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viernes, 27 de mayo de 2016

EL MAR COLOR DE VINO, de Leonardo Sciascia.


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    Sin prisa, pero sin pausa, lenta e inexorablemente la editorial Tusquets ha ido llevando a cabo la recuperación de uno de los mayores narradores europeos de la última mitad del siglo XX: el siliciano Leonardo Sciascia. El cometido empezó en 1987 con 1912+1, cuando el autor italiano todavía estaba vivo (moriría dos años después). A esta obra siguieron: La bruja y el capitán, El Consejo de Egipto, Puertas abiertas, Todo modo —una de las preferidas de quien esto escribe—, El caballero y la muerte, Una historia sencilla —que concluyó unos meses antes de morir—, Cándido o Un sueño siciliano, El contexto —otra de mis preferidas—, Los tíos de Sicilia, Los apuñaladores, La desaparición de Majorana, El día de la lechuza, A cada cual, lo suyo, El teatro de la memoria y la que ahora nos ocupa, El mar color de vino. No creo gratuito ni baladí la enumeración de todos estos títulos que aparecieron (continúan todavía) en la colección Andanzas y más tarde en Fábula. Ahí quedan para que los curiosos que todavía no conocen a Sciascia —y piensen que las novelas negras llegadas del frío son un placer en grado sumo— se acerquen a cualquiera de ellas; crean adicción.

     El mar color de vino no es una novela (aunque quizás muchos de los títulos antes referidos tampoco podrían incluirse dentro un significado ortodoxo del término), sino un libro de relatos. Está compuesto por trece narraciones escritas entre 1959 y 1972. Si algún lector (de todo hay en la viña del Señor) todavía no se ha acercado a Sciascia, esta colección de cuentos es un modo excelente para introducirse en un universo donde el pueblo (en el sentido más meridional, más mediterráneo del término), la mafia, el humor y la política se conjugan de un modo extraordinario. Para los adeptos, basta con afirmar que encontrarán “más de lo mismo”, lo cual no es, aunque lo pueda parecer, ninguna calificación negativa: “lo mismo”, en Sciascia, es la excelencia.

Resultado de imagen de el mar color de vino leonardo sciascia    Los trece cuentos que forman el volumen construyen un mosaico variopinto y completo de la sociedad siciliana: el principal tema de Sciascia a lo largo de toda su producción. En estos relatos hallamos bodas concertadas, mujeres sacrificadas, crímenes tan absurdos como casuales, emigrantes rumbo a América, viajes en tren de lo más peculiares, cardenales asesinados y arrojados a un pozo, la religiosidad más fanática, cornudos consentidores, bandas mafiosas dispuestas a exterminarse… y un largo etcétera de situaciones y personajes inolvidables que, a veces, nos harán sonreír y otras patalear de rabia e impotencia, pero que siempre nos sorprenderán.


      Ni siquiera los muchos traductores (José Ramón Monreal, Ana Poljak, Ricardo Pochtar, Carlos Manzano, Juan Manuel Salmerón, Juan Ramón Azaola —es obvio que en la calidad alta o baja de un autor extranjero tiene mucho que ver el traductor; por eso los cito—) que nos lo han revelado a lo largo de estas dos décadas ha perjudicado una prosa directa y clara, forjada con el hierro y la muñeca de los grandes narradores europeos (hablo de Chesterton, de nuestro Delibes, de Thomas Mann…y de tantos otros): una prosa que nos atrapa como un anzuelo y que guía nuestro pensamiento a través de laberintos políticos y reflexiones vitales. No hay titubeos ni dudas en las palabras de Sciascia, pero sí los hay en sus argumentos que nunca se nos muestran completamente desvelados. En eso el novelista italiano sigue el décimo punto del Decálogo del Estilo de Nietzsche: «No es ni sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría».

Leonardo Sciascia,
El mar color de vino, Tusquets, 2010. 180 páginas.

jueves, 28 de abril de 2016

FURIAS DIVINAS, la última de Mendicutti



EL HUMOR ES ALGO MUY MUY SERIO

     Mediante un sobresaliente despliegue idiomático y una trama tan divertida como precisa, Eduardo Mendicutti vuelve a sorprendernos con una novela refrescante, donde el humor es empleado para asaltar las hipocresías, las falsedades y los vicios de nuestro tiempo.

