Extraordinaria reseña del malagueño Roberto Mínguez en su blog A la contra sobre "Morirás muchas veces".
Vida y literatura. "Lo más increíble de los milagros es que ocurren", G. K. Chesterton
portada

jueves, 29 de julio de 2021
miércoles, 20 de enero de 2021
EL MAPA DE LOS SENTIDOS, de Ana Merino
Con
su primera novela, la poeta Ana Merino alcanzó el Premio Nadal en 20201, y nos regaló una
obra donde se dan la mano la crónica social y el lirismo más íntimo.
UN MOSAICO DE VIDAS
Desde las primeras líneas de esta notable novela, el lector es consciente de que va a leer la obra de una poeta: la cadencia lírica de muchas oraciones, las emociones que afloran tras los hechos más cotidianos y los diversos grados de focalización a la hora de narrar esta historia son algunos de los rasgos más destacados de El mapa de los afectos, de Ana Merino (Madrid, 1971).
Bajo la sombra de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, y Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, la novelista ha
construido una trama absorbente que se asemeja a un mosaico conformado por
decenas de teselas. A través de los episodios de la novela, el lector asiste a
las diversas realidades de una treintena de personajes cuyo nexo común es la
pertenencia a una pequeña comunidad del Medio Oesto norteamericano, ubicación
que se amplía con frecuentes referencias y localizaciones a lugares de nuestro
país: no en vano la autora vive a horcajadas entre Iowa y Madrid.
Lo cierto es la novela me recuerda a uno de aquellos juguetes de los que disfrutaba siendo un niño: consistía en una escalera de plástico; desde el peldaño superior dejabas caer una pequeña pinza que iba descendiendo al aferrarse sucesivamente al peldaño inferior; y antes de llegar al último de ellos debías dar la vuelta a la escalera y así la pinza nunca terminaba de caer. Como es obvio en cualquier narración, el final de un capítulo te conduce el inicio del siguiente; sin embargo, esta perogrullada sorprende aquí porque, aun sosteniendo siempre la tercera persona verbal, la focalización cambia y con ella también el personaje protagonista y la perspectiva. De esta manera, Ana Merino ha ido construyendo una trama densa pero a la vez nítida, donde todas las piezas engarzan entre sí sin fisura, pero a la vez que pueden moverse de manera independiente.
Asistimos emocionados a
las relaciones sentimentales de Valeria con Tom y más tarde con Paul, en este
caso fallidas; a las vicisitudes de Greg, condenado por un crimen del que es
inocente; al miedo ante lo desconocido de Aurora y la hospitalidad de la
anciana Rita; a la violencia del pastor protestante (sintomático que sea el
único personaje sin nombre propio); a las ilusiones de la prostituta Emily; y
muchos más… No puede faltar la justicia poética, ni tampoco la divina, ni
siquiera la crítica a una religión perversa y mal entendida, ni a un feminismo
que no es tal, sino que se disfraza de este para medrar entre la podredumbre.
El mapa
de los afectos es una novela hermosa a la par que trágica que me hace recordar
la Intrahistoria tantas veces defendida por nuestro Unamuno: más allá de los
hechos históricos que pueblan los libros de texto y las enciclopedias, la vida
está formada por momentos aparentemente anodinos que esconden en su sencillez
toda la verdad del mundo, pues están colmados de misterios y esperanzas. Como
dijo Pascal: “el corazón tiene razones que la razón ignora”.
El mapa de
los afectos, de Ana Merino, es una novela muy recomendable que se lee con
sencillez porque (intuyo) ha costado mucho de escribir. Una narración que llega
a la raíz de esa afectividad del título porque su autora, poeta por encima de
todo, ha sabido aprehender las ilusiones y las frustraciones de las personas.
En dos palabras: el motor de nuestras vidas.
El mapa de los afectos, Ana Merino,
Editorial Destino, Barcelona, 2020. 219 páginas.
lunes, 2 de noviembre de 2020
AMIGA DEL MONSTRUO, poemario de Mª Paz Moreno
Los versos de la poeta alicantina son ventanas abiertas a la esperanza
en estos extraños y anómalos días, donde necesitamos los acicates
de la buena literatura para compensar los embates de la triste
realidad.
