Aunque los modernistas españoles adoraban
París, muchos de ellos nunca llegaron a pisarlo. Cuentan que el poeta
Villaespesa había deseado siempre conocer la capital francesa. Y cuentan que,
en cierta ocasión, tuvo la oportunidad de entrar en sus calles, admirar su río,
sentir el sonido de su música... pero, a las puertas de la gran ciudad, ordenó
al chófer del automóvil que lo transportaba que diera media vuelta y regresara
a España: prefería soñar París antes que arriesgarse a un desengaño.
La novela de Maxence Fermine (Albertville, 1968) no habla de Villaespesa ni del
Modernismo; y aunque no podemos dejar de admitir que París aparece en sus
bellas páginas, podemos asegurar que no es el tema predominante. El violín
negro habla de deseos y obsesiones... y de cómo, a veces, es preferible
seguir soñando y anhelando.
El violín negro es una novela tan breve como inclasificable: moldeada mediante
breves pinceladas tiene mucho de los cuadros de Seurat y del puntillismo.
Componen la obra 45 escuetos capítulos, agrupados en tres partes, donde se
conjuga la fantasía y la inmediatez de la Historia. Hay momentos donde la
estética naif lo cubre todo: el autor se entretiene infantil y absurdamente en
redundancias y aposiciones manidas y evidentes; pero hay otros momentos donde
el libro se eleva sobre la pobre realidad que circunda al lector. Absorbido y
vencido por el relato ¾a
veces, contado por un autor omnisciente; otras, a través de la voz de uno de
sus protagonistas¾, el
lector apenas necesita realizar esfuerzo alguno para aprehender: pues la prosa
que lo forma es tan formalmente ligera como exacta.
En 1795 las tropas napoleónicas entran en
Venecia. Entre sus filas se encuentra el violinista Johannes Karelsky, herido y
convaleciente. El azar o el destino lo lleva a ocupar la vivienda del segundo
protagonista de nuestra historia: Erasmus, un anciano luthier, que fuera alumno
del gran Stradivarius. El gusto por el aguardiente y el ajedrez, pero sobre
todo el amor por la música va a unir a estos dos hombres. Karelsky vive
obsesionado por la composición de una ópera sublime; Erasmus se oculta del
mundo porque tiempo atrás, como un nuevo Prometeo, arrebató a Dios el secreto
de la creación. Entre ellos, sobre ellos, uniéndolos para siempre se alza el
contorno femenino de un violín negro, la obra maestra de Erasmus y también su
pecado y su penitencia. El extraño comportamiento de Erasmus provoca en
Karelsky la curiosidad inmediata. El anciano, poco antes de morir, cofiará su
secreto al joven violinista.
Lo que sorprende de esta novela es la
delicadeza de sus líneas: discurre la historia con la cadencia del trabajo bien
hecho. Quizás otro autor hubiera realizado una obra monumental y voluminosa;
Fermine ha preferido la exactitud de hechos y pensamientos al barroquismo de
los detalles. Nada en la novela es baladí. Como en un rompecabezas, cada gesto
o palabra de sus personajes va a servir para completar un mosaico tan delicado como
sabio donde se expone, bajo el aspecto de una historia ciertamente fabulosa y
fantástica, una seria reflexión sobre la creación artística.
El final de la novela, como no podría ser
de otro modo, no puede responder a tal cuestión: ¿de qué están hechos los
sueños? ¿es capaz el arte de aprehender el mundo, de dar forma a nuestros
deseos? No se trata de la realidad enfrentándose al deseo y las ansias; se
trata de hallar el material que nos permita forjar y conseguir nuestros sueños.
Los personajes de El violín negro encuentran ese material, pero su
actitud y comportamiento nos confirman que, a la postre, tal vez sea mejor
desear algo que obtenerlo.
Ed. Anagrama, 2002.
133 páginas.
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