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domingo, 9 de octubre de 2016

FANTASMAS DEL INVIERNO, de Luis Mateo Díez


Resultado de imagen de fantasmas del invierno luis mateo díez    Creo que fue el llorado Gila quien contaba el siguiente chiste: «En pleno invierno de postguerra española, un hombre, tiritando de frío, comenta a su compañero: ¡Qué ganas tengo de que llegue el verano para solo pasar hambre!». Una vez cierro esta (ya) vieja novela de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es la sensación del frío, del hambre, del silencio y del servilismo más patético y denigrante la que me atenaza. A lo largo de 100 capítulos agrupados en tres partes, Mateo Díez realiza todo un ejercicio de encaje de bolillos para hacer desfilar ante nuestros ojos una cantidad ingente de personajes (todos, como siempre, con esos nombres tan peculiares y queridos al autor) que arrastran sus miedos, sus frustraciones y sus remordimientos en una ciudad ya mítica, Ordial.

     Fantasmas del invierno es, como todas las novelas del académico Luis Mateo Díez, una obra difícil bajo una apariencia de lo más sencilla; o lo que es lo mismo: un lobo con piel de cordero. No hay experimentos editoriales ni extensos párrafos digresivos (pienso en las producciones de Muñoz Molina o Javier Marías, por poner un ejemplo); por contra, la prosa de Mateo Díez discurre de una manera “visualmente” sencilla. La dificultad proviene de otro ámbito: su discurso se forja a modo de mosaico, narrando los hechos desde puntos de vista diferentes. Junto a la narración canónica realizada en tercera persona, el autor intercala fragmentos en primera persona procedentes del diario íntimo de Voldián Peña, uno de los personajes. Sucesos cuya narración se ve truncada, se resuelven decenas de páginas más adelante, acoplándose como las piezas de un mecano.  Díez vuelve a jugar con el lector al presentar una narración elíptica que deviene en mecanismo de perfección y donde no parece sobrar una pieza. Pero no es sencillo hacerlas encajar: el lector ideal del autor leonés es un “lector macho” a la manera de Cortázar. El disfrute no va reñido con la actividad y el trabajo; el ocio y la relajación no existen en las lecturas de las novelas de Luis Mateo Díez. De ahí, quizás, que resulte de difícil acceso al gran público.

       En Fantasmas del invierno no hay un hilo argumental que prevalezca, una columna vertebral que sostenga el edificio de la novela, a menos que aludamos a la sensación de miseria (económica, moral, física e, incluso, geográfica) que puebla sus más de 300 páginas. En el invierno de 1947 la nieve no deja de cubrir la ciudad de Ordial. El hambre no solo atenaza a sus pobladores, incluso los lobos que viven en las sierras circundantes deben bajar a la ciudad o bien para buscar comida desesperadamente, o bien para domesticarse y recibir las dádivas pertinentes. Durante esos meses varios sucesos soliviantan a la población: a la invasión de los lobos se une el asesinato de un niño del hospicio y la entrevista, en una emisora clandestina, que concede alguien que dice llamarse el Diablo. Junto a estos grandes trazos, el escritor hace desfilar ante nuestros ojos gran cantidad de personajes y situaciones.

     En una escena cómica y trágica asistimos a la inauguración de un pantano y al peculiar banquete que los gerifaltes locales ofrecen al Caudillo; nos sumergimos en el diario de Voldián, el boticario, quien utiliza la literatura para acallar los fantasmas del remordimiento; contemplamos la figura lánguida y atemorizada del morfinómano Oridio; dudamos ante la esquizofrenia del aviador alemán Klüber; sonreímos con los trapicheos del estraperlista Benicio el Cojo; nos compadecemos ante las vicisitudes de los carteristas Emilio y Mansalva; la expresión triste de la prostituta Dorela parece esconder un secreto que queremos desvelar; los subterfugios del topo Marisma y sus salidas nocturnas son la ración de angustia que necesitamos para no abandonar la lectura; nos identificamos con la figura parsimoniosa y los paseos y las deducciones del comisario Moro.


     Son muchos más los personajes y los acontecimientos que pueblan el invierno eterno de Ordial. Un desfile más trágico que cómico de vidas grises, truncadas y cojas en una ciudad de provincias donde ni siquiera la nieve puede hacer desaparecer el olor a col hervida, el hedor a hambre, a miedo... 

