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jueves, 26 de marzo de 2015

LA ÚLTIMA LLAMADA: CULPA Y LITERATURA


      Será la edad, pero conforme envejezco y, por tanto, conforme leo más y más libros, cada vez soy más propenso a abominar de los adjetivos, de las clasificaciones. Juzgar una novela por el calificativo que la acompaña (que si romántica, que si histórica, que si negra, que si blanca…) me parece cada vez más absurdo; aunque se siga utilizando como guía para libreros y lectores. Quien se acerque a la última propuesta de Empar Fernández, La última llamada, guiado por el calificativo de “novela negra” o “de misterio” (no en vano está incluida en la colección Off Versátil), saldrá decepcionado, porque la novela —aunque no carece de misterio (¿qué novela no lo tiene?)— no convierte este en el principal resorte de la acción. La mujer que no bajó del avión, su anterior título y que también reseñé en este suplemento, ya supuso una forma muy personal de enfocar la “negritud” novelística. En La última llamada la autora insiste en los rasgos que ya alabé en el anterior título: pocos personajes; nada de acción extrema, de sexo, de disparos, exabruptos, psicópatas; una acción escasa y siempre supeditada a las reflexiones y los pensamientos de los personajes.

       El argumento es fácil de resumir: una muchacha, Noemí, sale una noche de casa y ya no regresa. Tres años después la familia —su padre, su madre y una hermana mayor— está a un solo paso de la ruina anímica y física. Los remordimientos y el sentimiento de culpa del padre de la muchacha —que aquella noche fatídica no contestó la llamada de Noemí— son la columna vertebral de la novela. A un tris de despeñarse en el abismo del alcohol, a un paso de perder el trabajo, con los nervios a flor de piel, Julio Monteagudo, el padre, vive con el corazón asomando por la garganta, obsesionado por la hija que nunca apareció. Empar Fernández sabe cómo describir su estado anímico: la culpa que le impide dormir y que ha convertido su vida en una obsesión enfermiza y autodestructiva. Su desesperación lo lleva a contactar con una médium de origen irlandés a la que su hjja mayor, Yolanda, pretende desenmascarar y denunciar como farsante. Y no desvelaré más.

      En su debe advertimos un uso peculiar (y erróneo) del punto y coma, una profusión de reflexiones que, sin duda, exasperará a ciertos lectores (no a quien esto escribe) y que acercan la novela a la literatura decimonónica; la escasa relevancia de algunos personajes trazados quizás demasiado esquemáticamente (la madre, el subinspector de policía, el novio de Yolanda); y el final abrupto que, como siempre sucede, decepciona al ser comparado con el arranque. Siempre ocurre igual. Las denominadas novelas de misterio adolecen de este defecto, insalvable: el planteamiento del problema siempre es más interesante que la solución, porque lo que importa no es la meta, sino el camino que nos lleva a ella.
     En su haber: el dominio de la autora para mantener la tensión a pesar del fino hilo argumental; la conjunción de varios puntos de vista (el de Yolanda, el de Julio, el de la propia vidente) con los que dota de agilidad una historia estática; el empleo de la elipsis y el sobreentendido como creadores de tensión; la facilidad de estilo y de lectura, prueba del buen cuidado en la escritura y, sobre todo, reescritura de la novela.


    Empar Fernández ha sido valiente al escribir una historia muy alejada de la novela negra más canónica. Aunque autora y obra se paseen por los diversos encuentros, semanas o eventos dedicados a la novela negra que pueblan nuestra geografía, La última llamada es más que eso: simplemente una novela… una buena novela.


Empar Fernández

La última llamada,

Ediciones Versátil, Barcelona, 273 pp.