      En marzo de 2008, y con motivo de la aparición de Ganas de hablar, Eduardo Mendicutti visitó nuestra ciudad con la intención de dar a conocer su (por aquel entonces) última novela. Un servidor tuvo el honor (y el placer) de ser el encargado de introducir al autor en el acto de presentación de su novela que se desarrolló en la librería FNAC. He de confesar que, hasta unos meses antes, yo no había leído ni una sola página escrita por Mendicutti. Así que en una carrera contra el reloj me vi en la obligación de leer los títulos que consideré más significativos… Y me deslumbró un autor soberbio y cuajado, con un dominio del léxico que podría calificar de exuberante y con una capacidad apabullante a la hora de urdir tramas y manejar los mecanismos de la literatura. Me dejó sin aliento, la verdad. Me emocioné con la hermosa y triste historia de El palomo cojo (una de sus primeras novelas); no dejé de reír con las peripecias de las estrambóticas e histriónicas la Madelón, la Peritonititis y otras amigas que protagonizaron Una mala noche la tiene cualquiera; disfruté como un niño con las tribulaciones del transexual Rebecca de Windsor y su novio de Onteniente, en Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy… Me convertí en un seguidor fanático de su obra.


     Ganas de hablar, que fue el origen de mi conocimiento de Mendicutti, me pareció (me sigue pareciendo) un ejercicio léxico digno de estudio filológico, y así se lo hice saber a todos los que me preguntaron. Mae West y yo (2011) era también una gran novela. Más comedida, más asentada. Tampoco para ella ahorré elogios y alabanzas desde este suplemento. Sin embargo, la publicación de Otra vida para vivirla contigo (2013) —que tan buenas críticas consiguió— me decepcionó. Solo en dos ocasiones he empleado este espacio para criticar negativamente un libro. Cuando algo que leo no me gusta, prefiero el silencio. Así que no escribí nada. Aunque sí le comenté al autor mi parecer sobre su novela. Sé que no le gustaron mis opiniones. Estaba en su derecho. Entre otras cosas porque soy consciente —cualquier lector lo es— de que había puesto mucho de sí mismo en esa historia… quizás más que en ninguna otra (creo). A nadie nos gustan las críticas adversas, claro. Cuando escribimos intentamos hacerlo lo mejor posible, pretendemos que cada nueva novela (o poema o cuento) sea superior al anterior. Por eso se hace un flaco favor al escritor cuando se alaban obras ya lejanas en el tiempo y se silencian o critican otras más recientes. Lo sé por experiencia.

      Furias divinas es la última propuesta de Eduardo Mendicutti: 182 páginas que he leído en algo más de tres horas, de un tirón, sin dejar de reír, sin poder apartar los ojos del papel, sin dejar de admirar la capacidad de un autor bendecido por un dominio apabullante del léxico; asombrado por la facilidad a la hora de trazar tramas alegres en su superficie, pero de una seriedad y un rigor absolutos en su base.

     Confieso haber sentido mucha envidia al leer esta gran novela. No desvelaré su argumento. Bastará con afirmar que Mendicutti vuelve a sumergirnos en un mundo exuberante e histriónico. El autor emplear de nuevo el humor para minar y poner en solfa los aspectos más pacatos e hipócritas de nuestra sociedad: un humor sin tapujos ni cortapisas, sin anteojeras, a tumba abierta… Un humor verdaderamente serio y que hay que tener en cuenta.

     Furias divinas es un deleite para la inteligencia y una sabia lección del maestro hacia los que, como un servidor, siempre seremos sus más torpes aprendices. ¡Mi más sentida enhorabuena!

Eduardo Mendicutti,
Furias divinas, Tusquets Editores, Barcelona, 2016. 182 pp.

sábado, 16 de abril de 2016

BREVÍSIMA REFLEXIÓN LITERARIA


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     Después de más de quince años bregando por inculcar a los alumnos el amor a los libros y tras casi cuarenta años ejerciendo de lector compulsivo, he llegado a dos conclusiones.

