográfica. A esa lengua se la denomina, de un modo general, “catalán” o lengua catalana. Lo cierto es que no existe como tal, pues cada uno de sus usuarios la emplea según juzga conveniente o según su realidad física determine: es decir, que no hay dos personas que hablen exactamente igual porque no hay dos personas que posean la misma estructura física. Así que, en el ámbito lingüístico, nadie habla la “lengua catalana pura” (ni la castellana, ni la inglesa, ni la china…); sino que cada individuo de esa comunidad emplea una variante de ella. Sucede que, para que no existan miles o millones de variantes, los lingüistas han decidido crear diversos grupos según las semejanzas a la hora de utilizar esta lengua. Es lo que se conoce por variantes o dialectos. Palabra esta que suele tener un cariz peyorativo, como si todos los idiomas no fuesen, en el fondo, dialectos de idiomas anteriores… Evidentemente, este proceso que aquí describo se da en todas las lenguas de la tierra (por “pequeñas”, en cuanto a número de hablantes, que sean) y quien crea que solo se da en la “lengua catalana”… mejor que no siga leyendo.

    El valenciano es una variante de esa lengua abstracta que hemos denominado “catalán”. Y quien no quiera verlo así… de nuevo le remito al tercer párrafo. Digamos que existe una distancia igual o semejante entre el valenciano y la “lengua catalana” a la que existe entre la “lengua castellana” y el castellano hablado en Cádiz o en Tegucigalpa. Otra cuestión es cuándo se decide que un dialecto deja de ser tal para erigirse como lengua “independiente”. ¿Cuándo el catalán se convirtió en tal y dejó de ser una variante o dialecto del latín? Es una cuestión interesante que rebasa la intención de este artículo que, como el lector recordará, se titulaba (se sigue titulando) “Reflexiones sobre la literatura en valenciano”.

    Dejado esto claro, continúa la pregunta: “¿por qué no escribes en valenciano?”

Resultado de imagen de lteras    Lo segundo. Cualquiera que haya leído con cierto detenimiento, o que haya escrito alguna cosa más allá de la lista de la compra (o incluso solo esto), habrá advertido que nunca se habla tal y como se escribe; y viceversa: que nunca se escribe tal y como se habla. Pero no ahora, en estos tiempos: nunca se escribió del mismo modo en que se habló. Ni Virgilio ni Homero escribían igual que hablaban; ni mucho menos Góngora (y quien lo lea no podrá ponerlo en duda); ni siquiera Cervantes… Nadie escribe tal y como habla. Creo que Enric Belda (un escritor de literatura juvenil) no escribe como habla. Sé que mi amigo el poeta Pep Calero (y lo cito a él porque estoy seguro de que no se molestará) no habla tal y como escribe. Si alguien lee a Antonio Muñoz Molina y luego lo escucha advertirá que es andaluz (nacido en Úbeda) y que, evidentemente, hay una distancia entre su escritura y su dicción. Siempre fue así y siempre lo será. Si hay que ponerle un nombre a esto diríamos que es el “uso literario” de la lengua. Es decir, existe una especie de diglosia, a pequeña escala, mediante la que se crean dos niveles de lenguaje: el lenguaje de la cotidianidad y el literario. Y todo lector y todo escritor lo saben, entran en este juego, son conscientes de que son dos ámbitos distintos.

    Continúa la pregunta: “¿por qué no escribes en valenciano?”

    Lo tercero. Los jóvenes no leen. En este país no se lee. Los índices de lectura están por los suelos. En otros países se lee mucho más. Son enunciados que continuamente aparecen en los medios de comunicación y que algunos, entre ellos algunos amigos, terminan por creerse.