Luis Mateo Díez,

Fantasmas del invierno, Alfaguara, 2004. 362 págs.

viernes, 15 de julio de 2016

MORIRÁS MUCHAS VECES en las III Jornadas Literarias de Carboneras (Almería)


EL PRÓXIMO VIERNES 22 DE JULIO, A LAS 18 HORAS,
EN LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE CARBONERAS
MESA REDONDA EN TORNO A LA NOVELA POLICIACA
DONDE INTERVENDRÁN LOS ESCRITORES JUAN SORIA,
LORENZO SILVA, MANUEL REYNALDO MÉNDEZ
Y UN HUMILDE SERVIDOR.




jueves, 30 de junio de 2016

Reseña de MORIRÁS MUCHAS VECES



En las páginas 16-18 del número 46 (junio 2016) de la revista Lletres Valencianes, apareció esta reseña sobre Morirás muchas veces realizada por el escritor y filósofo Miguel Catalán.



LA TRAMA DEL AJEDREZ

Morirás muchas veces es la quinta novela del profesor y crítico alicantino José Payá Beltrán. Esta ficción difícilmente clasificable aplica dosis medidas de sentido del humor a las técnicas de la novela policíaca y de misterio para construir una trama ambiciosa y cosmopolita cuyo final no defraudará al lector.

José Payá Beltrán (Biar, Alicante, 1970) es doctor en Filosofía y Letras, profesor de Lengua y Literatura y crítico literario del diario Información de Alicante. Aparte de su libro de cuentos, La segunda vida de Christopher Marlowe, y su primera novela, Castilla o los veranos, de corte más clásico y realista, Payá viene practicando una literatura alineada entre los géneros policíaco y de misterio desde su segunda novela, Destilando fantasmas (2007) hasta la más reciente, La última semana del inspector Duarte (2015).

En una suerte de frenética historia ficción, Morirás muchas veces propone una explicación literaria al extraño proceder del ajedrecista estadounidense Robert James (Bobby) Fischer durante el célebre torneo de ajedrez que en 1972 le enfrentó, con el título del mundo en juego, al campeón soviético Boris Spassky. En aquel campeonato, celebrado durante el último tramo de la Guerra Fría en Reikiavik, capital de Islandia, el joven aspirante Fischer brilló por su ausencia en la ceremonia de inauguración y luego se negó a jugar a menos que los organizadores cumplieran algunas extravagantes condiciones. El propio presidente Nixon llamó por teléfono al misántropo jugador de Chicago para convencerle de que saltara al escenario del Match del Siglo. Tras incontables anécdotas que incluyeron un comienzo desastroso para Fischer, la pérdida de una partida por incomparecencia y el desarme de la silla de Spassky en busca de uranio o aparatos emisores de ondas nocivas para su mente, Fischer fue proclamado vencedor. Sin embargo, el nuevo monarca de los escaques ya no quiso volver a jugar campeonatos de alta competición. Y cuando la Federación Internacional de Ajedrez le instó a poner el título en juego con Anatoli Karpov bajo pena de perder el título, Fischer renunció. El soviético fue nombrado entonces nuevo campeón del mundo.

La ingeniosa reconstrucción de José Payá empieza cuando en 2008 una organización criminal confunde a un actor de segunda fila llamado Enrique Ruiz con un sicario que trabajaba para ella. Puesto ante la tesitura de continuar con su mediocre vida fingida de aspirante al éxito y el dinero, o de incorporarse con un maletín de medio millón de euros a una vida tan real como peligrosa vivida por él mismo, Ruiz opta por la segunda. Para ello deberá asesinar a uno de los tres españoles relacionados con «el asunto de Reikiavik» que tuvo lugar casi cuarenta años antes.

Madrid, Jordania, Bruselas y Reikiavik son las estaciones de paso en busca de la bolsa o la vida a cuenta de La Hermandad, un grupo capaz de cambiar el rumbo del Match del Siglo en Islandia a fin de que el prestigio político en juego lo ganara Estados Unidos, diecisiete años antes de que la historia se repitiera a lo grande con la caída del Muro de Berlín.