     La primera de ellas es que se puede vivir sin los libros; existe una vida más allá de la lectura... pero es una vida más pobre, más limitada y, desde luego, más aburrida; una vida incompleta, quebrada y quebradiza semejante a un puzle al que le falta una pieza. El mundo actual ofrece muchas alternativas; pero todas son infinitamente menos imaginativas.

      La segunda conclusión es que existe tal cantidad y variedad de libros que es imposible que no haya ni siquiera uno que no encaje en nuestros gustos, que no nos ayude a se mejores. No leer es una opción suicida. Y si algo lamento en esta vida es no disponer de muchos más años... habiendo tantos libros como todavía quedan por leer y vivir.


domingo, 20 de marzo de 2016

FAROS SOBRE UN MAR DE TINTA, de Mario Sanz: destellos literarios


   Normalmente una novela se lee de un modo casi ritual —cada día varios capítulos o un número determinado de páginas, procurando no perder el hilo de lo leído el día anterior—; sin embargo, un libro de cuentos conviene afrontarlo con otra disposición de ánimo y otro ritmo. Tras varias semanas dosificándolos he concluido la lectura de las narraciones que forman el volumen Faros sobre un mar de tinta, de Mario Sanz Cruz (Madrid, 1960).

   La obra contiene quince relatos de diversa extensión, pero todos ellos relacionados con el mar (obviamente) y más en concreto con la figura del faro: esa construcción cubierta por la pátina del Romanticismo y que tanto ha dado a la literatura —pienso en Virginia Woolf, en Luis Cernuda—, y también al cine, sobre todo el cine de suspense, pero también al más intimista.

    Sucede que Mario Sanz, aunque madrileño, es farero —uno de los pocos que existen ya en nuestas costas—: el farero del faro de Mesa Roldán, sito en Carboneras (Almería). Y sucede que aquellos que conocen parcialmente mi biografía sabrán que me unen vínculos de amistad y querencia a esa hermosa localidad almeriense. Y, además, sucede que Mario Sanz es un amigo, incluso un buen amigo con el que departo de literatura cada que vez que nos encontramos, pues a ambos nos hermana el amor casi compulsivo por los libros y lo que ellos encierran.

    De todo ello se desprende, pues, que me dispongo a hablar del “libro de mi amigo”: un riesgo, sin duda, pues cabe la posibilidad de que si hablo mal acabe perdiendo la amistad de la persona querida (y no me gustaría, claro). Sin embargo, si lo alabo entonces cabe la posibilidad de perder la credibilidad del lector que, seguro, está predestinado a pensar, y tal vez no sin razón, que “al fin y al cabo, qué iba a decir del libro de su amigo…”. En fin, que me hallo en lo que dirían los clásicos un brete. Intentaré, en la medida de lo posible, ser lo más objetivo… aunque a nadie se le escapa que la crítica tiene también su parte de subjetividad, que es aquella que atañe al gusto del crítico.

   Comenzaré por los contras, que algunos tiene, a mi parecer, el volumen Faros sobre un mar de tinta. El primero obedece a la elección de los relatos: los hay realmente excelentes («Hay un cuco en Mesa Roldán», «El mensaje», «Juegos de guerra», «Bienvenido a casa»…); otros que no puedes terminar sin una sonrisa y que recuerdan más a una anécdota “alargada”, pero desarrollados con pulso y con sus dosis de tensión («¡Esa luz!» o «Todo debe tener su resistencia», por ejemplo); otros, los menos, son, para mi gusto, demasiado “infantiles”, con un lenguaje pretendidamente “legendario” de narración oral, pero cuyo andamiaje es demasiado explícito y por tanto se pierde la frescura que tendrían que poseer («El farerito feo y compañía» o «La mirada del farero»); y, finalmente, unos pocos (bien es cierto) que quizás no deberían estar en el volumen pues su calidad deteriora el conjunto o, tal vez, no deberían estar ubicados en el lugar que ocupan: pienso sobre todo en el penúltimo relato, «La leyenda del último farero», un cuento con muy buenas ideas e intenciones —reivindicativo, combativo— pero que hubiese convenido pulir algo más para eliminar tanta explicitud, que lo convierte en una especie de panfleto (legítimo, sin duda), pero alejado de la noción de literatura que yo considero fundamental: sugerir antes que mostrar.