    Los jóvenes leen lo mismo que leían hace cincuenta años; es decir, leen los cuatro o cinco “raritos” que también había en mi generación (y entre los que estaba yo, claro). Lo que se demuestra con los “índices” es la venta de libros, no la lectura de libros. Y se realizan encuestas… ¿Siempre ha contestado sinceramente a una encuesta; cree que los jóvenes son sinceros cuando responden a cualquier pregunta —por ejemplo, ¿a qué hora volviste anoche? ¿Que se lee más en otros países? ¿En EE.UU.? ¿Alguien se cree que si los estadounidenses leyeran a Paul Auster, a John Irving, a Chomsky; o a Mark Twain, a Poe, a Melville… hubieran votado a Donald Trump como presidente? ¿Alguien piensa que si los británicos leyeran a Dickens, a Trollope, a Chesterton, a Wells, a Shaw, a Martin Amis, a Julian Barnes, a David Lodge… hubieran votado el Brexit? Seamos serios: no se lee ni aquí ni allí ni en ninguna parte. Más allá de los lectores contados que surgen en cada generación, nadie más lee. Hay personas que no leen un libro en su vida (ni siquiera en su etapa escolar), y otras que leen un centenar cada año. Hay escritores que no leen, salvo lo que ellos mismos escriben. No exagero. Pero siempre ha sido así. Los apocalípticos que claman por el final de la lectura parecen creer que hubo un tiempo, una Edad de Oro, en que todos los seres de este planeta andaban con un libro abierto… Bien es cierto que la mayor alfabetización y el aumento espectacular de estudiantes universitarios debería haber incrementado los índices de lectura en este país; pero es que estos adelantos culturales han coincidido con la aparición y el auge de nuevos entretenimientos mucho más cómodos, como fue, en su época, la televisión y ahora la irrupción de las nuevas tecnologías.

    Vivo, convivo diariamente, me muevo constantemente entre jóvenes de entre doce y dieciocho años. Los oigo hablar, presto oído a sus comentarios, recojo sus conversaciones cuando los sobrepaso en el pasillo; algunas veces ellos mismos me transmiten sus dudas y sus necesidades. Hay un sentimiento que noto en la mayoría de ellos, en la inmensa mayoría de ellos, cuando me hablan sobre los libros escritos en valenciano que leen: es el sentimiento de “extrañeza”. Y ese es el mismo que yo he hallado las veces en que he comenzado a escribir en valenciano: “extrañeza”. En mí puede achacarse a que no tuve una educación en valenciano, no me enseñaron a escribirlo ni a leerlo. Tuve que aprender de manera autónoma y, por tanto, deficitaria. ¿Pero en los jóvenes de hoy en día? ¿Sobre todo en los jóvenes bilingües que son a los que llevo dando clase durante más de diez años y que desde su ingreso en la escuela, ya hora ya en el instituto, reciben el 80% de las asignaturas en valenciano? Por suerte (sí, por suerte) ahora los jóvenes de mi entorno son bilingües completos. Yo solo soy un bilingüe oral que entiende y habla en valenciano y castellano. En lo referente a la lectura y a la escritura tengo muchas deficiencias: puedo entender lo que leo, pero no con la fluidez con que lo hace, por ejemplo, mi hija; podría escribir, si me lo propusiera, pero no con la naturalidad con que lo hace mi hijo. Y doy gracias porque han tenido la oportunidad de poder aprender y aprehender (que no es lo mismo, aunque lo parezca) dos lenguas con todas sus competencias de recepción de información y de creación y transmisión de información.

    Pero la pregunta continúa: “¿por qué no escribes en valenciano?”

   “Extrañeza”: esa es la palabra clave. Cojo los libros de mi hija (literatura juvenil), compro y leo novelas que requieren un público más formado… Y en todos ellos hallo lo mismo, el mismo sentimiento: “extrañeza”.

    Comentaba con anterioridad que existe la lengua cotidiana y la lengua literaria. La extrañeza es la franja, el abismo, que separa una lengua de otra. La distancia entre la lengua cotidiana de Muñoz Molina y su lengua literaria es mucho menor que la que existe entre mi lengua cotidiana (valenciana) y la lengua literaria (valenciana) con la que debo escribir. Y los jóvenes sienten lo mismo. La lengua que leen no es la que hablan. La distancia entre ambas es enorme. Como muestra un botón: leo “el meu oncle”, leo “el cap de la policia secreta”. Han pasado casi quinientos alumnos distintos por mis aulas. He conversado con ellos (en valenciano) en los minutos previos a las clases, en los recreos: todos han dicho “el meu tio o mon tio”, “el jefe de la policia secreta”. Esta es la extrañeza que también siento yo. Se me dirá: el sonido “jota” no existe en esta lengua valenciana. Bien, hagamos que exista. Tampoco existía el sonido [ ʃ ] en castellano y se introdujo “show” y ningún académico se arrojó por el balcón. Una lengua está viva y ha de nutrirse de todo aquello que la ayude crecer. Lo que leo en valenciano me parece tan “antiguo” (hablo, principalmente, del léxico; de unas reglas ortográficas que, en algunas cuestiones, me parecen un auténtico desperdicio de energía: ¿son necesarias cuatro grafías —s, ss, c, ç— para transcribir un único sonido? Se me dirá: también existe este “problema” en otras lenguas. No digo que no, pero esa respuesta no me consuela ni da una solución); leo un léxico tan alejado a lo que escucho por la calle que, evidente, no es extraño que surja la extrañeza (y valga la redundancia). ¿Qué hacer entonces? No sé. Pero sé que si una lengua no se “abre”, que si no se “aligera”… está condenada a la marginalidad.