domingo, 15 de marzo de 2015

JUSTICIA, de Friedrich Dürrenmatt: LA CARA MÁS HORRIBLE DE SUIZA

     Tres son las constantes que Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) utiliza casi obsesivamente en la gran mayoría de sus obras. La primera es la predilección por la estructura policiaca: como Borges, el escritor suizo es consciente de que el orden que impera en la novela detectivesca es el único con el que puede expresarse con cierta coherencia en una época de caos. Basta recordar títulos como La sospecha o El juez y su verdugo, reseñados con anterioridad.
      La segunda constante es la crítica soslayada ¾pero no menos hiriente ni menos evidente¾ contra la “rectitud” de la sociedad suiza, y el desvelamiento de la hipocresía y amoralidad en pro del negocio y de una supuesta neutralidad: la sociedad modélica, pacifista y civilizada se sostiene a expensas de divisas sacadas subrepticiamente de otros países ¾donde quizás la gente muera de hambre¾; bajo el anonimato de las cuentas bancarias se subvencionan asesinatos, guerras, conflictos de todo orden.
       La tercera y última constante ¾pero no menos importante¾ es la reflexión continua en torno a la Justicia. Desde las novelas arriba citadas hasta su más famosa obra teatral La visita de la vieja dama, Dürrenmatt ha convertido el análisis de la Justicia en el tema básico de su producción.
        La novela que aquí reseñamos apareció por vez primera en 1986 ¾aunque, según afirma el propio autor, la idea primigenia y el primer borrador fueron concebidos en 1955¾. Tusquets la rescata de su fondo y saca a la luz una quinta edición. Hay que alegrarse porque la novela es un ejercicio estilístico y argumental maravilloso. La idea de partida no puede ser más atrayente: en un cantón suizo, su consejero ¾hombre intachable y ejemplo de urbanidad¾ comete un asesinato en presencia de los comensales de un concurrido restaurante. Condenado a veinte años, encarga a un joven abogado ¾con apuros financieros¾ la revisión del proceso a partir de una hipótesis ilógica: él no es culpable. Se reinician los interrogatorios y comienzan a surgir las dudas ¾hay contradicciones entre los testigos, el arma homicida nunca apareció, una serie de accidentes casuales van eliminando a todos aquellos que podrían señalar la culpabilidad del consejero... y lo que es más curioso: no existe ningún motivo aparente para el crimen¾. De tal modo que el abogado protagonista se ve inmerso en un laberinto de triquiñuelas legales, de carambolas del destino, que terminará ahogándolo y del que no podrá salir sin dejar algo más que su credibilidad y su dignidad.
     Esta sátira, ácida y corrosiva, contra la Justicia y sus “operarios” ve acrecentado su cinismo en el desfile de unos personajes poco menos que surrealistas: Spät (el abogado y narrador) enamorado de la hija del acusado, Hèléne, imagen de la belleza sustentada en la podredumbre y el crimen; el engreído asesino, el consejero Kohler, quien maneja los hilos de la farsa y las marionetas desde la celda moderna y cómoda de la cárcel; la deforme Mónika, que deviene en el rostro verdadero ¾sádico, hipócrita, consumido por el odio¾ de la sociedad; la inocente Daphne, que carece de personalidad y quizás de rostro; los meros peones Winter y Bruno de un juego regido con precisión y ensañamiento. En fin, toda una caterva de personajes atípicos y en cierto modo incompletos ¾física y mentalmente¾, que muestran la realidad de un país sustentado en la hipocresía y el dinero teñido de rojo.

      Dándole la vuelta a Plinio diremos que no hay novela buena que no contenga algo malo. Justicia adolece, a veces, de cierta profusión, de un afán por revelarlo todo, como si el lector no fuera lo suficientemente perspicaz para poder llegar a las conclusiones por sí solo. Hay momentos gratuitos ¾como la escena de la violación¾ y otros en los que el lector se siente insultado en su inteligencia: Dürrenmatt quiere descubrirnos cada sutileza o doble lectura... como si nosotros no pudiéramos descubrirlas. Afortunadamente son los menos, y de ese modo la obra se lee disfrutando en cada línea, dejándose llevar por la voz de Spät: una voz algo ronca y resabiada, medio consumida por la impotencia. Cerramos el libro y una sensación de pesimismo nos invade: quizás el mundo esté bien hecho, pero sin duda está mal distribuido.

Friedrich Dürrenmatt,

JUSTICIA,

Tusquets editores, Barcelona, 215 páginas.