    El último “contra” que yo aprecio en estas narraciones es el uso único y exclusivo del tiempo presente, en el que todas ellas están escritas. Nunca me ha gustado. Advierto que muchas de las “novelas” que desde hace un tiempo están aupadas a los puestos más altos de las listas de ventas —las 50 sombras de las narices; Los dichosos juegos del hambre; o El caótico corredor del laberinto…— están escritas inevitablemente en presente; algunas, incluso, en primera persona (y en presente), lo cual acentúa más si cabe la inverosimilitud de la propuesta: ¿cómo le pueden estar pasando esas cosas al narrador al mismo tiempo que las está escribiendo? Pero en fin, imagino que son condicionantes de un mercado dispuesto a lo más absurdo para seguir con lo suyo. Por ese motivo cuando comencé a leer las propuestas de Mario Sanz, admito que me enfadé… y en ese sentido aún sigo un poco molesto. Entiendo que el uso del presente en el discurrir de la narración (que normalmente es cerrada y, por tanto, etimológicamente “perfecta”, esto es: ya realizada… pasada) puede ser interesante siempre que esté justificado y, desde luego, dosificado. Casi todos los autores han (hemos) recurrido a él. Lo que no me parece bien es el empleo sistemático. Pero, en fin, para gustos, los colores… De cualquier modo es una opción del escritor (muy digna, faltaría más) que mantiene durante todo el volumen y que, por otro lado, no le imposibilita para conseguir excelentes logros. Lo dicho: es mi gusto el que habla.

   Y hasta aquí los contras que, como el lector advetirá, ni son tantos ni son tan graves.

    Los “pros” son más numerosos pero también más difíciles de explicar, entre otras cosas porque la buena literatura no se hace únicamente de palabras (también la mala se hace de palabras), sino de “emanaciones de sentimientos”: siento no ser capaz de hallar un sintagma más concreto y exacto para definir lo que un lector (y yo me considero un buen lector, sin falsas modestias) siente ante una buena obra literaria. El sentimiento es inexpresable (precisamente porque es un sentimiento): Mario Sanz sabe escribir. Que no es este su primer acercamiento a la escritura se advierte desde las primeras páginas; esperemos, además, que tampoco sea el último.  Junto a textos claramente disciplinares (Faro de Mesa Roldán. Apuntes para una historia,  Faros de Almería y Un recorrido por los faros de la costa vasca), el autor nos ha regalado interesantes propuestas en torno al rescate de la memoria (Voces de Carboneras y Crónica de Carboneras, ambas escritas en colaboración); pero, sin duda, lo más destacado, desde mi punto de vista, ha sido su labor como antólogo y cuentista en obras colectivas como Con el mar de fondo, Lo demás es oscuridad o Donde el mar se hace Carbón. En esta última, por cierto, leemos un cuento realmente divertido «Incomprendidos», de nuevo escrito en tiempo presente.
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   La prosa del autor se muestra generalmente dinámica. En algunas ocasiones Mario Sanz se nos representa como un escritor funcional; en otras, intimista y lírico. El autor es consciente de la capacidad que posee para crear mundos y se vale de ello para dotar a sus cuentos de una pátina de hermosa sutileza o, cuando así lo exige la historia, de ironía borde e inteligente, o incluso de particular vehemencia.

   En algunos relatos —quizás los más logrados para mi gusto—, el autor ha aprehendido un interesante caudal de documentación y, luego, a la hora de escribir ha sabido cómo absorberlo y luego volcarlo en el texto sin que ello se note, imbricándolo en el devenir del relato de un modo natural, como si la historia no pudiera ser contada de otro modo, alejándose de la profusión y la farragosidad de los datos históricos que, aunque interesantes, no suelen aportar nada bueno al relato ficcional sino que, por el contrario, entorpecen, ralentizan la narración y la convierten en un texto farragoso. En ese sentido, la labor “documentalista” de Mario Sanz ha sido ejemplar y excelente.

   Como primer intento íntegramente literario, la propuesta de Mario Sanz Cruz me parece no solo digna de alabanza, sino esperanzadora y, desde luego, altamente recomendable. Espero que el autor no deje de intentarlo en futuros proyectos. Ojalá que estas palabras —en la medida de lo que valen (que es bien poco, por otra parte)— sirvan para ayudarlo a mejorar: pues no es otro el propósito de un escritor sino el de procurar perfeccionar su estilo en cada una de sus obras. En pocas palabras: aprender continuamente.

