En San Remo (Italia), el 8 de noviembre de
1913 —el 1912+1 del título—, la condesa Maria Tiepolo, esposa del capitán Carlo
Ferruccio Oggioni, mata de un único disparo al asistente de este, el
bersagliere (soldado de infantería ligera) Quintilio Polimanti. Los móviles del
crimen son confusos: para la condesa y sus abogados el acto se produce en la
defensa del honor de la mujer; para la acusación el disparo es tan premeditado
como certero y pone fin a una relación adúltera que o bien comenzaba a ser
peligrosa o bien resultaba incómoda.
Con estos datos históricos, el siciliano
Leonardo Sciascia (1921-1989) construyó una de sus últimas novelas. No era la
primera ni la única vez que el autor italiano acudía a la intriga para elaborar
sus obras. De hecho, junto al campo del ensayo y la novela-documental, la
producción más característica de Sciascia se centra en el género policíaco. Ahí
están, por citar algunas: A cada cual lo
suyo (1966), El contexto (1971) y
Todo modo (1974) —a mi parecer su
mejor novela.
Pero la anécdota policiaca de 1912+1 es solo un aspecto de los muchos
que el autor revisa: la sociedad italiana —tan machista como sumisa a la
belleza y a las razones del corazón— que observa con cierta distancia el
conflicto en Libia; el mundo iconoclasta de los futuristas; y, sobre todo, el
pacto Gentiloni contra el divorcio, que elogia y defiende el sacrosanto
concepto de la unidad familiar.
Sciascia recrea el proceso judicial valiéndose
de artículos periodísticos de la época. De ese modo, el lector asiste a las
declaraciones de los peritos y los testigos; a los alegatos de la defensa y la
acusación. Sciascia no sólo transcribe las palabras de estos —transcritas, a su
vez, por los reporteros de la época—, sino que bajo una aparente neutralidad y
objetividad (tan engañosa como la que aparece en los diálogos de Hemigway, por
ejemplo) muy pronto se nos muestra el verdadero problema y trasfondo de la
obra: ¿existe una única Justicia para todos?
Si algo trasciende de la lectura de esta
novela es la firme convicción de que existe, sobre todo, una Justicia para los
poderosos. ¿Pero quiénes son estos?
En primer lugar, poderoso es aquel que
todavía vive, frente a aquél que ya ha muerto: conocemos el testimonio del
soldado Polimanti por boca de terceros —amigos y familiares—; por el contrario,
la condesa Tiepolo habla por sí misma. En segundo lugar, poderoso es aquel que
es capitán de la milicia y es aquella por cuyas venas corre sangre noble;
frente a un pobre muchacho llamado a filas y cuya inteligencia le ha hecho
abandonar el trabajo de campo y pasar a ser ordenanza de un superior. Y en
tercer y último lugar, poderoso es aquel (aquí aquella) que esgrime y expone su
belleza ante los diez miembros de un juzgado italiano. De poco o nada sirven
las pruebas: un medallón hallado en el cadáver, en cuyo interior se muestra un
retrato de la condesa y un mechón de su pelo; unas cartas incriminatorias donde
el ordenanza y la condesa expresan sus sentimientos; la sospecha de un embarazo
y de un posterior aborto. Desvelar el pronunciamiento del juzgado sería amputar
el interés del lector; pero para el lector mínimamente avispado el resultado es
obvio.
Que la novela se lee bien, no hay duda.
Sciascia tiene el don de la brevedad y de la concisión. Que la novela se lee
rápido, es ya más discutible. Cada dato es un acicate para la reflexión del
lector: «la brevedad o extensión de los escritos no debe medirse por el número
de palabras, sino por el tiempo que nos lleva comprenderlas», se nos dice. No
se debe creer que la novela es, pues, confusa: en su tesis final el texto es
claro... tal vez demasiado claro. ¿Existe una Justicia igual para todos?...
Leonardo Sciascia, 1912+1.
Tusquets Editores.
127 páginas.
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