Ocho años han transcurrido desde que la poeta
alicantina, aunque murciana de nacimiento, afincada en Estados Unidos, donde
ejerce de catedrática de literatura en la Universidad de Cincinatti (Ohio), nos
asombrara con su excelente El vientre de
las iguanas. Aquel fue un poemario en el que, junto a los recuerdos,
existían también las plasmaciones itinerantes de la vida de la autora. De él
dijimos que era la continuada búsqueda de la palabra exacta, del envoltorio
perfecto que contenga la capacidad de expresar lo que nace en el fondo de la
inteligencia y del corazón, conjugando ambos (razón y corazón) en unos versos
que incitan a la evocación y al vuelo imaginativo. Era un volumen donde los
poemas hablaban de lo que está fuera de nosotros.
Amiga del
monstruo es la consagración de una poeta de calidad que, sin prisa pero sin
pausa, desde el lejano 1994, no ha flaqueado en su empeño en buscar el
equilibrio perfecto entre forma y fondo. Ahora, desde la altura de su medio
siglo de vida, la poeta Mª Paz Moreno lanza su puñado de poemas nacidos desde
la incertidumbre, en un primer momento, y desde el miedo y el dolor, más tarde.
Sin embargo, sus versos encierran gritos de esperanza (“Donde dices miedo, di esperanza. / Donde dices pared,
di balcón o ventana”) que vencen el sufrimiento que los generaron.
Los veintitrés poemas que conforman Amiga del monstruo tienden a replegarse
hacia ellos mismos. Se convierten en un modo de terapia obligada por las
circunstancias vitales donde, pese a la emotividad y tristeza que desprenden
muchos de sus versos, sobresale, pervive, queda el rescoldo de la ilusión.
Dotada de una capacidad para convertir en
música y sentimientos los elementos más fisiológicos y escatológicos de nuestra
corporeidad (el poema “28 días desde mi cuerpo” es una notable manera de
afrontar la carga menstrual), Mª Paz Moreno no titubea a la hora de acometer la
más ardua de las tareas: describir la enfermedad y la muerte de los seres
queridos. El monstruo al que alude el
título es el nombre temido de la enfermedad innombrable que, como un berbiquí o
el gusano de la carcoma, no solo mina y socava el cuerpo herido, sino también
la mente de los seres que rodean al enfermo. El funesto azar ha querido que la triste
circunstancia personal se conjugue con las circunstancias actuales; y así, el monstruo se transforma también en el
virus criminal que parece dispuesto a adueñarse de este planeta y de sus
moradores. Cáncer y Covid-19 se dan sus repulsivas manos y sus atropellos se
multiplican.
Pero siempre queda la esperanza. De ahí que la autora haya optado por abrir su excelente libro con el último poema que escribió, el magistral “Donde dices miedo”, vinculando el dolor de la pérdida familiar con el temor que nos sobrevuela en este annus horribilis que nos ha tocado en mala suerte vivir.
Escritos desde el dolor por la muerte del padre,
los poemas son también el recuerdo del ausente pues solo el arte es capaz de
devolvernos aquello que ya no existe. Como dijo Fernando Pessoa: “La
literatura, como el arte en general, es la demostración de que con la vida no
basta”.
María Paz Moreno, Amiga del monstruo, ed. Renacimiento, 2020. 60 páginas.
martes, 27 de octubre de 2020
UN CRIMEN OTOÑAL, presentación en Madrid
viernes, 28 de agosto de 2020
UN CRIMEN OTOÑAL. Nueva entrega... contando ya los días...
Si nada ni nadie lo impide, el próximo mes de septiembre la editorial madrileña Grupo Tierra Trivium publicará mi último libro. Aunque pueda parecer otra cosa, mi nueva propuesta es, sobre todo, una obra de ficción que, estoy seguro, os sorprenderá. Como adelanto, aquí os mando otro breve fragmento. Espero que os guste...
![]() |
En 1924, Chicago era una de las ciudades más importantes de los Estados Unidos de América. Su población ascendía casi a tres millones de habitantes —casi la mitad de todos los residentes en el estado de Illinois— y su superficie se había extendido hasta alcanzar los límites del vecino estado de Indiana. De ser una pequeña aldea de poco más de dos mil almas en 1820, había pasado, cien años más tarde, a ser una de las ciudades más pobladas de Norteamérica.