Mario Sanz Cruz,

FAROS SOBRE UN MAR DE TINTA, ed. Playa de Ákaba, 2016, 157 pp.

sábado, 12 de marzo de 2016

LOS OTROS, una intensa novela de Javier García Sánchez


WITTGENSTEIN Y EL TERROR

Resultado de imagen de nos miran pelicula     Los otros fue publicada en 1998 y ya entonces sorprendió por varios detalles. Desde la extensión ¾sus escasas doscientas páginas están a años luz de otras novelas del autor, muy dado a los libros voluminosos (El mecanógrafo alcanza las mil páginas)¾ hasta el tema ¾una novela de terror y suspense donde nada es lo que parece y donde la realidad (¿la verdad?) nos es mostrada a través de la mente de un hombre trastornado¾; pasando por un discurso literario aparentemente anodino pero que, a poco que el lector perspicaz se fije, deviene en un experimento: la novela aparece escrita bajo la pauta del tiempo presente, con mínimas concesiones a los tiempos pretéritos, canónicos de la narración; además, no está dividida en capítulos o fragmentos, y se muestra como un todo continuo, cuya lectura no da coartadas para la relajación o el descanso. La novela, además, conoció una adaptación cinematográfica titulada Nos miran.

     Un pareja de periodistas llega a un centro psiquiátrico con la intención de aclarar un misterio que comenzó quince años atrás: cierto día el inspector de policía R.V., encargado de la investigación de personas desaparecidas, dispara sin motivo aparente contra su mujer y su hijo. Internado en un centro de salud mental, R.V. vive sumido en un estado cercano al vegetal: no habla, no se mueve, solo dos palabras Nos miran” han salido de sus labios; no piensa, o al menos no da muestras de hacerlo. Partiendo de esta premisa, García Sánchez nos construye una novela donde las sensaciones y los pensamientos priman sobre los hechos y los objetos tangibles. Es una obra acerca de las cosas que no se pueden tocar pero que están: el dolor, la alegría, la ilusión, la esperanza... y sobre todo el miedo y el horror: “Se preguntó... por cosas que preocuparían a la mayor parte de la gente si el género humano no se caracterizase, sobre todo, por negar sistemáticamente lo que no comprende y aquello que escapa a sus prejuicios culturales, y a sus esquemas usuales de pensamiento...”(p.120).

     La novela aparece construida mediante continuos y reiterados flash-backs, sazonada con citas científicas ¾principalmente provenientes de la óptica y la física¾, sembrada de pequeños detalles que van creando un ambiente claustrofóbico (acentuado por la inmediatez que propone el empleo del presente). Paulatinamente somos testigos de las vicisitudes y los avatares profesionales de R.V. en su trabajo, en la tarea que acabará engulléndolo. Los recuerdos de R.V. son, dentro del contrato ficcional que toda novela propone entre lector y narrador, tan (o poco) dignos de tener en cuenta como los de la voz narradora de otra novela de la que, sin duda, es heredera directa: La vuelta de tuerca de Henry James.
     
Resultado de imagen de los otros javier garcia sanchez     Toda la obra se muestra inclinada a la acumulación de datos que, cuanto menos, advierten o confunden al lector, pero siempre bajo el firme propósito de sumirle en un suspense que devendrá ¾en las páginas finales¾ en puro y ¿limpio? terror: las extrañas fichas elaboradas por R.V. en sus investigaciones; el sonido de una palabra innominada pero que transmite una sensación de incertidumbre; la semejanza de rasgos faciales; la imposibilidad de hablar; la crueldad y el terror que puede llegar a producir la sonrisa de un niño; ... toda la horrible verdad que contiene el empleo del singular o del plural.

      Movido por una sensación indescriptible he alternado la lectura de Los otros y del Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein. No ha sido en balde: varias proposiciones de Wittgenstein han venido a mi mente mientras leía la novela: “Lo que es pensable es también posible”; pero sobre todo la séptima y última: “De lo que no se puede hablar hay que callar”. Cierro el Tractatus y cierro Los otros, y la desazón que me invade es la misma: si hay algo más, mejor no saberlo.