Payá se centra en la personalidad de Fischer, un hombre que nunca dejó de ser el
niño al que solo le interesaba el ajedrez; aprendió a jugarlo a los seis años, dejó la escuela a los dieciséis para dedicarse por completo al mecanismo que le obsesionaba y fue el Gran Maestro más joven de la historia. En la tesis implícita de Payá, solo un hombre entregado en cuerpo y alma al que Shakespeare llamó «juego honrado» estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ganar el título mundial. A partir del momento en que los tres representantes de La Hermandad entran en el hotel de Fischer en Reikiavik con la pregunta «¿Todavía desea ser el nuevo campeón del mundo?», se dispara una trama ambiciosa y cosmopolita tocada de sentido del humor cuya inverosimilitud no impide pasar las páginas con interés creciente hasta el mismo punto final.


                                                                                                                        Miguel Catalán


José Payá Beltrán
Morirás muchas veces,

Ed. Agua Clara, Alicante, 2016

viernes, 27 de mayo de 2016

EL MAR COLOR DE VINO, de Leonardo Sciascia.


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    Sin prisa, pero sin pausa, lenta e inexorablemente la editorial Tusquets ha ido llevando a cabo la recuperación de uno de los mayores narradores europeos de la última mitad del siglo XX: el siliciano Leonardo Sciascia. El cometido empezó en 1987 con 1912+1, cuando el autor italiano todavía estaba vivo (moriría dos años después). A esta obra siguieron: La bruja y el capitán, El Consejo de Egipto, Puertas abiertas, Todo modo —una de las preferidas de quien esto escribe—, El caballero y la muerte, Una historia sencilla —que concluyó unos meses antes de morir—, Cándido o Un sueño siciliano, El contexto —otra de mis preferidas—, Los tíos de Sicilia, Los apuñaladores, La desaparición de Majorana, El día de la lechuza, A cada cual, lo suyo, El teatro de la memoria y la que ahora nos ocupa, El mar color de vino. No creo gratuito ni baladí la enumeración de todos estos títulos que aparecieron (continúan todavía) en la colección Andanzas y más tarde en Fábula. Ahí quedan para que los curiosos que todavía no conocen a Sciascia —y piensen que las novelas negras llegadas del frío son un placer en grado sumo— se acerquen a cualquiera de ellas; crean adicción.

     El mar color de vino no es una novela (aunque quizás muchos de los títulos antes referidos tampoco podrían incluirse dentro un significado ortodoxo del término), sino un libro de relatos. Está compuesto por trece narraciones escritas entre 1959 y 1972. Si algún lector (de todo hay en la viña del Señor) todavía no se ha acercado a Sciascia, esta colección de cuentos es un modo excelente para introducirse en un universo donde el pueblo (en el sentido más meridional, más mediterráneo del término), la mafia, el humor y la política se conjugan de un modo extraordinario. Para los adeptos, basta con afirmar que encontrarán “más de lo mismo”, lo cual no es, aunque lo pueda parecer, ninguna calificación negativa: “lo mismo”, en Sciascia, es la excelencia.

Resultado de imagen de el mar color de vino leonardo sciascia    Los trece cuentos que forman el volumen construyen un mosaico variopinto y completo de la sociedad siciliana: el principal tema de Sciascia a lo largo de toda su producción. En estos relatos hallamos bodas concertadas, mujeres sacrificadas, crímenes tan absurdos como casuales, emigrantes rumbo a América, viajes en tren de lo más peculiares, cardenales asesinados y arrojados a un pozo, la religiosidad más fanática, cornudos consentidores, bandas mafiosas dispuestas a exterminarse… y un largo etcétera de situaciones y personajes inolvidables que, a veces, nos harán sonreír y otras patalear de rabia e impotencia, pero que siempre nos sorprenderán.


      Ni siquiera los muchos traductores (José Ramón Monreal, Ana Poljak, Ricardo Pochtar, Carlos Manzano, Juan Manuel Salmerón, Juan Ramón Azaola —es obvio que en la calidad alta o baja de un autor extranjero tiene mucho que ver el traductor; por eso los cito—) que nos lo han revelado a lo largo de estas dos décadas ha perjudicado una prosa directa y clara, forjada con el hierro y la muñeca de los grandes narradores europeos (hablo de Chesterton, de nuestro Delibes, de Thomas Mann…y de tantos otros): una prosa que nos atrapa como un anzuelo y que guía nuestro pensamiento a través de laberintos políticos y reflexiones vitales. No hay titubeos ni dudas en las palabras de Sciascia, pero sí los hay en sus argumentos que nunca se nos muestran completamente desvelados. En eso el novelista italiano sigue el décimo punto del Decálogo del Estilo de Nietzsche: «No es ni sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría».