sábado, 7 de marzo de 2015

DISECCIONANDO AL INSPECTOR DUARTE



    Comencé a escribir La última semana del inspector Duarte en las Navidades de 2010 y la terminé en febrero del año siguiente. Es decir, alrededor de dos meses. Dicho así puede parecer muy poco tiempo, y realmente lo es; pero sucede que en realidad empecé a escribirla en el año 2000. Qué lío, ¿verdad?
    En febrero de 2000 comencé a trabajar como profesor de Secundaria en diversos institutos de Andalucía. Era mi primera experiencia como docente y, para qué ocultarlo, en la universidad nos habían llenado la cabeza de conceptos y datos, pero no nos habían dicho cómo debíamos enfrentarnos a unos alumnos adolescentes tan cargados de energía que les rezumaba por las orejas. En fin, que allí estaba yo delante de una treintena de chavales y chavalas intentando que no se me notasen mucho los nervios y, al mismo tiempo, procurando transmitirles mi amor por la literatura.
   Muy pronto advertí que eran más bien pocos (casi ninguno, aunque siempre había alguna excepción, claro está) los que disfrutaban leyendo. La falta de hábito lector desembocaba irremediablemente en la acumulación de faltas de ortografía. Mi cometido era doble: aficionarlos a la lectura y, al mismo tiempo, enseñarlos a escribir con el menor número de faltas posibles. Se me ocurrió una idea: les daría a conocer un relato breve (nunca más de una página) que careciera de final; el alumno tendría que leerlo y escribir el final. Acudí —adaptándolos para que no excedieran del tamaño que me había fijado— a Borges y a Cortázar, a Monterroso, a Las mil y una noches, a viejas leyendas nórdicas y a otros muchos autores. En un momento dado yo mismo escribí un cuento. Como siempre me ha gustado la novela de misterio y, más en concreto, la novela-enigma (a la manera de Agatha Christie, Ellery Queen o S. S. Van Dine, por citar solo algunos nombres), escribí un breve relato: «Un caso del inspector Méndez». Con él obligué a los alumnos a leer con más atención, puesto que para continuar el relato y hallar la correcta solución debían encontrar las pistas diseminadas por entre las líneas de la narración. Me enorgullezco en afirmar que fue todo un éxito. A este primer caso del inspector Méndez siguieron otros más: «El inspector Méndez y el caso del secuestro», «El inspector Méndez y la enfermera»… Aquellos que fueron mis alumnos lo recordarán. ¿Qué mejor premio puede recibir un profesor que este?
    Han pasado quince años y todavía los casos/relatos del inspector Méndez siguen circulando por mis clases y continúan sirviéndome como instrumento muy eficiente para incentivar la afición lectora de mis alumnos y mejorar su ortografía.
    En las Navidades de 2010 me hallaba en pleno proceso creativo: estaba ultimando (releyendo y corrigiendo) una novela —Morirás muchas veces; que todavía sigue inédita— y escribiendo Puzle de sangre al alimón con Mario Martínez Gomis. ¿No habéis sentido que cuando más cosas tenéis que hacer (exámenes, trabajos), más os apetece hacer otras cosas distintas? Pues eso fue lo que pasó. Una mañana en que me levanté tardísimo porque estaba de vacaciones y me había acostado a horas intempestivas corrigiendo mi novela, decidí que merecía un respiro, un descanso. Había enviado un capítulo de Puzle de sangre a Mario y este todavía no me había contestado. Decidí tomarme un descanso…
     Hay quien descansa paseando, tumbado en sofá, yéndose al bar, contemplando una película… Yo descanso leyendo y escribiendo. La última semana del inspector Duarte es mi particular descanso del guerrero. Pensé que si unía cuatro casos del inspector Méndez y convertía a este en el inspector Daniel Duarte —porque ya había otro Méndez pululando por otros libros— la cosa podría funcionar. Y acerté.
    Recuerdo con especial agrado las tardes de escritura, el modo en que las cuatro historias debían estar imbricadas a la perfección para que el resultado no pareciese forzado. No sé si lo he conseguido: es el lector quien debe juzgarlo.
    En La última semana del inspector Duarte hay un secuestro, un par de asesinatos, mucha deducción y ningún tiro, ni persecuciones, ni mujeres fatales. No es novela negra, ni pretendió nunca serlo. Frente a los extremos de Puzle de sangre, La última semana del inspector Duarte puede resultar incluso demasiado inocente. Es mi particular homenaje (seguro que no será el único) a la novela-enigma que, dentro del subgénero de misterio, sigue siendo mi favorita a pesar de lo que mis últimas producciones puedan dar a entender. De buscar similitudes, el inspector Duarte está más cerca del comisario Maigret que de Sam Spade o Philip Marlowe.
     La última semana del inspector Duarte no es una novela juvenil. Entre otras cosas porque no sé muy bien qué es tal cosa. ¿Acaso todos los jóvenes leen el mismo tipo de literatura? Nunca fue así, y dudo mucho que ahora lo sea. El protagonista es un señor a punto de jubilarse, el acné y el exceso de energía están desterrados de sus páginas, ningún jovencito sabihondo ayuda al inspector a resolver los misterios, no hay ninguna historia de amor entre adolescentes atormentados… Definitivamente no es lo que se dice una novela juvenil. Es una novela de entretenimiento, de puro y simple entretenimiento, escrita como mejor sé hacerlo y procurando no tratar a los lectores como estúpidos. Se trata de una novela de un rombo que, para los que no lo entiendan, significa que es apta para todos los públicos de entre 9 y 99 años (o menos de nueve —si el lector es inquieto— o más de 99 —si el lector prefiere invertir el tiempo en ella—) y en la que realizo también un homenaje al mundo de los libros. No hay vampiros, ni sexo, ni insultos, ni disparos, ni palabrotas, ni persecuciones automovilísticas, tampoco hay crítica social o análisis de conflictos generacionales; es una novela otoñal que, como siempre he procurado en mi producción literaria, tiene dos lecturas: una literal y explícita, y otra más profunda que el lector deberá hallar.
     La novela es deudora, en un tono de sentido homenaje, a todas las series que jalonaron mi infancia: Colombo, McMillan y esposa, Nero Wolfe o Los rivales de Sherlock Holmes, por ejemplo. Y a aquellas que me acompañaron durante la juventud: Luz de luna, Se ha escrito un crimen, Remington Steele o Poirot, por citar algunas. Seguro que se han hecho mejores series después; pero hay momentos que me resisto a olvidar. Y si tuviera que comparar la novela con alguna serie actual estaría más cerca de Monk o de Los misterios de Laura que de Dexter o The Wire, por citar dos de las más famosas. Estoy convencido de que el inspector Duarte podría suscribir aquello que respondió Billy el Niño cuando Pat Garret le dijo que tenía que dejar de delinquir, que los tiempos estaban cambiando. «Los tiempos, tal vez», dijo Billy, «pero yo no».