 Javier García Sánchez,

LOS OTROS, Ediciones B / Círculo de Lectores, Barcelona. 171 págs.

miércoles, 24 de febrero de 2016

viernes, 12 de febrero de 2016

MORIRÁS MUCHAS VECES, un fragmento de la nueva novela


     MORIRÁS MUCHAS VECES

será publicada próximamente por la editorial Agua Clara.
Aquí podéis leer un extracto de la novela. Espero que os guste...


     Luis Maturana cargó el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda y aguardó. Permanecía erguido en la oscuridad más completa, en el interior del dormitorio, junto al interruptor de la luz. Su hombro izquierdo rozaba la pared y la mano derecha sostenía con firmeza el estilete. Estaba tranquilo: había esperado otras veces con el puñal entre sus dedos. Era la espera del asesino.
    
     Escuchó cómo el engranaje del ascensor se ponía en funcionamiento. Pronto terminaría la espera. El sonido de la puerta del ascensor al abrirse le llegó lejano, atenuado por la distancia y el obstáculo de otras puertas; luego oyó los pasos en el corredor. El tintineo de unas llaves le hizo respirar hondo. Apretó el puño que sostenía el arma.
     
      Al fondo del pasillo se abrió la puerta y se hizo la luz casi al instante. La mujer no tardaría mucho en entrar en el dormitorio. La puerta del piso se cerró de nuevo. Desde la oscuridad protectora escuchó los pasos rápidos, casi desesperados, la tapa del retrete al levantarse y el chorro de orín contra la loza y contra el agua. Tras tirar de la cadena era el momento en que la mujer entraría en la habitación; y así fue.

     Luis Maturana distinguió la silueta en el quicio de la puerta: la figura de mediana altura, delgada y estilizada; el pelo largo y lacio, negro por efectos de la oscuridad. Percibió la mano que tanteaba en la pared buscando el interruptor. Lo halló y se hizo la luz. Entonces el asesino dio un paso al frente mientras levantaba el brazo que sostenía el arma, giró hacia la izquierda sobre la punta de sus zapatillas y lanzó el brazo derecho contra el cuello de la mujer. Una vez.

    Unos ojos sorprendidos y un grito débil, ahogado. Al extraer el estilete la sangre brotó con la fuerza de un chorro de champán agitado. Maturana entornó los ojos al sentir la calidez del líquido golpear su rostro, deslizarse por sus mejillas. Otra vez: volvió a lanzar el brazo hacia el cuello, consciente de que había errado la víctima, comprendiendo que quien se desangraba no era una mujer, sino un jovenzuelo lampiño y con melena.

     El muchacho retrocedió unos pasos hasta chocar contra la pared del pasillo. Extendió el brazo derecho y abrió la mano con los dedos crispados. La sangre se deslizaba por su camisa verde. El cabello se había mojado y comenzaba a apelmazarse. Abrió la boca en un intento por hablar, pero su cuerpo, ya sin vida, resbaló lentamente por la pared hasta quedar sentado, con las piernas abiertas y la cabeza caída hacia delante, contra el pecho, sobre un charco rojo y viscoso que iba creciendo.

       Se había precipitado...

viernes, 5 de febrero de 2016

MORIRÁS MUCHAS VECES.... próximamente en las librerías



    Os adelanto la portada, que es una genial creación de Mario-Paul Martínez, y la sinopsis de mi próxima novela.


       Lo que más desea Enrique Ruiz —aparte de poder pagar el alquiler y de seguir comiendo cada día— es triunfar como actor. Pero de momento solo es un actor más bien discreto, algo maduro para comenzar a despuntar y, desde luego, nada famoso. Sin embargo, el azar, que todo lo puede y todo lo trastoca, va a ofrecerle la oportunidad de representar el papel de su vida: es confundido con el asesino profesional que está sembrando el miedo y el desconcierto entre los miembros más destacados de la magistratura española.

       En su lugar, ¿qué haría usted? ¿Aceptaría el encargo de matar de nuevo o rompería el juego confesando su verdadera identidad? ¿Huiría con el dinero ya cobrado por el trabajo aún sin realizar? ¿Acudiría a la policía para salvar a quien le han encargado asesinar? ¿O cumpliría el encargo?


