Si hay algo que me sorprende de la obra
(por encima incluso de su gran calidad) del italiano Leonardo Sciascia
(1921-89) es su escasa repercusión entre la mayoría de los lectores españoles.
Y esa sorpresa se acrecienta cuando, al degustar sus novelas, advertimos dos
constantes muy acordes con este “Tiempo de la prisa” que nos ha tocado sufrir.
La primera de estas constantes es la brevedad; la segunda es la recurrencia,
casi única y obsesiva, a la trama policiaca. Pero estos dos rasgos deben ser
matizados: la brevedad en páginas no resta un ápice, más bien añade, a la
intensidad de la narración, que se concentra. No hay nada baladí. Semejante a
aquellos poetas que vieron en los catorce barrotes de la cárcel del soneto un
reto para su capacidad inventiva, Sciascia se mueve por la novela corta
volcándose por entero, suprimiendo lo superfluo, dejando sólo el grano.
El argumento de Puertas abiertas
(publicada por vez primera en 1987) gira, aparentemente, en torno a un triple
asesinato y al posterior proceso judicial. Advertirá el lector que he empleado
el adverbio “aparentemente”. Porque
junto a las dos contantes arriba indicadas hay que señalar que el autor
italiano gusta de sazonar sus novelas con ideas políticas que debemos leer
entre líneas.
En esta ocasión se ponen sobre el tapete
dos cuestiones nada gratuitas: por un lado, el rechazo —por parte del autor— de
la pena de muerte, cuestión tan peliaguda que ocupa cada página y sobre la que
todo lector tendrá su propia opinión. No obstante, es la segunda intención de
Sciascia, quizás menos reconocible, la que merece nuestra atención. El autor
expone en su obra la fuerza que ejerce el Poder (en este caso la dictatura
fascista de Mussolini, pero creemos que
es extensible a cualquier régimen político) sobre la ciudadanía: no sólo
sobre el pueblo llano, sino particularmente sobre los egregios personajes
(jueces, políticos, magistrados) que conforman dicho Poder. A lo largo de la
lectura de Puertas abiertas advertimos que el Poder corta la libertad
(de todos, incluso de aquellos que se sirven de él), ata la capacidad de elegir
o decidir libremente. El protagonista de la obra —el juez que instruye el
caso—no se halla directa ni personalmente coaccionado por nadie, pero en su
fuero interno sabe que el Poder al que representa le impide actuar con
libertad; y cuando lo hace, cuando logra pensar por él mismo y no según la Ley,
sabe que ese signo de “rebeldía” (o de ruptura de grilletes ideológicos) le va
a acarrear una serie de desgracias sin límite.
He aquí, someramente, el argumento de la
novela. En 1937 el mundo cierra hipócritamente los ojos ante la guerra en
España. En Italia gobierna, desde hace trece años, la mano firme y bravucona de
Mussolini. Aunque el poder y el pretigio del fascismo italiano han decrecido,
si no exteriormente, sí en la conciencia de los italianos; la política de
Mussolini sigue empeñada en inventar un país donde “se duerme con las puertas
abiertas”. Esta apariencia de seguridad se ve cuestionada cuando en Palermo, un
oficinista en paro comete un triple asesinato: apuñala a su esposa, a su
antiguo jefe (un jerarca fascista) y al nuevo empleado que lo sustituyó en su
puesto de trabajo. Es una buena ocasión para aplicar la pena de muerte
reinstaurada por el Duce y sus ministros. La convicción de que el detenido va a
ser irremediablemente condenado al paredón desencadena curiosas reacciones: la
prensa apenas realiza publicidad sobre el caso; la defensa no recurre a la
excusa del trastorno o la enajenación mental para salvar a su cliente. Todo
parece ya decidido desde que el criminal había asestado las puñaladas a sus
víctimas.
A lo largo de los quince capítulos que
componen la novela, asistimos a la reconstrucción de los crímenes, al
desarrollo del juicio y, sobre todo, a las dudas y opiniones del juez. La obra
presenta una estructura encuadrada: se inicia con una conversación entre el
fiscal y el juez antes de iniciarse el proceso judicial; y concluye con una
nueva conversación entre los dos personajes una vez la sentencia ha sido
dictada. Una sentencia, por cierto, que sorprenderá gratamente al lector y que,
como la obra, no defraudará.
Leonardo Sciascia,
Puertas abiertas,
Ed. Tusquets. 132 págs.
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