Hace un par de horas que he terminado de leer la novela El verano de los juguetes muertos, de
Tony Hill, publicada por Random House en 2011. Teniendo en cuenta que la tomé
ayer prestada de la biblioteca antes del mediodía, puedo decir con total
propiedad que la novela de marras me ha durado un día. Y no es para menos. La
obra es entretenida y el argumento está muy bien desarrollado, de modo que te
mantiene en vilo constantemente. Salvo el final, que me recuerda demasiado a
los “Continuará…” televisivos, por lo demás me parece una novela conseguida… Si
es que lo que pretendía Tony Hill era entretener. Porque no hay más. Si el
objetivo era conseguir una obra literaria entretenida, el autor lo ha cumplido
sobradamente.
Todo ello está muy bien servido mediante una escritura funcional
y ágil, muy inclinada hacia el diálogo, con escasas digresiones y descripciones,
con pocas metáforas; donde todo está masticadito… tan masticadito que por un
momento recuerda a la literatura juvenil (nada que objetar, si es lo que
pretendía el autor, claro). Además, los tres argumentos “misteriosos” se ven
salpicados por las vidas cotidianas de los policías encargados de resolverlos:
Salgado, su ex mujer y su hijo, al que hace más de un mes que no ve; la agente Leire
Castro y su embarazo no deseado…
La novela me ha gustado: he disfrutado leyéndola, he pasado las
páginas ansioso por desvelar el arcano del argumento… En pocas palabras: me lo
he pasado “pipa”. Desde el punto de vista del entretenimiento es una obra
notable… ¿pero es una buena novela “a secas”, una buena obra literaria? Y aquí
empiezan las reflexiones que, como tales, no tienen que tener un hilo conductor
férreo e inamovible y, así, cual mariposas, van brincando de flor en flor y de
tema en tema.
Estas reflexiones que realizo en voz alta nacen del recuerdo de
dos citas.
La primera: entre las páginas de Jorge Luis Borges, quien, por
cierto, fue un gran defensor de la novela policial, se lee esta verdad como un
templo: «Es absurdo pretender alargar una adivinanza durante trescientas
páginas». Creo que no hay mejor definición de la novela policiaca: algo absurdo
por inverosímil; pero el lector que abre uno de estos libros firma un contrato
invisible con la ficción y con la verosimilitud, sabe a qué se expone, sabe qué
busca. Borges escribió esa oración con el propósito de defender el relato
policial, por cuya brevedad y concisión lo veía más cercano a la esencia de lo
policíaco. El verano de los juguetes
muertos tiene 360 páginas. Si hemos dicho que son tres los enigmas que hay
que solventar: ¿es de recibo alargar una adivinanza durante 120 páginas?
Alguien dirá que hay algo más que una mera adivinanza, que un enigma; que nos
habla de los sentimientos de los personajes, de una sociedad caduca y decadente;
que la novela expone temas candentes como el problema de la droga, el abuso de
menores… Me parecen pamplinas. La esencia de una novela de misterio está en un
enigma (crimen, robo, secuestro…) que ha de quedar resuelto al finalizar la
obra; todo lo demás me parece a mí que es superfluo y en muchos casos solo
sirve de relleno para dotar de más enjundia al relato, para justificar los 15
euros que te ha costado el libro y que, si tuviera únicamente 5 o 10 páginas,
nos parecería una tomadura de pelo.
Si el segmento se amplía hasta los 20 últimos títulos leídos
habría que incluir seis novelas policiacas más. Es decir, nuevo títulos de
veinte. No es exagerado afirmar que el 45% de las obras literarias que leo a lo
largo del año (de todos los años de mi vida) pertenecen al género policiaco. Así
que, perdonad que no sea humilde, pero de novela policiaca algo sé… y también de
literatura.
¿Cuántas de estas obras policiacas que leo anualmente pueden ser
consideradas buenas novelas? No únicamente buenas novelas policiacas, sino
buenas novelas “a secas”: que tengan un afán de estilo, que creen un mundo
mediante el lenguaje, que vayan más allá del mero misterio a resolver… que sean
inolvidables. Porque lo sé: dentro de varias semanas no quedará en mi cabeza
nada del argumento de El verano de los
juguetes muertos; como me ha pasado con decenas de novelas policiacas
“funcionales” (cfr. Christie, Dickson Carr, Ellery Queen, Sjowall, Fred Vargas,
los cuarenta mil escandinavos, Donna Leon...). Es también una suerte: puedo
leerlas dentro de un par de años como si fueran la primera vez. Quien no se
consuela es porque no quiere.