El barrio de Hyde Park se extendía por la parte sureste de la ciudad, junto a la orilla oeste de lago Míchigan. El campus de la Universidad de Chicago, el cementerio Oak Woods y los parques Washington y Jackson eran algunos de los lugares más emblemáticos de la zona; más al sur estaba enclavado el parque Wolf, junto al lago de su mismo nombre. Hyde Park se caracterizaba por la riqueza de sus moradores y la envergadura de muchas de sus casas, erguidas junto a anchas calles arboladas, rodeadas de jardines, con amplios porches donde sus propietarios se sentaban con la higiénica intención de ver la puesta de sol. Había dinero en aquella parte de la ciudad y sus vecinos no se avergonzaban de mostrarlo. La proximidad y la influencia de la universidad habían creado un vecindario formado por las familias más cultas, las más adineradas, las más ostentosas, aquellas que formaban la pseudo-aristocracia en una república que había renegado de la nobleza con el advenimiento de una nueva época, pero que no perdía ocasión para crear otra aristocracia más apabullante que la europea: la que propiciaba el dinero.
Nathan Leopold Jr. residía, junto con su
padre, en el 4754 de la avenida South Greenwood, al sur del cementerio Oak
Woods. Dueños de una inmensa fortuna, padre e hijo vivían en una enorme mansión
donde la ausencia de la madre, fallecida cuando Nathan era un infante, había
convertido el hogar en una residencia cómoda pero fría, masculina, colmada de
las necesidades e inutilidades que proporciona el dinero, pero huérfana del
aliento femenino y maternal que ni siquiera la más increíble fortuna puede
comprar ni restituir. Había destacado desde su más tierna infancia como un niño
prodigio, dotado de una inteligencia sobresaliente que lo había llevado, con
solo dieciocho años, a licenciarse en Filosofía en la vecina Universidad de
Chicago. Cuando el sangriento y absurdo suceso aconteció, en mayo de 1924,
Nathan contaba con diecinueve años y cursaba Derecho; además, dominaba nueve
idiomas y era un experto en botánica y ornitología. Sus enormes conocimientos
sobre las aves lo habían llevado a presentar un artículo en la Convención Anual
de la Sociedad Ornitológica Americana que había recibido los más entusiastas
elogios.
En el número 5017 de la avenida South
Ellis, al norte de la residencia de los Leopold, vivía Richard Loeb, que
contaba con dieciocho años en 1924. El joven, hijo de una familia pudiente,
había destacado también por ser poseedor de una mente prodigiosa. Sin embargo,
no había sabido o no había querido sacarle tanto partido ni con tanto éxito
como su amigo Nathan. No obstante, matriculado en la universidad a la edad de catorce
años, había conseguido licenciarse en Derecho a los diecisiete, convirtiéndose
en el licenciado más joven de la Universidad de Chicago. Sin embargo, sus notas
no fueron todo lo brillantes que cabía esperar de él. Era un ser algo apático y
retraído, sabedor de su superioridad intelectual, pero inclinado a la
holgazanería: la ley del mínimo esfuerzo era su código. Sin necesidad alguna de
ejercer la profesión de abogado, Richard Loeb se matriculó en la facultad de
Historia y se dedicó a haraganear por los edificios del campus convirtiéndose
en un conocido jugador y en un irredento bebedor.
La relación homosexual entre Richard Loeb y Nathan Leopold Jr., dentro de un ambiente profundamente puritano, era una provocación que los jóvenes mostraban con insolencia, sabedores de su superioridad intelectual. Las ideas del filósofo Nietzsche los encandilaron desde el primer momento: Nathan consideraba a su amante como una especie de Superhombre, alguien por encima del bien y del mal, ajeno a toda moral y ética. Una sociedad y un mundo donde los débiles tenían tantas ventajas (o más) que los fuertes, donde eran protegidos y cuidados… era una sociedad condenada a la desaparición. La naturaleza —como ya había mostrado y demostrado Darwin— carecía de ética y de moral: la ley del más fuerte era el código que hacía progresar y evolucionar a las especies. Y el ser humano —como promulgaba Nietzsche al trasladar las ideas evolucionistas de Darwin al campo de la filosofía— no podía estar al margen de esa ley natural que privilegiaba al más fuerte y no dudaba en eliminar al más débil.