Resultado de imagen de vicent satorres calabuig     Un ejemplo propio. No escribo en valenciano, no puedo por esa causa que he intentado explicar. Sin embargo, dos de mis novelas sí las he traducido al valenciano. Puzle de sangre, escrita con Mario Martínez Gomis, y Morirás muchas veces. Con la ayuda del Salt, de un vocabulario y la supervisión de mis amigos (y también filólogos) Pep Vañó y Pep Calero, conseguí llevar a cabo sendas traducciones. Traducir es diferente que escribir: no es crear, propiamente dicho… es más bien volver a pintar con otros colores un cuadro que ya existe. La acción es más ajena y, por tanto, el traductor no se implica tanto: el material ya le viene dado, solo tiene que cambiar su aspecto. Pues bien, ingenuo de mí, envié las traducciones a algunas editoriales de libros en valenciano. Nones. ¿Para qué publicarlas si ya están en castellano? Como conocía (y conozco) a una editora catalana que vive en Madrid y que en su editorial madrileña publica libros en ambos idiomas, catalán y castellano, le envié mi Morirás muchas veces (cuyo título había traducido por Morirás moltes voltes). La respuesta fue casi inmediata: si lo publicaba debía cambiar el título: Morirás moltes vegades. García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o Vargas Llosa, ¿cambiaron palabras, expresiones, giros, variantes del castellano cuando publicaron sus novelas en España? Lo dudo mucho puesto que precisamente esas variantes son las que confieren grandeza a una lengua. En fin, una lengua que se resiste a la apertura… no es una lengua con la que pueda escribir a gusto.


     En conclusión, ¿por qué no escribes en valenciano? Porque no me siento a gusto con la lengua literaria que he de utilizar, porque la grieta producida por la “extrañeza” es todavía demasiado grande.
Resultado de imagen de pren la paraula josep lacreuSin embargo, quizás haya alguna esperanza. Ayer asistí a la presentación de varios libros a cargo del escritor, traductor y profesor Vicent Satorres, natural de Bocairent. Fue una charla realmente interesante que giró principalmente en torno a la figura y la obra de Vicente Blasco Ibáñez de quien el mencionado erudito había traducido dos novelas al valenciano: La barraca y Flor de maig. Además, presentó y habló sobre un libro de artículos, Pren la paraula, de Josep Lacreu. Me pareció que Satorres también defendía la eliminación o, al menos, el adelgazamiento (por que una supresión total es imposible en cualquier lengua) de esa “extrañeza” a la que yo he aludido y que ha sido el acicate para escribir este extenso artículo. No sé. Cuando lea los libros de Blasco Ibáñez y el de Josep Lacreu quizás encuentre esa solución que me facilite la escritura en una lengua que, evidentemente, amo. El inicio de Pren la paraula parece prometedor: “La llengua —qualsevol llengua— està sotmesa a un procés de mutació constant. Els parlants aprenen un codi que van transformant amb l’ús”. Si acaso, ya os diré más adelante… Y si no fuera así, me basta con recordar una anécdota que me contó no sé si Paloma Martínez o Biel Sansano (cito a los dos porque la memoria me falla y no quisiera que mi olvido dejara huérfana una anécdota que tiene dueño o dueña): Manuel Vicent, también bilingüe como un servidor, hablaba un día con Joan Fuster y el, por aquel entonces, joven autor se lamentaba ante el maestro y casi pedía disculpas por no escribir en valenciano. Imagino que, como a mí, también nos poseía esa “extrañeza”. Fuster lo calmó: no tenía que justificar nada, ¿o es que acaso el castellano hablado en nuestra tierra no es también la lengua de los valencianos?

     Gracias por vuestra paciencia.