Leonardo Sciascia,
El mar color de vino, Tusquets, 2010. 180 páginas.

jueves, 28 de abril de 2016

FURIAS DIVINAS, la última de Mendicutti



EL HUMOR ES ALGO MUY MUY SERIO

     Mediante un sobresaliente despliegue idiomático y una trama tan divertida como precisa, Eduardo Mendicutti vuelve a sorprendernos con una novela refrescante, donde el humor es empleado para asaltar las hipocresías, las falsedades y los vicios de nuestro tiempo.

      En marzo de 2008, y con motivo de la aparición de Ganas de hablar, Eduardo Mendicutti visitó nuestra ciudad con la intención de dar a conocer su (por aquel entonces) última novela. Un servidor tuvo el honor (y el placer) de ser el encargado de introducir al autor en el acto de presentación de su novela que se desarrolló en la librería FNAC. He de confesar que, hasta unos meses antes, yo no había leído ni una sola página escrita por Mendicutti. Así que en una carrera contra el reloj me vi en la obligación de leer los títulos que consideré más significativos… Y me deslumbró un autor soberbio y cuajado, con un dominio del léxico que podría calificar de exuberante y con una capacidad apabullante a la hora de urdir tramas y manejar los mecanismos de la literatura. Me dejó sin aliento, la verdad. Me emocioné con la hermosa y triste historia de El palomo cojo (una de sus primeras novelas); no dejé de reír con las peripecias de las estrambóticas e histriónicas la Madelón, la Peritonititis y otras amigas que protagonizaron Una mala noche la tiene cualquiera; disfruté como un niño con las tribulaciones del transexual Rebecca de Windsor y su novio de Onteniente, en Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy… Me convertí en un seguidor fanático de su obra.


     Ganas de hablar, que fue el origen de mi conocimiento de Mendicutti, me pareció (me sigue pareciendo) un ejercicio léxico digno de estudio filológico, y así se lo hice saber a todos los que me preguntaron. Mae West y yo (2011) era también una gran novela. Más comedida, más asentada. Tampoco para ella ahorré elogios y alabanzas desde este suplemento. Sin embargo, la publicación de Otra vida para vivirla contigo (2013) —que tan buenas críticas consiguió— me decepcionó. Solo en dos ocasiones he empleado este espacio para criticar negativamente un libro. Cuando algo que leo no me gusta, prefiero el silencio. Así que no escribí nada. Aunque sí le comenté al autor mi parecer sobre su novela. Sé que no le gustaron mis opiniones. Estaba en su derecho. Entre otras cosas porque soy consciente —cualquier lector lo es— de que había puesto mucho de sí mismo en esa historia… quizás más que en ninguna otra (creo). A nadie nos gustan las críticas adversas, claro. Cuando escribimos intentamos hacerlo lo mejor posible, pretendemos que cada nueva novela (o poema o cuento) sea superior al anterior. Por eso se hace un flaco favor al escritor cuando se alaban obras ya lejanas en el tiempo y se silencian o critican otras más recientes. Lo sé por experiencia.

      Furias divinas es la última propuesta de Eduardo Mendicutti: 182 páginas que he leído en algo más de tres horas, de un tirón, sin dejar de reír, sin poder apartar los ojos del papel, sin dejar de admirar la capacidad de un autor bendecido por un dominio apabullante del léxico; asombrado por la facilidad a la hora de trazar tramas alegres en su superficie, pero de una seriedad y un rigor absolutos en su base.

     Confieso haber sentido mucha envidia al leer esta gran novela. No desvelaré su argumento. Bastará con afirmar que Mendicutti vuelve a sumergirnos en un mundo exuberante e histriónico. El autor emplear de nuevo el humor para minar y poner en solfa los aspectos más pacatos e hipócritas de nuestra sociedad: un humor sin tapujos ni cortapisas, sin anteojeras, a tumba abierta… Un humor verdaderamente serio y que hay que tener en cuenta.

     Furias divinas es un deleite para la inteligencia y una sabia lección del maestro hacia los que, como un servidor, siempre seremos sus más torpes aprendices. ¡Mi más sentida enhorabuena!

Eduardo Mendicutti,
Furias divinas, Tusquets Editores, Barcelona, 2016. 182 pp.

sábado, 16 de abril de 2016

BREVÍSIMA REFLEXIÓN LITERARIA


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     Después de más de quince años bregando por inculcar a los alumnos el amor a los libros y tras casi cuarenta años ejerciendo de lector compulsivo, he llegado a dos conclusiones.