sábado, 28 de febrero de 2015

LA ÚLTIMA SEMANA DEL INSPECTOR DUARTE (II)

    Otro adelanto (el último) de la próxima novela.
     El día 5 de marzo... ¡toda! Que la disfrutéis.


     No era el primer cadáver que veía; pero allí, de pie ante el enorme montón de basura, el inspector Duarte volvió a sentir el cansancio que ya había aparecido los meses atrás. Chupaba la pipa espaciadamente, abstraído, aunque hacía un buen rato que se le había apagado. Crespo sujetaba el paraguas que los protegía de la lluvia.
   Ninguno de los dos hombres había pronunciado palabra desde que llegaron al vertedero municipal. Como dos meros espectadores asistieron impertérritos al desfile de enfermeros y camillas, a las carreras de los especialistas en huellas dactilares que intentaban acordonar la zona con cintas de plástico rojas y amarillas, a la presencia seria del juez que levantó el cadáver. También habían soportado algún que otro fogonazo procedente de un par de fotógrafos que, al parecer, habían conocido inmediatamente la noticia del horrible hallazgo. Todo ello bajo una llovizna aparentemente débil, pero constante; «calabobos», recordó Duarte que la llamaba su esposa.
    El inspector encendió de nuevo su pipa. Chupó con rabia y el humo se alzó cubriéndole el rostro. Recordaba el miedo esculpido en la cara de los padres durante los primeros días. Después llegó la actitud distante, las señales inconfundibles de que los secuestradores ya se habían puesto en contacto con ellos, de que, sin duda, los habían alertado contra la policía amenazando con la muerte de la cautiva. Así actuaba siempre aquella gentuza y, salvo excepciones, la familia le seguía el juego, se plegaba a sus condiciones: la policía se convertía en una molestia. Duarte imaginó lo que habría pensado el padre: la seguridad de que el dinero lo podía todo y de que el engranaje de la ley era insuficiente y molesto cuando lo más importante era recuperar a su hija a cualquier precio, de un modo u otro. Desde el primer momento supo que los padres les habían ocultado la relación con los secuestradores. ¡Era imposible que después de los primeros días no hubieran recibido ninguna noticia, ni la más mínima señal! Además, el último fin de semana, cuando el comisario le había ordenado que se acercara a la casa de los Navarro, detectó gestos, conductas y miradas huidizas y recelosas.
      Con el paso de los días y la ausencia de más datos, los periódicos sustituyeron las noticias de la joven secuestrada por nuevos titulares. Transcurrieron los días y luego las semanas: el tiempo, imparable, fue cubriendo el suceso con el barniz del olvido. El inspector imaginó que la familia habría seguido las instrucciones al pie de la letra, aunque al hacerlo habían obstaculizado a la justicia. Duarte se preguntó si —puesto en aquella tesitura— él no hubiera actuado del mismo modo, si no hubiera pretendido salvar la vida de su hija a cualquier precio, por encima de la sociedad y del resto de los ciudadanos, al margen de la ley y de sus representantes. Dio una nueva chupada a la pipa. Pilar y él no habían podido tener hijos.

