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viernes, 18 de abril de 2014

Sciascia: el látigo contra los poderosos

En San Remo (Italia), el 8 de noviembre de 1913 —el 1912+1 del título—, la condesa Maria Tiepolo, esposa del capitán Carlo Ferruccio Oggioni, mata de un único disparo al asistente de este, el bersagliere (soldado de infantería ligera) Quintilio Polimanti. Los móviles del crimen son confusos: para la condesa y sus abogados el acto se produce en la defensa del honor de la mujer; para la acusación el disparo es tan premeditado como certero y pone fin a una relación adúltera que o bien comenzaba a ser peligrosa o bien resultaba incómoda.
Con estos datos históricos, el siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) construyó una de sus últimas novelas. No era la primera ni la única vez que el autor italiano acudía a la intriga para elaborar sus obras. De hecho, junto al campo del ensayo y la novela-documental, la producción más característica de Sciascia se centra en el género policíaco. Ahí están, por citar algunas: A cada cual lo suyo (1966), El contexto (1971) y Todo modo (1974) —a mi parecer su mejor novela.
Pero la anécdota policiaca de 1912+1 es solo un aspecto de los muchos que el autor revisa: la sociedad italiana —tan machista como sumisa a la belleza y a las razones del corazón— que observa con cierta distancia el conflicto en Libia; el mundo iconoclasta de los futuristas; y, sobre todo, el pacto Gentiloni contra el divorcio, que elogia y defiende el sacrosanto concepto de la unidad familiar.
Sciascia recrea el proceso judicial valiéndose de artículos periodísticos de la época. De ese modo, el lector asiste a las declaraciones de los peritos y los testigos; a los alegatos de la defensa y la acusación. Sciascia no sólo transcribe las palabras de estos —transcritas, a su vez, por los reporteros de la época—, sino que bajo una aparente neutralidad y objetividad (tan engañosa como la que aparece en los diálogos de Hemigway, por ejemplo) muy pronto se nos muestra el verdadero problema y trasfondo de la obra: ¿existe una única Justicia para todos?
Si algo trasciende de la lectura de esta novela es la firme convicción de que existe, sobre todo, una Justicia para los poderosos. ¿Pero quiénes son estos?
En primer lugar, poderoso es aquel que todavía vive, frente a aquél que ya ha muerto: conocemos el testimonio del soldado Polimanti por boca de terceros —amigos y familiares—; por el contrario, la condesa Tiepolo habla por sí misma. En segundo lugar, poderoso es aquel que es capitán de la milicia y es aquella por cuyas venas corre sangre noble; frente a un pobre muchacho llamado a filas y cuya inteligencia le ha hecho abandonar el trabajo de campo y pasar a ser ordenanza de un superior. Y en tercer y último lugar, poderoso es aquel (aquí aquella) que esgrime y expone su belleza ante los diez miembros de un juzgado italiano. De poco o nada sirven las pruebas: un medallón hallado en el cadáver, en cuyo interior se muestra un retrato de la condesa y un mechón de su pelo; unas cartas incriminatorias donde el ordenanza y la condesa expresan sus sentimientos; la sospecha de un embarazo y de un posterior aborto. Desvelar el pronunciamiento del juzgado sería amputar el interés del lector; pero para el lector mínimamente avispado el resultado es obvio.

Que la novela se lee bien, no hay duda. Sciascia tiene el don de la brevedad y de la concisión. Que la novela se lee rápido, es ya más discutible. Cada dato es un acicate para la reflexión del lector: «la brevedad o extensión de los escritos no debe medirse por el número de palabras, sino por el tiempo que nos lleva comprenderlas», se nos dice. No se debe creer que la novela es, pues, confusa: en su tesis final el texto es claro... tal vez demasiado claro. ¿Existe una Justicia igual para todos?...

Leonardo Sciascia, 1912+1.
Tusquets Editores.
127 páginas.

domingo, 13 de abril de 2014

RELATO DE LA NO EXISTENCIA

     
      Una tarde, tras una agotadora jornada de trabajo, mister Henry Nooman regresó a su hogar. Al principio no se asombró al no poder estacionar su automóvil en el garaje, puesto que su plaza ya estaba ocupada por otro vehículo que no había visto nunca. Sólo unos minutos después, de pie, en el umbral de su dormitorio, y al advertir el bulto humano que descansaba (y roncaba) tendido junto a su esposa en la cama, mister Nooman comprendió que él ya no era él. En silencio, sin detenerse a visitar a los niños que dormirían en la habitación contigua, descendió la escalera y entró en la cocina.
      Allí calentó un poco de café que encontró en la nevera, en su taza blanca con el asa amarilla que no había visto antes. Y mientras bebía el café a sorbos muy cortos y encendía un cigarrillo, llegó a la conclusión de que, puesto que él ya no era él... entonces tal vez fuera otra persona.

