Caminante sobre un mar de hierba (1818), de Caspar D. Friedrich.
Óleo sobre lienzo
A
horcajadas
entre niebla y
montañas
—sobre el rasero que mide y sopesa
contemplo y temo ahogarme
en este océano que no abarco
(toda percepción precisa anteojeras),
que apenas consigo vislumbrar con gran esfuerzo.
Mejor perder el recuerdo
cuando todo me induce a dudar de un universo
jamás hecho a la medida del hombre;
cuando todo me lleva a desconfiar del hombre:
jamás hecho a la medida del universo.
Los ojos siempre precisan de círculos:
límites, rejas y báculos
donde apoyar sensaciones tan débiles.
que cimiente las sombras
y congele las lluvias del recuerdo.
Todo fue distante,
todo pasado,
todo exige
esa raíz común
que procura
que las imágenes no se despeñen;
esa piedra donde asentar
el alma,
si ya las esperanzas volaron con los años;
un mundo donde seguir bostezando;
una vida —un largo corredor—
donde todos tengamos nuestra puerta
y el precipicio, y el veneno de la costumbre
que nos endulce el alma.
La caída es más incierta
que el retorno a la mentira.
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