    Unos enfermeros, sosteniendo una camilla, transportaban a la víctima. Bajo la sábana blanca y empapada apenas se apreciaba el pequeño cuerpo de la muchacha. Al introducirla en la ambulancia, que aguardaba con el motor en marcha y las luces de emergencia lanzando destellos y girando enloquecidas, la camilla golpeó contra una de las puertas abiertas y, de la sábana, surgió un brazo que quedó colgando indolente. Brevemente el inspector advirtió el destello rosa de la chaquetilla de un chándal; sabía que había sido un regalo por su cumpleaños, pero ahora solo destacaban el color desvaído y blancuzco de los dedos, las uñas rotas y mugrientas, la suciedad incrustada entre los pliegues de los nudillos, la frialdad y el silencio que rezumaba el cuerpo, la ausencia total de vida y de futuro...

sábado, 21 de febrero de 2015

LA ÚLTIMA SEMANA DEL INSPECTOR DUARTE

Con permiso de Click Ediciones, os doy a conocer el primer capítulo de mi nueva novela que saldrá a la venta el próximo día 5 de marzo. Espero que os guste...



                                                                            OCTUBRE

                                                                                       1

     Apenas había corrido doscientos metros desde que el sol se había escondido, cuando las farolas se encendieron delimitando una avenida recta y ancha, tan larga que parecía interminable.
     Dos o tres tardes por semana Mónica Navarro realizaba el mismo recorrido: era cómodo, pues consistía en dar cuatro vueltas al polígono industrial, sin subidas ni bajadas, completamente llano. En una ocasión lo había hecho en bicicleta y el cuentakilómetros marcó un kilómetro y seiscientos metros por vuelta.
   —Hola.
    —Adiós.
    Se había cruzado con otro corredor. Mónica tenía diecisiete años y el hombre podría tener la edad de su padre. No era la primera vez que lo veía. Siempre se saludaban.
    Conforme la noche fue ganando terreno, el frío aumentó. Llevaba ya dos vueltas cuando escuchó zancadas y respiraciones a su espalda, aproximándose a un ritmo constante. Cuando quiso girar la cabeza ya era tarde:
    —¡Venga, mujer, que pareces cansada! —dijo el hombre del chándal azul marino. Tendría algo más de cuarenta años y estaba casi calvo. 
    Lo acompañaba otro individuo —rubio, más joven y también más atractivo— que se limitó a sonreírle y la saludó con un escueto “Hola” entrecortado por la fatiga. Los tres se detuvieron, aunque trotaban sin moverse del sitio y mantenían el ritmo de sus respiraciones.
     —¿Qué tal? —saludó Mónica.
     Desconocía el nombre de los dos corredores, pero cuando los encontraba por las tardes siempre se detenía a intercambiar con ellos unas pocas palabras. El gusto por el deporte era el único lazo que los unía.
     —Anteayer no viniste, muchacha —dijo el más joven. Era muy atractivo y Mónica siempre había pensado que la miraba de un modo especial.
    —Estoy de exámenes, bueno… estaba, porque hoy he hecho el último. ¡Por fin!
     —¿Y qué tal? —preguntó el más viejo.
     Sudaba copiosamente y lucía una cinta en la frente para que el sudor no se le metiese en los ojos. Iba muy abrigado. La barriga subía y bajaba constantemente. Mónica supuso que querría adelgazar, pero hacía muchos meses que lo veía siempre igual.
     —No sé. Creo que bien, pero habrá que esperar a que a los profesores les apetezca corregirlos. —Inspiró dos bocanadas de aire con tanta fuerza que le aguijonearon el pecho. Lanzó una sonrisa al rubio—. Tenía ganas de quemar toxinas y de despejarme un poco después de tantos días sentada, pelándome los codos.
     —Te dejamos, guapa —zanjó el más viejo e hizo una seña al otro para continuar.