       Cuando apuró el café y apagó el cigarrillo salió de la casa (que ya no era su hogar) y no se molestó en cerrar la puerta con llave. Ni siquiera era necesario enviarlo todo —y a todos— a tomar por el saco.

jueves, 10 de abril de 2014

Brevísima historia de la novela de misterio (II)


   Hasta mediados del siglo XIX no existió la novela de misterio. Por supuesto que en algunas obras escritas en las centurias anteriores se cometían delitos (asesinatos, robos, violaciones, secuestros), pero eran acciones secundarias (incluso de tercer o cuarto orden) dentro del desarrollo del tema principal del relato.
La eclosión del Romanticismo y su gusto por los argumentos góticos (noches lluviosas, lugares lúgubres, tumbas, seres sobrenaturales, personajes de turbio pasado) coincidió con la aparición del folletín o novela por entregas (nacido en 1836 en el periódico francés Le Siècle). La mezcla de todo ello contribuyó a acrecentar el interés por lo misterioso en la literatura.
Todos los estudiosos y críticos de este subgénero narrativo coinciden en señalar la publicación —en The Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine (Filadelfia, abril de 1841)— del relato de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue, como el inicio de lo que posteriormente se denominará novela de misterio. Es, junto con el ensayo,  el único de los géneros o subgéneros literarios del que conocemos la fecha exacta de su nacimiento. Edgar Allan Poe escribirá otros dos relatos de misterio: La carta robada y El misterio de Marie Roget. El detective amateur (Auguste Dupin) y su amigo (que es la voz de la narración), junto con los métodos deductivos para solucionar el misterio, serán las bases sobre las que crecerá el inmenso edificio de toda la novela de misterio posterior.
Este género novelístico llegó a Europa a través, obviamente, de la cultura inglesa: Charles Dickens (Casa desolada, El misterio de Edwin Drood) y Wilkie Collins (La piedra lunar y La mujer de blanco) serían los principales valedores, aunque tampoco hay que dejar de reseñar obras como Un asunto tenebroso, del novelista francés Honoré Balzac, y Monseiur Lecocq, de Emile Gaboriau.

La traducción al francés —a cargo del poeta Charles Baudelaire— de los cuentos de Edgar Allan Poe, Historias extraordinarias, en la década de 1870, supondría un soberbio empuje para el posterior desarrollo de la novela que aquí tratamos. No obstante, los coetáneos de Baudelaire prestaron más atención a los relatos de terror que a aquellos con planteamientos detectivescos.

Un segundo hito tuvo lugar en 1887, cuando la revista londinense Beeton’s Christmast Annual publicó la novela Estudio en escarlata. Su autor, Arthur Conan Doyle, un médico con escasa clientela, la había escrito dos años antes y se había visto forzado a vender sus derechos de autor por veinticinco libras esterlinas. De este modo tan prosaico y discreto surgía una de las figuras literarias más reconocidas en todo el mundo: Sherlock Holmes. Es el primer peldaño para convertir a este personaje de estrambótico nombre en la primera gran figura del género policiaco. Todo el lastre romántico (sucesos extraordinarios, situaciones lacrimógenas, finales impactantes e inverosímiles) y realista (descripciones farragosas, especial interés en los detalles más folclóricos, diálogos interminables) desaparecerá: las historias protagonizadas por Sherlock Holmes (cuatro novelas y cincuenta y seis relatos) siguen siempre el mismo patrón: un ingenuo doctor Watson narra cómo su amigo Holmes consigue (deduciendo, induciendo) la solución del problema a partir de los elementos o sucesos más triviales. Es el inicio del mundo científico (el positivismo y el cientificismo de Auguste Comte) y Holmes es su principal valedor.


Durante varias décadas van a proliferar infinidad de detectives bajo la inmensa sobra de Sherlock Holmes. Estos son unos cuantos de las decenas que seguirán, con mayor o menor fortuna, los pasos del famoso personaje: el vehemente Martin Hewitt (creado por Arthur Morrison), el elitista Eugène Valmont (de Robert Barr), el pedante profesor Augustus S. F. X. Van Dusen (obra del malogrado Jacques Futrelle, que falleció en el hundimiento del Titanic), el penetrante periodista Rouletabille (creado por Gaston Leroux), el doctor Thorndyke (con unos originales planteamientos —al modo del más reciente Colombo— de Austin Freeman), el maravilloso padre Brown (del no menos genial G. K. Chesterton), el ciego Max Carrados (original creación de Ernest Bramah)… la lista podría ser interminable. La aparición de Sherlock Holmes fue como una enorme piedra arrojada a un inmóvil lago que generó una inmensidad de ondas que llegan hasta hoy.


martes, 8 de abril de 2014

Poemas para una exposición (II)


María Estuardo se dirige al patíbulo (1861), de Scipione Vannutelli.