     La primera de ellas es que se puede vivir sin los libros; existe una vida más allá de la lectura... pero es una vida más pobre, más limitada y, desde luego, más aburrida; una vida incompleta, quebrada y quebradiza semejante a un puzle al que le falta una pieza. El mundo actual ofrece muchas alternativas; pero todas son infinitamente menos imaginativas.

      La segunda conclusión es que existe tal cantidad y variedad de libros que es imposible que no haya ni siquiera uno que no encaje en nuestros gustos, que no nos ayude a se mejores. No leer es una opción suicida. Y si algo lamento en esta vida es no disponer de muchos más años... habiendo tantos libros como todavía quedan por leer y vivir.


domingo, 20 de marzo de 2016

FAROS SOBRE UN MAR DE TINTA, de Mario Sanz: destellos literarios


   Normalmente una novela se lee de un modo casi ritual —cada día varios capítulos o un número determinado de páginas, procurando no perder el hilo de lo leído el día anterior—; sin embargo, un libro de cuentos conviene afrontarlo con otra disposición de ánimo y otro ritmo. Tras varias semanas dosificándolos he concluido la lectura de las narraciones que forman el volumen Faros sobre un mar de tinta, de Mario Sanz Cruz (Madrid, 1960).

   La obra contiene quince relatos de diversa extensión, pero todos ellos relacionados con el mar (obviamente) y más en concreto con la figura del faro: esa construcción cubierta por la pátina del Romanticismo y que tanto ha dado a la literatura —pienso en Virginia Woolf, en Luis Cernuda—, y también al cine, sobre todo el cine de suspense, pero también al más intimista.

    Sucede que Mario Sanz, aunque madrileño, es farero —uno de los pocos que existen ya en nuestas costas—: el farero del faro de Mesa Roldán, sito en Carboneras (Almería). Y sucede que aquellos que conocen parcialmente mi biografía sabrán que me unen vínculos de amistad y querencia a esa hermosa localidad almeriense. Y, además, sucede que Mario Sanz es un amigo, incluso un buen amigo con el que departo de literatura cada que vez que nos encontramos, pues a ambos nos hermana el amor casi compulsivo por los libros y lo que ellos encierran.

    De todo ello se desprende, pues, que me dispongo a hablar del “libro de mi amigo”: un riesgo, sin duda, pues cabe la posibilidad de que si hablo mal acabe perdiendo la amistad de la persona querida (y no me gustaría, claro). Sin embargo, si lo alabo entonces cabe la posibilidad de perder la credibilidad del lector que, seguro, está predestinado a pensar, y tal vez no sin razón, que “al fin y al cabo, qué iba a decir del libro de su amigo…”. En fin, que me hallo en lo que dirían los clásicos un brete. Intentaré, en la medida de lo posible, ser lo más objetivo… aunque a nadie se le escapa que la crítica tiene también su parte de subjetividad, que es aquella que atañe al gusto del crítico.

   Comenzaré por los contras, que algunos tiene, a mi parecer, el volumen Faros sobre un mar de tinta. El primero obedece a la elección de los relatos: los hay realmente excelentes («Hay un cuco en Mesa Roldán», «El mensaje», «Juegos de guerra», «Bienvenido a casa»…); otros que no puedes terminar sin una sonrisa y que recuerdan más a una anécdota “alargada”, pero desarrollados con pulso y con sus dosis de tensión («¡Esa luz!» o «Todo debe tener su resistencia», por ejemplo); otros, los menos, son, para mi gusto, demasiado “infantiles”, con un lenguaje pretendidamente “legendario” de narración oral, pero cuyo andamiaje es demasiado explícito y por tanto se pierde la frescura que tendrían que poseer («El farerito feo y compañía» o «La mirada del farero»); y, finalmente, unos pocos (bien es cierto) que quizás no deberían estar en el volumen pues su calidad deteriora el conjunto o, tal vez, no deberían estar ubicados en el lugar que ocupan: pienso sobre todo en el penúltimo relato, «La leyenda del último farero», un cuento con muy buenas ideas e intenciones —reivindicativo, combativo— pero que hubiese convenido pulir algo más para eliminar tanta explicitud, que lo convierte en una especie de panfleto (legítimo, sin duda), pero alejado de la noción de literatura que yo considero fundamental: sugerir antes que mostrar.