 Los fotografías son imágenes de Pep Calero y de Vicent Satorres.

sábado, 30 de septiembre de 2017

EL VIAJERO ABSURDO, de José Guix

RISAS SERIAS, REFLEXIONES ABSURDAS


José Guix nos invita a contemplar el mecanismo sobre el que se asienta la Humanidad… y a reírnos de su seriedad absurda


       Lo cierto es que no soy muy dado a leer libros de relatos porque prefiero la tensión sostenida, la carrera de fondo o medio fondo antes que el relámpago breve, el latigazo agudo. Sin embargo, hay ocasiones en las que me decanto por este subgénero narrativo y me “zampo” un libro de cuentos. No es baladí el empleo del verbo entrecomillado, porque eso es exactamente lo que ha ocurrido en esta ocasión.

Resultado de imagen de el viajero absurdo jose guix
      El viajero absurdo, la propuesta inteligentemente humorística de José Guix (Valencia, 1975), es uno de esos libros que es imposible dejar de leer, aunque la razón te sugiera que es mejor dosificarlo, saborear cada uno de los bocados exquisitos que lo componen y no atiborrarte de una sentada.

      El volumen lo forman 31 relatos de extensión diversa, pero siempre breve. Claro está que algunos de ellos se asemejan a un chiste alargado, que otros obedecen, sin duda, a aquello que los ingleses llaman “inside joke”, es decir, un chascarrillo coyuntural y que solo entiende un grupo seleccionado de personas que comparten las mismas vivencias. Pero estas deficiencias —que son perdonables al tratarse del primer libro publicado por el autor— son claramente superadas por las bondades de un volumen que uno desea, una vez concluido, volver a releer, picoteando de un relato a otro, relamiéndose con las ocurrencias del autor y las peripecias y vicisitudes que afronta su protagonista, Tuz Kutimon (pronúnciese como palabra llana).

       Todas la historias están escritas en primera persona y narradas a través del punto de vista del tal Kutimon, que se autodefine como loco desde la primera línea del libro: «El día en que me volví loco, cuando el médico de la cabeza me dijo que mi azotea estaba considerable e irremisiblemente deteriorada, se me cayó el alma a los pies con tan mala suerte que tropecé con ella, la pisé y me fui de bruces contra el suelo». Afirmaba Hemingway que la primera oración de una historia debe marcar el ritmo y el tono a seguir; como buen alumno, José Guix regala al lector este primer enunciado que nos advierte y previene de lo que vamos a encontrar en el centenar de páginas siguientes: un humor sin complejos; juegos idiomáticos y disquisiciones léxicas que cuestionan nuestra aprehensión del mundo; crítica soterrada bajo la descripción de acciones desternillantes, descacharrantes, estrambóticas y descabelladas que muy bien pueden ser tildadas de surrealistas. El poeta René Daumal, al definir el Surrealismo, decía que “había que llevar la evidencia hasta el absurdo”. La propuesta de José Guix se guía, con éxito, por esta premisa. A todo ello, además, hay que añadir finales truncados que tienen en el fondo muy mala leche, pues nos dejan con una sonrisa, pero también sumidos en la ignorancia de los cuentos sin concluir; finales pretendidamente estrambóticos que o bien enlazan con otros relatos anteriores y posteriores, o bien rompen el clímax del cuento y añaden una nota discordante que siembra en nuestras mentes la semilla de la reflexión.

Resultado de imagen de el viajero absurdo jose guix      Confieso que durante la lectura no he podido dejar de pensar en Los viajes de Gulliver que Swift utilizara para fustigar los vicios de sus contemporáneos; en la cara de sorpresa continua del protagonista de Brazil, la película de Gilliam; en los diálogos marxistas (por los hermanos Marx, claro) que tanto me han hecho reír; en las peripecias en que Brecht sumergió a su señor Keuner; en algunos relatos humorísticos de Poe en donde los cuerdos eran locos y viceversa; en las disquisiciones de Pascal en torno al comportamiento humano y el entretenimiento; en el innominado detective lunático de Eduardo Mendoza; en el mundo soñado de Descartes. Pero sobre todo en la sensación de estar disfrutando de una revisión humorística, y nada pretenciosa, de El Principito y sus viajes… porque sí, será todo lo lírico que se quiera (y más), pero no me negarán que, en ocasiones, el muchachito y su narrador resultan un poco repelentes y un mucho cargantes.

      Kutimon, el protagonista de El viajero absurdo, se erige como una especie de filósofo con retranca y sarcasmo, que bajo el relato de alocadas e irreales (o su contrario: surreales) aventuras pone en solfa algunas de las “verdades” de la vida y nos muestra su mecanismo.

    
     Concluyendo: todo un goce para los buenos aficionados a la literatura.

José Guix,

El viajero absurdo,

Ediciones Oblicuas, 2017. 115 páginas