Se despidieron y ella siguió corriendo a su ritmo. Tras cada zancada comprobaba cómo los dos hombres le ganaban terreno. Los vio girar a la izquierda en el primer cruce; cuando ella llegó allí continuó en línea recta.
   Había completado ya tres vueltas e iniciaba la cuarta cuando el coche la sobrepasó. Era un todoterreno oscuro. Le llamaron la atención los tapacubos limpios y relucientes, brillando bajo la luz de las farolas. El vehículo marchaba muy lentamente, como si buscase la localización exacta de alguna fábrica o de alguna calle y no consiguiera encontrarlas. El automóvil dobló a la derecha y, aunque desapareció de su vista, Mónica supo que se había detenido porque escuchó el sonido de los frenos y apreció el reflejo rojo de las luces traseras. Sintió más desconfianza que miedo y no aminoró el ritmo de su carrera. Pasó por el cruce en línea recta y comprobó que no se ha había equivocado: el todoterreno estaba parado, con las luces encendidas y el motor en marcha. Aceleró el ritmo, pero una voz la obligó a girar la cabeza.
   —¡Muchacha, oye, por favor! —Era una mujer quien hablaba. Estaba de pie, junto al coche. Mónica redujo el ritmo hasta detenerse—. Por favor, joven, ¿podrías ayudarme?
    La mujer llevaba gafas y tenía el pelo tan canoso que parecía cubierto de nieve. A Mónica le recordó a una ilustración de la abuelita de Caperucita Roja que había visto en un cuento. Sostenía en la mano derecha un papel que agitaba como el soldado que pide una tregua.
Mónica desanduvo el camino y se acercó al coche.
    —Buenas tardes —saludó la anciana.
    —Hola. —La muchacha trotaba sin moverse del sitio, manteniendo el ritmo de su respiración—. ¿Busca algo?
    —Sí, sí, ¿podrías ayudarme, por favor?
    La mujer le alargó el papel y, al leerlo por primera vez, Mónica creyó estar soñando.
   —¿Cómo? —preguntó, indecisa, como si alguien hubiera detenido el mundo sin avisarla y al despertar hubiera aparecido en otro lugar o en otro tiempo.
     Parpadeó para centrar mejor la mirada y leyó de nuevo el papel que la mujer le ponía delante de los ojos. Se sintió confusa. Sólo había dos palabras escritas con letras mayúsculas, claras y bien visibles en el centro de la hoja en blanco:
MÓNICA NAVARRO
    —¿Eres tú? —preguntó la anciana, y ahora su sonrisa de abuelita de cuento infantil se había transmutado en la mueca del Lobo Feroz.
    —Sí, pero…
    Y ya no pudo continuar.

     Sintió el golpe en la cabeza, encima de la oreja derecha. Luego vino el agudo pinchazo del dolor, y el suelo ascendió hacia su rostro a velocidad de vértigo. Después todo se volvió negro y silencioso.

domingo, 8 de febrero de 2015

PUZLE DE SANGRE EN ELDA: una visita a los escenarios de la novela

QUERIDAS AMIGAS y QUERIDOS AMIGOS:
Invitados por el colectivo Gramática Parda, un servidor y Mario Martínez Gomis
presentarán PUZLE DE SANGRE en la cafetería LA ORE (calle Pi y Margall, 4), en ELDA.
Será el próximo JUEVES 12 de febrero, a las 9 Y CUARTO de la noche.
Os esperamos.


jueves, 5 de febrero de 2015

PUZLE DE SANGRE: ¡¡continúa la galopada triunfal!!



La Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE) ha seleccionado la novela PUZLE DE SANGRE (Ed. Agua Clara)

como candidata al PREMIO DE LA CRÍTICA, que se fallará en abril.

Los otros cinco finalistas son:


El invitado amargo de Vicente Molina Foix y Luis Cremades, (Anagrama).
La noche soñada de Màxim Huerta (Espasa)
Recado de un muerto  de Rafael Balanzá (Edit. Siruela)
Las semillas del madonus de Bel Carrasco (Ed. Versátil)
Los 16 peldaños de Alicia Palazón (Edicions de La Drassana)

Todo un honor batirnos con ellos.