    El último “contra” que yo aprecio en estas narraciones es el uso único y exclusivo del tiempo presente, en el que todas ellas están escritas. Nunca me ha gustado. Advierto que muchas de las “novelas” que desde hace un tiempo están aupadas a los puestos más altos de las listas de ventas —las 50 sombras de las narices; Los dichosos juegos del hambre; o El caótico corredor del laberinto…— están escritas inevitablemente en presente; algunas, incluso, en primera persona (y en presente), lo cual acentúa más si cabe la inverosimilitud de la propuesta: ¿cómo le pueden estar pasando esas cosas al narrador al mismo tiempo que las está escribiendo? Pero en fin, imagino que son condicionantes de un mercado dispuesto a lo más absurdo para seguir con lo suyo. Por ese motivo cuando comencé a leer las propuestas de Mario Sanz, admito que me enfadé… y en ese sentido aún sigo un poco molesto. Entiendo que el uso del presente en el discurrir de la narración (que normalmente es cerrada y, por tanto, etimológicamente “perfecta”, esto es: ya realizada… pasada) puede ser interesante siempre que esté justificado y, desde luego, dosificado. Casi todos los autores han (hemos) recurrido a él. Lo que no me parece bien es el empleo sistemático. Pero, en fin, para gustos, los colores… De cualquier modo es una opción del escritor (muy digna, faltaría más) que mantiene durante todo el volumen y que, por otro lado, no le imposibilita para conseguir excelentes logros. Lo dicho: es mi gusto el que habla.

   Y hasta aquí los contras que, como el lector advetirá, ni son tantos ni son tan graves.

    Los “pros” son más numerosos pero también más difíciles de explicar, entre otras cosas porque la buena literatura no se hace únicamente de palabras (también la mala se hace de palabras), sino de “emanaciones de sentimientos”: siento no ser capaz de hallar un sintagma más concreto y exacto para definir lo que un lector (y yo me considero un buen lector, sin falsas modestias) siente ante una buena obra literaria. El sentimiento es inexpresable (precisamente porque es un sentimiento): Mario Sanz sabe escribir. Que no es este su primer acercamiento a la escritura se advierte desde las primeras páginas; esperemos, además, que tampoco sea el último.  Junto a textos claramente disciplinares (Faro de Mesa Roldán. Apuntes para una historia,  Faros de Almería y Un recorrido por los faros de la costa vasca), el autor nos ha regalado interesantes propuestas en torno al rescate de la memoria (Voces de Carboneras y Crónica de Carboneras, ambas escritas en colaboración); pero, sin duda, lo más destacado, desde mi punto de vista, ha sido su labor como antólogo y cuentista en obras colectivas como Con el mar de fondo, Lo demás es oscuridad o Donde el mar se hace Carbón. En esta última, por cierto, leemos un cuento realmente divertido «Incomprendidos», de nuevo escrito en tiempo presente.
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   La prosa del autor se muestra generalmente dinámica. En algunas ocasiones Mario Sanz se nos representa como un escritor funcional; en otras, intimista y lírico. El autor es consciente de la capacidad que posee para crear mundos y se vale de ello para dotar a sus cuentos de una pátina de hermosa sutileza o, cuando así lo exige la historia, de ironía borde e inteligente, o incluso de particular vehemencia.

   En algunos relatos —quizás los más logrados para mi gusto—, el autor ha aprehendido un interesante caudal de documentación y, luego, a la hora de escribir ha sabido cómo absorberlo y luego volcarlo en el texto sin que ello se note, imbricándolo en el devenir del relato de un modo natural, como si la historia no pudiera ser contada de otro modo, alejándose de la profusión y la farragosidad de los datos históricos que, aunque interesantes, no suelen aportar nada bueno al relato ficcional sino que, por el contrario, entorpecen, ralentizan la narración y la convierten en un texto farragoso. En ese sentido, la labor “documentalista” de Mario Sanz ha sido ejemplar y excelente.

   Como primer intento íntegramente literario, la propuesta de Mario Sanz Cruz me parece no solo digna de alabanza, sino esperanzadora y, desde luego, altamente recomendable. Espero que el autor no deje de intentarlo en futuros proyectos. Ojalá que estas palabras —en la medida de lo que valen (que es bien poco, por otra parte)— sirvan para ayudarlo a mejorar: pues no es otro el propósito de un escritor sino el de procurar perfeccionar su estilo en cada una de sus obras. En pocas palabras: aprender continuamente.

