«Escribo las novelas que me gustaría
leer», afirma José Payá. «Puede parecer una obviedad, pero no siempre es así».
«Por favor, toma asiento», me dice José Payá
Beltrán tan pronto como me hace pasar a su despacho. Es una estancia atestada
de libros, donde sin duda han de existir paredes, pero son totalmente
invisibles tras la gran cantidad de estanterías colmadas de títulos. Me quedo
boquiabierta: he llegado al paraíso del lector.
Nos sentamos el uno frente al otro, separados
por una mesa repleta de papeles, volúmenes, un ordenador portátil, un atril de
madera donde hay una lupa inmensa, tarros con lapiceros y bolígrafos, una
impresora, una foto familiar. Es un caos, y se lo digo.
«No te creas», me aclara. «Soy de los que se
manejan muy bien en el desorden, que no es tal. Es un desorden ordenado donde
conozco el lugar de cada cosa».
Luego me pide que, por favor, lo tutee.«Y llámame Pepe», insiste. Sonriendo le muestro la grabadora que deposito encima de la mesa,
junto a los dos volúmenes del diccionario de la RAE. Pulso el botón y
empezamos.
¿Por qué
otra vez Destilando fantasmas? ¿Acaso
ya no tienes más ideas y echas mano de lo anterior?
[Sonríe]
Siempre tengo ideas. El año pasado publiqué un nuevo libro, Morirás muchas veces. Y hace menos de un
mes que he terminado otro. Además, tengo tres novelas y un libro de cuentos en
el cajón de mi escritorio… esperando que alguna editorial desee publicarlos. No
es tan fácil. Yo he tenido suerte. Hay quien ha tenido más, por supuesto; pero
no yo me puedo quejar… y no me quejo.
En cuanto a por qué publicar de nuevo Destilando fantasmas. La novela funcionó
bastante bien en papel, dadas las circunstancias: la editorial era pequeña y de
provincias, la promoción corría toda por mi cuenta… Siempre he pensado que es
una novela que merece mejor suerte, que el público lector debe conocerla y por
cuestiones de distribución no llegó a conocerla en su día. Ahora, en su formato
digital, cualquier persona desde cualquier lugar del mundo puede acceder a ella
en apenas unos minutos. Se lo propuse a Ade [Se refiere a Adelaida Herrera, editora de Click Ediciones] y la
convencí. La novela le gustó y no es para menos…
¿Tan
buena es?
Yo no soy el más indicado para decirlo…
Está algo mal que yo lo diga, pero sí, objetivamente es una novela notable.
Alguien te dirá que es más, que es sobresaliente. No voy a decir que es mi
mejor novela, porque un escritor siempre intenta que su última obra sea la
mejor, y desde 2007 he publicado cuatro títulos más. Pero sí diré que es mi
obra preferida, la que más gratos recuerdos me trae, en la que mejor (y peor)
me lo he pasado mientras la escribía. Apenas tenía 30 años y estaba pletórico
de energías y de optimismo. Voy notando el paso del tiempo en mi ritmo de
escritura y también en mi estilo; los años no pasan en balde, desde luego.
Tendrás
que aportar más pruebas, más argumentos para convencerme y convencernos de que
la novela merece la pena.
¿Te gusta leer?
Sí, por
supuesto.
Porque esta novela está dirigida hacia un
público que disfruta leyendo. El lector modelo de Destilando fantasma no es esa persona que necesita todo un año para
leer la última novedad de la librería, la que ha comprado movida sobre todo
porque todo el mundo la compraba. No. El lector de mi novela ha de pasar por
unas páginas iniciales —la primera parte de la obra— muy exigentes.
¿Aburridas?
En absoluto, que va… Todo lo contrario. Cuando
escribí la novela tenía en mente El
nombre de la rosa, de Eco, pero trasladado al universo de las primeras
novelas de John Irving, de El mundo según
Garp, Una oración para Owen Meany
o El Hotel New Hampshire. La primera
parte de la obra es la presentación pormenorizada de los personajes: un grupo
de estudiantes españoles que estudian y trabajan en la Universidad de Ohio, en
la ciudad de Columtown, un trasunto de Columbus. Durante casi cien páginas
asistimos a sus líos amorosos, a los devaneos sexuales, a los problemas
intrínsecos que se hallan en el hecho de impartir clase, a las dudas juveniles,
a las conversaciones sobre muchos y variados temas, a la nostalgia de la patria
lejana… Te puedo garantizar que no se trata, para nada, de una parte aburrida.
