En el verano de 1693, sir Isaac Newton cae
en una profunda crisis nerviosa cuyos motivos, todavía hoy, se ignoran. Sólo a
través de dos enigmáticas y absurdas cartas remitidas al filósofo Locke sabemos
del colapso mental que se apoderó del genio tras la publicación de los Principia.
A principios de la década de 1980, el
escritor irlandés John Banville toma estos extraños acontecimientos de la vida de Newton para
construir una magnífica y, también, sorprendente novela. La carta de Newton
se muestra como una extensa carta que un narrador innominado dirige a una
invisible mujer llamada Cliona. El narrador ¾un historiador que ha dedicado siete años a la elaboración de una
biografía sobre Newton¾ decide
abandonarlo todo y retirarse a una tranquila granja al sur de Irlanda. He aquí
el primer y fundamental paralelismo de la novela: el físico Isaac Newton y el
historiador que indaga sobre su vida se comportan ¾cuando ambos están rondando los 50 años de edad¾ de un modo semejante y aparentemente extraño.
Por fortuna la novela no se detiene aquí.
En cierta ocasión Umberto Eco proclamó que una novela era una máquina de
generar interpretaciones. Si hay algún rasgo que caracterice la obra literaria
es su capacidad para la polisemia y la multiplicidad de sentidos. Tomando estos
postulados podremos admitir que una novela deviene en aquello que cada lector
pueda extraer de ella.
Aislado de la vida académica y lejos de su
vida anterior, el narrador y protagonista comienza una nueva vida: alquila una
casa a un matrimonio, los Lawless ¾Charlotte
y Edward¾, quienes conviven con la sobrina de
la esposa, Ottilie, y un niño, Michael. Contagiado por la filosofía empírica y
experimental de Newton, el narrador se sumerge en una red de cábalas e
hipótesis. Es la voz del protagonista la que va dando cuenta de sus intentos
para interpretar el mundo que lo rodea. Una serie de hechos y comentarios
extraños o, cuanto menos, sorprendentes mueven al narrador a crear las más
variopintas interpretaciones: ¿quiénes son los padres del niño?¿es Edward un
borracho irredimible? Evidentemente la realidad no nos es mostrada de una
pieza, sino a través de múltiples facetas y retazos. El historiador va a
olvidar el lema de Newton ¾”Hypotheses
non fingo” (Yo no invento hipótesis)¾ y cada
una de sus interpretaciones va a ser una fabulación a veces risible y,
finalmente, trágica y patética. Sólo al abandonar sus libros y sus clases y
sumergirse en el fango de la vida diaria, el narrador va a comprender la razón
de la crisis de Newton: la ciencia se muestra insuficiente para interpretar la
complicada e infinita vida cotidiana. “Hay tanto que no se puede explicar: todas las cosas
importantes”, admitirá en un momento de la obra.
Recordando a la famosa Lolita, el
narrador termina sucumbiendo a los jóvenes encantos de Ottilie; pero a un tiempo crece su atracción ¾siempre y meramente platónica¾ hacia la madura Charlotte. Ecos del Werther de Goethe (e
incluso de la vida de éste) aparecen en mi lectura: la Carlota del joven alemán
frente a la Charlotte del maduro historiador; la forma epistolar de ambas
novelas; el hecho ¿casual? de que la nuera de Goethe se llame también Ottilie;
los últimos años del escritor alemán dedicados al estudio y refutación de la Óptica
de Newton;...
Quizás, como le ha ocurrido al narrador de
la novela, también yo me he visto vencido por una red de coincidencias que tal
vez haya inventado. Lo que sí sé con certeza es que si esta novela es grande
(pese a su brevedad) se debe a que no produce ninguna interpretación ni
totalmente correcta ni plenamente convincente.
John Banville,
LA CARTA DE NEWTON,
Editorial Edhasa, Barcelona, 2001. 156 páginas.
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