Mario Sanz Cruz,

FAROS SOBRE UN MAR DE TINTA, ed. Playa de Ákaba, 2016, 157 pp.

sábado, 12 de marzo de 2016

LOS OTROS, una intensa novela de Javier García Sánchez


WITTGENSTEIN Y EL TERROR

Resultado de imagen de nos miran pelicula     Los otros fue publicada en 1998 y ya entonces sorprendió por varios detalles. Desde la extensión ¾sus escasas doscientas páginas están a años luz de otras novelas del autor, muy dado a los libros voluminosos (El mecanógrafo alcanza las mil páginas)¾ hasta el tema ¾una novela de terror y suspense donde nada es lo que parece y donde la realidad (¿la verdad?) nos es mostrada a través de la mente de un hombre trastornado¾; pasando por un discurso literario aparentemente anodino pero que, a poco que el lector perspicaz se fije, deviene en un experimento: la novela aparece escrita bajo la pauta del tiempo presente, con mínimas concesiones a los tiempos pretéritos, canónicos de la narración; además, no está dividida en capítulos o fragmentos, y se muestra como un todo continuo, cuya lectura no da coartadas para la relajación o el descanso. La novela, además, conoció una adaptación cinematográfica titulada Nos miran.

     Un pareja de periodistas llega a un centro psiquiátrico con la intención de aclarar un misterio que comenzó quince años atrás: cierto día el inspector de policía R.V., encargado de la investigación de personas desaparecidas, dispara sin motivo aparente contra su mujer y su hijo. Internado en un centro de salud mental, R.V. vive sumido en un estado cercano al vegetal: no habla, no se mueve, solo dos palabras Nos miran” han salido de sus labios; no piensa, o al menos no da muestras de hacerlo. Partiendo de esta premisa, García Sánchez nos construye una novela donde las sensaciones y los pensamientos priman sobre los hechos y los objetos tangibles. Es una obra acerca de las cosas que no se pueden tocar pero que están: el dolor, la alegría, la ilusión, la esperanza... y sobre todo el miedo y el horror: “Se preguntó... por cosas que preocuparían a la mayor parte de la gente si el género humano no se caracterizase, sobre todo, por negar sistemáticamente lo que no comprende y aquello que escapa a sus prejuicios culturales, y a sus esquemas usuales de pensamiento...”(p.120).

     La novela aparece construida mediante continuos y reiterados flash-backs, sazonada con citas científicas ¾principalmente provenientes de la óptica y la física¾, sembrada de pequeños detalles que van creando un ambiente claustrofóbico (acentuado por la inmediatez que propone el empleo del presente). Paulatinamente somos testigos de las vicisitudes y los avatares profesionales de R.V. en su trabajo, en la tarea que acabará engulléndolo. Los recuerdos de R.V. son, dentro del contrato ficcional que toda novela propone entre lector y narrador, tan (o poco) dignos de tener en cuenta como los de la voz narradora de otra novela de la que, sin duda, es heredera directa: La vuelta de tuerca de Henry James.
     
Resultado de imagen de los otros javier garcia sanchez     Toda la obra se muestra inclinada a la acumulación de datos que, cuanto menos, advierten o confunden al lector, pero siempre bajo el firme propósito de sumirle en un suspense que devendrá ¾en las páginas finales¾ en puro y ¿limpio? terror: las extrañas fichas elaboradas por R.V. en sus investigaciones; el sonido de una palabra innominada pero que transmite una sensación de incertidumbre; la semejanza de rasgos faciales; la imposibilidad de hablar; la crueldad y el terror que puede llegar a producir la sonrisa de un niño; ... toda la horrible verdad que contiene el empleo del singular o del plural.

      Movido por una sensación indescriptible he alternado la lectura de Los otros y del Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein. No ha sido en balde: varias proposiciones de Wittgenstein han venido a mi mente mientras leía la novela: “Lo que es pensable es también posible”; pero sobre todo la séptima y última: “De lo que no se puede hablar hay que callar”. Cierro el Tractatus y cierro Los otros, y la desazón que me invade es la misma: si hay algo más, mejor no saberlo.


 Javier García Sánchez,

LOS OTROS, Ediciones B / Círculo de Lectores, Barcelona. 171 págs.