Eso sí: es una criba.
¿Y
luego? Porque si es una prueba para el lector, imagino que habrá un premio,
¿no?
El mejor de los premios: la imposibilidad de no
poder dejar de leer y, además, de introducirte completamente en la historia.
Imagina que tras esa vida rutinaria y anodina, el grupo de amigos se embarca en
una aventura intelectual que se convertirá, en algunos casos, en una obsesión:
en una obsesión peligrosa que les traerá trágicas consecuencias.
¿Un
asesinato?
Por supuesto, los que me conocen saben que me
niego a escribir más de cien páginas sin matar a nadie.
Y nos
reímos los dos. Lo dejo continuar porque no deseo cortar la vehemencia y la
ilusión que transmiten sus palabras.
Imagina que estás leyendo un libro tomado en
préstamo de la biblioteca. De una biblioteca de once plantas como la que,
realmente, existe en esa universidad. Durante tu lectura adviertes que algunas
de sus palabras están marcadas y que, al unirlas, puedes formar un enunciado,
un mensaje que te conduce a otro libro. Y buscas ese libro y vuelves a hallar
las palabras marcadas que te llevan a un tercero y así, libro tras libro,
sucesivamente, se va configurando el mensaje definitivo y, también, la novela.
Suena
interesante.
Es interesante. Además, ten en cuenta que la
acción sucede a mediados de la década de 1990, en un tiempo previo a Internet,
cuando el conocimiento debía ser extraído de los libros tras consultas lentas y
meticulosas. Me encanta la sensación de buscar datos entre los libros. Soy un
tipo anticuado, claro. Hoy en día basta un click
para tenerlo todo.
Te
ahorras mucho tiempo.
Sin duda, pero a veces me pregunto para qué
tanto ahorro de tiempo. ¿Has leído El
principito?
Sí.
¿Recuerdas un capítulo en que aparece un señor
que quiere venderle al Principito unas pastillas para calmar la sed? El
vendedor argumenta que tomando esas pastillas se sacia la sed y así disponemos
de más tiempo. ¿Para qué?, pregunta el Principito. Para tener más tiempo libre,
dice el vendedor. Y entonces el Principito comenta que si él dispusiera de
tanto tiempo libre lo que más le gustaría sería invertirlo en un tranquilo
paseo hasta una fuente de donde brotase un chorro de agua fresca y cristalina,
a la sombra de los árboles.
Sé lo
que quieres decir.
Verás, cada vez me cuesta más escribir novelas,
crear argumentos que se desarrollen en la actualidad. No tengo ninguna duda de
que el teléfono móvil, Internet y todo el resto de elementos tecnológicos han
hecho más cómoda nuestra vida. Sin embargo, me resulta muy difícil
introducirlos en mis novelas. Quizás porque no tengo teléfono móvil, no sé… Pero
lo cierto es que estoy más cómodo escribiendo sobre un tiempo anterior a esta
revolución tecnológica. Mi última novela, todavía inédita, se desarrolla en las
décadas de los 50 y de los 70… Literariamente hablando me parecen épocas más
cómodas sobre las que escribir que este siglo XXI.
Pero
necesitarás más documentación.
No me importa. Disfruto mucho documentándome.
Invertí varios años en documentarme para escribir Destilando fantasmas.
Nos
hemos ido un poco del tema.
¿Que era…?
Razones
para leer Destilando fantasmas.
Tenías que convencerme de que la leyese.
¿Y lo he hecho?
Le
sonrío, apago mi grabadora y le pido permiso para hacerle algunas fotografías.
No muchas porque se nota que no está cómodo ante la cámara. Luego le doy las
gracias y me despido.
Creo que
las razones para leer o no una novela ha de proporcionarlas el propio lector.
Yo pasé esa criba hace algunos años y disfruté mucho de la novela. Vicioso de la lectura que es uno.
ResponderEliminarUn abrazo.