Óleo sobre lienzo.



       El corazón saltando de su boca
Scipione Vannutelli.Maria Estuardo camino del patíbulo. Cuadro ganador de la exposición de Florencia de 1861. Galeria de arte moderno. Florencia.callada y cercada por lanzas amenazantes.
Todo lloro, todo estrépito inútil
no detendrán su paso despeñado.
       «No volveré a pisarte, tierra ingrata.
Y rezaré, en mi largo reposo,
para que tus imágenes no pueblen mis sueños».
         Sus pies casi inexistentes,
la oquedad de la falda prefiguran
el preludio de su fantasma decapitado.
         «Se cortará este nudo a un metro sobre esta tierra,
sobre esta reina inmisericorde. No me quedan
memorias, salvo los remordimientos
que la costumbre transformó en recuerdos».
        Con apreciable relajación el crucifijo
la sostiene. Torpes fueron los pliegos
emborronados por la compasión.
Su caminar es lento y su mirada inflexible.
       «Tantos años cautiva, soñando con la luz,
para, al fin, encontrarme con la nada.
Y no me guía el profundo rencor,
sino la cierta convicción de veros
      (muy pronto, muy tarde)
entre la argamasa del barro muerto,
la sangre y las lombrices».

sábado, 5 de abril de 2014

Brevísima historia de la novela de misterio (I)

A vueltas con las clasificaciones.

De los cromosomas que forman nuestro ADN uno ha de ser el del gusto por la clasificación. Habitamos en un mundo donde todo debe ser catalogado, ordenado, clasificado: muebles, animales, deportes, piedras y, por supuesto, libros. Como al parecer los cuatro grandes géneros literarios (teatro, narración, poesía y ensayo) se nos presentan demasiado difusos, demasiado generales, el ser humano ha creído necesario realizar nuevas clasificaciones, cada vez más minuciosas, con el evidente propósito de acotar mucho más el campo. El género de la narración ha sido el más dado a esta catalogación extrema: novela, novela breve, cuento, relato, microrrelato; y luego, novela de aventuras, realista, del oeste, por entregas, romántica, sentimental, novela histórica, de misterio, femenina, novela poemática, experimental, de ciencia-ficción, juvenil, novela gótica, metanovela, bizantina, dialogada, novela de caballerías, picaresca, infantil, anti-novela, novela de tesis, incluso —según Gómez de la Serna— “falsa novela”.
Es una clasificación interminable que siempre me hace sonreír porque me recuerda a aquella otra sobre los animales que Jorge Luis Borges dijo haber encontrado en el Emporio celestial de conocimientos benévolos  y que divide a los animales en:
a) pertenecientes al Emperador.
b) embalsamados.
c) amaestrados.
d) lechones.
e) sirenas.
f) fabulosos.
g) perros sueltos.
h) incluidos en esta clasificación.
i) que se agitan como locos.
j) innumerables.
k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello.
l) etcétera.
m) que acaban de romper el jarrón.
n) que de lejos parecen moscas.

Irónico y absurdo a un tiempo, ¿verdad? Pues lo mismo ocurre con la interminable clasificación de los diversos tipos de novela.
Pero lo peor de todo es que yo soy el menos indicado para rechazarla o criticarla. Si lo pienso un poco comprendo que es necesaria tanta subdivisión: esa necesidad se deduce de la existencia, vigencia y empleo de dicha clasificación. Tal vez yo pueda moverme por la NOVELA, sin más; pero imagino que habrá muchos lectores (mis alumnos, por ejemplo) que necesiten esta clasificación como un horizonte de expectativas antes de iniciar la lectura. Por mi parte creo, como Oscar Wilde, que sólo existen dos tipos de libros: los que están bien escritos y los que están mal escritos.

La novela de misterio

Aunque en la actualidad toda la novela policiaca parece encuadrarse dentro de la denominación “novela negra”, quizás convendría recordar que a principios del siglo XX existían (afortunadamente) muchas divisiones. Hoy en día el empleo del sintagma anterior se ha generalizado tanto que ha terminando perdiendo su verdadero significado. En aquellos años, en cambio, las divisiones estaban bastante claras. Dentro del extenso campo de la novela de misterio existían muchos tipos: novela-problema (también conocida por novela-enigma o novela-inglesa), novela de crímenes y aventuras (lo que hoy llamamos thriller), novela de jurados (¿alguien recuerda a Perry Mason?), novela de folletín de misterio (la serie de Fantomas, por ejemplo), novela de detectives o simplemente policiaca y, claro, novela negra. Pero el tiempo se encargó de embarullarlo todo de tal modo que hoy en día es usual incluir dentro de la categoría de Novela Negra a un conjunto de obras que no cumplen las condiciones primigenias; de hecho, toda novela donde hay un crimen o aparece un detective se considera ya como Novela Negra.