De aquí a la comisión de un asesinato había
un corto trayecto que los dos amantes no tardaron en cruzar. Llevarían a cabo
el crimen perfecto porque eran lo suficientemente inteligentes como para cometerlo
y salir impunes, porque estaban por encima de todo y de todos, porque eran
Superhombres.
En la mañana del 21 de mayo de 1924 y tras
asistir a las clases en la universidad, Nathan y Richard se presentaron a las
once en una agencia de alquiler de coches, en la parte norte de la ciudad. Unos
días antes el primero había abierto una cuenta en un banco con el nombre falso
de Morton D. Ballard. La idea era utilizar dicha cuenta para ingresar el dinero
del rescate que pensaban pedir. Eligieron un automóvil de color oscuro.
Descendieron, de nuevo, hacia su barrio; pero antes se detuvieron para comprar
una cuerda y una botella de salfumán. Es para un experimento en el laboratorio
de clase, dijeron al dependiente de la farmacia. Si alguien hubiera mirado bajo
la chaqueta de Richard, hubiese hallado un escoplo de sesenta centímetros de
largo y casi cuatro kilos de peso.
Estuvieron durante horas dando vueltas con
el coche, buscando una posible víctima. Se aburrían. Pararon y compraron algo
de comida que ingirieron mientras circulaban por las calles arboladas, bajo el
sol y el calor de una radiante tarde primaveral. A las cinco de la tarde,
cansados y desesperados, a punto de regresar al taller del norte y devolver el
coche, descendieron por South Ellis y vieron que Bobby Franks caminaba hacia
ellos. Tenía catorce años, vivía en la misma calle que Loeb y eran parientes
lejanos. Se conocían. Los dos amantes no hablaron; intercambiaron miradas de
complicidad y detuvieron el coche.
Loeb saludó al muchacho y salió del vehículo.
El aludido devolvió el saludo. Era un chico bien educado, algo tímido, recién
ingresado en una pubertad de la que nunca saldría. Aficionado al deporte, Loeb
lo tentó. ¿Quieres ver la raqueta nueva que me he comprado? Seguro que te
gustará. Nathan, que permanecía al volante, le sonrió. Bobby observó el coche.
Supuso que el señor Leopold se lo había comprado a su hijo. Podían permitirse
caprichos de esas dimensiones e incluso mayores. Todos se conocían en el
barrio. Bobby afirmó estar encantado y su primo lo invitó a subir al automóvil.
El muchacho se sentó junto a Nathan y Loeb ocupó el asiento trasero. El
vehículo arrancó y rodó hacia la vivienda de Loeb. Entretuvieron a Bobby
hablando de intranscendencias para que no se diese cuenta de que habían sobrepasado
la residencia de Richard Loeb. Cuando se percató de que el coche seguía rumbo
al sur, no tuvo tiempo de reaccionar. Desde el asiento trasero Loeb le tapó la
boca con su mano izquierda y le golpeó con la derecha en la cabeza. El sonido
del cráneo al fracturarse resonó en el automóvil y la sangre salpicó la
ventanilla, ensució el techo y la manilla de la puerta a la que Bobby intentó
asirse pero que no llegó a atrapar. Loeb golpeó de nuevo: el muchacho parecía
no admitir que ya estaba muerto, que la parca había cortado el tenue hilo que
lo sostenía. El escoplo se hundió una segunda vez en la cabeza del joven y en
esta ocasión la sangre brotó hacia la izquierda y ensució la camisa de Nathan,
quien aceleró para alejarse cuanto antes de las calles transitadas. Con el
vaivén del coche el cuerpo de Bobby cedió y se inclinó hacia la izquierda. Unas
gotas mancharon el pantalón del conductor y sus zapatos. El vehículo, lejos de
detener su marcha, aceleró más, espoleado por el nerviosismo al constatar que
el crimen se había realizado. Loeb enderezó al moribundo y golpeó dos veces
más: era la saña del poderoso, el abuso del Superhombre que festeja su victoria
y se regocija aplastando sin miramientos al pobre insecto que, desde el primer
pisotón, ya estaba muerto.