Alea iacta est!


Muchas gracias a los que creísteis en nosotros y en nuestro estrafalario proyecto.

sábado, 31 de enero de 2015

MUÉRETE EN MIS OJOS: novela negra asturiana


       Cada vez estoy más convencido de que el azar gobierna el mundo; de lo contrario esta reseña nunca hubiera visto la luz. ¿Han viajado ustedes en tren últimamente? Yo suelo hacerlo todos los veranos, porque es cuando voy a Madrid. Allí, hace muchos años, en las últimas hora de mi estancia, cayó en mis manos —entré en unos grandes almacenes (cosa que no suelo hacer), me acerqué a las novedades literarias (acción que tampoco es de mis preferidas)— la novela Muérete en mis ojos de Nacho Guirado. Al parecer llevaba paseándose por los escaparates de las librerías desde unos meses antes; pero yo… ni enterarme. Como ya había leído otras obras de este autor asturiano (Oviedo, 1973) y me habían gustado (Antes de las doce y No siempre ganan los buenos) no dudé ni un segundo y me hice con el libro.
        El tren tarda tres horas entre Madrid y mi destino. ¡Me sobró tiempo! Si dijera que devoré el libro mentiría: me lo engullí a palo seco, sin un respiro para tomar un trago de agua, o dar un paseo por los vagones, ni siquiera me molestaron las canciones que tarareaba mi hija mientras pintaba. Desde las primeras páginas me dejé arrastrar a un mundo de crímenes y mentes atormentadas. En Asturias, una ola de asesinatos atemoriza a la población de una tranquila comarca. La inspectora Lina Montalbán (un evidente guiño al creador de Carvalho) deberá atrapar al loco asesino que marca a sus víctimas con números romanos; además deberá bregar con su hijo adolescente, sacar a la luz —por azar— una red de tráfico de drogas que salpica a los propios policías y enfrentarse con el machismo que cubre, como un tupido manto, a las fuerzas de seguridad. Es un thriller, por supuesto; y no pretende ser otra cosa. A la manera de la Cornwell (que no me gusta) o de Connelly (que sí me gusta); aunque escrito en nuestra lengua y con personajes que se llaman Pedro, Juanjo o Luis.
        La novela está narrada en tercera persona, pero diseccionada en dos puntos de vista. Tal como sucedía en la genial Plenilunio de Muñoz Molina y la más reciente No acosen al asesino de Guelbenzu, conocemos al psicópata asesino desde las primeras páginas. Nacho Guirado nos presenta la historia a través del criminal y a través de la inspectora de policía; escrita con una prosa mucho más pulida y directa que la de sus obras anteriores. El azar (¿quién si no?) va a ser el causante de que un padre de familia aparentemente inmaculado se convierta en un asesino sin escrúpulos: la casualidad de una mirada (¿de nuevo Muñoz Molina?) será el detonante de la locura.

           Lamentablemente Nacho Guirado no nos ha vuelto a deleitar con otra aventura de la inspectora Montalbán. Otras obras más ambiciosas y mejores han llegado (No llegaré vivo al viernes y La lista de los catorce), aunque cierto es que desde hace ya demasiados años (desde 2009; si exceptuamos ese bocadito que fue La noche de la princesa, 2012) no vemos su nombre en ninguna portada. Una lástima, porque muñeca no le falta.

Nacho Guirado,

Muérete en mis ojos,

Ediciones B, 2007. 254 páginas.

domingo, 25 de enero de 2015




QUERIDOS AMIGOS:

TENGO EL GUSTO DE INVITAROS A UN NUEVO ACTO ORGANIZADO POR LA

ASOCIACIÓN VALENCIANA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS LITERARIOS (CLAVE)


PRESENTAMOS LA NOVELA PUZLE DE SANGRE (ED. AGUA CLARA, 2014), DE

MARIO MARTÍNEZ GOMIS Y JOSÉ PAYÁ BELTRÁN.

EL ACTO TENDRÁ LUGAR EL LUNES PRÓXIMO, 26 DE ENERO, A LAS 19:00 HORAS

EN EL FNAC SAN AGUSTÍN (VALENCIA).

CONTARÁ CON LA PRESENCIA DE MIGUEL CATALÁN (NOVELISTA Y FILÓSOFO)

Y DEL PRESIDENTE DE CLAVE, JUAN LUIS BEDINS.

NO ME FALLÉIS.