Publicada originariamente por entregas en
el diario El País, El último trayecto de Horacio Dos (Seix
Barral) apareció en 2002 bajo el aspecto de libro, lo cual, inconscientemente,
eleva y dignifica, para el usuario o lector, la calidad de la materia.
Una trayectoria modélica... o no.
Desde La verdad sobre el caso Savolta
(1975) Eduardo Mendoza se ha convertido en una figura imprescindible dentro de
la literatura española. Publicada en un año clave, la obra devino en la piedra
inicial para la “novela de la democracia”. Aunando riqueza lingüística y
amenidad, demostrando que la calidad y la diversión no tienen porque estar
reñidas, La verdad sobre el caso Savolta se convirtió en un título de
referencia obligatoria para críticos y lectores de la época.
Con El misterio de la cripta embrujada
(1979) Mendoza volvía a sumergirse en la trama detectivesca, pero esta vez
utilizando un lenguaje irónico y paródico, exageradamente barroco, conjugando
con precisa habilidad la chocarrería y la hilaridad con una acción trepidante y
atractiva. No es de extrañar que ciertos críticos vieran en ella un paso atrás
en la trayectoria de quien habían calificado ¾a tenor de su primera novela¾ como a una gran promesa. Leída hoy, El misterio de la cripta
embrujada, bajo su aspecto bufo y descarado, deja entrever la maestría de
un narrador de primer orden; y en muchos aspectos se muestra como una novela
más actual y más redonda que La verdad sobre el caso Savolta, que
arrastra la deuda de la experimentación y, en algunos pasajes, delata de un
modo demasiado evidente el entramado artificial de la narración.
El retroceso apuntado por ciertos críticos
se vio corroborado por su tercera obra El laberinto de las aceitunas (1982),
protagonizada por el mismo narrador innominado que la precedente. Los
detractores del escritor no perdieron la ocasión de atacar. Y con razón: la
obra se apoyaba demasiado en la desmesura y el chiste, y muy poco o casi nada
en la reflexión.
Eduardo Mendoza había mostrado las dos
caras de su quehacer literario: la aparentemente seria comme il faut; frente
a la paródica y humorística. A partir de entonces su obra se agruparía en estas
dos vertientes: las excentricidades protagonizadas por el pobre y estrafalario
loco narrador de El misterio... ¾ que volvería a protagonizar La aventura del tocador de señoras
(2001) y El enredo de la bolsa y la vida (2012)¾; y las novelas “serias”: el retablo
histórico de la Barcelona de la Primera Guerra Mundial en La verdad sobre el
caso Savolta; la rememoración de una época casi olvidada de la Ciudad
Condal (la que abarca las dos Exposiciones Universales de 1888 y 1929) en La
ciudad de los prodigios (1986); el tema del amor en el marco de Venecia en La
isla inaudita (1989) ¾quizás
su único fracaso editorial y crítico¾; la
incursión en la novela corta relatando una simpática historia de amor imposible
en El año del diluvio (1992) y, para concluir con este somero repaso, Una
comedia ligera (1996), ¾quizás,
junto a La ciudad de los prodigios, su mejor novela¾: donde la crítica a una postguerra gris y frustrante se conjuga
perfectamente con una comicidad extraída de su vertiente más cínica y paródica.
Ciencia-ficción, crítica social y fábula moral
No hay que ser un lince de la crítica
literaria ni un lector excelente para advertir que Sin noticias de Gurb
(1991) y El último trayecto de Horacio Dos forman como un grupo aparte y
al margen de las dos vertientes arriba reseñadas. Ambas fueron publicadas
previamente por entregas; ambas pueden incluirse en el subgénero de las novelas
de ciencia-ficción; ambas son narradas en primera persona y bajo la apariencia
de un diario de a bordo o cuaderno de bitácora; y ambas son paródicas,
irónicas, bufas, excéntricas, un punto por encima de “cómicas” y dos por debajo
de “chocarreras”... y ambas encierran algo más.
Tal vez sea Sin noticas de Gurb el
libro más vendido (y creemos que leído) de Mendoza, y no sin razón: el libro
rebosa de situaciones incendiarias y magistrales, haciendo gala de un descaro y
una desvergüenza de la que (lamentablemente) ya casi no se estila en la
literatura. Es, desde luego, un divertimiento; pero el retrato ácido de esa
Barcelona preolímpica ¾con sus
obras interminables, con sus habitantes poco menos que incongruentes¾ será, durante mucho tiempo todavía, una referencia obligada para
todo curioso que quiera iniciarse en el mundo inabarcable y mágico de la
literatura. Precisamente ahí reside su éxito: el no ser una novela pretenciosa
y con ínfulas de ser más de lo que realmente es... un largo chiste de ciento
cincuenta páginas.
En cambio El último trayecto de Horacio
Dos contiene un fondo de tristeza y melancolía que su antecesora del que su
antecesora no participa. No en vano ha transcurrido una década entre ambas.
Mendoza ya parece menos inclinado al humor per se, y por entre las
líneas de esta última novela apreciamos un tono de pesadumbre y tristeza. A la
manera de un Gulliver futurista, el protagonista, el comandante Horacio Dos ¾imbécil, incompetente, egoísta y algo reprimido sexualmente¾, realiza un viaje plagado de incidentes que le hará recalar en
las más variopintas estaciones espaciales del Universo. Con una nave
desvencijada y cargada de Mujeres Descarriadas, Delincuentes, Ancianos
Improvidentes (desprevenidos), dirigida por una tripulación absurda y
excéntrica, el viaje de Horacio Dos se asemeja a los viajes que pergueñara
Swift: un modo de reflejar y ajustar cuentas con la sociedad, una suerte de
fábula moral donde predomina el absurdo y la crítica. Hay momentos, desde
luego, donde el origen folletinesco de la obra se hace demasiado evidente y la
pluma de Mendoza se resiente; pero en general la obra cumple con su propósito:
entretiene, produce risa en el lector, pone en solfa ciertos vicios de nuestra
sociedad y ciertos absurdos tenidos como verdades... y, en fin, nos presenta un
final tan sorprendente que nos reconcilia con el zafio protagonista.
Cerraremos la novela y no seremos más
sabios de lo que éramos antes de comenzar su lectura; pero desde luego sí más
felices. ¿Qué más se puede pedir?
Eduardo Mendoza,
El último trayecto de Horacio Dos,
Ed. Seix Barral, 2002.
Tengo la costumbre de ponerle nota a todos los libros que leo, y El último trayecto de Horacio Dos recibió un suspenso. Sin noticias de Gurb, un cinco por los pelos. Me quedo con el protagonista innominado de El Misterio de la cripta embrujada (las secuelas no me han hecho tanta gracia), y curiosamente El año del diluvio me gustó mucho (debo ser un romántico).
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno, amigo. Sobre gustos, no hay nada escrito. Eso es lo que hace grande la literatura (y al arte, en general): que siempre es distinto según los ojos que lo miren. De todas las de Mendoza yo me quedo con Una comedia ligera. Otro abrazo.
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