      En esta MORIRÁS MUCHAS VECES —su quinta novela que, además de ser un thriller trepidante, muestra una peculiar visión de nuestra sociedad—, José Payá Beltrán propone un juego de misterio y suspense, una historia cosmopolita que va desde Bruselas a Reykiavik pasando por Madrid, Jordania y Alicante. Una historia de la cual —mucho más y mejor que el asesino o la víctima o los policías— solo el lector va a conocer todos los hechos y solo el lector podrá, al final, completar el misterio.






       Si todo va según el programa, la obra verá la luz a finales de febrero o comienzos de marzo.

    De nuevo, Luis Bonmatí y su editorial Agua Clara van a ser los encargados de llevarla a las librerías.

       
    EN PRÓXIMAS ENTRADAS OS IRÉ INFORMANDO Y ADELANTANDO ALGUNOS FRAGMENTOS...




viernes, 29 de enero de 2016

PELUSILLAS EN EL OMBLIGO: una propuesta refrescante


Resultado de imagen de pelusillas en el ombligo LIBRO      Después de padecer la lectura de un tocho de más de mil páginas, repleto de topicazos, mala literatura y personajes sacados de un pabellón de esquizofrénicos, uno agradece obras como la que hoy reseñamos. Pelusillas en el ombligo gusta desde el mismo título y, sobre todo, no miente ni engaña: propone un recorrido a saltos, pellizcando microrrelatos o aforismos. Más allá de los productos de mercado escritos expresamente para hacer rico a su autor (e igual de estúpidos a nosotros, sus compradores), este librito de formato pequeño y de escasas cien páginas es un canto a la literatura de muchos quilates, alejada de los flashes y de los titulares de prensa, de las entrevistas de consagrados periodistas a encumbrados autores.

       La obra presenta muchas particularidades: está escrita al alimón por dos autores alicantinos, Esther Planelles —de quien sabemos, por la información que proporciona el libro, que ya ha editado tres novelas— y José Antonio López Rastoll. De él no es necesario acudir a la breve referencia bio y bibliográfica que acompaña la obra: conocíamos ya su anterior libro, Vareando nubes (Ed. Atlantis, 2012) un compendio de extraordinarios relatos que ya reseñamos en este blog.

       El segundo rasgo definitorio de la obra es que se trata de un volumen de microrrelatos. Los títulos de las partes en que se divide el libro hablan por ellas mismas: «Litweetratura #1 y #2»,  «Aforismos», «Pelusones» y «Greguerías desencadenadas». En total, setenta y siete textos semejantes a otros tantos destellos de luz, relámpagos de pensamiento, amagos de sonrisa y también de miedo. Como muestra, algunos botones: juegos de palabras como «Soy la caña, dijo en la primera reunión de Alcohólicos Anónimos»; recreaciones de mitos clásicos bajo la pátina de la modernidad como«Fue amor a primera vista. Cada vez que le miraba veía mi rostro en sus gafas de espejo»; revisiones de refranes como «En las tribus caníbales, al hambriento coronan rey».

      El tercero es la consecuencia del anterior: su lectura exige la dosificación y la calma; la imposibilidad (y la inutilidad) de leer las cien páginas de un tirón. Uno acude a estas Pelusillas de cuando en cuando, sin prisa (pero sin pausa), pellizcando aleatoriamente, saboreando cada uno de los bocados, la mayoría de ellos realmente exquisitos. Como hay momentos en que la lectura continuada llega a inmunizarnos, aconsejamos un acercamiento lento: hojear y detenerse al azar; brincar de una página a otra sin preocuparse por intentar retener el nombre de unos personajes o las complicaciones de una trama; cerrar el libro y reflexionar sobre la leído, asustarse o sonreír conforme nuestros pensamientos se adentran en las ideas propuestas.

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       Si la intención de estos dos escritores alicantinos era hacernos sonreír,  lo han conseguido. Si el propósito era crear una serie de reflexiones sobre la vida, el arte, los seres humanos, también lo han logrado con creces. La degustación de estas delicatessen ha sido una grata manera de comenzar el año.









José Antonio López Rastoll y Esther Planelles Arráez

Pelusillas en el ombligo, , Ediciones Lastura 101 páginas.