¿Y a qué todo esto? Bueno, ya lo dice el título: reflexiones.
Mis reflexiones y mis pensamientos. Que no todos compartirán, claro, y que quizás
a algunos les molesten; y que también puedo modificar dentro de un tiempo
porque en cuestiones artísticas prefiero no tener unas ideas fijas.
He citado a Borges y sus palabras. La otra cita que me ha venido
a la memoria tras leer El verano de los
juguetes muertos es más reciente. Con motivo de la publicación de la nueva
novela de Carlos Zanón (de quien no he leído ninguna; pero no ha de ser mal
escritor cuando tiene varias publicadas en RBA y, además, es poeta. De esa
faceta sí conozco su poesía completa publicada por Playa de Ákaba, Yo vivía aquí; que me parece interesante)
fue entrevistado por Revista L y más
(junio 2014).
Pregunta:
La mitad de los escritores andan (literariamente) en el mundo criminal: las
librería ya parecen el Chicago de hace un siglo. ¿Es moda, cuestión editorial o
un delito?
Respuesta:
Es aburrido. Los géneros florecen cuando faltan grandes escritores.
Lo que más me jode es que, también yo, para no ser menos, me he
sumado a esta “moda” negra o policiaca. Las cuatro últimas novelas que he
escrito pertenecen al género de misterio, con más o menos negritud: la más
negra se publica este otoño, Puzle de
sangre; otra, más cercana a novela policiaca clásica, lo hará en el
invierno de 2015, La última semana del
inspector Duarte; las otras dos están escritas pero aún andan batiéndose
por algunos premios literarios (por eso prefiero no mencionar sus títulos) y
por algunas editoriales. Así que, en cierta medida, también he ayudado a esta
moda que, como todas las modas es pasajera y a la postre negativa… pues no
existe por naturaleza, sino para combatir a una anterior (en este caso la
histórica) y será desplazada por otra que llegue o que ya está aquí (la erótica
u otra cuya denominación todavía no se conoce).
¿Y todo esto por qué, se preguntará el lector? Por nada en concreto.
Ya dije que todo esto me había asaltado al cerrar El verano de los juguetes muertos, una buena novela policiaca pero
no una buena novela. Lo malo de las modas que están tan arraigadas es que, con
el paso del tiempo, terminan por estragar los paladares de los lectores. Así,
alguien que únicamente consuma novela de género puede decir que memeces como La verdad sobre el caso Harry Quebert,
de Joël Dicker, es buena literatura. Será un buen entretenimiento (aunque yo me
aburrí como una ostra, puedo admitir que alguien se divirtiera), pero no buena
literatura.
No quiero decir que entretenimiento y calidad estén reñidos.
Solo hay que pensar en El mapa del cielo,
de Félix J. Palma, por ejemplo, para advertir que la buena literatura también
puede ser entretenida.
Pero en fin, otro día seguiremos reflexionando.
Precisamente, ando leyendo "La bestia debe morir", de Nicholas Blake. No sé si te sonará este clásico de la literatura policíaca. Como mínimo tiene un comienzo que hace que Tarantino resulte una hermana de la Caridad: "Voy a matar a un hombre. No sé cómo se llama, no sé dónde vive, no tengo idea de su aspecto. Pero voy a encontrarlo y lo mataré..."
ResponderEliminarUn abrazo.
Claro que la conozco. Y me parece una buena novela policiaca. Por cierto, no sé si sabrás que el tal Blake (es un pseudónimo) fue el padre del actor Daniel Day-Lewis, aunque si leíste el cuento "La cita" y "Puzle de sangre", imagino que ya lo sabías. ¿Y tú como andas? Un abrazo.
ResponderEliminarNo me puedo quejar. De todas formas, mis metas no son altas. Una de ellas es conseguir un lector electrónico en condiciones. Si para ello tengo que cumplir 40 años, que así sea. Nos leemos o nos vemos.
ResponderEliminarUn abrazo.