Bordearon el cementerio Oak Woods y más al
sur encontraron un descampado donde detuvieron el vehículo. El cuerpo de Bobby,
sentado, rebullía bajo los espasmos nerviosos; un tenue gemido brotaba de los
labios del niño, como si la vida no se resignase a abandonar a aquel joven cuyo
único delito había sido estar en el peor momento en el lugar equivocado. Loeb
salió del coche, abrió la portezuela e introdujo un calcetín en la boca del
moribundo. ¿De dónde había salido aquella prenda? No quedó claro en el juicio.
Cabe suponer que el asesino la había cogido de su dormitorio antes de salir de
casa.
miércoles, 22 de julio de 2020
UN CRIMEN OTOÑAL
Si nada ni nadie lo impide, el próximo mes de septiembre la editorial madrileña Grupo Tierra Trivium publicará mi último libro. La portada, que os muestro bajo estas líneas, es obra de mi hija María. Aunque pueda parecer otra cosa, mi nueva propuesta es, sobre todo, una obra de ficción que, estoy seguro, os sorprenderá. Como adelanto, aquí va un breve capítulo. Espero que os guste...
9
Vida y obra de S. S. Van Dine


martes, 24 de marzo de 2020
EL TEATRO ESPAÑOL DURANTE EL FRANQUISMO (II)
EL TEATRO DURANTE EL FRANQUISMO (II)
1. El
teatro heredado
2. El teatro durante el Franquismo: el lustro fundacional (1949-1953).
3. Antonio Buero Vallejo.
Historia de
una escalera, 1949.
Las palabras
en la arena, 1949. (Un acto)
En la
ardiente oscuridad, 1950.
La tejedora
de sueños,
1952.
La señal que
se espera,
1952.
Casi un
cuento de hadas, 1953.
Madrugada, 1953.
Irene o el
tesoro,
1954.
El terror inmóvil, sin estrenar. Publicada en
1954.
Hoy es
fiesta,
1956.
Las cartas
boca abajo,
1957.
Un soñador
para un pueblo, 1958.
Las Meninas, 1960.
El concierto
de San Ovidio, 1962.
Aventura en
lo gris,
1963.
|
El tragaluz, 1967.
La doble
historia del doctor Valmy, 1968.
Mito, sin estrenar. Publicada
1968.
El sueño de
la razón,
1970.
Llegada de
los dioses,
1971.
La Fundación, 1974.
La
detonación,
1977.
Años
difíciles,
sin estrenar. Publicada en 1977.
Jueces en la
noche,
1979.
Caimán, 1981.
Diálogo
secreto,
1984.
Lázaro en el
laberinto,
1986.
Música
cercana,
1989.
Las trampas
del azar,
1994.
Misión al
pueblo desierto, 1999.
|
4. Polémica a tres bandas: el posibilismo, el imposibilismo y el pacto.
Antonio Buero Vallejo
|
Alfonso Paso
|
1º.
En España se está escribiendo, deliberadamente, un teatro cuyo estreno es
imposible, ya sea por razones privadas (empresas) o de tipo oficial.
2º.
Los autores del teatro imposible pretenden con ello atraer sobre su trabajo
la atención de determinados círculos; pues no es de suponer que se trate,
sencillamente, de autores-suicidas.
3º.
El último objetivo de estas posturas puede ser el lanzamiento de ese teatro
en el extranjero.
4º.
Estas posturas “imposibilistas” son dolorosamente estériles.
5º.
Es preciso hacer un teatro posible en España, aunque para ello sea preciso
realizar ciertos sacrificios que se derivan de la necesidad de acomodarse de
algún modo a la estructura de las dificultades que se oponen a nuestro
trabajo.
|
1º.
La vida del teatro español se rige por un pacto de intereses establecidos.
2º.
Sólo suscribiendo este pacto es posible la acción profesional, en la que
reside toda eficacia.
3º.
El rechazo del pacto conduce irremediablemente a la inoperancia social, a la
esterilidad.
4º.
Una vez suscrito tal pacto es posible la traición a sus cláusulas y, en suma,
la acción progresiva.
|